CAPITULO XXXI
—Ah, ese fue un sueño raro— dijo despertada por el sol que apenas entraba por su ventana. — ni tan sueño— dijo cayendo al suelo —¿Cómo demonios esto terminó así?—
Incorporándose con dificultad llegó hasta el sanitario y viéndose en el espejo se desconocía, realmente no había sido una buena noche y sus ojeras así se lo hicieron saber, aquellos recuerdos en el momento menos oportuno la estaban realmente molestando y sacando de quicio.
— Kaoru, ¡qué mal te ves!— se decía a sí misma.
El agua corría por su cuerpo, definitivamente tomar una ducha era lo mejor que podía hacer en ese momento, esperaba quizás que lave sus cicatrices no sólo de su cuerpo sino también de su corazón, quería que todo saliera de ella de una vez, quitarse de encima aquel karma que traía incluso antes de su nacimiento, un karma que la hacía fallar una y otra vez, una y otra vez.
—Ah, ¡maldición!— decía mientras se sentaba bajo la cálida ducha. —Debo pensar tranquila que hacer y no dejan de molestarme estos malditos recuerdos— refunfuñaba tomándose los cabellos y acurrucándose bajo el agua.
Aquellos recuerdos que la atormentaban, los que la hicieron vivir en la completa oscuridad durante casi toda su vida, su familia, aquello nunca estuvo predestinado para funcionar, nunca y fue en vano luchar contra el destino, ella creía estar pagando por los errores de sus padres en aquel momento.
—¡Es tu culpa! ¡Se mató por tu culpa! ¡Eres una asesina! ¡Lárgate de mi vista!— sentenciaba el abuelo de Kaoru.
—¡No! no fui yo quien comenzó a gritar y golpear, no fui yo quien comenzó a dejar de lado las verdaderas prioridades por unos pocos fajos de dinero, ¡no fui yo!— contestó Lucy llorando.
—¡Tú y este maldito chofer! ¡Los dos son los asesinos! ¿Qué te costaba ser una hija obediente y ayudar al menos con ese favor? ¡Tu egoísmo asesinó a tu madre!—continuaba justificando su acción Hatori.
—El gran Hatori, ni aún con la muerte de tu esposa vas a dejar de lado ese maldito orgullo, ¿que pretendes lograr? ¿que me separe de Key y obedezca tu estúpida propuesta? Dejar que mi madre haya muerto en vano para darme felicidad, ¡ya es suficiente! ¡me largo!— gritó enojada Lucy.
—¿Y qué harás? ¿de qué vivirás si lo único que sabes es gastar y malgastar?—
—Con todo su respeto señor, pero creo que al irnos de aquí eso ya no es de su incumbencia— sentenció en tono firme Key.
—¿Hasta que al fin hablas? Estás consciente de la vida que lleva Lucy como así también del hecho de que si te vas de aquí con ella perderás tu puesto de chofer— sonrió irónico Hatori.
—Sí señor, lo que usted no sabe es que su esposa nos dio muchos regalos importantes a su hija y a mí, ella sabía todo lo que usted haría para separarnos, así de bien lo conocía y lo amaba y usted...— dijo Key.
—¿Yo qué? ¿Con qué derecho te atreves a venir aquí y hablar de ella como si la conocieras más que yo que fui su esposo?— dijo Hatori tomando del cuello de la camisa a Key.
—Con el derecho que me dio haber visto llorando a su esposa por los jardines de la casa, sola y triste porque aquel a quien ella amaba no la veía, no la valoraba y la abandonaba por el maldito dinero, con el derecho que me da haber sido quien le ofreció un pañuelo y una palabra de aliento momentos antes que se suicidara, con el derecho de ser portador de la felicidad de su hija, felicidad que usted se la está negando así como también se la negó a su esposa!— culminó diciendo Key. —No necesitamos de usted, ¡por más que lo intente no logrará su objetivo de separarnos y vernos infelices! ¡no lo logrará! jamás! vámonos Lucy—
Asombrada por aquella muestra de valentía y fortaleza, Lucy decidió aceptar aquel regalo dado por su madre, la herencia de la que hablaba en la carta, no era Hatori quien la usaría sino Lucy y Key, salieron aquel día de aquella gran mansión para no volver jamás, atrás dejaron aquella tristeza e iniciaron un nuevo comienzo para su vida. Se casaron sin fiestas ni agasajos, sólo ellos frente a Dios y su amor, con el dinero que recibieron montaron un pequeño negocio de arreglos y decoración de interiores, que era para lo que se especializaron ambos en la preparatoria, fueron muy felices y más aún al recibir la noticia de que serían padres, esa fue su alegría máxima, no podían ser más felices y estar más motivados para luchar cada día, en memoria de Akiko, por ella y por la pequeña Kaoru que venía en camino.
—Amor, Lucy, ya deja de estar aquí, ve y descansa, recuerda que estás en las últimas semanas de embarazo, debes ser fuerte pero obedecer a las indicaciones del doctor también— decía Key sorprendiendo a su esposa con un abrazo por la espalda.
Los días eran tranquilos y todo era paz, realmente creyeron que los días malos habían acabado para siempre, hasta que Hiro apareció nuevamente en su negocio.
—¿Hiro? ¿pasó algo?— preguntó Lucy sorprendida.
—No, no vengo como empleado de tu padre, vengo como amigo tuyo, debes cuidarte Lucy, he oído charlas peligrosas, tu padre no es el mismo y ha cambiado mucho desde la muerte de tu madre y tu partida de la casa, se ha llenado de rencor y deseo de venganza y al enterarse de tu embarazo y todo lo que has avanzado gracias a la herencia de tu madre se ha vuelto mucho más rencoroso y vengativo, ten cuidado niña ¡por favor!— dijo Hiro de rodillas y tomando las manos de Lucy.
Lucy y Key se sorprendieron ante la revelación hecha por Hiro, más aún cuando la fecha de nacimiento de Kaoru estaba tan cerca. La ansiedad se acrecentó en ellos y Hiro al ver la fragilidad de la salud de Lucy a causa del embarazo decidió ayudarlos manteniendo a ambos informados acerca de las nuevas actitudes y cambios en el humor de su padre.
—¿Lucy? ¿Despierta, estás bien?— Dijo Key.
—Amor, son las tres de la madrugada, ¿que pasa? Estoy cansada— contestó somnolienta.
—¿No has oído eso? ¿Ese ruido en la cochera?—
—No amor, creo que lo que ha dicho Hiro te ha dejado paranoico, papá no será tan tonto como para dañarnos, nos quitará dinero sí, pero no nos dañará— dijo Lucy abrazando a Key. —Vamos a dormir amor, en verdad que estoy muy cansada, por favor—
Key no satisfecho bajó a revisar, no estaría tranquilo hasta no asegurarse que todo estaba en orden. Revisó las entradas y las ventanas y al ver que todo parecía estar en orden volvió a su habitación. Lucy había vuelto a dormirse y Key intentando hacer el menor ruido para no despertarla. Viendo la luna brillar desde su ventana pensaba en que haría para proteger todo lo que amaba, todo aquello le había quitado completamente el sueño.
—Ah, no, Key, despierta— dijo agitada Lucy. —Por favor despierta, duele mucho, me siento muy mal—
Parecía ser que el gran momento había llegado, Kaoru estaba lista para venir al mundo. Su respiración se volvía cada vez más agitada lo que despertó a Key.
—¿Lucy? ¿Qué pasa? ¿Estás?—
—Mal Key, mal, me siento muy mal, me duele mucho, creo que es hora, Kaoru va nacer Key— decía Lucy llorando y angustiada.
—Ven Lucy vamos, debemos ir al hospital, tengo los bolsos y demás accesorios en el coche vámonos— dijo Key tomando del brazo a Lucy ayudándola a bajar las escaleras. —Aguanta un poco más ya llegamos al coche—
Key abrió rápidamente las puertas del coche e hizo recostar a Lucy en la parte trasera. Al encenderlo sintió algo raro pero decidió obviarlo, no era momento para buscar detalles sonoros en el vehículo.
—Apúrate Key ¡por favor! De verdad que ya está muy cerca Kaoru ¡por favor!— Gemía Lucy en el asiento trasero.
—Voy lo más rápido que puedo amor, escúchame, haz las respiraciones y tranquilízate ¡por favor!—
De repente ya entrando en la ciudad al intentar bajar la velocidad se dio cuenta de que era ese sonido que oyó y le pareció raro. Sus manos le sudaban y los frenos y la dirección del coche no le respondían. Sus nervios estaban al máximo y se sentía inútil ante aquella situación. Sólo miró por el espejo retrovisor a su esposa.
Una luz gigantesca acompañada del sonido de la bocina de aquel camión fue lo último que Lucy y Key iban a oir.
—De verdad que todo estaba maldito por ti abuelo. Tanto deseabas el dinero y hacer infeliz a tu propia hija que hasta provocaste su muerte y por poco la mía. Maldito infeliz— decía mirando con odio la foto de su abuelo. —Aún no encuentro respuesta a por qué siento tanto odio hacia casi todos, menos Eric, claro está— terminó diciendo Kaoru mientras tocaba sus labios rojos recién pintados.
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