CAPITULO XXV
—¿Te lo dije o no te lo dije? Señorita Reemplazo— dijo Kaoru entrando en la habitación. —Bravo Eric, acabas de matar lo poco de vida que quedaba en tu títere de turno— sonrío irónicamente acercándose a él en su cama. —¿qué pasa con esa cara Mía? creíste acaso por un momento que Eric de verdad te amaba ¿no lo ves? para él sólo eras ese cachorro abandonado en la lluvia por su amo cruel y que él debía rescatar, amar, Mi querido Eric no sabe amar— dijo besando la mejilla de Eric.
Eric y Mía permanecieron estáticos, paralizados, como en un mundo paralelo, sin entender nada de lo que había pasado, Mía sintiéndose una completa estúpida al creer y confiar en él y Eric que no entendía por qué había dicho tal cosa justo en ese momento.
—Ah, ¡que molestos y patéticos! ¿qué no tienen nada para decir? tú por ejemplo, con esa cara de sorprendida y tonta que tienes y tú, tú eres...—
—¡Cállate! ¡Cállate! quién demonios te has creído para venir a decir qué somos, qué hacemos y cómo vivimos, tú, justamente tú que manipulaste y jugaste conmigo aún mucho más tiempo del que dices que yo jugué contigo, ¿tú? ¡Maldita!— gritó Eric totalmente dominado por una rabia nunca antes vista por Mía.
—Eric, no, tú, estás débil, ya basta, ¡colapsarás!— dijo Mía tratando de calmarlo.
—Hazle caso Eric, pobre ingenua, que no ves en lo que me ha convertido amarlo e intentar permanecer a su lado, ¡no lo ves!— gritaba a Mía mientras la tomaba de los brazos sacudiéndola como si quisiera despertarla.
—Yo, lo sé, pero no tengo miedo de lo que pueda convertirme, lo que sea que vaya a convertirme estando a su lado, es... to... yo, sé que no será malo, no será más malo de lo que ya puedo ser, es decir, él aun viendo mi lado más patético y salvaje no tuvo miedo y se quedó conmigo, vamos, ¿qué acaso es normal proteger a una asesina y alguien que lo único que quería era terminar con su vida?— contestó Mía sin levantar la mirada. —Tú te quejas de tu vida y tu dolor porque no correspondieron a tu amor, dijiste que habías perdido a tus padres y tu tía era una inútil, y es cierto, pero sabes eso no justifica nada de lo que hemos hecho ni tú ni yo—
—No te atrevas a compararme contigo, qué puedes saber tú de lo que yo sufrí— dijo Kaoru alejándose de Mía. —¿Qué sabes tú de querer abrazar a tu madre y a tu padre para despertarlos y ver toda aquella sangre en tus manos y no poder hacer nada, qué sabes de gritar y que tu voz se tan inútil que no pueda traer a alguien para que los salve? ¿Qué sabes tú de eso?—
—Nada, no sé nada, porque tú dolor no es el mismo que el mío, tampoco pretendo comparar mi dolor con el tuyo, desde que nací crecí con la idea de ser una inútil, no recuerdo muchos momentos felices en mi vida a decir verdad, mi padre vivía una doble vida, tenía una esposa y tenía a mi madre, entre el trabajo y su doble vida creo que no tuvo otro mejor método para huir que vivir ebrio y golpear a mi madre. Mi madre no me quería debido a mi gran parecido con mi padre y se encargó de recordármelo siempre, diciendo que yo sería un monstruo inútil como él, hubieron dos hombres que ultrajaron lo único que quedaba intacto en mí, mi cuerpo, porque mi mente había sido maltratada siempre, me violaron a los nueve años y lo volvieron a hacer a los dieciocho, intenté matarme y tengo lagunas y recuerdos que no encajan en ningún lugar, pero no por eso te hago daño ni intento que tú te sientas aún más inútil o dolida o maltratada de lo que ya estás, ¡eso no te da derecho a nada!— culminó gritando Mía a Kaoru.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Acaso se olvidaron en qué lugar están?!— Dijo enojado Jonas.
—Lo siento, no nos dimos cuenta, me retiro— dijo Mía haciendo una reverencia y saliendo rápidamente de la habitación.
—¡Mía!— dijo Eric queriendo seguirla.
—¡Ni un movimiento más o te ato a esa cama!— dijo Jonas. —Y hablo en serio Eric, es suficiente, dale un respiro, son muchas cosas, hace una semana que ni siquiera se puede llamar vida a lo que está pasando esa niña, ponte en su lugar, sabes bien por lo que ha pasado y cuán traumático puede llegar a ser el momento en el que recuerde todo lo que pasó—
—Por eso no puedo dejarla sola, no quiero dejarla sola, además Kaoru, tú...— dijo Eric buscando a Kaoru con la mirada. —Dónde, ¡Mía!—
—¡Qué te quedes allí! tu padre buscara a Mía, él la cuidara, ya tranquilízate que volverás atrás con todo lo que has conseguido hasta aquí— dijo Jonás sosteniendo el cuerpo de Eric contra la cama.
Eric sólo pudo suspirar, no tenía fuerzas para pelear contra Jonás. Mía. Sólo eso le preocupaba, dónde iría a esa hora de la noche, Kaoru, si iba tras ella, en el estado que se encontraba sería capaz de cometer cualquier estupidez. El momento se acercaba, Mía ya tenía muchas preguntas acerca de lo que no recordaba o recordaba como un sueño, aquello perdido en su mente, ese momento que Eric no quería jamás que llegara, no soportaría perder a Mía una vez más.
Necesitaba paz, necesitaba sentirse contenida, necesitaba un amigo, una amiga, pero nadie estaba allí, como siempre Mía estaba sola, otra vez, allí en el medio de la noche, al menos y esa noche no nevaba y el frío era soportable como para quedarse fuera pensando por un minuto más. Llevaba tiempo sin hacerlo, pero la ocasión así lo demandaba, prendió un cigarrillo y prácticamente tirándose en un sillón del parque veía como el humo de aquel cigarrillo se mezclaba con la leve neblina que comenzaba a aparecer en la noche.
—Ah... qué fue todo eso, ¿Akira? a qué está jugando, si Akira era su hermana, ¿qué es? ¿un pervertido?— pensaba Mía mientras fruncía el ceño. —No, no, no, me niego a creer eso, ¿qué es lo que pasó? y ¡qué demonios tiene Kaoru en la cabeza! y yo creí que estaba loca, yo también perdí a...— sus ojos se abrieron de repente como si hubiera recordado algo importante, algo que la había atormentado todo este tiempo. —Mamá, mamá— dijo tirando el cigarrillo y empezando a correr hacia la casa de su mamá.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!— gritaba golpeando la puerta y tocando el timbre del departamento que ella recordaba que vivía allí con su hermano y su madre.
—¡Qué es tanto ruido!— dijo un vecino saliendo del departamento contiguo. —Oh, tú, ¡qué demonios haces aquí monstruo! llamando a tu madre... qué descarada eres—
—Qué, por qué, qué sabe usted de ella y mi hermano, necesito verlos, tengo que...—
—Pues tú mejor que nadie sabe dónde están ahora, ¡tú los enviaste allí! ¡asesina! ¡ya lárgate de aquí! ¡asesina!— dijo cerrando la puerta.
La mente de Mía se quedó en blanco, no sabía qué hacer, ¿asesina? ¿Su madre y su hermano? ella, habría sido capaz de haberlo hecho ¿quizás? ¡Por qué no recordaba nada! Lo único que pudo hacer fue salir corriendo nuevamente hacia ningún lugar, sólo irse, escapar, llegar al lugar donde todo comenzó
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