
CAPITULO XXIV
—Mía, ya de verdad que deberías ir a descansar bien al menos una noche, Eric descansará luego de los exámenes que le practiquen, es agotador, muchísimo, yo me quedaré con él hoy— dijo Saito despertándola.
Parecía un pequeño cachorro acurrucado esperando por su amo. Triste y sin alegría por la ausencia.
—Mía, ¿qué pasa? ¿En qué piensas?— Dijo sentándose junto a ella.
Su rostro no era el mismo, estaba triste, preocupada y se notaba el cambio que hubo desde el día anterior. Casi no habló en todo el día. Evitaba las preguntas acerca de su vida e insistió mucho en averiguar cuánto en realidad conocían a Kaoru.
—Kaoru, ¿cuánto la conoce?— susurró sin moverse del sillón.
Saito sorprendido se sentó junto a ella y acarició su cabello, no entendía de dónde provenía tanta curiosidad por Kaoru, pero temía que se repita la misma historia.
—Fue cuando vivíamos en Japón, Eric y...— cortó la conversación de pronto.
—¿Akira? ¿Por qué no hablan de ella?— murmuró Mía.
—La amábamos, tanto como amamos a su hermano, era un milagro de niña, llena de vida y alegría y adoraba a su hermano, cuando Eric comenzó a enfermar no se despegó de él ni un minuto, siempre estuvo allí para cuidarlo y amarlo. Algunos interpretarían como una relación mezquina entre hermanos, para nosotros era el amor más puro que podía existir— dijo nostálgico Saito.
—Y qué pasó, dónde están Akira y la madre de Eric ahora— preguntó incorporándose poco a poco en el sillón.
—Muertas— contestó con voz apenas audible.
Mía quedó muda, sorprendida, sabía la historia de Kaoru, pero en el fondo no quería creer todo lo que ella le había dicho, no quería creer que aquella persona con ese aspecto angelical y tierno pudiese contener tanto resentimiento, dolor y rencor dentro de ella.
Saito se levantó y se acercó a la ventana.
—Parece como si la nieve no quisiera irse nunca— dijo suspirando. —Akira y su madre amaban la nieve, era su época favorita del año, contaban hasta los segundos esperando la primera nevada, Akira decía que conocería a su verdadero amor durante la primera nevada del año, era una niña con mucha imaginación sobre un futuro lleno de amor y alegría, bella como su madre, ambas eran mi más preciado tesoro, y esa tarde al llegar, no podía...— era increíble ver a aquel hombre con aspecto tan duro quebrarse en un instante. —Debía haber llegado antes, pero un accidente de tránsito en la carretera mantuvo la autopista atascada durante casi una hora, todo el tiempo llegábamos juntos a la casa, ella siempre me pidió que le enseñara a nadar, pero mi respuesta negativa siempre a causa del trabajo hizo que eso se pospusiera una y otra vez, una y otra vez— se sentó en el sillón junto a Mía.
Mía estaba con los ojos cristalinos, apenas y podía contener sus lágrimas al oír el relato de Saito y más aún al verlo allí sentado junto a ella, esperando por los resultados de su hijo, recordando y reviviendo una vez más la muerte de su hija y su esposa. Con los ojos empapados y su cabeza en sus manos, presionando su cabeza como intentando borrar todo aquello por lo que se sentía tan culpable.
—Al entrar a la casa la llamé, y creí o quise creer que aún no había llegado, tenía un presentimiento, pero no quise hacer caso, subí hasta su habitación y no estaba ella pero sí su uniforme y su mochila, comencé a sentir miedo y algo me decía que no viera por la ventana, y fui y allí la vi, en la piscina, tendida, corrí tan rápido como pude, salté y la saqué de allí, quise reanimarla, intenté, juro que lo intenté, yo la amaba, yo—
Ella solamente lo abrazó, tan fuerte como pudo, queriendo calmar el dolor y la tristeza que Saito sentía.
—Lo sé, todos lo sabemos, está bien, está bien, no fue su culpa, yo sé— dijo callando de repente.
—¿Sabes qué?— preguntó él viéndola fijamente.
—Sé que los accidentes pasan, quizás y ella quería sorprenderlo, tal vez sólo estaba tratando de mostrarle que era lo suficientemente valiente como para aprender sola. Era una niña y los niños cometemos errores todo el tiempo, a veces cuestan más y otras menos— dijo Mía tratando de desviar la atención del tema.
—Entiendo, aunque Akira no era de cometer ese tipo de errores, era una niña muy madura para su edad, conocía lo bueno y lo malo, muchas veces creí que aquello no fue un accidente— dijo levantándose del sillón y caminando en la habitación. —Yo conozco a mi hija, ella no era imprudente, nunca habría entrado sola a la piscina, no lo haría, esa tarde ella dijo que volvería con Kaoru porque su mamá y Eric estaban en Estados Unidos. Dijo que me esperaría en casa con Kaoru y ella estaba sola. Además, Kaoru es muy buena nadadora. No creo que la hubiera visto y dejado morir de esa manera. Kaoru a pesar de ser dura con las personas tiene un buen corazón. Yo creo en ella. Kaoru ama a Eric más que a sí misma. Y a Akira también la amaba. Pero siempre tuve este pensamiento enredado en mi mente— concluyó Saito mientras perdía su mirada en el techo de la habitación.
—Ya estamos aquí— dijo Jonas
—¡Eric! ¿Cómo está? Qué tanto avan...—
—Ven conmigo Saito— dijo callando al padre de Eric. —Hablemos en el consultorio—.
—Mía es como una hija para mí y es la mujer que ama mi hijo, creo que no hay nada que esconder— Dijo Saito negándose a acompañar a Jonas.
—No sé cómo decir esto, la enfermedad de Eric... se ha detenido...— explicaba extrañado Jonas.
—¿Detenido?— Preguntó Mía.
—Sí, ni siquiera yo puedo dar crédito de los resultados que tuve en mis manos hace un momento, se supone que en este año que transcurrió sin que él viniera a sus controles debería de haber empeorado su condición— continuó explicando Jonas.
—Pero, entonces, eso significa que— dijo Saito con tono esperanzado.
—Significa eso, que se detuvo, no que se ha curado, sólo que por ahora no muestra señal de haber avanzado en el tiempo que no vino a verme— respondió intentando calmar el nerviosismo de Saito.
—Pero, y los mareos y el desmayo ¿a que se debieron?— Preguntó Mía.
—A ver dime tú ¿Que andaban haciendo? Eso es simple estrés y cansancio y mala alimentación— decía mientras se acercaba a Mía como queriendo molestarla.
—Yo no, es que estábamos tan—
—Lo sé. Además tú no sabías el estado de Eric. Ahora lo sabes así que te lo encargo de aquí en más— dijo jugando con los cabellos de Mía.
Jonas y Saito se retiraron de la habitación, iban a aprovechar aquel momento de tranquilidad y tomar un café y tener esa charla pendiente por tanto tiempo.
Mía se acercó a la ventana, al fin había cesado por un momento la nevada, al menos por el momento aquella sensación de tranquilidad y de que las cosas podían llegar a mejorar la hacía sentir un poco optimista, pero no podía evitar pensar en lo que Saito había dicho, la duda acerca de Kaoru y la muerte de Akira, había tanto que quería preguntar a Saito. Esperaba ansiosa que volviera de hablar con Jonas
Sintió que Eric se movía y se sentó a su lado, acomodando su cabello cual excusa para poder tocarlo, su frente estaba un poco caliente, sus mejillas rojas, parecía tener fiebre. Decidió ir a buscar un paño para colocarlo mientras avisaba a Jonas del cambio. Cuando se acercó para colocar el paño en su frente la tentación de tenerlo tan cerca se apoderó de ella. Él era quien ella amaba, quien ella cuidaba y deseaba, su respiración tan cerca de su rostro. Sin darse cuenta se encontraba completamente sobre Eric y acariciando su rostro, cuando no pudo contenerse más y lo besó.
—Akira, te amo— dijo él besándola con aún más pasión ante la sorpresa de Mía.
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