CAPITULO IX
—No entiendo el punto de esto, ¿Qué es lo que pasó, de dónde surgió todo? Por qué terminó de esta manera, como fue que llegué hasta aquí en primer lugar, ¿Qué fue lo que hice para terminar así?— se preguntaba a si misma Amaya mientras trataba encontrar el camino para salir del bosque.
—Después de todo, que fue ese sueño que tuve, no lo entendí muy bien pero me hubiera... realmente deseé seguir soñando, se sentía tan real de a momentos, se sentía como si realmente había pasado eso en mi vida, pero en qué momento, ¿cuándo? No creo haberlo olvidado tan fácil, si fue tan hermoso lo que se sentía, ¡ah! Es todo un lío, estoy hecha un lío, y sigo aquí, dando vueltas, caminando sola, hablando sola, sola, sola, ¡Sola!— terminó diciendo Amaya luego de un suspiro.
Mientras seguía vagando por el bosque más concentrada en su laberinto mental que en cómo dejar aquel lugar, Amaya trataba recordar también como fue que Samael la había traído hasta la mansión, pero no podía hacerlo, no mientras su mente siga de confundida como lo estaba, debía ponerle un punto final a todo eso, salir de una vez por todas, encontrarse a sí misma, o al menos recordar quién era o quién fue, si alguna vez existió o dónde fue que vivió.
—¡Basta! ¡Ya dejen de dar vueltas en mi mente si no tienen sentido! ¡Ya basta!— gritó enojada con ella misma.
—¿Qué es lo que tanto te molesta? ¿Que no puedes recordar o que no quieres recordar?— dijo una voz mientras una pequeña silueta se perdía entre unos árboles.
—Ah no, ¡Espera! Detente ahora mismo, no soportaré que hasta algo o alguien que no conozco también se burle de mí, detente, ¡oye!— gritaba Amaya tratando alcanzar a la escurridiza sombra que iba frente a ella.
—¿Tienes aún orgullo pequeña niña? O ¿mujer acaso serás? No, eres una niña apenas en cuerpo de mujer, creo que me divertiré un poco con tu mente hoy— susurró la sombra al oído de Amaya.
—¡Espera un momento! ¿Qué es lo que quieres, quién eres, qué es lo que tanto crees saber de mí? Ni siquiera me conoces o te conozco para que sepas tanto como empiezas a afirmar que sabes de mí, y por qué te ocultas ¿A qué le temes que tanto te ocultas?— reprochó Amaya queriendo ver el rostro de aquella sombra que andaba tras ella.
—¡Oh! Se despertó la pequeña, tantas preguntas tienes ahora, pues no te preocupes, en un segundo te las responderé una por una, Amaya, no te preocupes, ya entenderás— dijo desapareciendo.
—De nuevo te desapareces, ¿Dónde crees que vas? Espera, no dijiste que me contestarías todas mis preguntas, como lo harás si desapareces ¿Qué ahora eres cómico también? Aparece ya de una vez o verás que soy capaz— amenazó Amaya, raramente ni ella creía lo que estaba diciendo pero podía funcionar quizás.
—Está bien, pero deberás seguirme un poco más para que entiendas mejor, ¿Te das cuenta que ya saliste del bosque? ¿Dónde estás ahora niña? ¿Conoces acaso este lugar?— preguntó con irónica voz la sombra.
—¿Qué? ¿A qué te refieres? De qué, espera un momento, es, es... la ciudad, la de mi sueño, ¡oye! ¿Qué acaso estoy soñando otra vez? No recuerdo haberme quedado dormida en ningún momento. Qué está pasando aquí, qué, quién es...— dijo Amaya deteniéndose frente a una casa conocida.
—¿Te parece familiar? ¡Hola! ¿Cómo estás Amaya? ¿Me recuerdas?— dijo una niña sonriente saltando alrededor de ella.
—Pero tú. Qué es esto, a quién se le ocurrió jugarme esta broma, ya basta ¡déjenme en paz! Yo estoy aquí, ¿qué eres tú?— preguntó Amaya a la niña.
—¿Cómo? Qué soy, eso es de mala educación, mamá debería castigarte, ¿que no aprendiste nada? Soy parte tuya, la parte tuya, que vivió aquí, ¿que no querías recordar de dónde venías? Ya decídete de una vez por favor— dijo la niña frunciendo el ceño.
—Eres yo cuando era pequeña, pero cómo puede ser, y qué es todo esto...—
—Acércate y verás, mira, recuerdas, ahí están mamá, papá, y Víctor... ¿recuerdas?— explicó la niña mostrando la ventana.
—Mamá, papá y Víctor, mi familia, pero y qué fue de ellos, qué pasó, por qué no estoy con ellos ahora... qué...— preguntó Amaya.
—Fuiste la última hija de la familia Villarreal, mamá y papá se conocieron de jóvenes, se casaron y tuvieron dos hijos, a Víctor y a ti o sea a mí, como sea a las dos, Víctor era dos años mayor, y nos cuidaba mucho, y papá trabajaba en una empresa que lo cambiaba de puesto constantemente y por eso teníamos que mudarnos mucho, entonces éramos muy cercanos Víctor y yo. — Siguió contando la niña.
—Víctor, ¿será él al que vi en mi sueño aquella vez? No logré ver su rostro muy bien pero será que fue él, si nos queríamos tanto y éramos hermanos quizás...— pensó Amaya.
—No creas todo lo que veas, lo siento, suelo tener esa capacidad, leer el pensamiento y por más que intento no puedo evitarlo, pero en fin ven y acerquémonos un poco más para seguir recordando, mira parece que es nuestro cumpleaños. —
—Pues conmigo intenta no hacerlo pequeña ¿ok? No me gusta que se entrometan en mis pensamientos, te lo advierto... porque si no...— mientras decía eso Amaya, oyó voces que la hicieron callar.
—¿Qué? Otra vez, prometiste que sería la última vez, por qué no ven a otra persona para el puesto, porqué siempre tú, ¿qué no hay alguien más? Por amor de Dios, nuestros hijos no tienen amigos, hoy es el cumpleaños de Amaya y ningún amigo más que su hermano se sienta en la mesa... no es vida ni es justo para ellos, Víctor tampoco tiene amigos, por favor Leonardo, por favor ¡habla con ellos!— Decía una de las voces.
—Amanda, amor, ya lo he intentado, hablé con todos los que podía hablar pero fue imposible, no escuchan amor, créeme que es difícil para mí también ver a nuestros hijos así pero ya está fuera de mi alcance poder hacer algo por cambiar la situación, lo siento.—
—¿Quiénes son? Oye... ¿por qué lloras? ¿Qué está pasando?— preguntaba nerviosa Amaya.
—Yo también lo siento Leonardo, pero esta vez nosotros no vamos, esta vez ya no, te amo, más de lo que imaginas, pero ya no más, hemos cambiado tantas veces de ciudad que ya ni puedo llevar la cuenta, esta vez no, nuestros hijos merecen algo más, algo mejor, pero su soledad es un alto precio por ello. — Decía la voz que era de la mamá de Amaya.
—Oye niña qué pasa con mamá y papá, qué fue lo que...—
—¡Tonta! ¡Tonta! Fue tu culpa que ellos se separaran, el día de tu cumpleaños ella te vio sola con Víctor y ¡sintió rabia! Fue tu culpa que ella no quiera ir con papá... ¡FUE TU CULPA!— dijo la niña desapareciendo del lugar.
—¡No! ¡No lo hagas papá no te vayas, no!— repetía Amaya parándose frente a su padre, mientras éste la traspasaba cual fantasma.
—Está bien Amanda, quédate, yo enviaré dinero para ayudarlos, lo siento pero debo ir...— decía su padre.
—Entre tu trabajo y nosotros, tu trabajo es más importante, siempre lo fue Leonardo, que pena haberlo entendido recién ahora, no sirvió de nada mi amor y el de tus hijos para que nos pongas a nosotros en primer lugar ¿no?— dijo entre sollozos la madre de Amaya.
—No madre, es por nuestro bien, papá trabaja por nosotros, madre no digas eso, papá se va ir, mamá detenlo— gritaba desesperada Amaya.
Lo último fue la escena más terrible que Amaya hubiera querido recordar, era como la escena de Samael alejándose de ella, su padre solo dio vuelta su cuerpo y se marchó sin más palabra. Su madre extendió su mano como si quisiera detenerlo pero algo la contuvo y volvió a la casa. Amaya y Víctor preguntaron por su padre.
—Papá tuvo que irse a trabajar en otra ciudad, pero esta vez no podemos ir con él, nosotros nos quedaremos y saldremos adelante aquí, ¿está bien?— dijo la madre abrazando a los dos para no llorar.
—¡No! ¿Por qué? ¿Por qué tenemos que quedarnos? ni siquiera nos preguntó si queríamos, y tú tampoco lo preguntaste, mamá que pasó, decidiste tú sola, qué te pasa, ¡yo quiero ir con papá! ¿Por qué?— reclamó Víctor.
—Qué no lo ves hijo, es el cumpleaños de tu hermana y están solos, nadie más que ustedes, no tienen amigos, ni conocidos, nada, son solo ustedes dos, eso no es normal para ustedes, lo hice por tu hermana y por ti... yo...— trató explicar la madre.
—No me importa, es tu culpa Amaya, por qué dijiste que querías amigos. No soy suficiente acaso, es tu culpa que papá se haya ido, ¡tu culpa!— gritó Víctor a Amaya.
—¡Basta! No es culpa de nadie, no es culpa de nadie...¡basta Víctor!— dijo la madre.
—Yo iré con papá, yo...— Víctor no pudo terminar la frase.
—Te dije basta Víctor, ve a tu habitación— sentenció la madre viendo como Víctor sostenía su rostro que había golpeado su madre momentos antes.
Amaya permaneció inmóvil, sin decir nada, era su cumpleaños número diez y no entendía por qué de estar festejando pasó todo eso, y por qué ella era culpable. Viéndose a sí misma, se preguntaba Amaya si realmente ella fue la culpable o si era algo que irremediablemente iba a suceder entre su madre y su padre. Comenzó a pensar que sería mejor no haber querido recordar.
—Y hacer lo de siempre, encerrarte o huir para no afrontar la realidad, tan típico de Amaya, nunca quiere enfrentar la realidad, claro si es una bella realidad sí, pero cuando se torna un poco confusa, prefieres huir ¿no? Pues te tengo noticias, esta vez no te será tan fácil. — Dijo otra voz.
—¿Quién eres? ¿Dónde estás?— preguntó Amaya mirando hacia todos lados tratando encontrar a quien le hablaba.
—Estoy aquí, cobarde— dijo apareciendo frente ella una jovencita.
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