Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPITULO IV

—Bueno, ya fue mucho por hoy— dijo Samael levantándose.

Tratando de hacer de cuenta que realmente era solo su imaginación jugando una mala pasada lo que había oído nuevamente en ese momento. Llamó a Rafael, su único compañero durante el último año, su sirviente fiel.

Una figura atlética, alta se adentró en el comedor, con un semblante serio y gélido, pero al ver a Amaya esbozó una sonrisa y la mirada se tornó cálida, tanto que ni la misma Amaya entendía que había provocado aquel cambio. Rafael preguntó si se servirían algo más, y dada la negativa en la respuesta de ambos, se detuvo en recoger los enseres de la mesa y continuar con sus tareas.

—Debes estar agotada, gracias por acompañarme y escucharme también— Dijo Samael sonriendo al ver bostezar a su invitada.

—No tienes por qué agradecerme, soy yo quien debería hacerlo, me salvaste la vida, me das abrigo y alimento, protección y perdón por lo que voy a decir pero hasta cierto cariño, yo debería agradecerte, Samael—. Dijo haciendo una reverencia a su anfitrión.

—No es necesaria tanta reverencia, no me gusta, me hace sentir algo que no soy, bueno ¿Conoces el camino a tu habitación?— preguntó sonriendo.

—Sí, creo que lo recuerdo— afirmó ella luego de una larga carcajada.

—Hasta mañana Amaya— dijo mirando dulcemente a aquella mujer.

—Hasta mañana Samael— se despidió suavemente ella.

Entrando en su habitación, confundida y aturdida, Amaya se recostó en la cama, pero algo la mantenía alerta, un presentimiento, una presencia, no entendía bien pero, le infundía hasta cierto terror. Fue entonces cuando recordó la historia del hermano de Samael. Con un sacudón de cabeza, como si quisiera deshacerse de esos pensamientos, se dijo a sí misma "es una locura, no puede ser real, ni debo darle mayor importancia" acurrucándose bajo la cobija, en una reacción totalmente contraria a su pensamiento. Y entre pensamiento y pensamiento, tratando tranquilizarse, se durmió.

Un pequeño haz de luz asomaba entre las cortinas carmesí de la habitación, anunciando que un nuevo día había llegado. Acurrucada en la cama, tapándose la cara cual niño que no quiere despertar, Amaya seguía sin reaccionar ante el amanecer. Aunque algo la inquietaba debajo de las cobijas, no entendía que, pero esa presencia, esa rara sensación, seguía presente, tratando de salir lentamente de su escondite, asomando poco a poco su cara topándose con una sorpresa.

—Buen día señorita Amaya— dijo un rostro sonriente.

Un grito ahogado fue todo lo que consiguió Rafael como saludo.

—Señorita Amaya, soy yo, Rafael, no se asuste— dijo apartándose del lado de la cama.

—Rafael, que susto me has dado, por favor en un próximo despertar tan sólo muéveme— dijo sonriendo la asustada Amaya.

—El desayuno está servido, le recomiendo que tome con cuidado su té, el amo Samael salió temprano, pidió que le disculpe por no acompañarla a desayunar, a cambio si no es mucha molestia me pidió que le acompañara este servidor, si ya se le ha quitado el terror de verme— sugirió con una burlona sonrisa Rafael.

—Claro que no me molesta tu compañía, estuve mucho tiempo sola, aunque es muy raro esto, pasaré al baño, me arreglo y bajo, ¿le parece bien?—

—Muy bien señorita, la esperaré—

Recuperándose del susto y entre risas sobre ella misma, termina de arreglarse dirigiéndose al comedor donde la espera Rafael con el desayuno cuando de repente una imagen, un destello en su mente la deja atónita, como si un recuerdo inesperado e inentendible apareciera.

—Señorita, ¿se encuentra usted bien?—

Ella aún inmóvil sumida en un letargo con los ojos abiertos de par, sin producir el mínimo movimiento o sonido, permanece inmóvil ante la mirada de Rafael quien se acerca hacia ella lentamente tratando despertarla sin éxito alguno.

—Señorita Amaya, ¿me escucha?—

Repetía una y otra vez agitando la mano frente a ella mientras su voz aumentaba el volumen conforme su desesperación también crecía.

—¡Señorita ya despierte por favor!— gritó abrazándola con fuerza.

—¡Rafael!— gritó confundida. —¿Qué haces? ¿Por qué me abrazas? ¿Qué me pasó?—

Balbuceó pestañeando sin parar agitando su cabeza de un lado a otro como si aquel gesto le devolviera el centro a su vida.

—Sepa disculpar señorita— contestó apenado el sirviente alejándola lentamente — pero esta vez fue usted quién me asustó, no sé qué ha pasado en su mente, pero en un segundo ha quedado como muerta, sin moverse y lo único que pude hacer fue abrazarla para despertarla, le ruego me disculpe nuevamente, por favor—

—No tienes por qué disculparte, sólo quería saber que me pasó, discúlpame tú por asustarte, no fue mi intención, ¿desayunamos?— se disculpó repetidamente.

Rafael apartó la silla y la ayudó a acomodarse, como todo un caballero, sin perder la compostura en ningún instante, le sirvió y atendió con los lujos dignos de una princesa.

Mientras sorbía poco a poco su té caliente, Amaya comenzó a observar a Rafael, un hombre con aspecto de joven, cabello negro corto, bien acicalado, su rostro ovalado, de aspecto serio y distante pero con una amabilidad que llenaba de alegría a quien servía, ojos color miel con la cuota justa de tristeza y calidez, daban a este hombre una rareza tal que cautivaba la atención de la persona que estuviera a su lado, preguntándose si que había forjado tal aspecto y carácter en este personaje.

—Dime Rafael, ¿Hace cuánto conoces al señor Samael?— preguntó curiosa.

—Al igual que mi padre y mi abuelo, sigo sirviendo a la familia García desde hace mucho tiempo, mi nombre es Rafael Montana, he servido a su padre, el señor Joaquín desde antes que conociera a la señora Laura, como le dije, prácticamente toda mi familia sirvió a los García desde tiempos ancestrales, es como una tradición que seguimos con mucho gusto, siendo casi apreciados como parte de la familia García—. Contaba el sirviente ante la mirada atenta de la curiosa invitada.

—¿Qué es lo que sabes acerca de la relación de Samael con su hermano Gabriel?— preguntó.

—No sé si tenga permitido hablar acerca de ello, más lo que sé es lo que vi y viví sirviendo a los señoritos durante su niñez, adolescencia y al señor Gabriel hasta su muerte—.

—Cuéntame, por favor Rafael, necesito saber para poder ayudar a tu señor a sobrellevar lo que lo hace sentirse triste— insistió Amaya.

—Los hermanos nacieron al mismo tiempo casi, fue una bendición, aunque muchos decían que el alumbramiento de gemelos primogénitos era una maldición. La señora Laura los cuidaba a ambos como si fueran pequeños muñecos de porcelana, pero el señorito Gabriel era mucho más débil que el señorito Samael, y creció creyendo que estaba siempre a la sombra de éste. Gabriel pensaba que sus padres no lo apreciaban tanto como a Samael por su condición, sin darse cuenta que por el contrario, el ciento por ciento de la dedicación de ellos era para Gabriel, mientras Samael crecía prácticamente solo—

—Y dime, Rafael, ¿Qué fue lo que pasó entre ellos para que Gabriel le dijera eso a Samael el día de su muerte?— continuó indagando cada vez más interesada.

—Siempre fui muy allegado al señorito Gabriel, era su confidente, su amigo, su más leal servidor, pero nunca pude hacerle entender que eran infundados los celos que sentía contra su hermano, muchas veces fui objeto de castigo al defender al señor Samael. Nunca pude comprender cuál era ese dolor en él, porque nunca vi alguien que demandara tanta atención como él, siendo absorbente para sus padres, dejando nada para Samael. Tampoco pude entender la devoción total que le tenía Samael a su hermano, pero en fin, creo que lo que sucedió entre ellos ese día fue quizás por el dolor y la impotencia del momento— Siguió explicando Rafael.

—Samael sigue culpándose por ello, y dice que su hermano no lo dejará en paz hasta quitarle todo, ¿Cree usted que eso sea cierto?—

—No lo sé señorita Amaya, es muy complejo, ha habido acontecimientos extraños en este lugar desde ese día, incluso el señor Samael hay días en que se parece tanto al señor Gabriel que como dice usted, es de terror— dijo imitando los gestos de la muchacha —a veces lo escucho hablar y no encuentro a nadie con él, pero yo nunca dejaré de estar a su lado para servirle y protegerle, y ya creo que usted terminó su desayuno, y yo estoy hablando de más inmiscuyéndome en asuntos que no son de mi incumbencia.— Alegó Rafael para dar por finalizada la conversación.

—Lo siento, me dejé llevar por la curiosidad, discúlpame Rafael si te puse en una situación comprometedora con tu amo, no fue mi intención, estuvo delicioso el desayuno, ¿El señor Samael no dijo dónde iba?—

—No señorita, no dijo siquiera a qué hora volvía, lo siento—. Respondió con una reverencia retirándose con los enseres del desayuno.

Pensando en qué iba a hacer hasta que regresara, Amaya decidió recorrer la casa para tratar de conocerla por completo al fin, ya que ni siquiera había visto la quinta parte de la misma.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro