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CAPITULO I

El viento soplaba con fuerza, como si tratara de borrar sus pensamientos, pero no había nada que libere a Amaya de su tristeza y dolor. Sólo su delgado cuerpo se divisaba a lo lejos por la calle oscura, apenas iluminada por la luna escondida a la sombra de nubes pasajeras. A cada paso que daba una lágrima fría como hielo rodaba por la pálida mejilla de quien parecía un cadáver viviente a causa de la soledad y el arrepentimiento en su interior.

Perdida en un andar sin rumbo se iba acercando a su pequeña morada cuando el destino comenzaba su jugada maestra contra ella. El estruendo de una lámpara rompiéndose, terminó por llenar de oscuridad ese lugar, y la arrebató de su mundo de ensueño en un momento. No pudo reaccionar, no supo qué hacer, quienes eran esos seres que trataban de mancillar su pequeño y frágil ser. Parecía que todo terminaba en un segundo, no podía gritar, tratando de escapar sólo logró que la golpearan más, en su mente se despedía de este mundo, y en un raro y hasta macabro modo, sentía paz y felicidad, iba a dejar el mundo que sólo le había dado dolor y tristeza.

De un momento a otro sintió algo que hacía tiempo no sentía, se sintió volviendo a su pasado, sabía que alguna vez se había sentido así, protegida por esos brazos, quería abrir sus ojos, pero no lograba hacerlo, debía averiguar si aquello era un sueño, o había muerto y estaba siendo arrastrada al más allá.

No supo durante cuánto tiempo estuvo en ese estado hasta que con esfuerzo sus ojos comenzaron a abrirse lentamente mientras se acostumbraban a la luz brillante que el sol les brindaba. Intentó dejar de arrebujarse contra el cuerpo que la cobijaba pero era tan cálido que no quería dejar ese pequeño refugio de paz. Más al abrir los ojos y ver el rostro de su captor un terror la consumió por dentro al recordar lo que había sucedido antes de perder la conciencia.

Solo un movimiento brusco bastó para apartarse de su captor, prácticamente tropezando hacia atrás, su pequeño y flagelado cuerpo se estremeció como nunca antes. De pronto, el extraño se volvió hacia ella y la sostuvo fuertemente evitando que cayera sobre un hierro que cual espada asesina se erguía entre la espesa maleza.

En ese momento volvió a sentir, ese cálido abrazo, una sensación de seguridad y cariño que hacía tiempo que no sentía. Aquel extraño no era su captor, era su protector. Sin poder contener más la máscara de fingida fortaleza las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas sin control, sólo el calor que le brindaban esos brazos desconocidos la mantenían unida a este mundo, el sonido lento de los latidos del corazón del hombre la fueron calmando lentamente.

Su cuerpo parecía no responder, era como si su alma y su fuerza la hubieran abandonado, dejando solo huesos envueltos en una piel desgastada, como si absorbiera la fuerza del extraño, se recuperó, se sintió revivir, miró a aquel personaje quien la sonreía amablemente.

-¿Cómo te llamas?- susurró.

-Mi nombre es Samael- dijo con voz suave.

Comenzó a descubrir el rostro del hombre encontrándose con unos fríos pero expresivos ojos color café cargados de amabilidad, su piel blanca como la nieve y sus labios rojos esbozando una sonrisa. Su largo cabello negro era acariciado por el viento, cubriendo parte de su rostro y hombro. La dureza de su pecho aseguraba lo atlético de su cuerpo junto con la fuerza que medía al tenerla en sus brazos.

- ¿Qué me pasó?- preguntó confundida Amaya.

-Lo lamento - dijo colocando un mechón tras su oreja. -No pude llegar a tiempo-

Esa sola frase sirvió para corroborar que no había sido una pesadilla, había sido real todo lo que sucedió. Los golpes, el ultraje, las palabras, el dolor, todo había sido real. Sintió el abrazo hacerse más fuerte por parte de él.

-Gracias, por cuidarme, Samael- dijo y se recostó en su pecho.

-Vamos, te llevaré a tu casa- sugirió el protector.

-No tengo hogar- declaró ella poniéndose de pie sin tener éxito.

Sintió la mano de Samael sostener su cuerpo, ella lo vio y la sonrisa que le brindó la dejó desarmada. Tomó lugar frente a ella en cuanto la estabilizó y ofreció llevarla sobre su espalda emprendiendo viaje hacia un destino desconocido. Confió una vez más, no podía estar equivocada, apoyó su rostro contra la espalda de Samael y toda duda se esfumó con la calidez y el tranquilo movimiento meciéndola mientras su recién conocido protector la cargaba con cuidado.

Cruzaron el parque cercano a su antiguo hogar y llegaron a una casa, bastante antigua la había reconocido de tantas historias que contaban la gente del lugar a pesar de ello al andar el sendero rodeado por altos pinos y eucaliptos y llegar hasta la fontana que adornaba la entrada a la casa rodeada de pequeñas flores un calor acogedor la envolvió.

Lentamente se removió en la espalda de Samael pidiéndole que la bajara, éste se detuvo antes de cruzar la puerta de entrada

- ¿Puedes caminar?- preguntó.

-Creo que sí- respondió sintiéndose extraña entrando en aquel lugar.

-Ven por aquí- sugirió él.

La condujo a través de un pasillo hasta una pequeña sala con una biblioteca, viendo al fondo una chimenea con un fuego que acababa de consumirse.

Temerosa tomó asiento en un sillón viendo como Samael volvía a encender el fuego, el calor que brindaba el lugar hizo que quedara dormida al instante, pero esta vez en su semblante no había tristeza ni dolor, una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios, tratando de no despertarla, Samael cogió una manta que estaba en otro sillón y la tapó, besó suavemente su frente y se retiró del lugar.

Un temblor recorrió el cuerpo de Amaya despertándola de aquel tranquilo sueño, sintió la soledad apoderarse de ella, lentamente se puso de pie y con terror se dio cuenta de que no estaba en la acogedora biblioteca, tampoco Samael estaba cerca de ella, estaba nuevamente en el callejón oscuro en el que la habían atacado.

-Ha sido todo un sueño- dijo suspirando.

Voces y sonidos de pasos llegaron hasta ella, sin darse cuenta se vio corriendo con todas sus fuerzas aunque parecía estar anclada al suelo ya que por más que lo intentara seguía en el mismo lugar y aquellas voces desconocidas se acercaban cada vez más, su garganta ardía y dolía al gritar pero ningún sonido abandonaba su rota boca.

-¿Dónde estás? ¿Samael?- lo llamaba mientras corría.

Sentía llegar al límite de sus fuerzas, seguía corriendo y poco aquellas voces se apegaban conforme se alejaba adentrándose en el bosque que rodeaba la ciudad donde ella vivía.

-¡Samael! ¿Dónde estás? ¡Te necesito tanto!- repetía hasta el cansancio sin respuesta alguna.

-Ayuda por favor, alguien- susurró antes de caer al suelo.

Las voces la alcanzaron, iban a tomarla y en un último intentó volvió a susurrar su nombre como un hechizo protector.

-Samael-

- ¡Amaya! despierta, despierta ¡por favor!-

- ¡No!- repetía desesperadamente, sumida en un sueño sin fin.

- ¡Amaya! Despierta por favor, ¡Despierta!- dijo él abrazándola.

En medio del llanto descontrolado del que era presa se dejó cobijar por los cálidos brazos que la cubrían. Lentamente fue abriendo los ojos, enrojecidos por las lágrimas que aún caían sin rumbo por sus mejillas.

-Creí que te habías ido, que me habías dejado, que había sido nada más un sueño y volví a la realidad- dijo con voz entrecortada.

-Aquí estoy, tranquila, fue un sueño, solo eso, un sueño, ven aquí-respondió abrazándola aún con más fuerza.

Sintió como el cuerpo de Amaya se relajaba en sus brazos y pequeños sollozos abandonaban su garganta. Una vez que la calma se hizo presente la tomó de la mano.

-Acompáñame- le dijo.

Volvieron a recorrer el pasillo por el que llegaron a la biblioteca hasta llegar a la cocina. Grande fue su sorpresa al sentir el aroma a comida inundando el ambiente. Su estómago fue el primero en hablar en ese momento haciendo que un fuerte sonrojo cubriera su rostro por completo.

-No te abandoné, solo creí que tendrías hambre cuando despertaras- dijo sonriendo con dulzura.

- Y vaya que no estaba equivocado- rió divertido al escuchar los sonidos provenientes del estómago de Amaya una vez más.

Ya no recordaba cuando fue la última vez que había probado algo tan rico como aquellos platos preparados por Samael. Se preguntaba si así como saciaba y llenaba su estómago acaso también alguna vez podría llenar su vacío corazón. Un ruido casi cómico hizo reír a Samael, el estómago de su invitada estaba pidiendo un poco más. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de ella también, continuó comiendo, a decir verdad, casi se devoró aquel banquete preparado por el anfitrión, quien la miraba con ternura, cariño, compasión, preguntándose a sí mismo "¿Por qué lo hice?, no soy yo, jamás salvé a alguien, menos traerla a mi hogar, mi refugio". Su rostro iba tomando un aspecto gélido y distante, y su mirada antes amable se tornaba fría, logrando incluso borrar su sonrisa.

Sin mediar palabra solo se alejó de ella, y salió de la habitación dejándola sola sin dar explicación alguna. Amaya no lo había notado, seguía concentrada en la comida que había preparado Samael para ella.

-Muchas gracias, todo estuvo delicioso Samael- dijo sin obtener respuesta.

Levantó su rostro y luego de buscar con la mirada a su anfitrión por toda la estancia cayó en cuenta de que estaba sola, que él se había retirado. Abandonó la habitación y se internó en aquella enorme casa en busca de Samael.

- ¿Dónde habrá ido? ¿Habré comido mucho y se molestó?- se preguntaba dándose a la búsqueda de su anfitrión.

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