Capítulo 8
Llorar por versos, sonreír por reflejos
22 de febrero
2:00pm
Linda tenía su pasado escrito en la piel. Estaba escrito en cicatrices que, cual crueles letras mal hechas, contaban una historia tan fea como su cara. Todo su cuerpo la humillaba pues no había centímetro de él que no portara alguna imperfección.
No había pedazo de su cuerpo que le hiciera olvidar su pasado.
El día que ocurrió el incendio que mató a sus padres no fue el peor día de su vida. En aquel entonces, ella tan solo era una niña de cinco años. Era poco, aunque aterrador, lo que recordaba de ese incidente. Los peores días de su vida fueron todos y cada uno de los que le siguieron a ese.
Pues cada día se enfrentaba a un demonio diferente.
Ya he dicho que su conciencia le gritaba al mundo. Solía escabullirse de sus pensamientos y, utilizando los ojos color miel de Linda como escape, salia de aquella mente deprimida hasta llegar al mundo exterior. La mayoría de los gritos que se escuchaban eran de terror, pues esa frágil conciencia luchaba contra criaturas tenebrosas día y noche; criaturas a las que popularmente se les conoce como autoestima baja y depresión.
Demonios que habitaban bajo una piel horrible.
Demonios que confundían a un alma hermosa.
En sus mejillas medio hundidas, Linda limpió las lágrimas que habían corrido desde sus ojos hasta su barbilla. Esa pobre chica, que ahora se refugiaba dentro de las cuatro paredes de una casa tan vacía como la soledad, había pasado por mucho. Debería contarte de la vez que abandonó los estudios y comenzó educación en casa, o de la vez que intentó huir a un circo por ser un fenómeno. Quizá así le tendrías lástima...
Pero yo no quiero que sientas eso por ella.
Así que te estoy contando de la vez en la que, a pesar de tener tantas luchas ocurriendo al mismo tiempo en su interior, ella lloraba por una razón completamente ajena a si misma. Esas lágrimas estaban ahí gracias a palabras, pero no las mal hechas que representaban a sus cicatrices. No.
Ella lloraba por unos versos hermosos:
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se visten...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
-es la higuera el más bello
de los árboles en el huerto.
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo, le cuente:
-hoy a mi me dijeron hermosa.
~Higuera, Juana Ibarboudou [1]
Y sus lágrimas no cesaban. Releía el poema una y otra vez para ser testigo de tal belleza más y más. De poder hacerlo, leería esos versos mil y dos veces para poder sentir esa sensación en su pecho eternamente porque aquel sentimiento, aquel soplo de aire fresco en un corazón que tenía tantas cicatrices como el exterior de su rostro, era lo más cercano a la hermosura que ella podía sentir.
Así que leía y se sentía hermosa. No bonita, como las chicas en revistas. No linda como su amiga Lilian, o Cloe, o Sanne, o Dalia o cualquier otra chica que conocía. Se sentía hermosa porque se adentraba tanto en esos versos que las letras mal hechas de una historia tan fea se intercalaban con las rimas y formaban arte.
— Si tan solo yo fuese esa higuera...— se dijo entre lágrimas.
Pero ella no era una higuera, era un poema sin rima que aun no conseguía versos propios con los cuales brillar por su cuenta. Era una historia a la que le faltaba un mejor desenlace. Era una Linda sin belleza propia...
Era arte sin emoción.
🌻
2:30pm
Gabe tenía unos músculos que igualaban el tamaño de su gran ego, pero no siempre fue así.
Te contaré una historia y te gustará, tu amas mis historias...
Érase una vez un Gabe flacucho, al cual le faltaba calcio en los huesos y fuerza no solo en su cuerpo, sino que tambien le hacia falta en su alma. Era un niño de diez años cuando su mejor y único amigo se mudó lejos de su ciudad natal y de él. Se quedó completamente solo...y vulnerable.
A ese pobre Gabe de hermosos ojos verdes sinceros lo cambiaron las burlas, los gritos, los empujones en los pasillos...el mundo lo cambió. Creció y se convirtió en un hombre soberbio y fuerte, incapaz de ser vulnerable.
Y sus ojos verdes...sus ojos verdes se mantuvieron igual de hermosos, pero no volvieron a ser tan sinceros.
¿Te gustó mi historia? Pues, a mi no. Supongo que es porque aún no tiene un final. Me suelen gustar los finales tristes, ¿sabes? Me recuerdan que la vida es capaz de robar felicidad...pero tambien me gustan los felices. Me hacen pensar que la vida en sí es algo hermoso, y solo eso es razón para sentir felicidad.
¿Qué clase de final tendrá Gabe? No lo sé, te lo diré cuando yo conozca el mío.
Su historia continuaba, muy lejos de encontrar un final. Subía aquella pesa sin cansarse, el enojo lo recorría incluso mas que la adrenalina en sus venas. No podía dejar de pensar en la "conversación" que compartió con Cloe Nicols esa mañana. No podía dejar de pensar en como lo había llamado...
— Narciso...— dijo entredientes cuando colocó la pesa en su punto mas alto —. Yo no soy ninguna jodida flor.
Nadie lo es, solo las flores lo son.
Bajó la pesa y, tras un respiro, la volvió a subir. Pensó en lo estúpida que le pareció Cloe, con su vestimenta de friki y su jueguito infantil. Esa chica debía venir de algún universo paralelo, en el que actuar como una niña a los veintitres años debía de estar bien. En el mundo real, o al menos en el de Gabe, no había espacio para una actitud como esa.
Crecer es madurar, y madurar es entrar en una zona mucho mas segura que cuando se es un adolescente infantil.
Luego, pensó en lo sencillo que fue para esa chica descifrarlo, o al menos al tipo de mujeres que solían gustarle. Ella acertó al decirle que debía buscarle a alguien interesante, madura y que no se andara con rodeos. Estuvo en lo correcto al decir que su tema favorito era el mismo...no lo iba a negar. Cloe descubrió mucho de Gabe con un simple juego y una historia de pez dorado.
Y eso estaba haciendo que él se sintiera vulnerable.
Apoyó la pesa en su lugar y se sentó para respirar un instante. Si Cloe era tan buena leyendo a las personas, ¿qué tanto podría averugüar de él? ¿Qué tanto indagaria la chica en su vida para resolver aquel supuesto problema de vigorexia?
Gabe Bacher fue débil pero se rehusaba a seguir siéndolo. Su teléfono móvil estaba sin bateria, como siempre. Así que caminó hacia el escritorio de la recepción del gimnacio que dirigía y buscó un nombre en el directorio. Agradeció que Don anotara el número de Cloe ahí en caso de alguna emergencia (¿qué emergencia? Buena pregunta, aunque no conozco la respuesta)y lo marcó en el teléfono fijo.
— ¿Hola? — escuchó la voz de la supuesta casamentera.
— Cloe, soy yo, Gabe Bacher — le dijo con el teléfono adherido en su oido —, acepto tu trato.
Gabe se encontró con sus hermosos ojos verdes en el largo espejo frente al escritorio. Él no era débil, no lo seria nunca mas. Por eso, pensaba controlar esa situación. Mantendría a Cloe alejada de sus asuntos personales, impediría que ella y otras personas descubrieran aquella terrible etapa de su vida en la que él era un niño sin fuerza y vulnerable.
Le sonrió a su reflejo ¿Acaso podía haber cosa mas perfecta que su propia imágen? No era vulnerable, y lo demostraría al sobrevivir a las locas sesiones de Cloe.
— ¡Eso es genial, narciso! —exclamó la chica —, sabia que el juego resultaría.
—No me llames narciso — le dijo el chico, rodando los ojos sin ser visto —, es ofensivo.
— ¿Por qué? — preguntó Cloe.
— Primero que nada, no soy una flor — dejó aquel punto claro —, y segundo, sé que lo dices porque crees que soy narcisista. Pues, eso no es verdad.
— Eres de mente muy cerrada, Gabe Bacher. Un narciso tiene muchos más significados que el narcisismo. Sus raíces esconden muchas cosas mas.
— ¿Qué cosas?
—Si te las digo, el proyecto seria aburrido ¿No lo crees?
Gabe rodó sus hermosos ojos una vez más. Aguantar a la amiga de Dalia seria una molestia, pero podría con ella. Los chicos fuertes pueden con todo, y Gabe era uno de ellos. Era invencible.
— Por cierto, Gabe — la voz de Cloe se escuchó una vez mas —, si eres narcisista. Es más, no me sorprendería que estuvieses viéndote a un espejo ahora mismo.
Gabe culminó con la llamada al instante, puesto que se encontró con la sonrisa de su propio reflejo apuntando directamente hacia él.
Desconozco el final de la historia de Gabe, pero puedes estar segura de que la llegada de Cloe cambiaría el rumbo de su vida de una u otra forma. Pero tranquila, él era fuerte.
Y los hombres fuertes pueden con todo, ¿no?
[1] Higuera: poema escrito por la poeta Uruguaya Julia Ibarboudou.
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