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Capítulo 53

Todos quieren golpear a Gabe
14 de agosto

4:00 pm

Cloe se tomó muy en serio el hecho de retomar el rumbo de su proyecto. Quería dejar de fallar, como especialista y como novia. Para eso, decidió tomar una medida que podía traerle problemas con Gabe, pero era necesaria. Con nerviosismo, mordió su labio inferior hasta el punto en el que dolió, y tamborileó con sus dedos sobre el escritorio del consultorio. No quería que los mosaicos verde oliva que tanto le gustaban la miraran con enojo, pero ya no había vuelta atrás.

—¿Todo bien, querida? —le preguntó la doctora Wallace, quien estaba al otro lado del escritorio con la doctora Ume Gatti. Ambas habían notado lo nerviosa que estaba la chica, era algo imposible de ignorar.

—Si, si, todo bien —aseguró ella, dejando de tamborilear con sus dedos para jugar con la punta de su falda, nerviosa —. No deben tardar en llegar. Sé que Dalia y Don estaban en camino y ellos traen a Gabe.

—Cariño, no hay prisa —le dijo la doctora Gatti, mostrando sus dientes con una sonrisa —. Tenemos todo el día, así que respira e intenta calmarte.

—Eso intento pero ustedes no conocen a Gabe. Quizá me odie después de esto.

—Lo dudo, solo lo haces por su bien —le respondió la doctora Ume—. ¿Quieres un dulce? Eso calma a los pacientes, podrías intentar con uno.

Ume buscó el frasco de dulces que el doctor que amablemente les había prestado su consultorio en el Hospital de Los Ángeles guardaba en su escritorio y se lo ofreció a Cloe. La castaña se negó de inmediato, no tenía apetito ni siquiera para un pequeño caramelo. Miró la puerta, ansiosa ¿Cuándo iban a llegar?

—Ver la puerta de esa forma no hará que lleguen más rápido, margarita —le dijo Margaret con delicadeza. Hacía años que no veía a Cloe tan ansiosa.

—Lo sé, lo sé —ella terminó por suspirar y volteó para encarar a las dos doctoras. Les sonrió —. Sé que ya les he dado las gracias, pero lo haré otra vez. Esto significa mucho para mi y en serio agradezco que se tomaran un tiempo para ayudarme.

Recibió dos sonrisas amplias por parte de las doctoras. Te confiezo que ellas dos están entre mis personajes favoritos en esta historia. Quizá se debe a que soy uno de los pocos que las conoce bien. Margaret Wallace y Ume Gatti no solo eran colegas de trabajo, sino que también eran grandes amigas. Las mejores.

Un pasado en hospitales las había unido, y un presente en consultorios las mantenía adheridas a un ayer que ambas tomaron como lección para continuar con sus vidas. Eran muy diferentes, tanto en físico como en personalidades. Margaret era una mujer baja, delgada, de cabello caoba, ojos de un color miel casi dorado y sonrisa exagerada. Cloe conocía muy bien a esa doctora y sabía lo excentrica, mandona y metafórica que esa mujer podía llegar a ser. Pero tenía un enorme corazón y un talento innato para curar almas destrozadas.

Aunque eso último lo sabía todo el mundo. El programa M.E.R se había convertido en uno de los programas de recuperación más famosos y efectivos en el mundo de la nutrición. Todo por una doctora que decidió honrrar a un amigo.

Por otro lado, Ume era una mujer alta, morena, de ojos azules muy claros y sin cabello. Tenía la misma edad que Maggie, cincuenta y cinco, y todos esos años le habían servido para aprender lecciones sobre una vida que decidió que ella debía ser una luchadora. A diferencia de su amiga, ella era mucho más sútil a la hora de tratar a sus pacientes. Era amable, alegre, dulce y su sonrisa era sinónimo de apoyo. Era hermosa, siempre lo fue.

Tenía la clase de belleza que solo he visto en las flores, con la diferencia de que Ume no se marchitaba cuando se acababa la primavera.

Ambas eran especialistas renombradas, así que Cloe no dudó en llamarlas cuando esta idea surgió en su cabeza. Estaba conciente de que Gabe todavía no creía que estaba enfermo, así que era hora de comprobar su vigorexia con un par de doctoras tan expertas como ellas dos. Confiaba en que lo lograrían. Después de todo, lo habían logrado con ella en algún momento.

Lo que le preocupaba era la reacción que tendría su narciso. Sabía que no sería buena...

—Cariño, sabes que no es problema ayudarte ¡Amamos hacerlo! —exclamó Ume, sonriente. Le había tomado mucho cariño a la castaña luego de años trabajando para el programa M.E.R como ayudante —. Además, Maggie, Jacob y yo debíamos venir a L.A. Estabamos de paso y no resultó difícil pedirle este consultorio a un amigo nuestro.

—¿Y qué vinieron a hacer en L.A? —preguntó Cloe, tratando de distraerse.

—Oh, vinimos a buscar a un amigo —le contó Maggie, con una sonrisa triste —. Mejor dicho, vinimos a ver si podíamos encontrar a un amigo aquí. Llevamos años buscándolo y parece que ninguna de las pistas que nos dejó nos indica el lugar correcto.

—¿Pistas? Parece una búsqueda del tesoro, no un reencuentro —soltó Cloe, con diversión —. Y por lo que veo, no tuvieron éxito esta vez.

—No, no lo tuvimos —Ume suspiró pero luego recobró su sonrisa —. Pero Jacob tuvo una idea brillante que capaz haga que él venga a nosotros, en lugar de que sea al revés. Tiene un buen plan que estoy segura de que funcionará.

Margaret hizo una mueca con su boca al escuchar aquello, cosa que llamó la atención de su mejor amiga.

—¿Por qué esa cara, Maggie? —preguntó Ume.

—Ume, ¿recuerdas que el plan de  Jacob cuando nos casamos era tener una familia pequeña? Dos hijos y un pez dorado, listo...pero terminamos con cinco hijos y un labrador.

》Como ese, Jacob Everton tiene una larga lista de planes que no han funcionado como debían. Sé que mi esposo hará algo maravilloso, pero no sé si llame la atención de quien buscamos.

—Pero que pesimista ¡Yo si confió en que Jacob lo logrará!

—Ya, pero no te hagas muchas ilusiones. Llevamos más de diez años búscandolo. Quizá lo mejor es rendirnos, Ume...

Cloe notó como los ojos de la doctora Gatti se cristalizaron al instante. Conocía esa mirada, era la misma que ella ponía cada vez que Gabe la ignoraba; era la mirada de alguien que estaba dolorosamente enamorada. Parpadeó para limpiar esa agua que esperaban salir de sus lagrimales y luego miró a su amiga.

—No me pienso rendir, Maggie —le dijo con suavidad.

—Lo sé, Ume —ella le sonrió con tristeza —. Lo sé.

De repente, Cloe tuvo la sensación de que ya había escuchado esa conversación antes...pero ella había estado en el lado de Ume, no como observadora. Se sintió mal por la doctora, y luego mal por sí misma. Que triste era intentar no rendirse en asuntos que parecían imposibles...

Pero la tristeza acabo cuando escuchó la puerta abrirse. Volteó y se encontró con los ojos verdes de Gabe. Descubrió entonces que era imposible no ilusionarse con asuntos como ese. Quizá ambas tendrían esa mirada para siempre; la mirada de dos personas dolorosamente enamoradas.

Y siento cierta lástima por ellas...

—¡Llegaron! —exclamó Cloe, aliviada de ver a Don y a Dalia junto a su narciso.

—Sí, sentimos la tardanza —dijo Don, apoyándose del marco de la puerta con dificultad —. Tuvimos, eh...digamos que problemas para llegar.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Margaret al ver como Dalia ayudó a Donovan a acercarse a una de las sillas. Él cojeaba y ponía muecas de dolor cada vez que daba un paso en falso. El pequeño recorrido hacia la silla fue una completa hazaña para él.

—Don siente incomodidad en la pierna y Dal...—no pudo completar la oración porque la pelirroja soltó un estruendoso estornudo que lo interrumpió —. Ella está resfriada, otra vez. 

Dalia estornudo de nuevo, lo que le sacó un suspiro de fastidio al narciso. Estaba irritado por toda esa situación y se lo hizo saber a su novia con una mirada.

—Ellos son los que necesitan una revisión médica, no yo —se cruzó de brazos. La sesión no había empezado y él ya estaba molesto. Eso no era un buen inicio y Cloe lo sabía. Ella tragó saliva y le dedicó una sonrisa.

—Sé que parece que es así, pero te digo por experiencia que, a veces, los que más necesitan una revisión son los que creen no necesitarla —le dijo ella, poniéndose de pie. Se puso frente a él y tomó sus manos con cariño —. Siento que todavía no estás convencido de tener vigorexia...

—Es que no la tengo —soltó él, convencido —. ¿Por qué les cuesta tanto entender que yo no estoy enfermo?

—¿Soy la única que siente que está viviendo un dejá vu? —preguntó la doctora Wallace, frunciendo el entrecejo. 

—Y no has visto nada, doctora —le dijo Dalia, antes de sentir el picor en la nariz que le indicó que estornudaría de nuevo.

Gabe suspiró y observó a Cloe. La quería, en serio lo hacía, pero le molestaba muchísimo que ella hiciera esa clase de cosas. Se suponía que, al tener una novia, tendría a alguien que quisiera incluso esas partes de él que el mundo no comprendía. Sin embargo, ella se negaba a ver toda la perfección que él veía en su reflejo. Era decepcionante, e irritante.

Tan irritante como la actitud infantil de la chica. A veces, le costaba aguantarla.

Cloe le devolvió el suspiro y decidió usar un arma que sabía que funcionaba con su narciso. Respiró hondo y frunció su labio inferior, provocando un puchero. Gabe soltó una maldición al ver ese gesto que era sinónimo de debilidad para él.

—Ah, no. No me vas a comprar con ese gesto —sentenció él, tratando de convencerla a ella y a sí mismo de eso —. No quiero hacer esto, Cloe. Y no se supone que tu me obligues a hacerlo. Eres mi novia, ¿no se supone que deberías estar de mi lado?

—¡Lo estoy! Pero entiendeme...—ella continuó con su puchero —. Me preocupas ¿No te preocuparias por mi si pasara por una situación similar?

—Por supuesto que no —soltó él, cruzandose de brazos —. ¿Por qué habría de preocuparme?

—Porque la quieres —le recordó Donovan.

Entonces, Gabe recordó la conversación que había tenido con Linda. Quizá Cloe si esperaba más de él, pero no podía dárselo. Intentó imaginar la situación, puso de su parte para crear un escenario en su mente en donde ella estuviera sufriendo, pero no pudo. Le estaba costando enfocarse en los sentimientos de los demás, pero eso debía ser una ventaja.

Mientras más le costaba valorar los sentimientos de los otros, más se dominaba los suyos propios.

—Aunque la quiero, no me preocuparía de la forma en la que ella lo hace —aseguró él —. Puedo comprender que ella se preocupe por mí. Es decir, ¿cómo podría dejar de pensar en alguien como yo? ¡Nadie podría!

》Si creo que está exagerando con esta situación porque si a mi no me preocupa, a nadie debería preocuparle. Asi que, respondiendo la pregunta de Don, yo jamás haría algo como esto por Cloe.

El puchero de Cloe se extinguió para convertirse en el gesto más triste y desamparado que alguna vez portaron sus labios ¿A él no le importaría verla enferma? ¿No sentiría ni una pizca de preocupación por ella? Ella llevó sus manos a su pecho, esperando comprobar que su corazón seguía latiendo. Era feo darse cuenta de que ella era quien estaba sintiendo más en esa relación, y doloroso saber que no era querida con la intensidad que deseaba.

Gabe le había dicho una vez que verla feliz lo hacía feliz. Pues, verla triste lo desanimó un poco, pero no lo suficiente como para retractarse de sus palabras. Él nunca le daría demasiada importancia a sentimientos que no eran los de él y el resto debía entenderlo. Después de todo, él era superior a todos ellos y, por lo tanto, debía ser el centro de atención ahí.

—He querido golpearte muchas veces, Gab—soltó Dalia, entrecerrando los ojos hacia Gabe. Notó lo mucho que el narciso había lastimado a Cloe con esas palabras y sí, quiso golpearlo —. Pero créeme que jamás lo había querido con tanta fuerza hasta ahora.

—Déjalo, Dali —le pidió Cloe, retomando su sonrisa. Por supuesto, esa curva en sus labios se vio fingida —. Esto es señal de que mi narciso y yo somos personas muy diferentes ¡Y está bien! Las mejores relaciones se basan en dos opuestos, ¿o no?

—Por supuesto que sí, loquita —le aseguró Gabe —. Y nos complementamos. Ella se preocupa por mí y yo también me preocupo por mi mismo. Así funcionan las cosas entre nosotros, ¡y va bien!

—Oh, Santo Cielo —soltó Dalia y, con rápidez buscó la mirada de su novio —. No me dejes golpearlo. Contrólame, o terminaré asesinando a tu mejor amigo.

—Tranquila, yo también estoy conteniendo las ganas de golpearlo ahora —aseguró Donovan, entredientes.

Gabe rodó los ojos y atrajó a Cloe hasta él. La rodeó por la cintura con su brazo y le sonrió, logrando que ella le devolviese el gesto ¿Ves? ¡Todo estaba bien entre ellos! Es más, para ellos dos, su relación era perfecta ¿Por qué los demás no lo veían?

Margaret buscó la mirada de Ume, quien observó a su amiga con la misma preocupación que resguardaba la primera en sus ojos miel. Cloe les había advertido que Gabe era un chico orgulloso, de un ego alto y obsesionado con la fuerza. No obstante, nunca imaginaron encontrarse con lo que tenían frente a ellas. Ambas comenzaron a sacar conclusiones individuales, y ninguna de ellas fue buena.

—Bien, ¿empezamos con la consulta? —preguntó Ume, intentando ignorar lo que había pensado.

—Sigo sin querer hacerlo —soltó Gabe, decidido —. No tengo vigorexia.

—Entonces, demuéstramelo —le rogó Cloe, aferrándose a su camisa con desesperación —. Ya lo dijiste, tiendo a cometer el error de preocuparme por ti.  Supongamos que tienes razón y estás sano. No voy a estar tranquila a menos de que ellas dos me lo digan. Necesito pruebas de que estás bien, narciso.

》Haz esto. Demuéstra que tu estás en lo correcto y yo estoy equivocada. Te prometo que, si resultas estar tan sano como dices, no volveré a molestarte más.

Ella decidió volver a utilizar su puchero para debilitarlo, en serio necesitaba que él se hiciera esas pruebas. Quería saber qué tan mal estaba, o si estaba mal en general. Sentía que debía proteger a su narciso, cada latido de su corazón le pedía que lo hiciera.

—Por favor, Gabe —le rogó.

Por más fuerte que fuera, sabía reconocer que el puchero de Cloe era su mayor debilidad. Ella se veía tan tierna que le resultaba imposible ignorarla, o contradecirla. Era un defecto suyo que no había conseguido dominar. Soltó un suspiro y terminó por ceder.

—Está bien, lo haré —terminó por decir —. Pero que conste que hago esto para demostrar que siempre tengo la razón.

¿Y por qué otra razón lo haría? ¿Por Cloe? Su corazón queria incluirla como una de las responsables, pero su mente se negaba a hacerlo, y como Gabe se guiaba por su mente narcisista, concluyó que sus sentimientos por Cloe no tenían nada que ver con sus decisiones.

De los dos, ella era la única que tomaba decisiones siguiendo sus sentimientos.

🌼

4:45 pm

Hacía mucho tiempo que Gabe no se sentía tan incómodo. En cuarenta y cinco minutos, las doctoras se encargaron de hacer exámenes y preguntas que no le agradaron para nada. Descubrió que la doctora Wallace era demasiado directa, lo hizo enfurecer con facilidad. Por otro lado, la doctora Ume era más sútil y no usó ni la mitad de las metáforas que usó la otra doctora para describir su salud, lo cual él agradeció.

No obstante, no le agradó ninguna de las dos.

Don y Dalia habían ido porque Cloe consideró que a Gabe le podría ayudar la presencia de sus delatores, pero no fue así. El narciso ignoró el apoyo de sus dos amigos. Fue seco y cortante cada vez que ellos le hablaron. Al final, los dos terminaron por rendirse. Era obvio que él nunca terminaría de entender todo lo que ellos lo querían y se preocupaban por él.

Por otro lado, mantuvo su conducta normal con Cloe. Mientras las doctoras medían sus músculos o cuestionaban su dieta, ella soltó bromas que sabía que lo harían reír. Él dejó escapar una que otra carcajada y recordó lo muy enamorado que esa castaña lo tenía. No obstante, el cariño que sentía no fue suficiente como para eliminar su lado narcisista. Todos notaron que, en ocasiones, le hablaba a su novia con cierta superioridad o la callaba cuando algo no le gustaba.

Y Cloe no hacía absolutamente nada para defenderse. Para ella, ese comportamiento era muy normal.

—Bien, terminamos —soltó Ume, una vez ella y Maggie terminaron de examinar y cuestionar al paciente.

—Genial —soltó Gabe, aliviado —. Ahora, ¿podrían decirle a estos tres que no tengo vigorexia?

—Pero es que sí la tienes —le dijo Margaret, como si fuera algo obvio —. Se te nota de lejos que tienes ese trastorno. Es más, incluso llegué a considerar decirle a Cloe que no era necesario atenderte. Con solo ver lo deforme que está tu musculatura, podría adivinar que eres vigoréxico.

Él miró a la doctora con una incredulidad que ninguno de los presentes había visto antes en su rostro ¿Entonces si estaba enfermo y Cloe tenía razón? Miró a su novia, quien le dedicó una mirada triste. Luego, ella tomó su mano y le sonrió en forma de apoyo. No pasaron ni dos segundos de eso cuando él la apartó ¡Era imposible que él estuviera enfermo! ¡Esas doctoras mentían!

—Sus observaciones están mal —él amenazó a la doctora Wallace, quien volvió a sentirse en medio de un deja vu —. ¡Yo no estoy enfermo! ¡No me siento enfermo!

—No lo veas como una enfermedad —le dijo Ume, intentando calmarlo —. Miralo más bien como un...pequeño y corregible error en tu conducta.

—¡¿Error?! ¡Yo no cometo errores!

—Amigo, intenta escuchar a las doctoras —le pidió Don, tratando de ser comprensivo con él —. Entiendo que te asusta saber que tienes vigorexia, pero ellas son expertas y...

—¡¿Expertas?! Donovan, el decir que estoy enfermo porque mis músculos son muy grandes no las hace expertas.

—Tienes razón. Son dos títulos en medicina lo que nos vuelve expertas, no tus músculos —soltó la doctora Wallace, demostrando que la modestia no era su punto fuerte —. Además, Ume y yo no sacamos las conclusiones por tus biceps. Cuando comenzaste a describir tus rutinas de ejercicio, tus dietas y costumbres, comprobaste tu solo que sí, eres vigorexico.

Lamentó al instante haberles contado todo eso a las doctoras ¡¿Cómo pudo contarles su vida así como así?! Luego, recordó que lo había hecho porque lo distrageron con un halago ¡Su propio narcisismo lo había traicionado! El amor a que lo adularan lo llevó a contar cada detalle de su rutina de entrenamiento.

Se cruzó de brazos con enojo y, de inmediato, sus tensos músculos hicieron un debút aterrador. Se veían tan grandes e intimidantes que daban miedo.

Gabe era aterrador, pero Cloe no podía ver eso. Ella tan solo vio a un hombre asustado que no sabía como controlar su miedo. Para él, enfermedad era otro de los muchos sinónimos que tenía la palabra "debilidad". Él estaba afrontado su mayor temor en ese momento y a ella le dolía verlo afectado.

Al menos, ya sabía que su narciso si era un vigorexico después de todo.

—Por suerte, tu caso es uno de los más leves que he visto —continuó Ume —. Te puedes mejorar muy pronto. Quizá con un poco de terapia y unos tratamientos pequeños, estés sano en menos de un año. Cloe podría ayudar, es muy buena en eso.

—Por supuesto que lo ayudaré —aseguró la castaña —. Para algo estoy aquí. Yo siempre te apoyaré, narciso.

—¡Pero no necesito ayuda! —exclamó él —. ¡Yo estoy bien! ¡Estoy mejor que todos ustedes!

Ume y Margaret volvieron a intercambiar miradas. Habían hecho eso muchas veces durante la consulta, como si escondieran algo a parte del diagnóstico que indicaba que Gabe era vigoréxico. Dalia lo había notado y, por experiencia, sabía que esas dos doctoras conocían algo que el resto no.

—Díganlo —les dijo Dalia, con su voz ronca y resfriada —. Dejen de mirarse entre ustedes y digan todo lo que falta.

—Pues...—Ume soltó un suspiro y observó a Cloe con cierta lástima. Eso confundió a la castaña, ¿por qué esa mirada? —. Sin duda, la vigorexia no es el mayor problema de tu narciso. Me sorprende que no lo hayas notado antes, Clo. Pero tienes frente a tus narices la razón por la que Gabe se obsesionó por ser fuerte.

—¿Qué? —preguntó, confundida —. Se obsesionó por ser vigorexico, ¿no? ¿Por qué otra razón podría ser? Él está obsesionado por ser fuerte porque de eso se trata la vigorexia.

—Si, pero algo lo llevó a eso —le dijo Maggie —. Margarita, sabes bien que los trastornos son como flores: estos tienen sus raíces. Pues, la raíz que generó la búsqueda de perfección a través de la fuerza que Gabe muestra es tan obvia que se la dices todos los días al llamarlo narciso.

—Hablen en español —les dijo Gabe, irritado —. Dejen de confundirnos y digan de una vez lo que creen, aunque seguro será una mentira.

—Cielos, ahora yo también quiero golpearlo —soltó la doctora Wallace.

Al parecer, todos querían golpear a Gabe ese día. Claro que nadie lo hizo porque, ¿quién en su sano juicio se metería con ese tanque de guerra?

—Cloe, cariño —Ume llamó su atención y le dedicó la mirada más comprensiva que pudo —. Gabe tiene un transtorno de personalidad.

—Ume, no bromeés —soltó la castaña, riendo —. Sé que a veces puede verse molesto, pero eso no es razón para decir que su personalidad está trastornada.

—No, eso no. Pero la superioridad que muestra, su insensibilidad ante los sentimientos y su necesidad para ser admirado, si que lo hacen —señaló Margaret, dirigiendo su mirada hacia Gabe —. Gabe, tienes un tipo de trastorno mental llamado transtorno de personalidad narcisista. Y es uno de los casos más graves que he visto, lo cual es mucho considerando que llevo años trabajando como psicologa y nutricionista.

》La gente que lo padece suele obsecionarse porque lo quieran y les cuesta tomar en cuenta los sentimientos de otros. Tienden a buscar la perfección en diversas áreas de sus vidas, la belleza o conseguir la pareja perfecta son solo unos ejemplos.

— Eso nos llevó a pensar a Maggie y a mí que, por tu trastorno de personalidad, comenzaste a buscar en ti la belleza perfecta y terminaste por enlazar el significado de "bello" con fuerte. Eso pudo darle pie a tu vigorexia, y juntos estos dos trastornos no son nada buenos.

Nadie, absolutamente nadie, fue capaz de soltar una reacción instantánea luego de esa revelación. Se habían preparado para escuchar que la conducta de Gabe tenía un ligero error, pero no para que les confirmaran que su personalidad era la que estaba completamente trastornada. Dalia y Don intercambiaron miradas de inmediato ¿Podría ser posible? ¿La mente de su amigo estaba tan dañada que había logrado afectar su personalidad?

El mismo Gabe quedó impresionado, pero tardó unos segundos en convencerse de que esas doctoras solo mentían ¡Su personalidad estaba bien! Volteó a ver a Cloe y, para sorpresa suya, ella estaba pálida. Su mirada estaba fija en el suelo y parecía estar confundida ante ese diagnóstico.

—¿Cloe? —preguntó él, no era normal verla así. 

—No puede ser verdad —aseguró ella, y levantó la vista para ver a las doctoras. Su voz se escuchaba quebrada, en realidad estaba muy sorprendida —. Gabe es narcisista, pero esa es una característica de su personalidad ¡No una razón para llamarlo enfermo mental!

—Clo, las preguntas que le hicimos indicaron que la sospecha que Maggie y yo tuvimos al escucharlo hablar contigo era cierta —le dijo Ume, con calma. Luego, observó a Gabe —. Escúcha, muy pocos de los que padecen este trastorno lo notan, así que es normal si te sientes confundido. Sin embargo, es necesario que busques ayuda.

—Sí, no te imaginas la cantidad de consecuencias que puede traer esto si no lo manejas bien —le contó Margaret —. Hay muchos que pueden vivir con el trastorno pero, si no lo tratas, podrías llegar a desarrollar depresión. La gente como tú se frustra mucho cuando algo le sale mal, o cuando no consiguen atención, y por lo general se hacen daño a sí mismos...o a los que quieren.

—Los grupos de ayuda funcionan —le recomendó Ume —, la terapia también. Podemos recomendarte algunos psiquiatras si quieres y...

— ¡No! —para sorpresa de todos, Cloe la interrumpió. Se levantó con brusquedad y miró a las doctoras, molesta —. Esto es un error ¡Él no hará eso porque su personalidad no está trastornada!

Cloe tenía el corazón en la garganta, no lograba entender las palabras que le había dicho la doctora. Fijó sus ojos en los de Gabe, en esos mosaicos que escondían toda la fragilidad detrás de tanta fuerza bruta, y recordó la razón por la que estaba tan enamorada de él. Había un hombre maravilloso detrás de esa coraza de titanio, y él no estaba trastornado.

El narcisismo era solo el escudo del hombre que queria, no una enfermedad; o al menos eso quería creer.

—No pueden llegar y decir que su mente está mal solo por unas preguntas —se quejó Cloe —. Yo lo conozco, sé que su personalidad no está mal ¡No está trastornado!

—Cloe —Dalia se levantó junto a su amiga y la tomó por el brazo. Hacía tiempo que no la veía tan alterada —. Cálmate, ¿si? Tú misma dijiste que Ume y Maggie son expertas. Sé que puede ser difícil de afrontar pero...

—¿De verdad crees que él tiene eso? —le preguntó Cloe, incrédula. Luego, observó a Don y comprobó que los dos creían que Gabe podía tener un trastorno mental —. Por favor, ¡pero que malos amigos son!

—¿Disculpa? —preguntó Don, sin saber porqué ella opinaba eso.

—Son dos de las personas más cercanas que tiene Gabe, ¡y aún así no lo defienden en esto! Acaban de decir que su amigo tiene una enfermedad mental que obviamente no tiene, ¡pero ustedes siguen sin estar de su lado!

—Lo único que queremos es que él tenga una vida mejor —dijo Dalia, cruzándose de brazos —. Quiero que mi amigo sea capaz de ser feliz sin hacer pesas, y que su relación no se base en peleas por su egoísmo. Amo a mi amigo tanto como te amo a ti, pero no se trata de estar de su lado.

—Se trata de entender qué está mal y ayudarlo a superarlo —dijo Don, completando la idea de su novia. Luego, miró a su amigo —. Gabe, eres como mi hermano. No me importa si tienes vigorexia, un trastorno de personalidad o una simple gripe, yo te voy a ver igual de cualquier forma.

》Solo te pido que dejes que nosotros lo comprendamos. Permite que las doctoras nos expliquen y así podremos acompañarte en el proceso de curarte. Somos familia y la familia se apoya sin importar qué.

Gabe observó la sonrisa de su amigo y eso le trajo recuerdos de cuando eran niños. Los momentos en los que Don fue su protector vinieron a su mente, al igual que todas esas tardes en las que crearon recuerdos que él no había apreciado hasta ese momento. Debió haberse sentido débil por revivir un instante en el que fue un niño que debía ser protegido. Sin embargo, no fue así. Sintió algo extraño, como una especie de calor en el pecho que lo hizo sonreír.

Sintió eso que nosotros llamamos gratitud.

Observó los ojos de Donovan y notó que su amigo no había cambiado ni un poco. Seguía siendo una persona excepcional, que se preocupaba tanto por los otros que a veces olvidaba cuidarse a sí mismo. Luego, miro a Dalia. Ella se puso tras Don y colocó una mano en su hombro. Después, le dedicó una hermosa sonrisa a Gabe, haciendole saber que ella también lo apoyaba.

Por unos minutos, sintió que ellos no lo protegían porque era débil, sino porque creían que merecía la pena hacerlo. Quizá, ellos lo amaban tanto como él se amaba a sí mismo y por eso lo apoyaban.

Sin embargo, recordó que debía ser fuerte cuando escuchó a Cloe gritarles.

—¡Tiene que ser una broma! —les reclamó la castaña —. Si lo apoyaran, no dejarían que le dijeran algo como esto ¡Si Gabe les importara tanto, sabrían que él no está trastornado!

—Cloe, ¿siquiera te estás escuchando? —preguntó Donovan —. ¿Cómo puedes decir que Gabe no nos importa?

—¡Es lo que parece! Actuán como los dos peores amigos que pueden existir.

—Claro, porque querer que se mejore me hace una terrible amiga —dijo Dalia, rodando los ojos —. Sabes, por años he visto como la amistad del hombre que amo y su mejor amigo se basa en la necesidad de Gabe por ser aclamado. Son contadas las veces en las que lo he visto preocuparse por Don, y más contadas aún las veces que lo he visto preocuparse por ti.

》Quiero que él sea más que eso, quiero que mi amigo se de cuenta de que puede amar a los demás como se ama a sí mismo ¡Lo quiero ver sano! ¡Por eso te pedi que lo ayudaras en primer lugar! Si Gabe no me importara, ustedes nunca se habrían conocido.

—Bueno, basta —Gabe se puso de pie y detuvo toda esa pelea —. Están hablando como si yo no estuviera aquí, y es molesto.

Luego, pasó su vista por las doctoras.

—Es obvio que ustedes se confundieron y que estoy bien —aseguró Gabe y luego miró a su rubio amigo —. Lo siento, Don, pero tu también estás equivocado. No quiero su apoyo, ni su comprensión ¡Quiero que entiendan que estoy perfectamente bien! Me amo, me gusto así ¡¿Por qué creen que eso es estar trastornado?! ¡¿Acaso me creen loco?!

— Estan en un error —soltó Cloe, entrelazando su brazo con el de su novio. Lo observó con arrepentimiento y le dió un beso corto en su mejilla —. Siento haberte traido, es obvio que me equivoqué.

》Te conozco y sé que tu mente no está mal. Quizá si exageras con el ejercicio, quizá si esté mal que creas que la fuerza es perfección, pero eso no significa que tu personalidad está trastornada. Ahora, vamonos. Prometo no volver a cometer el error de traerte a un lugar así otra vez, narciso.

Gabe la observó y se dió cuenta de que había encontrado en ella justo lo que había buscado en una novia. Ella lo quería incluso cuando el resto creía que estaba mal, y era fuerte en esos momentos en los que a él se olvidaba de serlo. Miró a Cloe, a esos ojos profundos como el mar, a esa sonrisa tan cautivadora, y se sintió afortunado de quererla. Juntos, eran la pareja perfecta.

Sin embargo, su corazón no estaba latiendo a la rápidez que acostumbraba cuando tenía a Cloe cerca. Algo se sentía diferente, incorrecto. Claro que no se detuvo a pensarlo pues ella lo empujó hacia la puerta.

—Chicos...—Dalia intentó detenerlos, pero fue muy tarde. Cloe cerró la puerta de un portazo al salir, logrando que su amiga pelirroja soltara un suspiro —. Esto está mal.

—Muy mal —concordó Don —. Es como si Cloe no pudiera ver lo que está ocurriendo. Como si se hubiera convencido de que Gabe es...perfecto.

—Es lo que ocurre a veces cuando uno se enamora con mucha fuerza —soltó Ume, suspirando —. Nos negamos a ver lo que está mal en la persona que queremos.

Dalia llevó una mano a su dije de margarita y lo apretó con fuerza entre sus dedos. Hacía años que no veía a Cloe tan perdida con respecto a la definición de "perfección". Solo entonces, pensó en que no había visto a su mejor amiga usar sus camisas de videojuegos en mucho tiempo, ni saltar los pasos peatonales en muchas semanas. Reconocía a esa chica que recién había salido del consultorio, pero no era la margarita que tanto queria.

—Esa no se parece a mi mejor amiga —pensó en voz alta y le dolió reconocerlo —. La Cloe que amo no se conforma con un mundo en el que la perfección está distorcionada ¡Mi mejor amiga es de las que luchan por cambiar lo que está mal!

Volteó a observar a Donovan, él le devolvió la preocupación en su mirada.

—Ella no va a ayudar a Gabe —terminó por decir.

Se sintió como un golpe bajo para ambos no solo porque habían puesto toda su fe en ella, sino porque era preocupante saber que Cloe estaba dispuesta a abandonar todos sus principios solo para comprobar que el chico que quería no estaba tan enfermo como decían. Dalia tuvo razón: esa no era la margarita que había crecido con la esperanza de poder mejorar el mundo que alguna vez la dañó.

Solo era una chica demasiado obsesionada con el poco cariño que un narciso solía mostrar.

¿Y la vas a culpar? Solo imagina lo horrible que debe sentirse saber que comienzas a amar a alguien cuya mente no está bien. Ume observó la puerta por donde Cloe se había marchado. Ella comprendía bastante bien a la margarita, pues alguna vez amó a alguien cuyo pensar transtornado la lastimó muchísimo.

Y, de nuevo, siento cierta lástima por ellas dos...

Ay me duele tanto ver a estos personajes sufrir😪 Siento que Cloe ahora tiene un caos mental porque se niega a admitir que ama a un narciso ¿Qué opinan ustedes?

Quiero volverles a agradecer por todo el apoyo que me estan dando a mi y a mis historias❤ Gracias por ser tan buenos lectores, espero que historias como narciso compensen lo buenos que son conmigo.

Chaíto, se les quiere❤

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