Capítulo 50 (Parte 2)
Hablando de querer (Parte 2)
9 de agosto
4:00am
Si te voy a hablar de querer entonces más vale que te hable de ellos dos. Se querían, lo hacían de todo corazón, pero a veces sentían que la presión externa arruinaba todo ese amor que sentían entre ellos. Las opiniones de otros añadían tensión entre ese "querer" exhausto de crecer entre exigencias ¿Cómo sobrevivía el cariño en un ambiente tan complicado?
Esa pregunta no dejaba de rebotar en la mente de Donovan aquella madrugada. Luego de la cena en el hogar de Linda y Sanne, Dalia y Don volvieron a casa para encontrarse con una sorpresa. La señora Bacher se había tomado la molestia de ir hasta la casa de su sobrino para entregarle unos postres que, con esmero y cariño le preparó a él y a su novia. Pasó un tiempo con ellos y ninguno de los dos puso objeciones por una sencilla razón: Sabían que Amaia Bacher preparaba esos dulces y pasaba tiempo con ellos porque era algo que no podía hacer con su hijo. Gabe la alejaba, así que Dali y Donovan no consideraron echarla por miedo a herir los sentimientos de una mujer que ya tenía mucho razones para sufrir. Aguantaron largas horas de charla con ella, cosa que los dos disfrutaron. Claro que eso acabó en el instante en el que una pregunta importante salió de los labios de la madre del narciso, una vez más:
"¿Y todavía no saben cuando se van a casar?"
Ahí, todo se tornó incómodo. Dalia no pudo ver a Don y él no pudo verla a ella. Se quedaron callados, sintiendo la tensión apoderarse de cada rincón en la casa. Pasadas las 10:00pm Amaia se marchó y dejó a la pareja sola, pero la incomodidad continuó a pesar de la ausencia de la madre de Gabe.
Se fueron a dormir sin dirigirse ni una sola palabra y desde ese momento él había estado dando vueltas en la cama, preguntándose si aquel amor que Dali sentía hacía él podía estar extinguiéndose por la presión que ejercían otras personas en su relación ¿Y si ella se estaba cansando de toda esa tensión que cada vez se hacía más frecuente? ¿Y si decidía que no quería aguantar más?
Dalia fue muy dependiente en algún momento de su vida. Dependiente de sus padres, de su hermano, de sus amigas...Pero en la actualidad era una mujer muy distinta. Estaba enamorada de cada decisión que había tomado, de cada error que había cometido, de cada momento vivido. Después de todo eran suyos, y con eso era suficiente. Don amaba eso de ella, pero sabía que la independencia de Dalia no era suficiente como para competir con la presión que estaba ejerciendo Amaia ¿Por qué su tía estaba tan existente con respecto a ese tema? ¿Por qué tanto apuro? Él no lo sabía, no tenía idea, solo sabía que su relación se estaba viendo perjudicada por eso.
Dió otra vuelta en la cama, y otra...Y otra más. Al final, optó por sentarse y observar el reloj digital en la mesa de noche. 4 am y todavía le resultaba imposible dormir. Había notado que Dalia se había levantado de la cama veinte minutos atrás, ella tampoco conseguía dormir. Decidió estirar su mano para tomar el par de muletas que usaba cuando no se colocaba su prótesis y las utilizó para ponerse de pie. Sin vacilar, salió de la habitación en busca de la pelirroja. La encontró en la cocina, con un plato hondo en sus manos y una cuchara en su boca. Al notarlo, ella retiró el cubierto de su boca y le sonrió levemente.
—Hola —lo saludó, al tiempo en el que él usaba las muletas para ir hacia ella.
—Hola —él le devolvió la sonrisa antes de sentarse en una de las sillas cercanas a la isla en el medio de la habitación. Todavía se sentía la incomodidad en el ambiente, pero él decidió ignorarla para fijarse en ella —. ¿Qué comes?
—Yogurt con cereal —Dalia apoyó su aperitivo en la isla y continuó comiendo.
—¿Yogurt? Pero si tu odias el yogurt.
—Suelo odiarlo, pero hoy me provocó. Extraño, ¿no?
Ella volvió a introducir el cubierto lleno de yogurt en su boca y evitó su mirada. No era secreto para él que hubo un momento en el que Dalia controlaba su estrés a través de la comida. Se tragaba sus problemas junto a un montón de calorías más, esperando así que todo se solucionara. Aprendió por las malas que ese método no funcionaba, descubrió que comer no era la cura para sus inseguridades. Ella lo había superado, pero pequeñas sombras del pasado a veces se mezclan con las luces del presente.
¿Acaso estaría devorando ese yogurt por culpa de la visita de Amaia? Si bien Don no estaba seguro, decidió dar eso por hecho. Suspiró al pensar en el daño que toda esa presión le estaba haciendo a la mujer que amaba.
Tomó su mano y la obligó a soltar la cuchara. La observó con detenimiento, cada detalle de su novia lo analizó en fracciones de segundos. Estaba usando un pijama corto que dejaba ver un par de piernas largas y brazos con estrías. Su cabello, rojo cual fuego, estaba atado en una coleta que le permitía a su rostro estar libre de mechones rebeldes queriendo cubrirlo. Sus ojos verdes cual esmeraldas estaban fijos en los de él, aguardando que hablara, y sus pecas estaban tan abundantes como siempre. De inmediato, Don recordó lo afortunado que era al tener toda una vida para contar cada pequeño punto en esa piel de porcelana.
Uno, dos, tres...Y ella le sonrió con sus labios color melocotón.
Cuatro, cinco, seis...Y él la tomó de la mano con un cariño que ni la presión de opiniones ajenas podría arruinar.
Siete, ocho, nueve...Ella se acercó hasta él y enredó sus dedos en el largo cabello rubio del chico.
Diez, once, doce...Él dejó de contar entonces; prefirió enfocarse en solucionar esa preocupación que estaba volviendo loca a la portadora de esas doce y otras tantas pecas porque él se rehusaba a perderla.
No terminaría su cuenta porque sabía que ese no era el final. Todavía tenía mucho tiempo para deleitarse con ese rostro tan bonito.
—Dali, se sincera —le pidió —. ¿Eres feliz conmigo?
—¡Por supuesto que lo soy! —ella ni siquiera lo dudo, lo que llenó de alegría al hombre frente a ella. Sin embargo, Dalia terminó por morder su labio y lo miró con tristeza —. Es solo que...
—Que...—él la animo a hablar acercándola un poco más a él.
Ella suspiró e intentó organizar sus ideas. No quería que él malinterpretara lo que le iba a decir.
—Donny, yo me quiero casar contigo —le aseguró ella, sonriendo —, y quiero todo eso que me has dicho sobre vivir un futuro juntos. Contigo quiero absolutamente todo, pero a nuestro ritmo, ¿entiendes?
》 No me siento cómoda con Amaia o con el resto de tu familia insistiendo para que nos casemos ¡Ellos no deberían decidir! ¡Somos nosotros quienes tomamos esa decisión! Lo siento, los aprecio, pero es nuestra vida, nuestra historia, no la de ellos. Y, aunque ahora lo estamos ignorando, tengo miedo a que los dos terminemos por sucumbir a sus peticiones. Ya lo hicimos una vez, podría pasar una segunda...
—Sabía que no te habías mudado por gusto a L.A —él suspiró. Lo sabía, pero nunca la había escuchado decirlo en voz alta. No te mentiré, le dolió.
—No, no lo hice. A pesar de eso, me alegra haber venido—ella tomó sus mejillas y levantó su mirada —. Nos va excelente, amo este lugar y adoro tu compañía, pero yo no estaba lista en el momento. Supe adaptarme sobre la marcha y ahora no me imagino viviendo en otro lado. Aún así, no te puedo mentir. Dudé antes de empacar mi vida y compartirla contigo.
—Y no quieres que vuelva a ocurrir. Tienes miedo de llegar al altar y creer que la decisión es de alguien más, no tuya.
Dalia asintió levemente con la cabeza. Buscó con desesperación los ojos de Donovan, no quería que él se sintiera mal por sus palabras. El hecho de que no quiso mudarse en un principio no significaba que no lo amaba, pero se podía malinterpretar. Por suerte, lo único que consiguió en esa mirada marrón fue comprensión.
—Lo entiendo, me pasa lo mismo. Me da miedo que comiencen a tomar decisiones que podrían aumentar esta presión entre nosotros hasta separarnos —le confesó él, rodeando la cadera de ella con sus brazos y cortando la distancia entre ellos. Miró hacia arriba para hablar con ella y le dió una sonrisa ladeada. No quería perderla —. ¿Has notado cómo me ve mi familia? Para ellos soy como...un héroe que venció a la muerte.
—Si, todos te ven así —ella soltó una pequeña mueca. Sabía que él odiaba esas miradas —. Todos, menos Gabe ¿Por eso lo aprecias tanto, no?
—Sí, él no ha cambiado su forma de verme con los años. Esa mirada es la razón por la que lo aprecio y tú también la tienes, creo que es una de las razones por las que te amo tanto. No niego que el cáncer es jodido, pero hay miles de cosas jodidas en este mundo, incluso más que una enfermedad. Sobrevivir no me hace un héroe, solo me convierte en un suertudo que se convence a sí mismo de que todo va a salir bien porque le aterra que la suerte se acabe en algún momento. Mi familia no ve eso, solo se quedan con la versión de mí que fue fuerte y, aunque sigue existiendo, también hay debilidad en mí como en todo ser humano; soy normal.
》 Tu no me ves como ellos, no me ves como el héroe que venció al cáncer, o como al hombre que se puede parar a pesar de que no tiene su pierna izquierda. No. Tu me ves como Don, el ser humano. Me ves con esos ojitos esmeralda y me dices que soy especial, pero no por haber hecho algo increíble. Para ti soy especial por ser quien soy y por eso te amo con la intensidad que te he demostrado. Significas mucho para mi, por eso no voy a permitir que esto se arruine porque alguien más nos está obligando a ir a un ritmo que no es el nuestro.
—Ay, Donny —ella se aferró a su cuello y lo abrazó con todo el amor que sentía.
—Esperaré el tiempo que haga falta, Dali. Solo no te quiero perder.
—Podría casarme contigo mañana, o en diez años. No se trata de ir rápido o ir lento, se trata de que quiero que nuestra vida sea una decisión nuestra y no un intento de Ama por cumplir ese papel que Gabe no le permite tener porque él se niega a amar a alguien a parte de sí mismo.
Al escucharse a sí misma, se cubrió la boca con la mano y se separó lo suficiente de Don como para que él notara el arrepentimiento en sus ojos.
—¡Lo siento, lo siento! —exclamó, apenada —. Eso sonó tan cruel. Yo aprecio a Ama pero...
—No te disculpes, tienes razón —la interrumpió él —. Mi tía siempre soñó con que su hijo viviera una historia de amor como la de ella y mi tío Fred vivieron. Como su relación con Gabe se arruinó, supongo que ahora pretende acompañarnos a nosotros en esta experiencia.
Él suspiró y pasó una mano por su rostro por la frustración. No sabía que tanto serían capaces de aguantar Dalia y él ante la presión de la señora Bacher. No eran héroes, eran seres humanos que podían sucumbir fácilmente ante opiniones que no eran las suyas ¿Cuanto podrían soportar antes de que aquel ritmo con el que esperaban llevar su relación cambiara por situaciones ajenas a ellos?
De lo único que estaban claros en ese momento era que querían seguir juntos por un largo tiempo; y esa decisión era suya, solo suya y de nadie más.
Entonces, Donovan tuvo una idea. Observó unos papeles que estaban en la isla de la cocina, documentos del gimnasio que había traído a casa la noche anterior. Sonriendo, los tomó y arrebató el sujetapapeles que los mantenían juntos. En el instante en el que lo vió deformando aquel pequeño pedazo de alambre, Dalia solo pudo fruncir el entrecejo ¿Pero qué estaba haciendo?
—Esa cara me dice que tienes una idea —le dijo ella —, pero el sujetapapeles me confunde ¿Qué tramas, Donny?
—Te diré lo que estoy tramando —habló él, siguiendo con su manualidad —. Tengo toda una vida para casarme con la mujer que amo. Me quedan muchos años, demasiados días, e incontables horas para formar una familia contigo. No voy a dejar que alguien tome la decisión por mi, así que lo haremos nosotros justo ahora.
—¿Ahora?
Don sonrió cuando logró hacer un circulo con el sujetapapeles, a ella le costó unos cuantos segundos darse cuenta de que era un anillo bastante rudimentario. Lo miró con tanta sorpresa que olvidó cómo respirar con normalidad. Él tomó su mano con delicadeza y le sonrió para darle calma.
—¿Un anillo? —ella tragó saliva tras hacer la pregunta —. Donovan Cooper, no me digas que me vas a pedir...
—No, no, esto es diferente. Justo lo que tú y yo necesitamos —él no le dejó terminar. Con sus palabras y su sonrisa le dijo que no le estaba pidiendo matrimonio. El hombre con una sola pierna dió un paso más allá —. Considera esto una promesa. Dalia, con este...sujetapapeles, prometo hacerte mi esposa en algún momento. Puede ser mañana, o en diez años ¡Cuando tu quieras, cariño!
》Esto solo servirá como una prueba de que es nuestra elección. Si tengo toda una vida para amarte, para contar esas pecas que tanto me gustan, entonces te prometo que en algún momento te daré mi apellido, pero solo cuando lo sintamos correcto.
Dalia observó el anillo hecho de alambre como si fuese el objeto más importante en el universo. No era una joya preciosa, ni siquiera se veía muy bonito. No obstante, simbolizaba todo lo que ella quería junto con Don.
Quería estar con él toda la vida, tener una familia, compartir la existencia sin sentir que alguien más los obligaba a hacerlo. Esa promesa de Donovan era sinónimo de un futuro en el que cada decisión sería su elección. Entonces, esos ojos esmeralda que tanto le gustaban a él se llenaron de lágrimas de alergia porque se dieron cuenta de que cada día después de ese se encontrarían con otro par de ojos marrones de los que estaba enamorada.
—Dios, Donovan —soltó una pequeña carcajada y limpió una lágrima que caía por su mejilla —. Justo cuando creí que no podía estar más enamorada de ti, vienes y haces esto. Tienes el don de reemplazar mis nervios con sentimientos tan bonitos...
— Me alegra poder hacerlo —sin eliminar la sonrisa en su rostro, él limpió otra lágrima en las mejillas repletas de pecas de su novia —. ¿Recuerdas que te dije que preguntando las cosas correctas podías eliminar tus preocupaciones?
—Si, me dijiste eso hace unos meses.
—Pues, te tengo una pregunta que capaz sirva para terminar de eliminar cada pequeña preocupación que te queda.
—Por favor, hazla.
—Dalia, ¿te gustaría ser mi esposa...en algún momento?
Ella sonrió entre lágrimas y, sin palabras para responder, asintió con la cabeza. Por supuesto que quería serlo. Sintiendo como su corazón latía con tanta fuerza que podría desgarrar su pecho si se lo proponía, Don deslizó aquel alambre mal doblado en el dedo anular de su novia y tomó sus mejillas con cariño.
Así se ve el "querer" cuando no es forzado, y se siente de la forma en la que ellos dos se sintieron al enlazar sus labios en un beso sin más preocupaciones que esperar a que la vida fuese lo suficientemente larga como para aprovechar cada instante de ese sentimiento. Esta es la parte más bonita del sentimiento más contradictorio del universo. Pero si te voy a hablar de querer, te tengo que hablar de la parte dolorosa también.
Para eso, debo hablarte de una pareja muy distinta a esta...
🌼
6:00 am
Cloe despertó y lo primero que vió fue su propio reflejo. Observó sus ojos azules que poco a poco se acostumbraban a la luz del día, su cabello castaño que estaba igual de desordenado que cada mañana y sus labios carnosos que se separaron en un gran bostezo. Le costó unos segundos recordar que estaba en el apartamento de Gabe, y unos cuantos segundos más darse cuenta de lo mucho que odiaba ese espejo frente a ella.
Gabe estaba a su lado, durmiendo plácidamente y luciendo más inofensivo que nunca. Ella sonrió al observarlo, era encantadora la forma en la que los rayos del sol que se filtraban por la ventana iluminaban parte de su rostro y sus músculos de gran tamaño. Volvió su vista al espejo y entrecerró sus ojos, como si este fuese su rival más grande.
Ahora, solo debía asegurarse de ser lo primero que Gabe vería al despertar; no ese jodido cristal que encerraba su reflejo.
Tomando muy en serio su misión, comenzó a dejar besos lentos en el rostro de Gabe. Beso tras beso, el narciso comenzó a despertar. Sin abrir los ojos, soltó una especie de quejido que terminó por convertirse en una sonrisa adormilada. Ella posó sus labios sobre los de él y le enseñó que había mejores formas de despertar que a la que estaba acostumbrada. Solo cuando se separaron, aquel verde oliva se hizo presente en la escena y se fijó en aquella mirada azul recién levantada. Cloe sonrió, fue lo primero que él vió.
Punto para la margarita.
—Buenos días, loquita —él se estiró en la cama y pasó un brazo por debajo de los hombros de la chica, atrayéndola a él —. ¿Qué hora es?
—Seis de la mañana —respondió ella, con la mirada fija en el perfil del narciso.
—Joder, pero que temprano —soltó él, bostezando —. Que conste que no me quejo de la forma en que me despertaste, ¿pero no podías esperar un poco más?
—Debo ayudar a Lilian en el trabajo y quería verte despertar antes de irme. Era mi forma de asegurarme que todo esto que esta pasando entre tú y yo es real y no solo un sueño.
—Cloe, créeme cuando te digo que esto se esta volviendo más real a cada segundo.
—Tan real que parece un sueño, narciso.
Cloe sonrió ante el segundo bostezo que soltó Gabe. Estaba en ese momento de la realidad en el que los sentimientos son tan fuertes que te ilusionan, haciéndote creer que cada segundo es un parte de un sueño del que no quieres despertar. Y creéme, ella no quería despertar de ese instante.
La noche anterior había llegado llorando a los brazos de sus amigas porque la habían dejado plantada, pero se propuso cambiar el rumbo de la historia. Secó sus lágrimas, se vistió diferente y llegó al apartamento de su narciso dispuesta a distraerlo de todos sus pensamientos egoístas. Ahora, quería creer que su realidad se basaría en momentos como los que vivió esa noche, o como los que estaba viviendo esa mañana. Era tan bonito que parecía un sueño hecho realidad...
Pero la cruel verdad salió a la luz cuando Gabe se sentó en la cama y observó el espejo. Ahí, Cloe recordó que no vivía en un sueño.
Los ojos de Gabe viajaron a su propio reflejo y se perdió por completo. Olvidó que tenía a Cloe a su lado, e incluso cuando el reflejo de ella se sentó al lado del suyo no le prestó atención. Él solo observó sus músculos y se sintió disgustado ante lo que vió.
Él era perfecto, lo más perfecto de la habitación, pero podía ser más fuerte. Veía sus bíceps y no le parecían tan gruesos, sus pectorales no eran lo suficientemente grandes, sus abdominales no estaban tan marcados como le gustarían. Necesitaba más perfección.
¿Acaso no se daba cuenta que su perfección ocupaba casi todo el espacio en la cama? Cloe a duras penas consiguió espacio en el colchón para dormir en la noche. No le molestó acurrucarse junto a él, aunque soltó a Jeff el oso de peluche y lo dejó en algún lugar de la habitación junto con la ropa que le habían prestado. En fin, su problema ahora no era caber en la cama. Su dilema era que él estaba pasando mucho más tiempo observando el espejo del que la observó a ella al despertar.
De nuevo, le estaba ganando un jodido cristal.
—Tengo un tiempo antes de irme —le dijo ella, apresurándose a interponerse entre él y el espejo —. ¿Te preparo el desayuno?
—Tu no sabes cocinar...pero supongo que puedo dejarte intentar —dijo él, antes de que ella dejara un beso corto en sus labios.
Luego, tomó sus manos y lo arrastró hasta la pequeña cocina del apartamento. Ahí no podría ver el espejo y, como ya no tenía un reflejo en el cual fijarse, la observó a ella. Sonrió ante el hecho de que una de sus camisas le servía a ella como un vestido que llegaba hasta sus rodillas ¿Se daba cuenta de lo hermosa que se veía? Porque sin duda, se veía bellísima sin la necesidad de intentarlo. Ella reía mientras preparaba el desayuno y él se quedaba atontado ante tanta emoción atrapada en una persona. La tenía frente a él y aún no podía creer que alguien así lo estaba volviendo tan loco.
Quizá esa locura era la razón por la cual sus músculos estaban tan pequeños últimamente. La belleza de Cloe lo distraía de la suya propia y de su principal objetivo: ser fuerte. No obstante, no estaba dispuesto a alejar la mirada de aquella castaña que bailaba con esmero mientras preparaba un par de huevos revueltos. No alejaría a Clo de su vida, pero le daría más importancia a sí mismo que a ella.
Así debía ser, porque para ser fuerte, él debía ser su más grande prioridad.
—Clo, ¿podrías dejar la cocina? —le preguntó él, con una sonrisa divertida —. Estás haciendo un desastre.
—¡Claro que no! —exclamó ella —. ¡Es un muy buen desayuno! Mira, aquí tienes.
Ella le extendió un plato de "huevos revueltos" que lucían más como piedritas de carbón. Gabe ni siquiera disimuló la mueca de asco que se apoderó de su rostro al ver el plato, lo que provocó un bufido por parte de Cloe.
—Ese gestito de disgusto podrías habértelo ahorrado, narciso —dijo ella tras rodar los ojos —. ¡Vamos! ¡Está bien! Cómelo y ya.
—¿Comerlo? ¿Acaso planeas matarme? —preguntó él, con espanto —. Y yo que creí que me querías...
—Si te quiero.
—Entonces no me obligarás a tragarme esto, ¿o sí?
—Si me quieres, te lo comes.
—Me quiero más a mi mismo y prefiero no morir. Así que, con permiso loquita, pero yo prepararé el desayuno para los dos.
Él la apartó de la cocina tras dejar un beso en su frente. Tomó los dos platos y hecho a la basura ese intento de desayuno fallido. Las piernas le temblaron cuando Cloe utilizó su puchero para detenerlo. Ahí, Gabe bajó la guardia y perdió el control de sí mismo de nuevo. Su corazón se instaló en su garganta y comenzó a latir con tanta rapidez que le sirvió como advertencia para saber que con ella no valía la pena buscar cordura; nunca encontraría algo opuesto a locura estando a su lado.
Lo cierto es que, con ese gesto que a Cloe le quedaba tan bien, él solo sintió ganas de olvidarse del desayuno y comérsela a besos, e iba a hacerlo pero ella volteó su rostro antes de que él pudiera posar sus labios sobre los de ella.
—Como no comes mi comida, no te beso —soltó ella, con autoridad fingida —. Así de simple.
—Pero que cruel eres —habló él, entrecerrando los ojos en dirección a ella. Cloe sonrió victoriosa y se alejó de él hasta sentarse sobre la isla de la cocina. Entonces, se detuvo a observar todas las cosas que Gabe tenía desordenadas sobre esta.
Un frasco rojo llamó su atención. Lo tomó con una mano y lo sacudió para comprobar que lo que había dentro eran pastillas. Luego, notó que había otro frasco color amarillo, y otro azul, y otro verde...¿Cuántos frascos de pastillas tenía Gabe?
—Anadrol —leyó Cloe en voz alta. Era lo que decía el frasco amarillo. Tomó los otros y continuó leyendo —. Anavar, Dianabol, Maxilbolin... Gabe, ¿me puedes explicar qué es esto?
—¿Qué? ¿Esas pastillas? —él no le dió mucha importancia a eso. Solo se encogió de hombros y continuó buscando cosas para el desayuno —. Son solo proteínas, loquita. Me ayudan a entrenar.
—Proteínas, claro —Cloe soltó el frasco con rudeza y se cruzó de brazos al observarlo. De repente, estaba molesta —. Anadrol es el nombre comercial de la oximetalona, Anavar el de la oxandrolona, dianabol el de la metandrostenolona y, aunque no recuerdo qué era Maxilbolin estoy segura de que debe ser lo mismo que las otras ¡Son esteroides! ¡Tienes una jodida farmacia de esteroides en tu cocina y aún así me lo niegas!
Gabe abrió los ojos con sorpresa, jamás había visto a Cloe tan molesta y eso que él era experto en hacerla enojar. Ella se puso de pie y lo encaró a pesar de ser mucho más baja que él ¿Todo eso por unas pastillas?
—No son esteroides, son proteínas —le aseguró él —. Ya deja de exagerar.
—¿Por quién me tomas? ¿Una estúpida? ¡Estudié nutrición, Gabe! ¡Me sé los nombres de estos esteroides incluso mejor de lo que tú te sabes tu nombre propio! —le reclamó —. Y te aseguro que sé mejor que tú lo dañino que puede ser tomar todo esto.
—Una pequeña pastilla jamás le haría daño a alguien de mi tamaño.
—¡Son drogas, tarado! No importa tu tamaño, podrías medir lo mismo que un rascacielos y aún así te volverías adicto con la cantidad que tienes aquí ¡Y seguro tienes más frascos escondidos!
—Dios, Cloe, estas montando un show por nada.
—¿Por nada? ¡¿Por nada?! ¡Hacerte daño a ti mismo no es nada! Mierda, Gabe, reacciona ¿Si quiera sabes lo que te hacen estas cosas? No solo te dan músculos, abusar de esto te puede joder la vida.
— Mi vida esta bien. Ya deja de fastidiar, ¿quieres?
Él se volteó y trató de ignorarla, pero ella se apresuró en encararlo de nuevo. Más allá de su enojo por la imprudencia de Gabe, se le veía genuinamente preocupada ¿Cómo no iba a estarlo? El hombre que quería consumía una cantidad tan absurda de esteroides anabólicos que podían llegar a estropear su vida. Ni siquiera sabía cómo había conseguido todos esos frascos ¡Se suponía que esos debían ser recetados por un doctor! Pensándolo mejor, no quería saber cómo los consiguió. Tan solo quería detenerlo, hacer que entrara en razón.
Quería mantener a Gabe a salvo, ¿pero cómo salvas a alguien de sí mismo?
Suspiró y volvió a caminar hacia la isla. Tomó un frasco y se puso frente a él de nuevo. Observó sus ojos verdes, esos que se veían tiernos a pesar de que el resto en él era brusco, y un escalofrío la recorrió al considerar en perderlo por su estúpida obsesión por la fuerza. Cerró los ojos para contener las lágrimas, y los abrió de nuevo cuando encontró la fuerza para hablar. Como lo habría gustado no saber nada de lo que sabía en ese momento; pero le habría gustado aún más no sentir nada de lo que sentía para ahorrarse todo el miedo que la invadía.
—Así que tu vida está bien —ella abrió el frasco y tomó una pastilla —. Esta pequeña cosita de aquí está hecha para algo más que darte fuerza ¿Sabes qué ocurre cuando entra en tu sistema? Tus hormonas se vuelven locas, y cuando dejas entrar una cantidad exagerada de estas diminutas pastillas ocurre lo mismo que pasa en una fiesta con barra de alcohol libre: todos enloquecen.
》Imagínalo, Gabe: Tus hormonas enloqueciendo, tu sistema pidiendo auxilio mientras tu solo sigues con una pastilla más, y una se convierte en dos ¡Y de dos pasan a ser miles! No sabes lo que haces, ¿o sí?
—Joder, Cloe —él rodó los ojos y se dió la vuelta de nuevo. Caminó hacia la sala de estar, dandole a entender que no le prestaría atención —. Deja de ser tan dramática.
—¿Quieres tener hijos? —cuestionó ella, siguiéndolo —. No conmigo, tú y yo a penas comenzamos esta relación. Me refiero a hijos en un futuro, con quien sea. Pues, si lo pensaste, creo que ya perdiste oportunidad. Estas pastillitas son capaces de dejarte infértil si consumes de más. Tu chance para tener una familia seguro ya la perdiste.
》Podría darte una enfermedad cardiaca, podrías sufrir algún daño cerebral, cáncer, hepatitis...Todo eso por una pastilla diminuta que parece que no le hace daño a alguien de tu tamaño. Así que deja de decirme que soy dramática cuando lo único que quiero es que estés sano.
—¡Ya basta! —gritó el narciso, logrando que Cloe diera un paso hacia atrás por instinto —. ¡No necesito que me señales como si mis decisiones fueran errores! ¡Tú no eres nadie para decir que lo que hago está mal, así que cierra la boca de una vez!
Fue la primera vez que la mirada de Cloe se llenó de temor al observar a Gabe. El narciso jamás le había gritado de esa forma, y tampoco se había acercado a ella de la manera tan amenazante en que lo hizo. Por instantes, creyó que él la golpearía y la dejaría agonizando en el suelo. Tuvo que respirar con fuerza para recordar que el Gabe que queria jamás podría hacerle daño...¿o sí?
Se detuvo a observar como sus venas se marcaban por lo tenso que se encontraba, y como su ceño fruncido le daba el aspecto de alguien peligroso ¿Dónde estaba el Gabe dulce? ¿Qué había pasado con esos dos mosaicos verdes que demostraban ternura? Ahora, esos ojos que ella tanto queria solo mostraban un enojo peligroso.
—¿Gabe?—ella estaba terriblemente asustada. Fue la primera vez en que el aspecto brusco de Gabe le dio tanto miedo.
En cuanto a él, ni siquiera se detuvo al ver como la chica que queria lo miraba con horror. Estaba tan molesto que no podía razonar con claridad ¡¿Cómo pudo atreverse a decirle que estaba haciendo algo mal?! ¡Él no cometía errores! ¡Era perfecto! Además, sabia muy bien que los esteroides anabólicos no eran drogas como tal. Estos no tenian los mismos efectos que la cocaina, o la marijuana. No causaban alusinaciones, o algo parecido...pero si podían causar adicciones.
¡Pero él jamás seria adicto! De eso estaba seguro.
Tan solo usaba esas pocas pastillas para aumentar su rendimiento ¡Eso no era malo! Quien estuvo mal fue Cloe, pues creyó que él estaba estropeando su vida. Jamás le ocurriría todo eso que ella había dicho porque él no estaba arruinando su existencia, la estaba mejorando.
Si no lo entendía, entonces quien estaba cometiendo un error era ella, no él. Convencido de eso, le dio la espalda a la castaña, tomó un par de pesas pequeñas que tenía en el suelo de la sala de estar y caminó hasta quedar frente al espejo. Al menos su reflejo si lo comprendía, parecía ser el único que lo hacía. Posó su mirada en aquellos dos puntos verdes frente a él. A diferencia de la mirada de Cloe, que estaba repleta de terror, la suya propia le contó una historia muy distinta:
"Lo estas haciendo bien, Gabe" no sé si lo que escuchó fue su voz interior, o la voz imaginaria que le inventó a su reflejo "El error está en ella, no en tí. El error está en el resto del mundo, no en nosotros".
Y le creyó a su reflejo, no a la chica que estaba tras de él.
Cloe intentó tranquilizar los acelerados latidos de su corazón. Creyó que ese órgano bombeador de sangre solo sentiría latidos de cariño por Gabe, pero estaba descubriendo que también podía sentir terror por aquel que tanto queria. Su garganta se sentia seca, su pecho adolorido y, aunque él le había dado la espalda, todavía tenía la sensación de estar esperando algún golpe, asi que palpó su mejilla para convencerse de que no había dolor...bueno, al menos no dolor físico.
Decidió fijar su mirada en el espejo, justo donde el reflejo de Gabe subía y bajaba las pequeñas pesas con prisa. Se fijó en sus ojos verde oliva, aunque él no se fijó en los de ella, y se dió cuenta de que esa era una versión de su narciso que estaba hecha para asustar. Era un método de defensa, un escudo que lo protegía de un mundo que está hecho para señalar errores. Sin quererlo, ella había activado el protocolo de emergencia que transformaba a Gabe en algo muy cercano a un monstruo.
Ese Gabe formaba parte de la versión del hombre que ella queria con locura, asi que también sentía un cariño indescriptible por esa parte de él que le causaba temor. A pesar de lo vacía que estaba su mirada, o de lo intimidante que se podía ver, ella se convenció de que también debía querer a esa parte de él ¿Cómo no iba a hacerlo? Si queria al narciso tierno, también debía aceptar y querer al violento, ¿no? Y no solo debía aceptarlo, debía intentar comprenderlo, conocerlo, y hasta debía darle la razón.
—Ya, ya, tu ganas —ella se acercó hasta él con cuidado —. No son esteroides, son lo que tú quieres que sean. Solo no me ignores, ¿si?
Ella colocó una mano en su hombro, ignorando el miedo para reemplazarlo con todo el cariño que sentía. Aquel fue un intento de alejar la mirada de Gabe del espejo, ese cristal con el que competía. Claro que esa mirada verde no se movió de su lugar. Fue como si Cloe hubiese dejado de existir para él por un momento.
—Gabe, por favor —le rogó ella, con la voz quebrada.
—¿No debías ir con Lilian? —preguntó él con frialdad. Eso sin dejar de mirarse a sí mismo.
Cloe apartó su mano de su hombro, entendiendo lo que esa pregunta signficaba. El espejo había ganado esa vez.
Ella se dio la vuelta y se alejó de él ¿Toda esa pelea por unas insignificantes pastillas? Con el corazón en la garganta, lágrimas en sus ojos y la sensación de derrota apoderandose de ella, tomó sus cosas y se vistió. Antes de marcharse del apartamento, dió una última mirada a su narciso. Él no se había movido de su lugar, seguía haciendo pesas frente a ese cristal que parecía ser mucho más importante que Cloe.
Esa es la parte fea de querer, en la que te das cuenta que no es suficiente. Los sentimientos de Cloe no eran suficientes para cambiar a Gabe y eso le dolía ¿Pero sabes que le dolió aún más? Saber que quería incluso a las versiones más horrorosas de su narciso.
A medida en la que se alejó del lugar, su "querer" aumentó a un punto en el que justificó aquel suceso. Gabe era así porque debía serlo; y, como el querer puede resultar feo a veces, ella debía aceptar que no sería la Cloe que él querría todo el tiempo... ¿Pero podría llegar a serlo?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro