Capítulo 35 (parte 1)
Verdades (parte 1)
20 de mayo
6:00 pm
Aviv seguía molesto.
Estaba molesto consigo mismo, con el mundo y con su ceguera. Pero, ante todo, estaba molesto con Linda ¿Cómo pudo provocarle tal susto el otro día en la galería? ¿Cómo pudo irse así como así? Lo preocupó. Él no sabía todo lo que ella le había dicho a Gabe, o todo lo que había llorado. Tan solo podía pensar en que ella se había ido.
Era de las que se iban sin hacer ruido; la peor pesadilla de un ciego.
Aviv no era Gabe, y justo por eso Linda jamás le diría lo que le dijo a ese fenómeno. Una cosa era decirle que odiaba la vida a su mejor amigo, experto en ser egoísta y narcisista de corazón, pero otra cosa muy distinta era decírselo al chico que le gustaba con locura. No quiso lastimarlo, pero estaba conciente de que lo había hecho. Le había dado un gran susto y él no tenía la culpa de nada...
Ya te lo he dicho, Linda vivía del perdón. En ese momento, era lo único que buscaba. Los días que no se hablaron habían sido terribles para ella, para Avi, y para Gabe, que debió escuchar los lamentos de su amiga. Él fue testigo de lo mucho que ella lo extraño, así como de la importancia que le había dado a una relación en tan poco tiempo. Al final, el mejor consejo que él le pudo dar fue más un grito que unas palabras de apoyo:
"¡Joder, Linda! ¡No me importa cuánto lo extrañas, no me importa cuánto lo lamentas! ¡Al que le importa en verdad es a Aviv, así que ve a decírselo antes de que me dejes sordo con tus lamentos!"
Y eso hizo ella...siguió su consejo.
A pesar de que los ojos de Aviv estaban nublados y perdidos, él sabía a quién tenía en frente. Pudo reconocer su perfume al instante en el que abrió la puerta de su apartamento, incluso cuando ella no había dicho palabra alguna ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué había ido a buscarlo? ¿Se iba a quedar callada?
— Linda...— él rompió el silencio al tiempo en el que se apoyó en el marco de su puerta.
— Avi — ella mordió su labio inferior, sintiéndose avergonzada de estar frente a él y no poder encontrar las fuerzas para decir lo que había ensayado de camino al edificio.
Aviv esperó a que ella continuara, pero solo obtuvo silencio como respuesta. Suspiró, haciendo que el estómago de Linda se contrajera solo un poco ¿Cómo es que ese chico se había vuelto tan importante para ella en tan poco tiempo? Lo veía ahí, frente a sí misma, a una distancia corta pero no tan corta como le gustaría, y quería abrazarlo. Quería esconderse entre sus brazos, leer junto a él, hablarle por horas, decirle que lo quería...
Quería besarlo, pero había metido tanto la pata que estaba segura de que lo había arruinado.
¿Sería ese el final de la relación? Sinceramente, ella lo veía venir. Le dolía, le dolía tanto que me es imposible ponértelo en palabras, pero lo entendía; si fuera él, ella ya habría terminado consigo misma. Así que sabía que debía avanzar, que probablemente no obtendría un abrazo y mucho menos un beso. Sabía que su vida no sería tan linda como lo era como cuando estaba con Aviv, así que se conformaba con el perdón del hombre que tanto quería.
Quería mucho más, pero con eso le bastaría.
— Escucha, Linda, si no vas a decir nada...
— ¡Espera! — ella lo detuvo, a pesar de que el nudo en su garganta hacia difícil el pronunciar palabras —. Yo... quiero...tengo...¡Ah! ¡Solo lee esto!
Con manos temblorosas, sacó una nota del bolsillo de su abrigo y se la entregó. Aviv palpó el papel hasta encontrar pequeños relieves sobre él, tenía algo escrito en Braille. Ella se balanceó sobre sus talones con nerviosismo, y jugó con un mechón de su cabello intentando normalizar la situación. Observó el entrecejo de Avi fruncirse, como si intentara entender lo que decía. Lo cierto era que ella había escrito eso con ayuda de un tutorial en internet, así que la técnica era vaga y se leía con dificultad.
— Espero que se entienda — deseó ella en voz alta —, y que diga lo que no te puedo decir en voz alta.
— Depende de lo que quieras decirme — señaló él, terminando de pasar sus manos por los puntos —, ¿querías hablarme de una cabra en tu casa? Porque eso se lee...
— ¡Oh, Dios! ¡No! — ella le quitó la nota al instante. Se sonrojó hasta quedar del color de un tomate y sintió ganas de romper la nota —. Qué vergüenza, lo siento. No quise...no...no hay cabras en mi casa ni nada por el estilo...
Aviv soltó una carcajada que descolocó a la chica. Levantó la mirada y se encontró con esa sonrisa que, a sus ojos, se veía demasiado bien en su rostro. Mientras a ella ese gesto le desfiguraba el rostro, el de él se veía más brillante y atractivo. No comprendía que era lo gracioso ¿Le causaba risa el fracaso de su nota? Pues a ella le apenaba.
— Linda, sé que no dice nada de una cabra — él buscó sus manos a base de tanteos en el aire. Terminó por encontrar sus muñecas, y ahí subió hasta encontrarse con los dedos de Linda, que sostenían la nota —. Sé que en realidad dice: "siento haberte asustado, sé cuánto te duele no ver lo que deseas".
— ¿Y por qué lo de la cabra? — preguntó ella, confundida.
— Quería divertirme — él se encogió de hombros y sonrió. Eso aligeró el ambiente...
...solo por unos segundos.
Sus manos seguían sobre las de ella, su sonrisa se esfumó y solo quedó un aire tenso que parecía no querer desaparecer. Linda suspiró, su vida estaba hecha para perder cosas, personas y oportunidades. Aviv era las últimas dos, quizá la oportunidad más grande que el destino le regaló y la mejor persona que había conocido. Estaba a punto de perderlo y, aunque estaba acostumbrada al sentimiento, no se sintió preparada para dejarlo ir.
Se había ilusionado, a pesar de no estar hecha para ello. Sabía que terminaría recogiendo los pedazos de su propio corazón roto cual espejo en el suelo luego de esa conversación.
Pero al menos quería acabar con ella; quería perderlo de la manera correcta.
— Lo que dice la nota...es totalmente cierto, Avi — dijo, apenada —. Me fui en silencio, te preocupe y luego te hice enojar. Te asustaste por mi culpa, te sentiste culpable de algo que no ocurrió por tí, te hice sentir...impotente. No lo mereces.
» Sé que debí pedirte perdón al instante; no lo hice. Me limité a callarme y a ahogarme en mis problemas e ignorar los que te causé. Cuando te fuiste el día de la galería, no tardé mucho en extrañarte...te extraño, y así descubrí lo mal que estuve. Perdóname.
Él soltó un largo respiro. Tensó su mandíbula por pequeños segundos, pero luego se relajó. Sus manos seguían sobre las de ella...
— Soy ciego, Linda — dijo lo obvio —. Admitir que tengo una discapacidad no me hace retrasado o algo parecido. Lo que sí admito es que tengo limitaciones; limitaciones que a veces amo y a veces me sacan de quicio.
» Y sé que todos los humanos son limitados, pero mis límites son mi mayor temor. Me importas, Linda. No te puedo explicar lo importante que eres para mí y si te llega a pasar algo por mis limitaciones yo...no me lo perdonaría.
Ella notó como sus ojos intentaban enfocarse, a pesar de que esa era una tarea inútil. Hubo un momento de silencio, en el que él intentó imaginarla. Era imposible, claro. Solo conocía lo que sus ojos ciegos le permitían, pero al menos lo intentó. Quiso creer que podía encontrarle una imagen a esa persona tan importante en su vida.
Quiso ponerle rostro a su bonita voz.
— Lo que me molestó no fue que te marcharas sin decirme — continuó él —, me molestó algo más. Algo que es culpa mía y culpa tuya; de los dos por igual.
— ¿Qué cosa? — preguntó ella, sintiéndose como la peor persona del mundo en ese momento.
— Sé que no soy el único ciego en el mundo, pero soy el ciego en tú mundo, Linda. Me molesta no poder lidiar conmigo, no poder ser suficiente para tí y fallarte de esta manera. No soy de esos hombres machistas que creen que una mujer es débil y no se puede defender sola, pero soy de los hombres que creé que el cariño es protección que viene de ambas partes; yo no podré darte eso siempre.
» Y me molesté contigo porque te quedaste callada. Estoy aquí para tí, Linda. Quiero escuchar tus problemas, quiero ayudar a resolverlos. No puedo verte llorar, entonces déjame escuchar las razones por las que lo haces. Quiero estar, pero tú no me estás dejando. Eso me cabrea porque te estoy dando, pero no siento que estés del todo consciente de ello.
— Yo...
No pudo verlo a los ojos, no tenía suficiente fuerza. Desvió su mirada a sus manos, no imaginó que él la quisiera tanto...no imaginó que alguien pudiese quererla tanto. Sintió ganas de llorar, incluso aunque eso significara llorar por una persona. Se sentía querida, y era tan bonito que su corazón no podía asimilarlo del todo.
Sabía que no lo merecía, no lo hacía.
— Perdóname — rogó ella —, no estoy acostumbrada a que se preocupen, tampoco estoy acostumbrada a sentir lo que siento por tí. Entiendo...entiendo si quieres terminar con esto. Es difícil lidiar conmigo, no merezco el cariño que me das.
— ¡¿Qué?! — entonces, él aumentó el agarre en sus manos. La nota cayó al suelo y el entrelazó sus dedos en un intento de no perderla más —. Linda, yo no quiero eso.
— Pero soy un desastre, no mereces esto.
— Y tú no mereces a alguien tan limitado como yo. Podrías estar con alguien más inteligente, más maduro, menos limitado...Yo no me siento suficiente para tí porque soy un desastre, pero te dejaré escoger a tí.
» ¿Me quieres, a pesar de mis límites?
Linda lo miró con fijeza, incapaz de encontrarle sentido a su ritmo cardíaco. Sus límites nunca fueron problema para ella. Es más, creía que eran las limitaciones de Aviv lo que permitió que el cariño entre ellos creciera. Él era suficiente, más que suficiente. Pasó sus brazos por detrás de su cuello y acercó aún más sus cuerpos.
— Claro que te quiero — le dijo ella, a centímetros de su boca —. Te quiero porque tus límites no me parecen límites; me parecen virtudes.
— Y yo te quiero a tí con tus límites y todo — él rodeó su cintura con un brazo y acarició su mejilla con su mano libre. Pasó sus dedos por las cicatrices, seguían sin parecerle horrorosas —. Yo te elijo, tú me elijes ¿Entonces, por qué terminar esto? ¿Por qué tan pronto, cuando esto tiene sabor a futuro?
Porque mi futuro no tiene potencial, pensó ella ¿Le regalaría un futuro cuyo final ya estaba escrito?
Pero, para ser sinceros, todos los finales están escritos, pues todos terminamos igual. Ella estaba tan enamorada y lo tenía tan cerca que no tuvo el buen gesto de advertirle. Lo necesitaba, él hacía que aguantar tuviera sentido. Así que ella siguió el ejemplo de su mejor amigo y fue egoísta.
Tan egoísta que le robó un beso a un hombre que merecía más.
Juntó sus labios con los de él, que se curvaron en una sonrisa al instante en el que la sintió sobre su boca. Comenzó lento, tierno, como si se estuvieran conociendo de nuevo...y luego, fue un beso que le gritó a Aviv lo mucho que ella quería alejarlo, pero que sus ganas de tenerlo cerca eran más fuertes que su sensatez. El contacto se volvió cada vez más intenso, más húmedo, más sincero...
Hasta que el beso tuvo sabor a "lo siento, pero no te voy a dejar ir".
— Te escribí algo más — dijo ella, sobre los labios de Aviv. Tomó aire y dejó un beso corto en el labio inferior del chico. Buscó en su bolsillo la otra nota y se la entregó —, no creí que te la entregaría porque... porque pensé que este sería un final.
— ¿Lo es? — cuestionó él. Ella llevó sus dedos hasta los labios hinchados de Aviv, seguro los de ella estaban peor.
— No está ni cerca de serlo... Así que lee.
Sin alejarla, él palpó los puntos en la nota y una sonrisa apareció en los labios que Linda moría por besar otra vez. Tomándola por sorpresa, él la alzó en sus brazos, haciendo que ella enrollara sus piernas a la cintura del chico. Él dió unos pasos hacia atrás para entrar en su departamento y cerró la puerta, apoyando la espalda de Linda en ella. Dejó un beso en su cuello, y luego un rastro de besos que subió de su clavícula a su barbilla con una lentitud.
— ¿En...entendiste lo que escribí? — preguntó ella, con poco aliento.
— Sí — dejó de besarla para poder mostrarle su sonrisa.
— Es lo que siento resumido en dos palabras.
— Yo también lo siento, Linda.
Entonces él buscó los labios de ella esa vez, y consumió el tiempo en un beso tan, o incluso más, profundo que el anterior. Es cierto que todos los humanos estamos limitados, pero a veces esos límites son los que nos permiten encajar con la vida. Nos hacen, nos definen. En el caso de Linda y Aviv, sus límites eran la razón por la que se amaban de la forma en la que lo hacían.
Sus límites crearon una relación única, en donde el amor era ciego y estar juntos era algo horrendamente hermoso.
🌻
7:00 pm
— Entonces, ¿ya están bien? — preguntó Cloe, mirando a Aviv y a Linda desde la isla de la cocina.
— Más que bien — Avi pasó un brazo por los hombros de Linda y sonrió. Ella se sonrojó de inmediato. Gracias al cielo, ella ya le había tomado confianza a todos los presentes. De lo contrario, no habría aguantado estar tan fea frente a alguien.
— ¡Al fin! — exclamó Gabe, alzando sus manos al techo —, ya no aguantaba las quejas de Linda. A ella el despecho le queda fatal.
— ¡Por qué a ti te ha sentado de maravilla las últimas veinte veces, ¿no?! — el grito de Adam se escuchó desde el balcón.
Gabe soltó un bufido lleno de molestia que logró hacer reír a Cloe hasta casi caerse de la silla. Aviv y Linda también soltaron una carcajada a la que Dalia y Don se le unieron poco después, solo que ellos escucharon el bufido desde la sala de estar. La excusa para atraer a Sanne hasta esa especie de "intervención" fue organizar una cena improvisada en casa de Lilian y Derek, quienes se encontraban cocinando y escuchando la conversación en ese momento.
Más allá de escuchar las verdades de Sanne, querían verla sonreír. No estaban buscando conocer todo el drama y dejarlo ahí. No. Ellas querían a su Sanne de vuelta, así que organizaron todo pensando en cómo animarla. Llamaron a Linda porque era buena escuchando, a Gabe porque su narcisismo ayudaría a distraerla en algún momento y a Aviv porque si él iba, lo acompañaría Loto; y Sanne amaba a ese can.
Lili y Derek preparaban con esmero la comida favorita de la chica, así que todo estaba planeado para traer a la vieja Sanne de vuelta.
— ¡¿Por qué carajo esa bestia calva está aquí?! — exclamó Gabe, fúrico.
— Por Dios, es un niño — rió Cloe —, ¿Por qué tanto odio?
— ¡No es odio, es envidia! — exclamó Adam, que agradecía que todo se escuchara en el apartamento de Lilian —, ¡Yo con quince años tengo más encanto de lo que él tendrá en toda su vida!
Y si todo el esfuerzo de sus amigas no funcionaba, sabían que Sanne se divertiría con las peleas de Gabe y Adam.
La risa de Silene se escuchó desde el balcón, lo que hizo que Derek frunciera un poco el seño. Dejó de cortar verduras para observar el perfil de su prometida, quien se encargaba de hervir pasta no muy lejos de él. Ella no estaba sonriendo, pero tampoco estaba llorando. Ya no sabía si eso era una mejora, o no.
— Bonita... — la llamó. Ella volteó para observarlo y le dedicó una sonrisa con sabor a mueca —. ¿Dónde está Silene?
— En el balcón — respondió ella, con tranquilidad.
— Creí que habías hablado con ella — dejó las verduras a un lado y se le acercó —, y que le dejaste claro que está castigada. No creo que, con tantas risas, haya recibido su lección por casi infartar a mi mamá con su huida.
Lilian sacudió sus manos a su pantalón y luego tomó las de su prometido. Ella no era la única estresada, él también estaba pensando demás. Tenía bolsas en sus ojos café y había notado que su sonrisa estaba apagada. Podía tolerar estar triste, pero si algo no toleraba era verlo a él tan desanimado. Era como ver a una estrella apagándose.
Porque sí, las estrellas se apagan.
— Tuve una charla con Sile — le explicó —, una que te aseguro que nunca va a olvidar. Sabe que su actitud no fue la adecuada y que la forma en la que te trató a tí y a tu madre estuvo totalmente fuera de lugar.
» Pero es casi una adolescente, Derek. Poco a poco, su vida comenzará a depender más y más de la presión social. Es normal, y aunque éstas cosas estén mal, no puedes castigarla sin darle explicaciones. Se quejará cuando no entienda, así que es nuestro deber hacerle entender. Llegamos a un acuerdo en el que su castigo comenzará mañana, y será un castigo real. Además, volverá a Detroit en tres días.
— ¿La convenciste de volver a Detroit? — preguntó, sorprendido.
— Le dije lo estresado que estabas. No creas que no lo he notado, no soy la única que está mal aquí. Necesitas tú espacio y una preadolescente en casa no ayuda, menos si se trata de Silene. Ella lo entendió.
— Yo...
Derek no podía ocultar su sorpresa. Controlar a su hermana era como tratar de controlar a un tornado. Se trataba de una misión imposible, pero Lilian lo manejó con facilidad. Él terminó por sonreír y dejar un beso en su mejilla. Parecía imposible, pero cada vez la quería más.
— Gracias, bonita — le dijo, con sinceridad.
— No agradezcas, ya te dije que Silene también es mi familia — ella soltó sus manos y se enfocó en la pasta una vez más. Soltó un suspiro y esbozó una sonrisa triste —. Yo también estuve ahí cuando ella era una bebé y sé que te duele ver cómo crece a la velocidad en la que lo está haciendo, a mí me duele también, pero es algo que no podemos evitar.
— No sabes cómo me gustaría poder detener el tiempo. Extraño a la Sile balbuceaba en lugar de hablar.
— Y yo — Lilian sonrió —, pero será lindo verla crecer. Ella es como tú, le encanta desafiar al mundo. Tiene ese encanto Osbone que me fascina y...
— ¿Y...? — él la animó a hablar.
— Y espero que este bebé lo herede — se encogió de hombros, como si esa fuese la declaración más normal del mundo.
No imaginó que había sacudido el interior de su prometido con ese comentario. La sonrisa de Derek se expandió de una forma automática y un revoloteo extraño se instaló en su estómago. Lilian evitaba hablar del bebé. Incluso cuando resultaba imposible evitar el tema, ella lograba evadirlo. El hecho de que ella hubiera dicho aquella verdad en voz alta le dió una pequeña esperanza a Derek.
Quizá ella comenzaba a asimilar que había más que un simple fríjol en su interior.
— Parejas así no deberían existir en la vida real — señaló Gabe, entrecerrando los ojos en su dirección. Lo dijo lo suficientemente bajo como para que solo Cloe lo escuchara.
— ¿Por qué lo dices, narciso? — preguntó ella, quien sonreía por la misma razón que su mejor amigo. Una pequeña esperanza se había instalado en ella.
— Los veo muy...perfectos — acotó, llevando su mano hasta su pequeño rastro de barba para rascarla —. Parecen un comercial de la vida soñada.
— A veces pienso lo mismo — admitió Cloe —. Luego veo a Don y a Dalia y me doy cuenta de que ellos son peores.
— Ni que lo digas. Y estos dos van por el mismo camino — él señaló a Linda y Aviv disimuladamente. Los dos estaban muy distraídos el uno con el otro como para notar que hablaban sobre ellos.
— Ya lo creo — Cloe sonrió —. Es abrumador, ¿no lo crees? Muchas parejas perfectas...
— Sí...
— Pero al mismo tiempo, me agrada que sea así. Me hacen creer en el amor.
— ¿Te digo algo? A mí también me hacen creer.
— Y es difícil hacer que tú creas en algo...
— Pero en algo tengo que creer, Cloe. De lo contrario, mi vida sería jodidamente aburrida — sonrió de lado —. Prefiero creer en ellos que en el amor que vende la sociedad. Ellos se ven más perfectos que los amores de película, pero al menos tengo la certeza de que son reales.
Cloe sonrió. Algo estaba pasando entre ella y su narciso; finalmente, había confianza. Él intentó negarlo durante un tiempo, pero ya era demasiado obvio que su casamentera había logrado su objetivo. Ahora ella lo conocía, y él quería creer que la conocía a ella.
El conocerse se volvió algo tan mutuo que les permitía a ambos sincerarse sin siquiera notarlo. A veces, solo se decían cosas sin analizar lo importante que resultaban para ellos. Dejaban opiniones fuertes en las manos del otro, esperando que no fueran desechadas. Todo era tan inconsciente que no les daba tiempo de resistirse a ello.
Comenzaban a dejarse llevar por el otro, tal y como Cloe había querido al inicio del programa.
La puerta principal se abrió, indicando que la esperada morena había llegado. Se escuchó su voz, unos susurros que cada vez iban subiendo mas su tono ¿Con quién hablaba? Don y Dalia tenían vista directa al recibidor, así que hicieron señas hacia Cloe para que entendiera que ella estaba hablando por teléfono. Su voz cada vez se hacía más clara, y cada vez se notaba más molesta, hasta que no pudo evitar gritar:
— ¡Ya basta! — exclamó Sanne —, ¡Estoy harta de que intentes arreglarlo! ¡Dijiste que lo harías la última vez y lo único que lograste fue que yo pusiera un océano de distancia entre los dos! ¡¿Qué esperas que haga ahora?! ¡¿Mudarme a la luna para no saber más de tí?! ¡Solo deja de llamarme! ¡Admítelo, jodimos todo! ¡No quiero saber más de ti!
Molesta, culminó con la llamada. En ese instante, notó las miradas de Dalia y Don sobre ella. La pareja le sonrió de lado, tratando de darle ánimo. Lastima que no lo consiguieron. Sanne estaba molesta y dolida, se le notaba en sus ojos. No obstante, hizo su mejor esfuerzo por sonreír y verse relativamente normal. Sabía que si ellos dos la escucharon, entonces el resto también. Eso la empujó a fingir mejor. Debía verse feliz.
Aunque estaba deshecha por dentro.
— Este lugar huele increíblemente bien — soltó, caminando hacia la sala de estar. Una vez ahí, tuvo vista hacia la cocina y al resto de sus amigos. Su sonrisa estaba tan quebrada que daba lástima, pero ella no dejó de intentar que se viera bien —. ¿Acaso es...?
— Tu comida favorita — sonrió Lilian, al tiempo en el que Loto corría hacia el encuentro de la morena —, se nos ocurrió prepararla.
— Mhm, ya veo — se quedó pensativa un momento —. ¿Y eso que no comimos en Palms? Ustedes dos están estresados, no era necesario que prepararán la cena.
— Bah, no es molestia — habló Derek, dejando la cocina para saludarla correctamente. Dejó un beso en su frente, algo que acostumbraba a hacer con las margaritas cuando las veía tristes. Sanne entrecerró los ojos en su dirección —, ¿qué? ¿Por qué me miras así?
— Idiotas, yo inventé esto de las intervenciones — se cruzó de brazos —, ¿en verdad creyeron que no lo notaría?
— Era la idea — Gabe se encogió de hombros.
La sonrisa de Sanne se transformó en una sola línea recta. Dejó de acariciar a Loto para fijarse en sus amigos. De inmediato, adoptó una actitud defensiva. Se había dicho a sí misma que su secreto estaba lejos, en Londres, así que no debía afectar a las personas en Los Ángeles. Pero sabía que lo había hecho. De forma inconsciente, les pidió que la ayudaran a salir de su tristeza.
— No sé porque creen que necesito una intervención, estoy bien — aseguró ella —. Quienes la necesitan en verdad son Lilian y Derek ¿Se han visto al espejo últimamente? Están más tristes de lo normal...
— No desvies la atención de la conversación, Sanne — Dalia se puso de pie junto con Don y caminaron hacia ella —. No somos ciegos, sabemos que algo te ocurre.
— Y yo soy ciego y también lo sé — señaló Aviv —. Algo te tiene alterada, Sanne ¿Por qué no lo dices y ya? Te sentirás mejor.
— ¡Porque no me pasa nada! — se defendió.
— ¿Y quién era ese con el que hablabas? — preguntó Cloe —, ¿qué es eso que jodieron?
— No te importa — reclamó —. Es mi vida, yo hablo con quién me de la gana.
— ¿Ves? Lo evitas — Cloe se cruzó de brazos.
Sanne rodó los ojos y soltó un quejido hacia el techo lleno de pegatinas. Quería escapar de ahí antes de que ellos lograrán sacarle la verdad. Estarían tan desepcionados de ella...
— Está bien — soltó —, estaba hablando con un alumno de natación bastante molesto. Parece que el idiota se enamoró de mí y pues, tuve que romperle el corazón ¿Felices?
— Mhm, claro —dijo Don —, ¿Y lo del océano de distancia...?
— Una metáfora, Donovan.
— En ese caso, usaste muy mal esa metáfora — habló Linda.
— ¿Qué? ¿Ahora vas a corregir como hablo? ¿No pueden dejar de meterse y ya?
— ¿No puedes decir la verdad y ya? — preguntó Lilian —. Estás llevando esto demasiado lejos, Sanne. Eres una mujer adulta, tienes derecho a dormir con quién te de la gana, no te voy a reclamar por eso ¿Pero hacerlo por despecho? Eso no es algo que la Sanne Coleman que tanto amo haría. Ella no es así.
— No lo hago por despecho — señaló ella —. La gente cambia, Lilian. Esta soy yo ahora.
— Da la impresión de que odias a esta nueva tu — le dijo Cloe.
— No lo hago, y si solo me llamaron para esta absurda intervención entonces yo me largo ¿No tienen nada mejor que hacer que meterse en mi vida? ¿No tienes que asegurarte de no perder a un bebé, Lilian? ¿Y tú, Dalia? ¿No tienes unos años que recuperar con el novio a que mantuviste lejos durante tanto tiempo? ¿Cloe, no deberías conseguirle novia a Gabe? ¡Enfóquense en sus cosas y déjenme en paz!
Se dió la vuelta para marcharse. Estaba enojada, pero sobretodo estaba dolida. Quería decírselos, quería terminar con todo eso y echarse a llorar en los tres hombros que sabía que siempre estarían ahí para ella. Pero no quería desepcionarlas, no quería que la mirarán de la forma en la que ella misma se miraba al espejo cuando estaba sola. Quizá lo mejor era alejarse, necesitaba huir de ellas.
Necesitaba cortar el lazo con sus amigas para no tener que admitir nunca su secreto.
Pensó en eso y los ojos se le humedecieron mientras caminaba hacia la puerta. No obstante, no llego muy lejos. Dalia la sostuvo por el brazo y la detuvo. Ella no pudo mirar sus ojos verdes, no pudo voltear a observar las pecas de su mejor amiga. Sentía las miradas de todos sobre ella, pero no devolvería ni una sola. No podía dejar que descifraran el dolor en la suya propia.
— Sanne — la voz de Dalia no era dulce, solo monótona —, ¿quién es Christian?
Entonces, el mundo de Sanne se vino abajo.
Volteó a verla y los ojos verdes de su amiga la hicieron sentir débil. Ese nombre pronunciado en una voz tan conocida sonó como el sueño convertido en pesadilla que era. Le supo agridulce y olió como un perfume a punto de echarse a perder. Le dolió, le dolió oírlo de nuevo.
Creyó que su corazón no se podía romper más, pero en ese momento descubrió que los pedazos aún se podían quebrar.
— ¿Cómo sabes su...? — preguntó, con poca voz.
— Hablas dormida — le confesó Cloe —, también lloras.
Sanne soltó un gran suspiró. Se sentía mareada, sin fuerzas. Quería correr, pero también se quería mantener firme en ese suelo. Quería soltarse de Dalia, pero también quería abrazarla. Eso generaba Christian en ella: una mezcla de sentimientos que la estaba matando poco a poco.
— Sanne, puedes decirnos quien es — le rogó Lilian —. Estamos aquí para tí, siempre lo estaremos.
El labio inferior de Sanne comenzó a temblar. Se fijó en los ojos verdes de su amiga, él también tenía ojos verdes...
— Christian es...— comenzó, con voz temblorosa —. Es dolor. Él es lo más doloroso que me ha pasado en la vida.
— Pues, deja que te sanemos — le pidió Dalia —. Deja que arreglemos lo que él destruyó.
— Para algo están los amigos — le dijo Linda, con una sonrisa ladeada.
— No van a poder arreglar lo que los dos jodimos — suspiró Sanne —. Pero...
— ¿Pero...? — la animó Gabe a hablar. No le interesaba la tristeza de Sanne, pero su vena chismosa quería saber quién carajo era Christian.
— Pero tengo que decirle esto a alguien — empezó a llorar —, tengo que decir la verdad porque...porque no puedo aguantarla sola.
— Entonces, habla. Estamos aquí para tí.
Dalia la atrajo hacia ella y la abrazó con fuerza. Sanne comenzó a llorar en su hombro, y lloró con tanto dolor que se lo contagió al resto de los presentes. Las verdades comenzarían a salir a la luz, ya no había forma de callar.
Tenía más de tres hombros para llorar sobre ellos, pero no estaba segura de que esas miradas de consuelo seguirían con ella luego de contar la verdad. La completa y cruel verdad.
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