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Capítulo 24

Bajón de ánimos colectivo
16 de marzo

2:00 pm

— ¿Entonces Samara y Silvana van a planear tu boda? — le preguntó Sanne a Lilian al tiempo en el que Cloe cerraba a Jace y lo ponía de nuevo en su mochila.

La cuenta regresiva para la inauguración de la galería de Lilian se hacía cada vez más corta, lo que tenía a la margarita más estrellada de lo usual. Eso sin contar que las hormonas le afectaban más de lo que ella quería admitir, así que no solo estaba bajo mucho estrés, también estaba extremadamente sensible. Se enojaba por cualquier detalle, y  lloraba por pequeñas estupideces. A duras penas podía pensar en el anillo en su anular, o en el frijol en su vientre, porque habían mil y un cosas de las que ocuparse. Sus pensamientos estaban tan desordenados que comenzaban a parecer una obra abstracta dentro de su cabeza.

Y ella nunca entendió el arte abstracto.

Derek también estaba sumamente ocupado, pero no lo suficiente como para ignorar el cambio en la mujer que amaba. Por esa razón, llamó a las únicas tres chicas capaces de animar a Lilian incluso en sus momentos de abstracción mental. Y así fue como llegamos a este momento: cuatro margaritas en una galería de arte aún vacía, tratando de encontrarle sentido a todo lo que estaba ocurriendo.

— Si — soltó Lilian en medio de un suspiro, al tiempo en el que se aseguraba que unos cuadros recién llegados estuviesen en buen estado —, parece una locura, ¿verdad? Pero Derek y yo lo estuvimos hablando y los dos estaremos demasiado ocupados como para planear una boda los próximos meses, así que no nos pareció una mala idea dejarlas encargadas cuando ellas se ofrecieron...pero ahora lo estoy dudando.

— ¿Por qué? — preguntó Cloe, sentándose en uno de los muebles cubiertos de tela. Dalia la imitó, tomando asiento a su lado.

— Confío en mis hermanas, lo hago ¿Pero y si algo sale mal? ¿Y si al final termina siendo un desastre? 

— ¿En verdad te importa eso? — preguntó Dalia —. Vamos Lili, Derek y tu podrían casarse en pijama y estarían igual de felices que si se casaran vestidos de gala. Se aman tanto que estoy segura de que la ceremonia es lo de menos, y tú también lo sabes.

— Sí, pero...— ella soltó otro suspiro y miró a sus amigas con cierto aire de desamparo —. No lo sé, tengo como diez mil preocupaciones en la mente y mi cabeza solo dice que me arrepentiré de algo.

— ¿De qué? — cuestionó Cloe.

— No tengo todas las respuestas, Cloe. Eso sí, estoy segura de que no estoy así solo por mi boda.

Ella dejó a un lado las obras al ver que todas estaban en perfecto estado y tachó eso de la lista que tenía en su mano. Sin duda, sus nervios estaban al borde del colapso y Cloe comenzaba a creer que toda esa preocupación tenía un núcleo específico. Notó como hacía una mueca, había hecho varias como un vago intento de detener sus incesantes náuseas.

Sanne también lo notó y le preguntó si su almuerzo le había caído pesado, todas intercambiaron miradas de preocupación cuando la respuesta de Lilian fue un simple: "no he comido nada, todo me da asco". Podía ser algo normal dicho por una embarazada, pero para chicas con pasados como los de ellas, cualquier repulsión hacia la comida las ponía en un estado de alerta automático. 

Quizá era una preocupación innecesaria, pero inevitable.

Lilian volvió a enfocar su mirada en la lista en sus manos, tratando de distraerse. Cuando Cloe vió que la conversación iba a morir en ese punto, pasó su mirada a Sanne en un intento de rogar con su mirada que convenciera a Lili de comer. De las cuatro, ella era la más convincente, así que estaba segura de que esa sería la única forma en la que podría quitarse esa angustia de encima. No obstante, no llegó a pedírselo. Se detuvo cuando vio una marca casi escondida en su cuello.

— ¡Mierda, Sanne! — exclamó, poniéndose de pie y descubriendo la marca —, ¿Cómo te hiciste ese moretón?

Sanne se alejó de Cloe al instante y cubrió la dichosa marca con su mano. Lilian frunció el entrecejo y se acercó a su amiga, quitó su mano del lugar, e inspeccionó lo que Cloe había visto antes. Lili miró con sorpresa esa zona afectada, pero soltó un suspiro poco después. Miró a Sanne, como si no comprendiera del todo lo que estaba ocurriendo.

Ella solo pudo adherir su mirada gris al suelo del mismo color.

— No es un moretón, Cloe — le informó Lili —, es un chupetón.

— ¿Qué? — preguntó Dalia, sorprendida.

— ¿Desde cuándo la correcta Sanne Coleman deja que le hagan chupetones en el cuello? — cuestionó Cloe, mirando en dirección a su amiga.

— Ah, vamos. No es la gran cosa — dijo Sanne antes de rodar los ojos.

— ¿En serio? Pues, me regañaste la vez que me viste con uno — soltó Lilian —, me dijiste que era asqueroso y antihigiénico.

— La gente cambia de opinión, Lilian — bufó Sanne —, supérenlo.

¿Pero cambian de opinión tan rápido?

— ¿Estás saliendo con alguien? — preguntó Cloe —, porque la Sanne que conozco no dejaría que la tocaran así si no fuese algo oficial. Eres demasiado correcta como para permitir lo contrario.

— No, y de ser así no te incumbe, Cloe — soltó —. Te recuerdo que solo estás fingiendo ser casamentera, no eres una en realidad, así que no te metas en la vida amorosa del resto, ¿vale?

— Está bien, está bien. Vaya, ¿quién te hizo ese chupetón? Porque creo que te contagió de rabia.

Sanne rodó los ojos y tomó la lista de las manos de Lilian. Cambió de tema, preguntándole a su amiga en que necesitaba ayuda. Se ofreció a mover cajas que no necesitaban ser cambiadas de lugar, a revisar cuadros por tercera vez aunque no era necesario. Era obvio que estaba tratando de desviar la atención de su comportamiento extraño.

Pero Cloe era demasiado observadora como para no notarlo.

Escucharon unos golpes provenientes de la puerta, lo que mató el ambiente extraño que se había creado en esas cuatro paredes. Dalia se levantó del sillón y fue directo hacia la entrada. Al abrirla, Linda le dedicó una sonrisa ladeada y la pelirroja le permitió entrar.

— Hola — anunció su llegada con un diminuto saludo —, ¿Cómo va todo por acá?

— Ojalá tuviera una respuesta para eso — le dijo Cloe, dejándose caer en el sofá —. O, espera, si la tengo: las margaritas somos demasiado complicadas.

— Ni que lo digas — concordó Lilian, rodando los ojos —, somos un jodido desastre.

— Pero un desastre bonito — sonrió Dalia, tratando de animar el asunto.

— Eso no le quita el desastre, Dali — señaló Sanne.

Linda se quedó callada. En realidad, había preguntado por el trabajo en la galería, no por como iban en ese sentido, pero no quiso señalar ese detalle. Notó que entre ellas había algo que normalmente no existía cuando estaban juntas: silencio. Era extraño, porque hasta el momento le habían demostrado saber todo la una de la otra, incluso como animarse entre ellas. Pero ese escenario le delató a Linda que ni siquiera las mejores amigas eran capaces de comprender cada detalle de un alma ajena.

Cada quién tiene sus propios problemas, cada persona piensa de forma distinta, todos tienen secretos...Sin importar que cuatro margaritas crecieran en un mismo prado, las cuatro tenían raíces completamente diferentes, y pétalos parecidos pero no iguales.

— ¿Se pelearon? — preguntó Linda, sin comprender porque estaban así.

— De habernos peleado, más de una tendría un ojo morado aquí — sonrió Cloe, divertida ante la idea —. Estamos bien, Linda.

— Sí, es solo un bajón de ánimo colectivo — le dijo Lilian —, suele pasar.

— ¿Por qué? — cuestionó la chica.

— Porque es imposible no ser débil de a momentos — contó Dalia, encogiéndose de hombros —, y entre las cuatro sabemos exponer nuestros puntos débiles.

— Que, a veces, es mejor dejarlos bien escondidos — habló Sanne.

Linda asintió, podía comprender. Todos los puntos débiles de las chicas estaban expuestos para la otra. Eran como libros abiertos, que se leían entre las cuatro revelando cada secreto. Cuando una intentaba codificar una parte de si misma, de esconder algo por más mínimo que fuera, las otras se preocupaban y causaban ese "bajón de ánimos colectivo". Era una cadena, en dónde el más pequeño detalle salía a la luz cuando debía quedarse en las sombras.

— Eh... bueno, si quieren me puedo ir para que ustedes arreglen esto — sugirió Linda.

— No, no te vayas. Esto se nos pasará en menos de lo que esperas, somos así — Dalia la detuvo y le sonrió con amabilidad. Luego, se dió cuenta de que sus manos no estaban vacías. Traía una bolsa consigo —, ¿qué tienes ahí?

— Ah — incluso ella había olvidado la existencia de esa bolsa. Se dirigió a Lilian y se la entregó —. El profesor me dijo que de seguro no habías comido nada en todo el día, así que compró frambuesas y me pidió entregártelas.

Lilian sonrió en el instante en el que sacó la pequeña cajita llena de frambuesas de la bolsa. Derek sabía subirle el ánimo incluso sin intentarlo.

— Joder, Osbone, todavía no entiendo cómo lo haces — susurró para si misma, como si con esas simples palabras pudiese hablar con su prometido. Luego, se dirigió a Linda con gratitud —. Gracias, en realidad me hace falta algo de comida.

— Pues come, tonta — soltó Cloe —, la caja no está ahí para verse bonita nada más.

Lilian asintió y, sonriendo, tomó la primera frambuesa de la caja. A ella le encantaban esas frutas. De hecho, el amor por su sabor venía de esa época en la que comer le resultaba una tortura, pero la acidez y dulzura de la fruta nunca le pareció repugnante. La llevó hasta su boca...pero no se sintió como aquel alimento que tanto le gustaba.

Hizo su mayor esfuerzo por tragar esa combinación de sabores ácidos y dulces que le causaron asco al instante. Entonces, otra mueca se apoderó de su rostro. Está vez, se veía mucho más nauseabunda y pálida que antes. Lo próximo que supieron sus amigas fue que la vieron corriendo hacia lo que supusieron debía ser un baño, con una mano en su boca y la otra en su vientre.

La cajita y las frambuesas cayeron al suelo, dispersándose a lo largo y ancho de la habitación sin terminar.

— Yo voy con ella — anunció Sanne, corriendo al rescate de su amiga.

El resto, se encargó de recoger las frambuesas frescas del suelo. Se suponía que era la comida favorita de Lilian, eso lo sabían tanto su prometido como sus amigas. Cloe recogió las frutas una a una, con un nudo en el estómago. Era solo un síntoma del embarazo, lo sabía, pero revivir el pasado de una forma tan real le ponía los pelos de punta.

Y bajaba sus ánimos hasta el subsuelo.

🌻

3:30 pm

Tras terminar con una clienta, Gabe configuró una vez más la maquinaria de ejercicio para la siguiente sesión que le tocaría impartir. Al terminar, se alejó de esa sala y fue directo hacia el escritorio en la recepción que compartía con Donovan. Para su sorpresa, notó algo que no se veía todos los días en su camino.

Algo que hizo que el narciso frunciera el ceño más de lo normal.

— Hey — él llamó a Donovan, quien anotaba unas cosas sobre el escritorio. De inmediato, su amigo le prestó atención —, ¿qué le pasa a la bestia calva?

Los dos miraron en dirección a Adam, que se encontraba utilizando uno de los aparatos de ejercicio como camilla para recostarse. Parecía que intentaba dormir, pero por la expresión de dolor en su rostro se notaba que eso no estaba funcionando. Don suspiró con tristeza y volvió la mirada hasta su amigo.

— No se siente muy bien — le informó —, al parecer está débil y no tiene ánimo para hacer ninguna clase de ejercicio físico. Ya llamé a su madre, lo vendrá a buscar. Quizá hoy no fue un buen día para traerlo al gimnasio.

— Sabes que su enfermedad lo deja decaído — le recordó Gabe —, es normal que se ponga así de vez en cuando.

— Lo sé, y sé que estará bien. En su cara se nota que es de esa clase de dolores jodidos, pero pasajeros — habló Don, quien sabía por experiencia de ese tema —. Sin embargo, verlo es como tener un terrible dejá vu.

— Entonces, aparta la mirada, Don.

No había nada peor que los consejos de Gabe, pero él lo tomó. Intentó concentrarse en los papeles en el escritorio en lugar de recordar todas las veces que estuvo en el lugar de Adam. En silencio, su mente hizo un recorrido por todas las veces que quedó hecho polvo por la quimioterapia. Incluso recordó las sensaciones después de que le amputaran su pierna, pues después de esa operación siguió sintiéndola ahí por meses.

Un fantasma de una pierna inexistente.

Lo único que logró sacarlo de ese estado fue levantar la mirada en el instante en el que escuchó la puerta abrirse, y encontrarse con Linda, Sanne, pero sobretodo con Dalia.

— Hola — ella se acercó hasta él y dejó un beso en su mejilla. Luego, saludó a Gabe con una amplia sonrisa —, ¿Cómo están mis chicos favoritos?

— Bien — habló Donovan. Ella notó al instante que no era el mejor día para los ánimos de su novio, pero la actitud positiva y alegre de Don hizo que él recobrara la sinceridad en su sonrisa con facilidad —, ¿Y ustedes?

— No entremos en detalles — soltó Sanne, apoyándose en el escritorio —. En fin, debo prepararme para dar la siguiente clase. Espero que eso me suba un poco el ánimo.

— Deja que te dé la lista de personas que se apuntaron a natación antes de que te vayas — le dijo Gabe, buscando esa lista entre el millón de papeles sobre el escritorio.

— Por cierto, fenómeno — lo detuvo Linda —, Lili manda a decir que canceles su sesión hoy. Se siente mal, Cloe tuvo que llevarla a su casa porque estaba mareada y no dejaba de vomitar.

— Sin mencionar que tiene un humor terrible — habló Dalia —, está más nerviosa de lo que se considera sano en su estado.

Gabe encontró la lista y se la entregó a Sanne. Entonces, se dió un tiempo para analizar los rostros alrededor de él. Generalmente, esas personas le daban asco con su actitud positiva y sus enormes sonrisas, pero ese día todos parecían tener una especie de sombra en la cara. Podía ser preocupación, tristeza, no lo sabía. De lo único que estaba seguro era que no era algo típico en ellos.

Sanne tomó la lista y fue directo hacia la piscina, ni siquiera se despidió. En cuanto a Dalia, notó a Adam en su estado y no tardó en ir a su encuentro. Donovan la siguió, dejando a Gabe y a Linda solos en el escritorio.

— Debo admitir que es extraño ver a estas personas con los ánimos tan bajos — le dijo Gabe —, casi extraño su asquerosa alegría típica.

— Déjalos, fenómeno. Son humanos después de todo, y todos tenemos puntos débiles que se disparan sin previo aviso — habló Linda.

— Yo no.

— Ah, claro. Olvidé que no eres humano...solo eres Gabe.

— Exacto.

Linda rodó los ojos con diversión, ya se había rendido en encontrarle un remedio a su ego hinchado. Incluso, comenzaba a acostumbrarse a él. Era típico del narciso creerse indestructible, pero era demasiado obvio, al menos para ella, que era un hombre frágil cuál pedazo de cristal. En fin, era su problema si se creía una roca cuando no llegaba a tener la dureza de un vidrio.

— En fin, nos vemos más tarde, fenómeno — le dijo ella, viendo su reloj de muñeca con cierta preocupación —, debo irme.

— ¿A dónde vas con tanta prisa? — le preguntó él.

— Eh... saldré con Aviv — le informó, un tanto sonrojada.

— ¿De nuevo? ¿Tan pronto?

— ¿Crees que fue apresurado? Quizá tengas razón...¿Está mal tener una segunda cita tan rápido?

El nerviosismo en Linda le sacó una sonrisa. La detuvo en medio de su atorado hablar.

— Linda, no me hagas caso. Es el tiempo perfecto.

— ¿Si?

— Si. Anda, ve y diviértete.

Ella sonrió. El solo pensar que volvería a ver a Aviv la tenía más animada de lo normal. Estaba nerviosa, eso es cierto, pero comenzaban a gustarle esos nervios que creaban pequeñas burbujas en su estómago. No estaba acostumbrada a sentir tanto, pero le gustaba esa nueva sensación.

— ¿Cómo me veo? — le preguntó a Gabe luego de arreglar un poco su trenza.

— Horrible — soltó él, con sinceridad —, ¿Pero que más da? Él es ciego, no va a notar lo fea que estás.

— Gracias, Gabe — ella rodó los ojos, no pudo contradecir su comentario pues ella opinaba lo mismo. Luego, esa sonrisita tonta de la otra noche volvió a aparecer en su rostro —. Deséame suerte.

— Suerte, espanto.

Y así, Linda se retiró del gimnasio, dejando a Gabe solo con un montón de personas contagiadas de un bajón de ánimos colectivo. Por suerte, él era inmune a las epidemias que incluían muchos sentimientos. Era demasiado fuerte como para caer en algo como eso, y lo sería aún más si continuaba haciendo ejercicio. Se retiró del escritorio y aprovechó ese tiempo en el que se suponía que debía entrenar a Lilian para hacer aquello que levantaba sus ánimos:

Buscar fortaleza con un par de pesas.

🌻

3:40 pm

— ¿Te sientes mejor? — le preguntó Cloe a Lilian a los pocos minutos de haber llegado al apartamento de la chica.

— Siendo sincera — ella respiró con fuerza, intentando evitar otro mareo —, no.

Cloe la miró preocupada, se sentó a su lado en el sillón de la sala de estar y la atrajo a sus brazos en un abrazo. No sabía cómo tratar enfermos, así que confío en que los abrazos sirven como muy buenas medicinas.

— ¿Quieres que llame a Derek? — preguntó, al tiempo en el que Lilian apoyaba su cabeza en el hombro de Cloe.

— No — respondió —, no lo preocupes por esta estupidez.

— ¿Estupidez? Lili, creo que vomitaste parte de tu alma allá en la galería...

— No digas tonterías, Clo. Mi alma sigue intacta.

Ella hizo otra mueca, demostrando que aún se sentía débil. En ese momento, Cloe se dió cuenta de lo débil que era. Con tan solo ver a su amiga así, viajó a las partes más oscuras de su pasado.

— ¿Y si te llevo a un doctor? — preguntó, como último recurso.

— ¿Para que llevarías a una embarazada con náuseas a un doctor? Me dirán que es natural — soltó Lili —, deja la paranoia, Clo.

— No es paranoia, me preocupa que no comas y vomites.

— Ya no soy bulímica, esto no lo hago porque quiero ¿Está bien? — Lilian se levantó de su hombro y la miró a los ojos. No era tonta, sabía que estaba pasando por su mente —. De verdad, estoy bien.

— Y si te pones mal, ¿me lo dirás?

— Cloe, te cuento todo, incluso lo que no quieres saber. Créeme que si algo me pasa, te lo diré.

Lili se levantó un poco tambaleante y, tras sonreírle a su amiga le dijo que iría a dormir. Estaba agotada. Cloe la observó hasta que desapareció por las escaleras y, cuando no estuvo a su vista, suspiró ¿Por qué nos empeñamos en vivir en el pasado? ¿Por qué somos así?

Ella escondió su rostro entre sus manos. El punto débil de Cloe era fácil de identificar: su pasado; y sus amigas sabían despertarlo con facilidad.

Entre las líneas de esta historia se esconde algo que no es tan explícito, pero te lo voy a revelar. Gabe Bacher no era el único buscando fortaleza, ¿sabes? Quizá era el único que la buscaba levantando pesas, pero en el fondo todos siempre están en busca de ese algo que proteja sus puntos débiles.

Porque todos le tenemos miedo a ser débiles. Todos somos Gabe en algún momento.






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