capítulo | 02
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naranjito | franca
HAN TRANSCURRIDO CUATRO AÑOS desde aquel día en el que doña Regla leyó el infantil y mal intencionado anónimo. Durante todo ese tiempo ha ido a observar a la parejita de novios y no ha visto nada peligroso pare el prestigio de su hija. Pero ahora ha sucedido algo que sí la preocupa mucho a ella y ha entristecido a Franca: Adela contrajo matrimonio con un Cabo de la Guardia Civil; y un mes después, con la tarde agonizando ya, llegó a su casa dando saltos, riendo y con la cara enrojecida por la noticia que le dieron en la Capitanía. Se amarró un pañuelo en la cabeza y otro en una mano se puso a bailar una muñeira.
–¿Qué te pasa, Secundino? ¿Estás borracho? ¡Nunca te había visto así! —le preguntó Adela.
El Cabo no respondió a la pregunta, sino que comenzó a cantar:
—Pa la bana mi voy te lo vengo a dicir que mi han hecho Sargento de la Guardia Civil.
Los dos melosos contrayentes, en plena luna de miel, tuvieron que fijar su residencia en la Capital de la "Muy Fiel y Leal Isla de Cuba." Con ellos se fue Enriqueta, la hermana de la recién casada y cuñada del flamante Sargento, quien estaba siempre mirándose los galanes como mira un muchacho cuando tiene un juguete nuevo.
Por lo que Franca, para ir a las retretas, tenía que sumarse al grupo del barrio que siempre iba y regresaba de la Plaza de Armas dejándola casi en la misma puerta de su casa.
Cuando Pepito tenía dieciséis años ya nadie le decía Pepito solamente los de su familia. Como él estuvo con el asma más de ocho años no pudo desarrollarse normalmente: su estatura era menor de la mediana y su espalda estrecha, por lo que todos los que lo conocían empezaron a llamarlo cariñosamente por el diminutivo de Naranjo: Naranjito.
Un domingo por la tarde, oscurecida ya, Pepito y Franca estaban sentados en su banco de siempre en la Plaza de Armas. El, miro la cara linda y el cuerpo un poco desarrollado de Franca, le dijo:
—Franca, hace cuatro años ya que somos novios. Tú tienes catorce años y yo dieciséis y hoy quiero una cosa...
—¿Qué cosa, Pepito?
—Darte un beso, Franca.
—¡No! —exclamó ella.
—¿Por qué, Franca?, ¿tienes miedo?
—No, no es por eso. Yo sólo le tengo miedo a los muertos, a que se me aparezca uno.
—¿A los muertos, Franca? Mi amigo Melchor, el viejito catalán, me dijo hace tiempo que tener miedo a los muertos es una tontería, porque todos nosotros, los que estamos vivos, somos muertos que conducimos y manejamos un cuerpo compuesto por un esqueleto forrado por la carne y con venas y arterias. Y aparatos con sus órganos internos y que, cuando ese cuerpo cae para no levantarse más, el muerto se aleja de él y lo abandona.
—Eso, Pepito, es el espíritu...
—Sí, Franca, pero el espíritu de un muerto. ¿Entiendes? Por lo que tener miedo a los muertos es una tontería, es como tener miedo de uno mismo...
—Pues yo, siempre le tendré terror a que se me aparezca un muerto.
—Bueno, Franca querida, ¡qué le vamos hacer si tienes miedo! Pero volvamos a lo que estábamos hablando. Quiero darte un beso. Te has quedado pensando como un niño cuando le van a dar un remedio y él no quiere tomarlo. ¿Qué pasa, Franca, me tienes asco?
—No, no es eso. Es por la gente...
—Sí tú me quieres no me digas que no.
—Yo sí te quiero. Lo que más quiero en el Mundo es a mi madre y a ti, Pepito.
—Bueno, Franca, entonces vámonos para allí, mira, detrás de aquella esquina de la calle. Seguro que allí no habrá nadie que nos vea —y, tomándola por una mano, la llevó por la calle de la Alcaldía y doblaron por la segunda esquina. No había nadie y él le tomó la cara entre sus manos y le dio un beso en su linda boca y otro más apretado e intenso.
Un militar español, a quien llamaban, El Curro, verlos exclamó: "¡Chupa y déjame el cabo!"
Franca se zafó de los brazos del novio y dijo:
—Nos han visto, Pepito. ¿Oíste?
—No, mi vida, eso no fue con nosotros, sino por alguien que iría fumando. Vamos otra vez para la Plaza.
—No, Pepito, tú me has puesto uy nerviosa. Quiero ir para mi casa.
—Está bien, mi adorada Franca, iré contigo.
—No, Pepito, mi mamá puede vernos...
—Iré contigo hasta donde no nos pueda ver tu mamá.
Cuando llegaron hasta donde él podía acompañarla sin que doña Regla pudiese verlos él la tomó en sus brazos echándoselos por la espalda y volvió a darle otro beso, ahora goloso y arrebatado. Franca se desprendió del abrazo y se fue corriendo, azorada, nerviosa y feliz, hasta su casa.
—¡Mi hijita adorada, ¿qué sucede que llegas corriendo, con la cara encendida y tan nerviosa? ¿Qué ha pasado, Franca, que regresas sola?
—Nada, mamá, que tengo sed y sueño.
Franca fue al tinajero y bebió agua. Después se acostó vestida en su cama y, bocarriba, con los ojos cerrado y la boca entreabierta, se puso a pensar en su Pepito y en sus besos. ‹‹Lo quiero y lo querré toda la vida›› pensó.
Franca, después que cumplió los quince años, cada mes se ponía más linda y más hermosa. Muchos jóvenes se le acercaban para galantearla, le hacían promesas de amor y le juraban que se casarían con ella si aceptaba la buena intención que tenían de cumplirle. Ella recibía los amorosos requiebros con una sonrisa y, a cada uno de los interesados galantes, le decía lo mismo: "Tú eres un buen muchacho y puedes hacer feliz a quien te quiera; pero yo, a las personas que más quiero en mi vida son: a mi madre y a Naranjito. Nosotros nos amamos desde nuestra niñez y nuestro amor será eterno. Aquí, en Manzanillo, hay muchas muchachas bonitas y de buena condición y puedes escoger entre algunas la que tú creas que te conviene."
En tanto que Naranjito, libre por fin del asma que lo tuvo raquítico por bastante tiempo, empezó a tener sonrosada su simpática, y no fea, cara de jovencito. Se le desarrollo el pecho; la espalda se hizo ancha y los brazos y fuertes y creció algo, teniendo ya buena estatura. El Pepito de antes y el Naranjito de ahora, se convirtieron en un joven interesante, muy interesante para muchachas y también para lagunas "señoras" casadas y de condición cabezonas. Algunas de estas, en las reuniones donde Naranjito recitaba sus poesías, o en bailecitos amenizado por las bungas, le insinuaban sin ningún pudor o vergüenza, lo que sentían por él y el deseo fogoso y oculto que las dominaba. Muchas les dijeron esto con palabras iguales o parecidas:
—¿Sabes, Naranjito, estaré sola unos cuantos días y noches? Mi marido anda de viaje. Vete por mi asa para que podamos hablar sin que haya testigos...
—Ahora —decía él— no puedo decirles que sí ni que no. Depende de que yo tenga tiempo disponibles para "eso" que usted desea.
Él nunca quiso ofenderlas diciéndoles a las descaradas mujeres que solamente le interesaba, amaba y no haría sufrir a su Franca.
Así fue, es y será siempre la firme voluntad de los dos amantes fieles, sinceros y no dispuestos a traicionar uno al otro.
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