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Yumi

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Todo era negro.

O quizás ese todo, en realidad era un nada.

Pero entonces un flash pareció cegarla por un momento y al siguiente esa oscuridad comenzó a mostrar atisbos de ciertas cosas. Altas figuras estáticas pasaban a ambos lados, pero por la negrura que la envolvía no podía saber qué eran.

Otro flash de luz iluminó el lugar, un bosque, y también activó otro de sus sentidos. Ahora podía escuchar los estruendos de la fuerte tormenta rugir sobre ella.

—¡No la dejen escapar!

¿Escapar? ¿Pero de quién? ¿Por qué querría escapar?

—¡Les dije que debíamos encerrarla! —Gritó alguien con molestia, su voz le era conocida pero la cabeza comenzó a dolerle tanto que no podía pensar con claridad—. ¡Era obvio que escaparía!

¿Encerrarla? ¿Dónde?

—¿Qué haremos si no logramos atraparla? El jefe se va a poner furioso, la madre murió y la niña se escapó.

¿Madre?

Quería recordar, pero su dolor se transformó en fuertes punzadas, todas atacando su cabeza como si alguien estuviese golpeándola con un objeto punzante repetidas veces sin piedad alguna.

Podía reconocer la forma de los enormes árboles pasarle por ambos lados mientras corría con todas sus fuerzas por la noche, los truenos crujiendo en el cielo y las gotas heladas de la lluvia torrencial cayendo en todo su cuerpo y quemando en sus heridas abiertas. Su respiración sonaba pesada y podía sentir su cuerpo arder.

¿Cuánto tiempo llevaba corriendo?

—¡Debemos capturarla a toda costa! Necesitamos a esa niña, la hermana morirá trabajando sola y nos quedaremos sin nada.

—¡Allí esta!

—¡Atrápenla!

Su corazón pareció acelerarse aún más, llegando a sentir las palpitaciones en sus tímpanos mientras los pinchazos en su cabeza parecían llegar cada vez más adentro. Podía sentir sus piernas moverse aunque el ardor en su cuerpo hacía que poco a poco dejase de sentir sus músculos. Y en ese momento, mientras empujaba desesperada algunas ramas que se atravesaban en su camino, el suelo desapareció y ella cayó.

Sintió las piedras y ramas lastimar aún más su cuerpo mientras caía sin fin por una ladera interminable donde no podía ver nada en absoluto. Trató de sujetarse a algo pero todo estaba mojado, al igual que sus manos lastimadas, y solo le quedó esperar a que todo termine. Su cabeza golpeó algo y sus sentidos comenzaron a nublarse nuevamente.

Por último recordó abrir los ojos una vez más, su cuerpo estaba en el suelo e intentó con todas sus fuerzas ponerse de pie pero le era imposible. Fue en ese momento que alguien más apareció a su lado, mirándola desde su lugar como ella lo daba todo por seguir, hasta que decidió ponerse en cuclillas para mirarla desde una posición más cercana.

—¿Quién eres? —Preguntó el desconocido.

En la oscuridad del lugar le era imposible verle el rostro, además que a este punto no podía enfocar la vista, solo recordaba haber escuchado un tintineo sonar en el lugar con cada uno de sus movimientos.

Ella quiso responder aunque le costará la vida, sabía que ese hombre no era parte de quienes la perseguían y en ese momento él era su única salvación, alzó una mano con sus últimas fuerzas y en lo borroso de su visión notó que le entregó lo que llevaba apresado en un puño.

¿Qué le había dado? No lo sabía, la cabeza la estaba matando para este punto.

El extraño tomó aquello, apreciándolo por un momento antes de guardarlo bajo la túnica negra que llevaba. Dijo algo que no logró entender y la alzó con facilidad, cubriendo como podía su pequeño cuerpo que no dejaba de temblar y sangrar. Otras palabras nubladas salieron de sus labios y luego de que un par de ojos rojos brillasen en la oscuridad todo volvió a ponerse negro.

Duele, duele mucho, duele, basta, no puedo pensar.

Que pare, que pare, que pare, que pare, que pare ¡Que pare!

Volviendo a la actualidad, un grupo de tres hombres observaba desde la esquina de una habitación vacía a la niña de cabello rojo que en ese momento era atendida por una empleada que le llevaba una pastilla para calmar el dolor y un té relajante.

—¿Algún avance? —Preguntó el mayor del grupo viendo a la menor con desprecio desde su único ojo al descubierto.

—Su mente está bloqueada, Danzō-sama —Informó Yamanaka Inoichi siendo él el encargado de desglosar la mente de la menor—. No hay nada más que pueda ver desde antes o después de lo que ya analicé. No sé cómo su mente consiguió un bloqueo tan fuerte, pero por lo que logramos recuperar tenemos la sospecha de que el propio trauma apresó los recuerdos más dañinos.

—En el informe indican que hubo un último evento importante antes de que su mente se cierre —Remarcó Shimura Danzō dirigiendo esta vez su ojo a los hombres frente a él—. Es una sospecha casi asegurada de que esa persona fue Uchiha Itachi ¿No es así?

—Así parece, Danzō-sama —Asintió el rubio.

Los tres volvieron a mirar a la niña que esta vez los miraba desde su asiento con atención, como si tratase de escuchar lo que estaban comentando sobre ella.

—Entonces debemos considerarla una amenaza para la seguridad de la aldea —Sentenció el mayor con autoridad—. Apareció de la nada, sin recuerdos y tampoco ha hablado desde que despertó.

—Ella es muda, Danzō-sama, no es que guarde silencio por decisión propia —Rectificó Nara Shikaku, que hasta ese momento se había mantenido en silencio pensando en el enigma que la niña cargaba consigo—. Aún no sabemos qué motivos tuvo Uchiha Itachi al traerla hasta aquí, pero así como no tenemos información que la declare inocente tampoco contamos con nada que la declare una amenaza.

—Vuelvan a entrar en su mente, en algún momento se desbloqueara algo más aunque debamos forzarlo —Pidió, casi en demanda, Danzō.

—Su mente no soportará otra sesión, la rompería por completo y ya tiene secuelas que necesitan atención constante —Negó Inoichi cruzando sus brazos con la clara muestra de que no cambiaría de opinión.

—Sé que se preocupa por la seguridad de la aldea, Danzō-sama, pero en este momento Yumi es un miembro más de Konohagakure por decisión del Tercero —Recordó Shikaku viendo como la niña le sonreía por lo bajo, dándole las gracias aunque se la notaba agotada.

Yumi apretó más la manta que envolvía su cuerpo cuando los tres hombres le dirigieron una última mirada antes de decidir continuar con la conversación fuera de la habitación. Sus ojos viajaron a la piel descubierta de sus piernas, detallando las marcas que en realidad adornaban casi todo su cuerpo.

Mordidas.

Ella más que nadie quería saber su historia, descubrir quién era ella realmente, pero sin importar cuanto lo intentara solo conseguía migrañas cada vez más fuertes.

¿De qué escapaba? ¿Por qué?

¿Quién la había salvado? ¿Por qué lo hizo?

¿De dónde venía? ¿Hacia donde iba?

Quería gritar, desahogarse, expulsar la bola gigante de malas emociones que le oprimían el pecho, pero no podía. Y lo odiaba, se odiaba.

Si esa noche el hombre de ojos rojos no hubiese aparecido ¿Cuál sería su historia ahora? O quizás... su historia hubiese terminado allí: sola, herida, agotada.

Irónicamente, tal y como se sentía ahora.

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¡Gracias por leer!

¡Nos leemos pronto!

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