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Capítulo 9.-

<<Espías rusos.>>

¿Por qué está haciendo esto? ¿Por qué simplemente no fue como el resto de sus amigos, esos que preferían ver la pelea que meterse en medio y detenerla? ¿Por qué Namjoon es tan buena persona y excelente amigo? Es más, ¡deberían darle un lugar asegurado en el cielo porque él es simplemente un ángel que Dios no ha reconocido aún como su hijo predilecto, el más perfecto, bondadoso, amoroso y humilde de todos sus ángeles!

Porque es un ángel, no hay otra explicación para estar esa mañana por fuera del trabajo, con una taza de café en la mano mientras espera a que el menor de sus amigos entre por la puerta de la cafetería en la que lo ha citado desde el día anterior. ¿Por qué Jungkook es tan jodidamente lento? ¡Namjoon lleva esperándolo casi diez minutos!

.- ¿Tenías que llamarme tan temprano, hyung?

La voz de Jungkook suena adormilada, justo como el menor se ve a esas horas de la mañana: cabello desordenado, ropa desarreglada y las marcas de la almohada aún en el lado derecho de su cara. Namjoon se disculparía en otra ocasión, pero no es esta, no cuando no quiere estar ahí y mucho menos cuando Jungkook le esté reclamando por haberlo despertado a las ¡once de la mañana, maldita sea!

.- Siéntate, Jungkook, debemos hablar – utiliza su tono serio, casi paternal, para que el menor entienda que no va con bromas y que necesita que se comporte como el adulto que tanto dice ser, pero que nunca parece.

Jungkook se mordisquea el labio, sentándose frente al mayor a la vez que se remueve incómodo, tratando de mostrarse firme y no dejar entrever los nervios que no le dejaron dormir tranquilo desde que el mayor le llamó la noche anterior: ¿acaso Namjoon iba a decirle que tenía algún tipo de cáncer terminal, confesarle que era su verdadero amor y que desea que huyan lejos hasta que muera para vivir un idílico romance?

Él no puede decirle que no a un moribundo, nunca sería capaz de algo tan cruel.

Así que se había levantado temprano para preparar su maleta de huida romántica, le daría a Kim Namjoon los mejores días de su vida antes de que llegase su dolorosa muerte producto de un imparable cáncer que lo postraría en una cama de hospital en alguna playa puertorriqueña a la que escaparían para hacer el amor durante su último amanecer. Jungkook lloraría, gritaría de amor por él y luego sería feliz por haber cumplido los últimos deseos de uno de sus mejores amigos. Ni siquiera pensaría en Taehyung, tampoco en el pobre Jimin que quedaría destrozado por descubrir que Nam no le amaba como decía.

.- Sólo debes decirme cuándo nos vamos – susurra, evitando extender su mano para tomar la de Namjoon – No haré preguntas sobre el diagnóstico, tan sólo esperaré.

El gesto confundido del mayor sólo provoca más nervios: .- ¿Qué dices? ¿Fumaste hierba esta mañana o qué?

.- De tu cáncer terminal, hyung...

.- ¡No tengo cáncer! – eleva la voz exaltado, consiguiendo que las pocas personas en el café se girasen a mirarlos – Yo... ¿de dónde sacaste que tengo cáncer, tonto?

Sus mejillas se pintan suavemente de carmín, una sonrisa atravesando su rostro: .- ¿Entonces vas a dejar a Jimin por mí sólo por qué sí? ¡Al fin te diste cuenta, hyung!

Bien, oficialmente Namjoon comienza a tener dolor de cabeza: .- No voy a dejar a Jimin, por Dios. ¿Cuántas veces hemos dicho que lo nuestro es solamente platónico, Kook?

Jungkook se remueve aún más: .- Muchas, Nam hyung.

.- Exacto, muchas – suspira en medio de sus palabras, mirando casi con cansancio al menor, a quién adora demasiado y por eso no lo golpea – Somos platónicos del otro porque amamos demasiado a nuestros novios, Jungkookie.

Aquella mención inexacta de Kim Taehyung le duele: .- No tengo novio, Namjoon.

.- Hasta dónde sé, y lo digo porque he tenido a Tae dos días comiendo helado en mi sala mientras llora tu nombre, ustedes nunca terminaron – se alza de hombros antes de darle un sorbo a su ya frío café, tratando de darse ánimos – Y cómo sé lo mucho que lo amas, lo mucho qué importa su relación para ti... tengo una solución a todos sus problemas.

Jungkook no le responde, tampoco tiene tiempo antes de que Nam deslice con su mano libre una hoja de papel doblada a la mitad por sobre la mesa, mirándolo fijamente y con seriedad.

.- ¿Nos volvimos espías rusos, Nam? ¡Me hubieras dicho! ¡Me falta practicar mi acento! 

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