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9. Recompensa

Ambos volvieron a la gasolinera, donde estaba también la única cafetería del pueblo. El coche quedó aparcado fuera, y ambos entraron a comer algo antes de emprender el viaje de regreso. Noah estaba abatida, pero Arze lucía como si nada. Pidió dos bagels con jamón y queso,  y un par de cafés fríos, y después, se sentó con ella en una mesa alejada de la puerta, oculta tras un pilar, en una esquina del local.

— ¿Cómo te sientes?

— ¿Cómo crees que debería sentirme? -preguntó Noah, olvidándose por un instante de que debía cuidar su tono -. Mi propia hermana me preferiría muerta y me echó de su casa. Aparentemente, mi ex mejor amiga tuvo un hijo con mi exnovio muerto. ¿Cómo debería sentirme?

— Tú querías venir a verla -le recordó Arze-.

— Y tú sabías, ¿verdad? Sabías que Val no quería saber de mí. Es obvio que la investigaste antes. Si ya sabías donde encontrarla...

— ¿Me habrías creído si te decía que tu hermana no quería verte? Yo creo que no -argumentó Arze, cruzado de brazos-. Es algo que tenías que vivir para entenderlo.

Noah guardó silencio, abatida. De algún modo, esa manera de actuar, de hacer las cosas... le recordaba bastante a Kai, si Kai fuera un guerrillero sociópata que pretendía gobernar el país con puño de hierro.

— ¿Qué piensas? ¿Te recuerdo a alguien?

— A Kai -confesó ella, sin pensárselo-.

— ¿Te has preguntado porqué fue tan fácil para mí lidiar con Ezra en su momento? Él adora a Kai. Él y yo somos muy parecidos. Solo que Kai es un blandengue. Yo soy mejor. No tengo sus debilidades. Mi voluntad nunca flaqueará.

— Kai no haría todas las cosas horribles que...

— ¿Ah, no? -la interrumpió Arze, inclinándose un poco sobre la mesa, cerniéndose sobre ella-. Yo creo que sí. ¿O jamás te contó de la vez que arrojó a ese chico, Kevin, de un puente, para romperle los huesos? Entre él y Keith May dejaron muy malheridos a varios. No matarlos no era un acto de piedad. Tu amigo Kai era incapaz de lidiar con la culpa. Yo no siento culpa. Yo sé lo que hay que hacer y lo hago.

La mesera los interrumpió para traerles sus bebidas. Arze le ofreció uno de los cafés fríos a Noah, quien lo tomó, sin saber si sentirse atemorizada o regañada. Bebió un par de sorbos, y después, miró a Arze, quien interpretó eso como una señal para seguir hablando.

— Te voy a ser honesto, Noah. Durante la batalla del Ángel, cuando expulsaron a la Armada de la capital, no nos fuimos con las manos vacías.

Arze siguió contándole, y mientras más hablaba, más razones para tener miedo tenía ella. Durante las semanas que él y los suyos estuvieron en Palacio Nacional, y tomaron varias bases del ejército, robaron teras enteros de información. El ejército mexicano se vio mermado casi a la mitad de sus efectivos después de que los Carmesíes mataran a algunos o reclutaran al resto. Actualmente, muchos elementos entre sus filas eran infiltrados, pendientes a que Arze volviera a intentar tomar el poder por la fuerza para apoyarlos, sabiendo que obtendrían ascensos y serían premiados por su lealtad.

Pero no era todo. Arze era informado de cada base militar y enclave de Alba Dorada en el país. Algunos de los caudillos más infames de la armada, como Helio Soto, habían llegado a infiltrarse en la Academia donde entrenaban y se graduaban los élites de los dorados, y ahora entrenaban a muchos carmesíes para contrarrestar las tácticas de los dorados.

— Mientras mi gente hacía respaldos de toda esa información antes de escapar, yo tuve que salir en persona a confrontar a Ezra Saucedo -confesó Arze-. Gané. No lo maté, porque me servía más con la moral quebrada que bajo tierra: ¿sabías que lo dejé tuerto? Si tu amigo Kai hubiese sido más decidido, me habría detenido en vez de quedarse a cuidarlo. Su indecisión fue y será la clave de su derrota, Noah.

"Su buen corazón, querrás decir", pensó Noah, pero no lo dijo. La compasión que tenía Kai era lo que evitaba que se convirtiera en un monstruo, pero Arze era incapaz de ver eso. Para él, el fin siempre iba a justificar los medios, y sacrificaría a cada uno de sus seguidores si eso le concedía la victoria.

— ¿En serio no te da ni tantita culpa? -preguntó ella-. ¿No hay nada que te importe más que tu causa?

— Si me dejo cegar... si dejo que cualquier vicio, cualquier persona corrompa mis ideales, me volveré corrupto, y la corrupción es lo que pienso eliminar. ¿No es lógico? Alguien tiene que ser capaz de hacer sacrificios por el bien de todos.

— Y ese serás tú.

— Y ese seré yo -repitió Arze-.

Llegaron sus bagels y ambos se dispusieron a comer. Ni bien terminó, Arze dijo que iría al baño. Añadió un "no intentes huir" en son de burla. Sabía perfectamente que Noah no sabía conducir y que estaban a un par de horas en coche de Xalapa. En lo que ella salía del pueblo, Arze tendría ya acordonada la zona. Apesadumbrada, siguió comiendo mientras removía su café frío con el popote.

Al local entraron tres personas. El primero era un chico joven, como de la edad de Noah, una cabeza más alto, con cabello corto pero alborotado, tez blanca, barba escasa bajo el mentón, y un parche de tela sobre uno de sus ojos. Tras él entraron dos chicas, la primera regordeta y caderona, extremadamente blanca y con tatuajes en pecho y espalda, con un par de perforaciones en el rostro. La tercera, un poco más bajita que la anterior pero con la misma complexión, ni tatuajes ni perforaciones, pero su cabello casi hasta la cintura, volteó a ver a todos lados ni bien entró.

Mientras la primera chica pedía en el mostrador, los otros dos se sentaron cerca de la puerta. Algo se le hacía familiar a Noah respecto a la segunda chica, que no dejaba de ver hacia donde estaba ella sentada, pero no era capaz de recordar exactamente qué era.

Entonces, cuando el chico del parque volteó hacia donde ella estaba, Noah sintió un escalofrío. "No lo maté, porque me servía más con la moral quebrada que bajo tierra: ¿sabías que lo dejé tuerto?", había dicho Arze. Aún con su expresión cansada y aquél parche, lo reconocía. Fue en persona a destituirla de su cargo en Alba Dorada la noche en la que Kai se marchó de La Ciudad.

"¿Qué hace aquí?", pensó ella.

Entonces cayó en cuenta.

Val no se había ido en tan malos términos de Alba Dorada: bien podía haberlos llamado después de su visita. Noah revisó la hora en el reloj de pared que había en el local. Ya habían pasado casi dos horas desde que fueron a verla. Fácilmente tuvieron tiempo de venir desde Xalapa pero... ¿por qué tan pocos?

Sin acabarse su café frío, Noah se puso en pie y caminó hacia los baños. En lugar de entrar al de mujeres, tocó la puerta en el baño de hombres. Sin esperar a que hubiera respuesta, entró y pudo ver a Arze lavándose las manos. Cerró a toda prisa y en voz baja, le dijo que había dorados afuera.

— ¿Estás segura? -preguntó Arze, quieto en su lugar-. ¿Cuántos son?

— Tres: dos chicas y Ezra Saucedo. No vienen con sus uniformes -dijo ella-. Pero seguramente vinieron armados.

Arze lo pensó durante unos segundos y, tras alzarse la camisa, dejó ver dos pistolas, una de cada lado de su cintura, bien enfundadas. Cogió una y se la ofreció a ella.

— Gracias por decirme. Aprecio tu lealtad. Ahora, tendremos que abrirnos paso si realmente queremos salir libres de esta.

Noah le quitó el seguro a la pistola: era una glock genérica. Arze sacó la suya de su funda e hizo lo mismo.

— Yo iré primero. Solo cúbreme.

Ambos abandonaron el baño de hombres y salieron a la cafetería listos para abrir fuego. Afuera, los dorados ya estaban esperando, cada uno con una muñequera puesta excepto por Ezra: él sí que tenía un arma de fuego, aunque no tuvo oportunidad de dispararla primero. Arze vació medio cargador, obligándolos a cubrirse tras una mesa.

Ezra volcó dos mesas y le gritó a sus acompañantes que se agacharan. Noah abrió fuego contra la que traía tatuajes: ella disparó una pequeña bomba de humo de su muñequera. Ella y Arze se cubrieron tras el muro que daba a los baños y por un par de segundos, se hizo el silencio.

— ¡Alyssa, conmigo! -gritó Ezra. La otra chica, la de cabello largo, disparó algunas agujas hacia donde estaban ambos y una se le clavó en la pierna a Noah, quien casi suelta su arma por la punzada. Se agachó a arrancársela y Arze vació el resto de su cargador contra las mesas, aunque no pareció darle a nadie.

— ¡Violet, que no atraviesen esa puerta! -vociferó Ezra-. ¡Que no escapen!

Noah disparó desde donde estaba, ahí agachada, y logró dañar una muñequera a juzgar por el sonido que produjo el impacto de una de sus balas. Arze la felicitó en voz baja y le dijo que era hora de correr: cuando dio la orden, ambos salieron corriendo hacia la puerta, pero los dorados eligieron justo aquél momento para salir de sus escondites. Vio que había conseguido dañarle la muñequera a la de cabello largo: Violet, pero ni bien salieron, Alyssa disparó su muñequera apuntándole a Noah. Una aguja se clavó en su hombro, pero Arze salió ileso.

— ¡Voy tras él! -gritó Ezra, que salió corriendo a perseguir a su némesis.

Noah quiso alzar su arma contra Ezra, pero por algún motivo, empezaba a sentir su cuerpo pesado. La chica con tatuajes mandó a volar la pistola con su mano, y entre las dos sometieron a Noah en el suelo.

Empezaba a ver borroso. Afuera, se escuchó cómo arrancaba el motor de un carro. Disparos. Neumáticos quemándose con el asfalto. Después, silencio.

"¡Se escapó!", gritó Arze. "¡Pidan refuerzos! Quiero que acordonen la zona", le ordenó a las chicas, que ya la habían inmovilizado. Noah sintió que en cualquier momento, quedaría inconsciente.

"Vendrá por mí", pensó ella, adormilada. "Va a volver por mí", se dijo, aunque muy en el fondo, presentía que era mentira.

— Llévensela. Ajusten bien las esposas -ordenó Ezra-. Porque no creo que atrapemos a Ezra hoy, y no quisiera que se nos escape ella.

Noah cerró los ojos y dejó caer su cabeza mientras ambas chicas la arrastraban fuera del local. Ezra no fue con ellas de inmediato. La subieron a los asientos de pasajeros de la camioneta y una de ellas subió con ella. Escuchó cómo arrancaban los motores mientras batallaba por no caer dormida aún.

— Avisen a Nora Vera que atrapamos a Nakamura. Habrá que interrogarla.

No supo si ya estaba dormida o aún no, pero escuchó voces. Sintió cómo la arrastraban de un lado a otro. Tenía frío y no podía abrir los ojos. Era como estar en el limbo, entre dormida y despierta. Su conciencia iba y venía, pero no soñaba. Seguía adormilada. En algún punto, después de varias horas, se rindió al sueño.

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