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6. Rehén

Tras casi un mes de observar reclutamientos, juicios y un par de paseos de la victoria por pueblos que fueron liberados del control de los federales, Noah se consideraba ya desensibilizada. No habían pasado ni dos meses desde que vivía en las calles, y ahora, ya empezaba a vestir con cierta emoción el uniforme carmesí.

Arze le había obsequiado un par de conjuntos de teniente, con una hombrera al lado derecho que indicaba su rango: en vez de traer la chaqueta roja característica de las fuerzas básicas, Noah solía llevar playeras blancas o negras con el estampado de un colmillo rojo en la parte trasera.

A veces, incluso salía a correr a la pequeña pista de tierra que habían construido dentro de la base, donde los niños pequeños jugaban futbol por las tardes. Notó que al inicio, la seguían al menos un par de carmesíes, vigilándola de lejos, pero con el paso de los días, parecieron relajarse: no iba a escapar así nada más. Sabía que la abatirían a tiros antes de que corriera lo suficiente, y por las noches, los carmesíes patrullaban por turnos alrededor del perímetro. Y, lo más importante, ahí dentro realmente se sentía segura. La respetaban.

Volviendo de trotar como ya solía hacerlo, una niña la alcanzó para decirle que le hablaban en la oficina de Arze. Seguía sintiendo un nudo en la garganta cuando la convocaba Arze, pero, salvo la ocasión en la que la hizo saltar al foso para pelear contra reclutas, nunca más hizo peligrar su vida. Incluso terminó asignándole un dormitorio particular.

— Gracias. Ya voy -le dijo a aquella niña. Siempre la mandaban a ella a buscarla-.

Ni bien entró a la oficina de Arze, reconoció a los chicos que habían ahí dentro, junto a él. Eran cuatro de los sobrevivientes de aquellas bestiales rondas de reclutamiento. Traían puesta ropa negra con detalles rojos y, Noah pudo notarlo, todos traían muñequeras como las de Alba Dorada, pero pintadas completamente de negro.

— Qué bueno que llegas -saludó Arze-. Resulta que hay una misión urgente, y necesito a algún teniente que le dé órdenes a estos muchachos. Te presento al Escuadrón Silencio.

Noah no podía ignorar los nombres que escogían los carmesíes para sus equipos: mientras que en Alba Dorada tenían equipos como "Paraselene", "Hijos de la Luna", o "Máscaras de jade", en la Armada Carmesí estaban el Escuadrón Silencio, la Unidad Cóndor, o los Enterradores. El mensaje estaba claro.

— ¿De qué se trata? Y más importante, ¿por qué yo?

Arze encendió la pantalla que tenía detrás, en la que probablemente estaba proyectando lo que él mismo veía en la computadora portátil que tenía abierta frente a él.

— Hay un pueblito en Chiapas. Un cártel local se estableció ahí un par de días, mataron al grupo local y a más de siete civiles. Alba Dorada no parece querer intervenir ahí, así que lo haremos nosotros. La misión es llegar, matar a cualquier hombre armado que oponga resistencia e interrogar a los que hagan falta para averiguar quién los envió.

— ¿Y por qué yo? -repitió Noah-.

— No creo que te vayas a escapar cuando se trate de algo como esto. ¿O prefieres dejarlos a su suerte?

"Técnicamente vamos a ayudar, ¿no?", se dijo a sí misma. No tenía nada de malo.

Le dieron una hora para prepararse. Regresó corriendo a su dormitorio para bañarse, y recién salida de la ducha, eligió el traje reforzado con kevlar que le había dado Arze para llevarlo en peleas. Se preguntó si le darían una muñequera negra como las que tenían los otros, pero no se confió y decidió ir a la armería, a varias cuadras de distancia, a pedir un par de armas de fuego, pero cuando llegó, vio ahí a sus cuatro compañeros eligiendo las cosas que iban a llevarse. Un par de ellos traían colgando del cinturón una UZI cada uno, y uno de ellos traía una lanza larga a la espalda, y un escudo de un metro en la otra. El último traía una muñequera en cada mano, y un fusil de asalto a la espalda, colgando con correas.

— ¿Y para la señorita quizás un rifle de francotiradora? -preguntó el carmesí a cargo de la armería-.

— Tengo mala puntería. ¿Quizá algo a corta distancia?

— ¿Segura? Pues tengo un revólver, o tal vez tasers.

— No, algo físico.

— Sin ofender, muchachita, pero luces un poco frágil para llevar algo como...

Noah se adelantó y cogió un machete de doble filo, y se lo colgó a la espalda: su traje tenía un amplio imán circular a la espalda que le permitía poner ahí algún arma sin miedo a que se cayera. Después, eligió una glock con el número de serie borrado.

— Con esto tengo -dijo ella-. A menos que tengas otra de esas muñequeras para mí.

Los cinco llegaron al amplio patio donde descansaba un helicóptero: Noah pensó que todavía esperarían al piloto, pero descubrió que uno de los del escuadrón iba a manejar el vehículo. No se molestó en preguntarle cómo había aprendido: descubrió que aquellos chicos, la mayoría apenas mayores de edad, no brillaban por su elocuencia. Además, recordaba perfecto al que había golpeado durante la selección en la que Arze la hizo pelear contra varios de ellos. Ahí estaba, y le clavaba la mirada encima cada pocos minutos, pero nunca hablaba. Habría pensado que eran mudos si no fuera porque uno de ellos se reportó con los carmesíes que cuidaban el patio antes de abordar.

Noah abordó y se puso un casco con audífonos, aunque pronto reflexionó sobre la inutilidad del hecho: ninguno de ellos parecía con ganas de hablar durante el trayecto: durante la hora que tardaron en llegar, Noah se dedicó a ver el paisaje del sureste: el resto del grupo permaneció impasible: en cuanto el vehículo empezó a descender, los tres que venían con ella como pasajeros se pusieron las capuchas negras que venían con sus uniformes, con líneas rojas en los bordes, y también decidieron ponerse máscaras en las caras: antes, las traían colgando del cinturón, pero las engancharon a la capucha que traían puestas con un par de broches. No parecían obstruirles la visión, pero tampoco lucían tan cómodas.

Ni bien aterrizaron, un hombre armado les apuntó con un arma larga: uno de los hombres de Noah le disparó un par de agujas con su muñequera, y el hombre cayó al suelo: lo habían atravesado en la frente.

— ¿A dónde? -preguntó el piloto, una vez hubo bajado del helicóptero. Se encontraban a las afueras del poblado, y a varios metros del cadáver, había una vieja camioneta-.

— ¿Sabemos dónde viven los del cártel?

— Sabemos que si cruzamos la plaza del pueblo, vendrán a nosotros.

Noah decidió no cuestionar a aquél chico: preferiría no entrar en combate en terreno abierto, pero el Escuadrón Silencio parecía muy seguro de lo que hacía, así que se limitó a asentir con la cabeza.

Uno de ellos le arrebató la llave de la camioneta al hombre, y otro, le quitó su fusil. Noah decidió subir entre los pasajeros y no como copiloto: sintió que su vida correría menos peligro así. Ni bien atravesaron la calle principal, Noah se dio cuenta de que atraían miradas, pero no de los invasores, sino de la gente común. Claro, estaban dentro de una camioneta que le pertenecía a los malos.

Se detuvieron frente a la plaza, y la gente que se encontraba en los alrededores empezó a alejarse, sin apartar la vista de ella, pero cuando el primer carmesí descendió, en sus rostros pudo verse la confusión.

— Ahí vienen -murmuró Noah, al escuchar el sonido de varios motores acelerando a su alrededor. Los habían estado siguiendo.

— ¡Nueve, una granada! -gritó uno de los carmesíes. Algo había escuchado Noah respecto a que, luego de graduarse como élites, los carmesíes les asignaban un número en lugar de un nombre, o apodo. Deshumanizante.

Aquél a quien llamaban Nueve se llevó la mano a la pequeña mochila que traía a sus espaldas, y extrajo una esfera metálica con un segurito puesto. Retiró rápidamente el seguro, y la arrojó a varios metros de distancia, frente a una camioneta blindada que se acercaba a toda velocidad. La granada se estrelló contra el parabrisas, y aunque no lo atravesó, quedó alojada ahí. Noah se tapó la cara, y a los dos segundos, la parte frontal de la camioneta fue consumida por la explosión.

Se escucharon gritos. Los pocos que quedaban cerca de la plaza del pueblo ya corrían despavoridos en todas direcciones, alejándose del área.

Noah no quiso esperar, y sacó su pistola de la funda para abrir fuego. Disparó tres veces contra el primero que se le cruzó, y sus hombres hicieron lo mismo, tomando la delantera, vaciando los cargadores de sus muñequeras contra sicarios armados que apenas alzaban sus fusiles, eran recibidos por una lluvia de agujas disparadas a toda velocidad contra sus cuellos.

El que traía una lanza aprovechó para cargar contra un desprevenido que intentó recargar en campo abierto, y le atravesó la boca con ella. La sustrajo, y de inmediato, la arrojó contra otro que intentó acercarse por la espalda para tener un tiro seguro. Aquél carmesí le arrebató el arma al incauto que apenas había logrado cambiar el cartucho, y la usó para darle en los neumáticos a otra camioneta que se acercaba con intención de atropellarlo. Mientras el coche blindado derrapaba, aquél carmesí corrió hacia el cuerpo en el que descansaba su lanza, y la cogió de nuevo.

Noah llegó a darle a dos o tres sicarios que intentaban llegar a ella, y también herir en las piernas a uno que otro distraído que la ignoraba para ir tras el resto. Seguían llegando matones, pero cada vez les era más difícil llegar a ellos, pues las camionetas de los primeros le estorbaban al resto. Noah empezó a sospechar que todo el cártel había ido ahí para acabarlos: no serían demasiados, quizá treinta a lo mucho. Todos ellos llegaban montados en una camioneta. Idiotas.

Nueve llegó a arrojar otra granada al interior de un blindado, y Noah escuchó cómo al interior, no pudieron quitarle el seguro a las puertas a tiempo para abandonar la unidad antes de que la explosión se llevara a varios al mismo tiempo. Noah desenvainó su machete y cortó por detrás la pierna de otro matón que no la había visto ahí donde se escondía. Aquél cayó al suelo, y Noah aprovechó para rebanar su espalda con varios golpes de su arma blanca. Cogió el arma del ya difunto y abrió fuego contra otra camioneta más.

Quedaban pocos matones cerca. Era hora de tomar prisioneros.

— ¡Quiero al resto vivos! -gritó Noah-. De inmediato, pudo escuchar el sonido de las muñequeras de sus hombres haciendo clic, señal inequívoca de que ahora ya no estarían disparando agujas a presión.

Uno de ellos, el de la lanza, la arrojó hacia el tobillo de uno de los sicarios restantes, quien tontamente dejó caer su arma al suelo. Noah llegó a darle un tiro en el brazo a otro, y a otro, y pronto, dejaron de escuchar detonaciones. Los cinco que tenían enfrente eran los únicos que quedaban vivos.

— ¿Quién los manda? -se apresuró a preguntar uno de sus hombres-.

— Yo no...

Noah le dio un tiro en el estómago. Empezó a chillar del dolor mientras se desangraba.

— ¿Quién los manda? -repitió la pregunta Noah, abrazando su papel-.

— Yo... Las Lunas... -jadeó aquél-.

Noah le dio un tiro en la cabeza.

— ¿Quién sí quiere decirme?

Pero, antes de continuar, se fijó en el rostro de uno de ellos, al que le habían atravesado el tobillo con la lanza.

— Amárrenlo. Nos lo llevamos a la base. Arze querrá hablar con él -dijo Noah, reconociéndolo-. Si los demás no se quieren morir, digan algo útil.

— Nos mandó un tal Yonsu -balbuceó uno-. Dijo que si manteníamos controlado el pueblo, podríamos cobrarles piso. Dijo que los dorados vendrían pronto y cuando lo hicieran, enviaría apoyo.

— Pobres idiotas -dijo Noah en voz alta-. Y ustedes creyeron que no los iban a usar como carne de cañón. Pues a ese Yonsu le ha salido mal la jugada, porque Alba Dorada no vino. Nos llamaron a nosotros mejor.

Noah lo ejecutó como al anterior y después, le dio la orden a sus hombres para que hicieran lo mismo con los dos restantes. A sabiendas de que el reguero de sangre que dejaron ahí llamaría la atención de Alba Dorada, consideró preguntarle a Arze si pensaba dejar protección en este sitio.

En cuanto terminaron de inmovilizar al chico, a su ex amigo de la adolescencia, Noah les dijo que ya era hora de volver.

— Noah, yo... perdona por... -balbuceó él, maniatado, y con una herida en la pierna-.

— Cállate Ulises. Lo que menos quiero es escucharte hablar de aquí a que lleguemos.

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