3. Lo que sangra
La camioneta paró una vez más y Noah despertó por la brusca sacudida. Alguien le dio una palmada a la carrocería del auto y empezó a caminar hacia la puerta del compartimento de carga. Noah sintió un escalofrío. Afuera, no parecían tener intenciones de reanudar la marcha pronto. El conductor, cuya voz ya podía reconocer, les dijo que había llegado con algo de retraso por problemas en la carretera. Noah no recordaba eso, pero en vista de que había pasado la mayor parte del viaje dormida, tampoco diría lo contrario.
La luz del exterior bañó las cajas que cubrían a Noah, y poco a poco, empezaron a arrastrarlas hacia la puerta. Noah, aterrada, se resignó a ser descubierta. Era solo cuestión de tiempo para que la vieran. Dicho y hecho, ni bien retiraron la mitad de la mercancía que estaba más cerca de la puerta, un hombre alcanzó a ver el par de tenis que Noah traía puestos.
— ¡Hay alguien dentro!
Rápidamente, otro de los hombres que había cerca cogió de la camisa al conductor.
— ¿A quién quieres meter de contrabando, René? ¿No estarás planeando nada raro, o sí?
— ¿Quién? ¡No! - Gritó el conductor, alzando ambas manos - ¡Nada de eso! No sé cómo entró a mi camioneta, se los juro.
Noah sintió cómo la agarraban de los tobillos, y no intentó resistirse. En su experiencia, le iría peor. Decidió fingir estar desorientada, pero cuando la sacaron de un jalón, y cayó al suelo de polvorienta tierra color sepia, deslumbrada por el sol que brillaba en todo lo alto, cerró los ojos genuinamente, alzando una mano débilmente para taparse la cara del sol por un momento.
— Una muchachita. ¿Quién te dijo que la trajeras? Pensaba que al jefe Arze no le gustan estas cosas.
El conductor estaba muy asustado. No reconocía a Noah, y no sabía cómo justificar su presencia en el interior de su camioneta. Le apuntó con el dedo y volvió a jurarles que no sabía cómo entró ahí.
Entonces, cuando pudo abrir un poco los ojos, y vio cómo iban vestidos, Noah confirmó sus sospechas: aquellos hombres eran miembros de la armada carmesí de Arze. En lugar de ir a Xalapa, había caído en medio de la zona sin ley de Oaxaca, donde el sistema de partidos políticos no aplicaba. Estaba dentro de las zonas regidas por el "sistema de usos y costumbres", donde se presumía que Arze permanecía refugiado con lo que quedó de sus fuerzas.
— Entonces, ¿qué tenemos aquí? -preguntó uno de ellos, agachándose para coger a Noah de las greñas, y obligarla a ponerse de pie, pues alzó el puño, jalándola del cabello. Noah no aguantó y empezó a incorporarse, presa de aquél carmesí-. Es joven.
— Es bonita -dijo otro de ellos, un moreno con nariz afilada y un par de perforaciones en una ceja -. Yo podría cuidarla.
— Solo si quieres que te corten el chile -lo amenazó el presunto jefe, quien tenía a Noah bien sujeta del cabello, mientras la analizaba-. No podemos quedárnosla. Ya saben lo fácil que es que nos acusen de algo. Deberíamos llevarla directo con el jefe.
Hubo algunas voces de descontento alrededor, pero ninguno se quejó demasiado: por lo visto, aquí respetaban lo suficiente al líder del grupo, así que Noah se supo a salvo de momento. Dependiendo de quién era el jefe, podría acabar en un lugar seguro, o iba a lamentar haber llegado a este sitio.
— ¿Cómo te llamas, preciosa? -le preguntó el jefe, aún sin soltarla.
Noah vio su oportunidad para librarse. Si les sonaba de algo su nombre, si la recordaban como una de las que pelearon por la armada durante el golpe de estado en Xalapa...
— Noah Nakamura. Arze me reclutó para atacar Xalapa durante...
El jefe la zarandeó un poco, y Noah tuvo que apretar los dientes para no chillar: le dolían mucho aquellos jalones, pero no tenía fuerzas para intentar zafarse.
— Nakamura, sí claro. Si lo fueras, tú y tus dos amigas deberían ser ejecutadas, o algo más divertido. Todos los "desertores de Alba Dorada son un peligro para nuestra comunidad. Si dices la verdad, debería ejecutarte.
Pero entonces, uno de sus hombres alzó la voz.
— Jefe, los hombres de La Voz vienen en camino. Yo que usted soltaría a la chica.
¿La Voz? ¿Era eso alguna especie de título? Noah se preguntó si se referirían a alguien importante al interior de la armada carmesí, o si sería el propio Arze. El que la tenía agarrada del cabello decidió soltarla.
— Si intenta escaparse, denle un tiro en cada pierna -ordenó-.
Noah volteó a su alrededor. Había alrededor de diez hombres armados, todos ellos con playeras rojas, algunos con playeras negras y chaquetas rojas encima. Un par, incluso traían chalecos antibalas. La mayoría portaba armas largas, y algunos, como el jefe, tan solo un par de pistolas con las fundas colgando del cinturón. El dueño de la camioneta seguía quieto en su lugar, y dos de los carmesíes seguían sacando la mercancía de su camioneta para dejarla sobre un carrito de carga.
Frente a ella, había otras camionetas, aunque ninguna en uso. Estaban en lo que parecía ser un estacionamiento de carga y descarga de vehículos. Al fondo, se veían varios domos y casas, y cerca del horizonte, un bosquecillo rodeaba toda la planicie en la que se encontraban.
Cuatro hombres carmesíes se acercaron al grupo y, sin decir palabra, dos de ellos cogieron a Noah, uno de cada mano, y empezaron a caminar, arrastrándola con ellos. Sin oportunidad de voltear atrás, Noah decidió que sería más digno empezar a caminar que dejarse arrastrar todo el camino. No se esmeró en preguntar a dónde la llevaban. Era obvio que no le dirían palabra.
Durante el recorrido, pudo ver algunos sitios de aquella base: un domo donde guardaban enormes cajas de madera, otro donde parecía haber un comedor, y otro más en el que había decenas de literas. Por en medio de la improvisada calle de tierra iban y venían hombres con chalecos carmesíes, pero también mujeres, ancianos y niños. La mayoría iban y venían del comedor, pero otras tantas se colaban por cada callejón en aquella base. ¿Por qué tenían tantos civiles dentro? "Probablemente como escudo humano", pensó Noah. Así cualquiera en el gobierno pensaría dos veces antes de atacar aquella base.
A lo lejos, vio un enorme molino donde una buena cantidad de personas de distintos sexos y edades empujaban troncos de madera dando vueltas en círculos. En medio de aquella enorme rueda, había una estructura que la conectaba con lo que parecía una batería gigante. Producían su propia electricidad. Aquella visión fue interrumpida por un grupo de hombres que, entre todos, venían cargando el enorme tronco de un árbol hacia algún otro sitio.
Finalmente, llegaron a un edificio de dos pisos. Sus escoltas la soltaron, y la empujaron hacia unas escaleras externas, para que caminara hasta arriba. Los otros dos la venían siguiendo desde atrás, y cuando por fin llegó a una puerta que daba al interior, los guardias la hicieron entrar, pero se quedaron afuera.
Al interior estaba Arze, sentado tras un escritorio rústico, hecho de un tronco de árbol al que habían alisado por arriba, y cuyas patas eran otros pedazos de tronco, cortados y puestos en cada esquina.
— Nakamura. Qué sorpresa verte por aquí.
Noah no supo qué esperar. A sabiendas de que intentar huir le podría costar la vida, tomó asiento frente a Arze. Aquella habitación se encontraba climatizada, a diferencia del resto del complejo, y algunos lujosos adornos colgaban de las paredes, como la alfombra aterciopelada bajo la mesa.
— Sí... eres... vives como un rey aquí.
— Extrañaba que me tutearan -reconoció Arze, poniéndose de pie lentamente-. Tú quédate ahí sentada, por dios -le ordenó, cuando vio que ella estaba por imitarlo-. A veces me aburro de todo esto, pero después, recuerdo lo necesaria que es esta lucha. Te perdimos el rastro luego de la marcha sobre Xalapa. ¿Qué te ocurrió? Te ves fatal.
— Tuve problemas.
— Evidentemente. Supe que tus amiguitas se fugaron, pero jamás volvieron a casa. Las vieron causando problemas en Catemaco, pero escaparon antes de que llegaran los dorados. ¿Qué hay de ti? Nadie te ha visto desde que acabó la guerra civil.
— Me escondía.
— ¿Dónde? -preguntó Arze, ansioso. Noah decidió que lo mejor sería no mentirle... tanto.
— Puebla.
Arze sonrió, y cogió una pipa de madera que había sobre el amplio escritorio. Agarró también un encendedor, y calentó la salida de la pipa para después jalar aire un par de veces. Tras varios segundos, expulsó el humo por la nariz, como si fueran dos chorros de vapor.
— Tuviste muchos huevos. Digo, esconderte en la ciudad sede del mayor complejo de Alba Dorada... habrías estado mucho más segura aquí. Me hacían falta tenientes de confianza, y a la mayoría los capturaron durante la batalla del ángel. ¿Por qué hasta ahora?
— Encontraron mi escondite.
— Uno de los guardias dice que traías contigo una bolsa con restos de hamburguesas y una botellita con agua. Estuviste viviendo en la calle, ¿no?
Noah asintió con la cabeza: ya sabía que no iba a ser buena idea mentirle a Arze.
— ¿Cómo lograste escapar? Cada salida de Puebla tiene agentes dorados. Lo mismo en casetas de cobro y carreteras libres.
— Me escondí en una camioneta de la central de abastos. Pensé que iba a Xalapa.
— ¿Querías reunirte con tu hermana? Qué tierna. No, me temo que no. Val responde ante los dorados. Contactarla sería lo mismo que entregarte a ellos. ¿O no será que encontraste unos nuevos dueños?
Noah negó, asustada: Arze reflexionó un poco, observando su expresión facial. Se rascó la barbilla y, después de meditarlo un poco más, dejó la pipa en su lugar y le dijo que lo acompañara.
— Estás aquí como mi invitada, pero que sepas que si intentas huir, todos en esta base tienen órdenes de dispararte en las piernas. Serás un buen adorno en la entrada, ¿bien? Todavía no sé si confiar en ti.
Por extraño que pareciera, Noah no se sentía amenazada en presencia de Arze: claro que aún consideraba irse, pero empezaba a creer que no habría lugar más seguro para ella que este sitio.
Siguió a Arze a través de la "calle" principal de aquella base mientras lo escuchaba hablar.
— Pues mira, he intentado establecer comunidades donde las personas vivan dignamente. Muchos aquí trabajan en los molinos produciendo energía eléctrica, o en los cultivos, pero también tenemos bastantes leñadores. Vendemos energía y mano de obra a otros pueblos de la región y obtenemos recursos a cambio. Claro, tenemos que comerciar armas y munición con el crimen organizado, pero pronto vamos a empezar a manufacturarlas nosotros mismos. Aquí, todos tienen un propósito, y todos contribuyen por igual, pero no ha sido fácil.
— ¿No son también crimen organizado? -preguntó Noah-.
Arze negó con la cabeza: lejos de enojarse, sonrió. Parecía acostumbrado a que le dijeran eso.
— Depende de a quien le preguntes. Para el gobierno federal, somos los terroristas que los dejaron sin amos a quién obedecer, pero para la gente de aquí, somos los libertadores. Tenemos socios, claro. Algunos zapatistas de la frontera sur, y hay otros aliados norteños, pero en Oaxaca está el grueso de la población azteca.
— ¿Eres a quien le dicen La Voz? -quiso saber Noah, aprovechándose del carácter aparentemente amable de su anfitrión-.
Arze de nuevo se echó a reír durante un par de segundos antes de contestarle. Era bastante alejado de la imagen de frío y duro terrorista que conocía todo el mundo, ella incluida, durante la planeación del primer golpe.
— Sí, así me llaman algunos. "La Voz del Progreso", ¿puedes creerlo? Cualquiera podría ser La Voz. Podrían serlo todos, pero parece que al pueblo le gusta tener figuras a quiénes seguir. Es una responsabilidad bastante grande. A veces no sé si pueda llenar esos zapatos.
— ¿A dónde iremos?
— No todo es estar sentado en mi oficina. A veces hay que trabajar, y resulta que la gente aquí me tiene como juez y jurado. Quiero que me acompañes hoy. Quisiera convencerte de quedarte aquí, pero no por obligación. Quiero que quieras seguirme.
— ¿Por qué molestarte? -preguntó ella, sin comprender-. ¿Para qué molestarte en que quieran obedecerte, si puedes exigirlo?
— No es lo mismo -le dijo Arze-. La lealtad comprada es frágil, y si creen que existe oportunidad de apuñalarte por la espalda, lo harán a la primera. Debes hacer que quieran seguirte. Si realmente creen en ti, sus puños serán espadas, y sus cuerpos tus escudos. Quien te ama, daría todo por ti. Para que esto funcione, deben amarme.
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