2. Destino
Llevaba ya más de una hora andando y creía que se había perdido. Esta parte de la ciudad no le era familiar, y no veía la hora de llegar a su refugio. Desde que logró perder a sus perseguidores, no paraba de huir de los sonidos de sirenas que anunciaban las patrullas de Alba Dorada. Según ella, seguía orientada rumbo al viaducto bajo el que tenía su hogar, pero ahora no estaba tan convencida.
En esta zona de la ciudad había mucha basura, algunos bares de mala muerte y expendios. En ocasiones, incluso había visto a una o dos muchachas más altas que ella, probablemente con operaciones estéticas, vistiendo abrigos sobre su poca ropa. Entonces Noah caminaba incluso más rápido, no la fueran a confundir con competencia.
Noah siguió andando hasta que divisó otra avenida que iba de izquierda a derecha, desde donde ella estaba. Del otro lado, se podía ver una central de abastos. No estaba segura de cómo había llegado hasta ahí, pero decidió aprovecharse. Le dio otra mordida a un pedazo de carne que traía en la bolsa que le dio aquella chica, y cruzó la avenida, lista para ver si podría llevarse al menos un par de frutas sin que nadie se diera cuenta.
Era muy noche y había poca gente en el embarcadero donde llegaban los camiones de carga, y no había cámaras en las esquinas, así que en cuanto pudo, aprovechó para colarse en una puerta que daba a un edificio de personal. Aprovechó para entrar en un cuarto de baño y desvestirse: después de semanas, podría darse un baño sin que su vida corriera peligro.
Se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada con seguro, y después, encendió la regadera. El agua fría chocó contra su piel, haciéndola sentir escalofríos, pero no pensaba desaprovechar aquella oportunidad. Se pasó los dedos por encima de una cicatriz al costado de su abdomen: habían intentado acuchillarla hace cuatro meses. Aún le dolía un poco, pero milagrosamente logró sanarla sin que se infectara, gracias a un amable borracho que donó algo de su alcohol de farmacia para esterilizar el corte.
Aprovechó para desenredarse el cabello todo lo que pudo y de varios tirones, logró soltar los mechones más duros. Entonces, se le quedó viendo a una tijera que descansaba dentro de un vaso lleno de cosas. Quizá sería mejor idea si... claro, no necesitaba tener las greñas tan largas, así que...
Al tiempo que su piel se acostumbraba al frío abrazo del agua, Noah consiguió orientar un espejo frente al lavabo para verse en él, y con apenas una decena de cortes, su abundante melena cayó al suelo. La hizo a un lado con un pie, y observó su nuevo aspecto frente al espejo: nadie la reconocería así. Sus ondulados mechones no medían más de diez centímetros ahora, y aunque el corte era tosco, se sentía menos agobiada ahora.
Sin encontrar toalla dónde secarse, Noah decidió escurrir unos segundos antes de volver a ponerse la misma ropa. Sin embargo, al salir de las regaderas, se encontró con algunos lockers entreabiertos. Miró a ambos lados para asegurarse de que no venía nadie, y abrió algunos: una mochila mediana con ropa de adolescente estaba en uno de los casilleros, y Noah aprovechó para cogerla y volver al cuarto de baño a toda prisa. Dentro había shorts, calcetas, bóxers de hombre, y una playera con estampado de letras en inglés. Serviría.
Noah agradeció en silencio que fueran de su talla y no se molestó en deshacerse de sus anteriores prendas, tirándolas en el suelo del cuarto de baño, junto a su melena. Se echó la mochila al hombro y metió dentro la bolsa de comida, y un par de prendas que se encontró en los demás casilleros. Además, logró encontrar un billete de veinte pesos. Después de todo, corría con bastante suerte.
Abandonó esa parte de la central de abastos y curioseó por los sitios donde se ponían los comerciantes: muchos locales grandes abrirían hasta el alba, pero había un par de estructuras de madera donde los comerciantes ponían huacales llenos de frutas que tenían todavía restos de comida: logró llevarse un par de manzanas golpeadas y un plátano ya más negro que amarillo. Ese no aguantaría, así que decidió comérselo ahí mismo.
Pronto tendría que ir al baño, así que buscó los que estuvieran más cerca. Estaban cerrados, pero a Noah eso nunca la detenía: cogió un pasador que tenía prensado al cabello y empezó a retorcerlo al interior de la cerradura. A los pocos minutos, salió y siguió buscando qué más podría llevarse. En eso estaba cuando escuchó voces y la luz blanca de una linterna la alertó: no estaba sola.
— Dicen que la perdieron de vista en el centro, cerca de la avenida, ¿por qué estamos revisando tan lejos? -preguntó un chico a su acompañante, el de la lámpara-.
— ¿Tengo que recordarte la melena que encontramos hace rato? Probablemente pertenecía a Nakamura. Si la encontramos, tendremos un ascenso asegurado.
El otro gruñó, disconforme con la tarea de rastrear a una fugitiva a medianoche. Noah instintivamente comenzó a andar de puntitas, caminando lo más lejos posible de aquél par, que parecía dispuesto a registrar otra parte de la central.
Entonces, vio una camioneta con la parte de atrás adaptada con un techo. Los conocía: el logo que traía encima era de una particular que comerciaba desde Oaxaca hacia el norte. Cuando Arze invadió Xalapa, coló a varios de sus hombres en la parte trasera de camionetas así para entrar a la capital sin ser detectados.
Pensó en subirse para abandonar Puebla, y al instante, se arrepintió de la idea. No es que se sintiera feliz viviendo ahí, pero había conseguido un refugio, y su rutina le permitía sobrevivir. Claro, la venían siguiendo y además, los dorados no la dejarían en paz sabiendo que había sido vista en Puebla. Se volverían locos buscándola si decidía quedarse. No podría estar en paz, y menos cuando empezaran a notar sus patrones, o más gente la reconociera en la calle.
No, ya no podía quedarse. Se sintió ridícula pensándolo, pero lo que más le dolía de huir de la ciudad era dejar atrás su botella de litro y medio de agua, y el paquete de chicles, pero con la comida que había logrado hurtar, Noah se hizo a la idea de que podría sobrevivir unos dos o tres días antes de verse obligada a robar comida de alguna parte.
No se lo pensó dos veces y saltó al interior de la caja trasera de la camioneta. Dentro, encontró tela negra de varios metros de largo, la misma que usaban para cubrir la mercancía algunos proveedores. Había cajas dentro, y solo tuvo que acomodar una para tapar el pedazo de suelo en el que se estaba acurrucando. El suelo estaba repleto de cartón ablandado por la humedad. Se tapó con aquella manta negra, y cerró los ojos. Seguro despertaría cuando llegase a su destino.
Pasaron horas, Noah no supo cuantas. Dentro estaba tan oscuro que no supo cuando amaneció, sino porque el interior empezó a calentarse. Decidió prescindir de la manta con la que se había arropado. Las voces del conductor y su copiloto podían escucharse desde ahí, pero lo que decían le resultaba ininteligible. En algún momento del día, Noah decidió comer algo pero no de su propia reserva. Entonces recordó que estaba dentro de una camioneta cargada de mercancías. Se puso de pie, cuidando no caerse o chocar con alguna caja: la carretera no era del todo estable, y de vez en cuando se sentía cómo pasaban sobre alguna irregularidad en el camino.
Habían metido más cajas: la salida estaba cubierta por un sinfín de huacales repletos de verduras. Noah decidió hurtar un par de tomates rojos de la caja más próxima a ella, y los echó al interior de la mochila. También cogió un racimo entero de plátanos: sería lo primero que comería. Se echaban a perder enseguida. Cuando se hubo surtido, volvió a su cómoda cama de cartones, y se echó a descansar otro rato tras comerse un par de plátanos: su estómago había encogido estos últimos meses, y no necesitaba tanta comida para saciarse.
Noah durmió un buen rato, y soñó con su época en preparatoria, con los amigos que tuvo y dejó atrás. Y recordó el día en el que se enteró del suicidio de Caín, su exnovio, pocos días antes de que Kai anunciara que se iba de La Ciudad. Noah no lo había pensado hasta ahora, pero en el fondo, lo culpaba a él por el suicidio de su exnovio.
Tal vez, uno de los motivos de Kai para marcharse, fue precisamente que no quería andar a diario por calles llenas de fantasmas. Caín se había matado poco después del asedio a La Ciudad. Después, ya cuando Kai se hubo marchado, Noah descubrió que dejó a una de sus mejores amigas con un embarazo en puertas. Se enojó, y con todo el derecho del mundo. Su exnovio, y persona que en algún momento dijo que se quedaría por siempre, se había ido y su única huella en el mundo era un hijo con otra persona que no era ella.
Antes de darse cuenta, Noah había empezado a llorar en silencio, con las lágrimas escurriendo por sus mejillas. Kai también había muerto tras el ataque de Arze en Xalapa. Ella ayudó a ejecutarlo: incluso peleó contra Kai, en compañía de Niambi y Tenebra. No debió hacerlo. Ella solo quería desquitar su coraje: Caín la había abandonado, él no podía hacer lo mismo. Pelearon de nuevo contra él, y de nuevo Kai las rechazó a las tres, aunque no sin ayuda.
Se sentía estúpida. Al final, terminó ayudando a Arze a aniquilar a Kai. Había perdido a su única otra persona importante. Su hermana le dio la espalda, Candy se negó a seguirle dando apoyo... porque cuando Noah ayudó a su amiga Julieta, alias "Caleidoscopio" a encontrar el paradero de Kai, lo único que quería Noah era volver a verlo. Solo quería encontrarlo y reprocharle su abandono, su falta de responsabilidad... fue estúpida. Claro que Arze y los carmesíes solo querían encontrar a Kai para matarlo. No le iban a permitir conservar a nadie de los dorados.
Al final, Noah se las arregló para escapar junto a Niambi y Tenebra durante la guerra civil, aprovechándose de que en Xalapa había pocos dorados custodiándolas. Quiso llamar a su hermana Val en esa y otras ocasiones, pero ella jamás contestó. Cuando llegó a Puebla, incluso se metió a una casa para usar un teléfono e intentar contactarla, pero rastrearon su ubicación, y huyó hasta refugiarse debajo del puente en el que había estado viviendo durante meses.
El conductor frenó y el olor en el aire le hizo saber que estaban en una gasolinera. Entonces, pudo escuchar parte de su conversación con el despachador:
"¿Les falta mucho?", preguntó el empleado.
"Ya casi, ya casi. Es este tramo el que me preocupa, joven", reconoció el conductor. "Dicen que por acá está medio peligroso".
"No pasa nada hombre. No se haga, que por acá el único que tiene feria para pedir tanto es el mero mero peligroso", le hizo saber el despachador de aquella gasolinera. "Por acá en Oaxaca se sabe y no se dice, pero el patrón mantiene a mucha gente por acá. Sino por qué cree que el narco ni se mete a robar aquí".
Noah dejó de escuchar en ese punto. Ella subió pensando que irían a Xalapa, donde podría empezar a buscar el paradero de su hermana, o de alguien que aún quisiera ayudarla. Sin embargo, la camioneta estuvo alejándose al sur todo este tiempo. Si estaba en Oaxaca, y "el mero mero peligroso" era quien ella pensaba, entonces se había metido directo al territorio de la Armada Carmesí, o bien, territorio de Arze.
No podía bajar de la camioneta así como así: la verían. Pero si decidía quedarse a bordo y llegaban a su destino, ya podía imaginarse a los carmesíes recibiendo la mercancía, y a ella junto con las cajas de provisiones.
No, ni hablar. No había salido de la boca de los dorados para caer con los carmesíes.
Sin embargo, era un hecho que no podría bajarse de la camioneta ahora mismo. En algún momento, tendrían que pararse a comer algo, y si encontraba el modo de abrir desde adentro, podía intentar salir corriendo. Esa era su mejor oportunidad. Estaba decidido.
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