Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13. Vergüenza


Antes del amanecer, llegaron a la misma base en la que Noah había pasado algún tiempo antes de ser aprehendida. Arze la dejó ir a descansar, y a la mañana siguiente, nadie vino a buscarla para darle alguna asignación. Ella se levantó por su cuenta, alrededor de las siete de la mañana, y fue a trotar alrededor de la base.

En su celda no podía correr, pero sí ejercitaba de otras maneras, así que le dio curiosidad saber si tendría la misma resistencia: le dolían los brazos, pero fuera de eso, sentía que había recobrado los ánimos. Al menos parcialmente. No podía dejar de sentirse como si solo la hubieran cambiado de jaula.

Otros carmesíes la observaron trotar, ahora con una playera con el estampado oficial de los guerrilleros: tras la primera vuelta, un par de chicas de no más de quince la seguían de lejos, intentando alcanzarla para trotar con ella. Noah se dio cuenta, pero no dijo nada. Al cabo de la segunda vuelta, un grupo de seis o siete chicas iban ya tras ella, aunque la mayoría se veían ya cansadas, como intentando mantener la boca cerrada y respirar.

Noah terminó después de tres vueltas, cuando el rayo del sol empezaba a serle molesto, y se dirigió a los almacenes para pedir una botella de agua. La mujer que estaba a cargo le ofreció aguas frescas, y Noah cogió un vaso desechable para servirse. Después de dos vasos, se sirvió un tercero, y avanzó hacia el área de tala, donde un grupo de hombres fungía como leñadores: algunos derribaban los árboles en los lindes del campamento, mientras que otros cogían sus hachas para partir la madera.

Decidió ayudar. Se bebió lo que quedaba del vaso, y cogió un hacha pequeña para empezar a partir leños. Un par de obreros se le quedaron viendo burlonamente, así que ella cogió impulso, levantando el hacha por encima de su cabeza, y aprovechó la gravedad para dejar caer el filo en medio de un tronco, cortándolo a la mitad. Los obreros guardaron silencio en cuanto la vieron partir unos diez leños a la mitad sin necesitar más de un golpe por tronco. Noah arrojó el hacha al suelo después de partir el último, y se les quedó viendo a los burlones trabajadores.

— Síganle -ordenó-.

Uno estaba por contestarle, pero enseguida, Noah sintió una presencia a sus espaldas. Ellos parecieron verlo, pues guardaron silencio y le dieron la espalda a Noah, de vuelta a sus tareas diarias. Ella se dio la vuelta y se topó a Arze, observando la escena con cierta diversión.

— ¿Quieres que te anote en las tareas diarias? Te veo muy interesada en ejercitarte.

Noah negó con la cabeza.

— Deja de ser divertido cuando es una obligación.

Arze asintió, cruzado de brazos. Le ofreció un trapo para secarse el sudor de la frente y, acto seguido, la invitó a acompañarlo. Hicieron un recorrido a lo largo de la base hasta llegar al extremo opuesto, donde, detrás de la armería, había algunos reclutas haciendo prácticas de tiro.

— Algunos de ellos se convertirán en soldados. Algunos de esos soldados se convertirán en élites. ¿Cómo los depurarías de una buena vez?

— No lo sé -respondió Noah-. Dame ideas.

— Algunos de ellos no vienen de los municipios independientes. Se nos unieron bajo la promesa de una buena paga, y de botines de guerra. No son leales. Otros podrían serlo. Quizá tuvieron familiares víctimas de algún tipo de abuso. Quizá el gobierno no les dio lo que querían. Tal vez sean soplones.

Noah se lo pensó.

— ¿Tienen familias?

— La mayoría. ¿Por qué preguntas?

Se tomó un par de segundos antes de decir lo siguiente: ella sabía que no era así de desalmada, pero poco importaba ahora. Tenía que representar su papel a la perfección. De todos modos, Arze había ido a rescatarla, ¿no? Pensaba irrumpir a la fuerza en la cárcel mejor custodiada para ir por ella. Valía la pena hacerse dura por él.

— Manda gente por un pariente de cada uno. No importa qué pariente, pero si es su familia directa, mejor. Que su iniciación sea matarlos ellos mismos. Si no pueden, ofrécele privilegios a quienes ejecuten también a su pariente. Después, los que hayan aprobado, que maten a los que no. O también puedes hacer que los que no quieran matar a sus familiares, se maten entre ellos. Si después quieres admitirlos, no es mi asunto.

Arze abrió los ojos como platos, y sus pupilas se dilataron enormemente.

— No me esperaba algo tan sádico de tu parte -observó él-. ¿Te hicieron algo cuando estuviste presa?

Ella dijo que no: tan solo era que, tras meses en aislamiento, solo leyendo y dibujando, se había hecho menos sensible. Arze dijo que así lo haría, y a los dos días, a Noah le tocó asistir, por órdenes de Arze, a la graduación de aquellos cadetes, en una plancha de asfalto que habían construido ahí los carmesíes. La última vez que Noah estuvo en aquella base, eso no estaba ahí.

Había casi cincuenta muchachos, todos ellos apenas mayores de edad. Puede que algunos apenas tuvieran dieciséis o diecisiete. Se veían muy jóvenes. Entonces, varios carmesíes armados llegaron en un camión de pasajeros, blindado y con un toldo negro como techo. Un par de carmesíes bajaron la tapa, y les gritaron a quienes había dentro que era hora de bajar. No se dieron prisa, así que uno de ellos accionó su arma, dando un tiro al suelo. Algunas empezaron a llorar. Un señor fue el primer valiente y bajó al suelo, aunque en su cabeza tenía una bolsa de tela negra que le cubría el rostro.

— ¡Quienes intenten escapar los vamos a llenar de plomo, y a sus hijos también! -vociferó uno de los carmesíes-. Entonces, los cadetes se voltearon a ver entre ellos. Sabían que algo andaba mal, pero ninguno se atrevió a formular en voz alta la pregunta que todos se estaban haciendo.

Entre los cincuenta prisioneros, había una niña de diez años, una señora de ochenta, varios hermanos mayores y menores, pero sobre todo, padres y madres. A Noah le dio una punzada en las tripas, sabiendo lo que venía a continuación. Arze llamó a un par de chicas del campamento a que asistieran a la ceremonia, una con un contrabajo, y otra con un violín. Noah las conocía: le había tocado asistir a un día de juicios la tarde anterior. Fueron tocadas por un profesor de música en alguna escuela rural. Pidieron entrar a servir al campamento como recompensa.

— Pueden empezar a tocar, chicas -les ordenó Arze-. Como acordamos.

La melodía que interpretaban era amarga, como una premonición de la fatalidad, o eso le pareció a Noah, quien ya sabía de antemano lo que ocurriría. Algunos carmesíes pasaron a espaldas de los parientes, y fueron quitándole sus bolsas de tela de las cabezas. La niña de diez años lloraba. La señora de ochenta tan solo observaba al grupo de cadetes, que, aterrorizados, empezaban a darse cuenta de lo que seguía a continuación.

— Si disparan a alguien más, mueren ustedes y sus familias. Si no disparan, mueren ambos, si intentan rebelarse, mueren ambos. Si se matan ustedes, su familia la pagará. ¿Entendido? -preguntó uno de los oficiales de Arze, a voz en grito-. Sus armas tienen una sola bala. Procuren no abrir fuego contra sus futuros hermanos, o van a desear haberse muerto ahorita.

El primero de ellos alzó su pistola, apuntándole a quien parecía ser su padre. El hombre asintió con la cabeza, y el muchacho le abrió un agujero en la frente. Le temblaba la mano, y el retroceso casi lo tumba, pero lo hizo. Noah pudo ver que estaba luchando por no llorar. El muchacho retrocedió, y otros tantos avanzaron hacia sus parientes.

En cuestión de minutos, padres, madres, hermanos y abuelos empezaron a caer, unos tras otros. Varios de los reclutas titubeaban, sin decidirse aún. Mientras más tardaran, más difícil sería para ellos. Una madre chilló, implorándole a su hijo que no lo hiciera. Una abuela dijo "¿en qué fallamos, hijito?". La gran mayoría cayó enseguida.

Noah observó cómo un escuálido muchacho avanzaba hacia la niña de diez. El nudo en su garganta se apretó como nunca, y vio cómo la niña empezaba a llorar.

— Perdóname, Florecita -chilló el muchacho, abrazándola contra su pecho, todavía con el arma en la mano.

Noah observó atentamente la escena mientras otros avanzaban y ejecutaban a la sangre de su sangre. "Apúrate", pensó. "Apúrate, o los matarán a ambos". Y justo después, otro pensamiento le siguió al anterior: "por mi culpa".

— Yo no quiero volver a mi casa -dijo la niña, Florecita-. Quería que nos fuéramos juntos pero te fuiste solito -chillaba-. Pero es mejor que si yo vuelvo sola.

El muchacho siguió abrazándola, acariciando su cabello mientras le cubría la cabeza contra su cuerpo. Noah vio cómo un par de carmesíes empezaban a alzar sus fusiles, listos para abrirle un par de agujeros a los hermanos.

Entonces, el muchacho detonó el arma.

La niña no cayó al suelo, pues él sujetó su cuerpecito contra él, mientras un chorro de sangre escurría desde su cabeza. Cuidadosamente, levantó a su propia hermana con ambas manos, escurriéndole la sangre sobre el concreto, y caminó hacia uno de los carmesíes.

— ¿Dónde puedo enterrar a mi hermanita? -preguntó.

— Nada de enterrarla. Quemaremos los cuerpos -contestó el carmesí.

— El padre de nuestra iglesia la tocó varias veces. Vine con ustedes para pedirle a la Voz que hiciera justicia. Hoy me dijeron que el precio era matar a mi hermanita... a la razón por la que vine aquí, o si no nos matarían a ambos. ¿Eso te parece justo?

Arze se acercó a él, sin prisa, relajado.

— Parece que no investigaron bien. Amigo mío, tu hermanita será enterrada. Mañana mismo, irás a matar al enfermo que le hizo esto a tu hermana -le garantizó Arze-. Mis disculpas. Sé que no podré reparar el daño, pero si puedo hacer algo más por ti...

— Gracias, Voz -respondió el muchacho-. Quiero enterrarla yo mismo. Solo. Díganme dónde.

Dos o tres jóvenes se negaron a matar a sus parientes. Todos ellos fueron ejecutados. El oficial a cargo de la ceremonia dio orden de acribillarlos, a los muchachos y a sus parientes.

Noah decidió no quedarse ahí más tiempo del necesario. Sentía la bilis en la garganta, y solo quería irse a vomitar en paz a un lugar donde no pudieran verla. Ella no sabía... no pensó que...

No podía engañar a nadie: sabía perfectamente lo que podría pasar, y las consecuencias de su sugerencia. Sabía que Arze se la tomaría al pie de la letra, y que la haría ver lo que ocurría.

Esa noche, apenas pudo cenar. A la mañana siguiente, acompañó a aquél chico, el hermano de Florecita, junto a un escuadrón de novatos y un élite. Fueron a un pueblo, mataron al padre, el muchacho le escribió "Violaniñas" encima con su propia sangre, y se fueron.

Los días siguientes, Noah siguió contemplando juicios, presenciando iniciaciones y algunas selecciones de élites. Incluso le tocó dirigir una sesión de tortura a otro padrecito de alguna iglesia. Aquél hombre confesó en qué cuenta guardaba el dinero que le robaba a sus fieles, y la Armada Carmesí ganó casi medio millón de pesos.

Pasó así un par de meses. Arze ni siquiera le ponía vigilancia ahora, y pese a que Noah se sentía más libre, también más miserable. Su libertad la había comprado mandando al matadero a cientos de inocentes y tan solo unos pocos culpables. Corrían rumores en la base de que era ella la querida de Arze, y en una ocasión, llegó a besarlo en los labios, en su oficina, tan solo para ser reprendida por él, pues le dijo que no estaba interesado en ella. No de esa manera.

Sin poder sentirse más miserable, Noah empezó a ejercitar incluso por las noches, y también a prepararse por si un día se presentaba algún chance de huir. Precisamente una noche, después de presenciar una ronda de juicios, y de mandar a morir a dos usureros, Noah trotaba junto a los molinos donde generaban electricidad, cuando vio a una pequeña niña, más o menos de la edad de Florecita.

— ¿Qué haces afuera tan noche? -le preguntó Noah.

— Quería verla cómo corre -confesó aquella niña.

— ¿Cómo te llamas? -quiso saber Noah, agachándose para estar a su altura.

— Anayeli -respondió la criatura.

— Bonito nombre. ¿Tus papás no se preocupan cuando sales de casa a estas horas?

La niña negó con la cabeza.

— Mi mamá sabe que vine a verte. De grande quiero ser como tú y ser una jueza. Quiero ajusticiar a los hombres malos como tú.

Noah se quedó muda. ¿Así la percibían? ¿Como un ejemplo a seguir? Recordó de repente a todas esas chicas que la seguían durante sus trotes matutinos. La razón por la que decidió empezar a correr de noche era para no ser acompañada por aquella horda de muchachitas. Quería estar sola, y presentía que querían imitarla. Ahora que era una certeza, la perspectiva le resultó estremecedora.

— No, no quieres -murmuró Noah, poniéndose de pie-. Ve a casa, Nayeli.

— Anayeli -la corrigió la niña.

— Ve a casa -repitió Noah-.

Ya era hora. No importaba si la atrapaban, sabía que no iba a aguantar un día más ahí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro