12. Su propiedad
Noah pasó días, probablemente semanas ahí dentro. No había manera de medir el paso del tiempo además de intentar contar las veces en las que el sol se ocultaba. Su rutina se limitaba a esperar las horas de comida y arroparse con una delgada cobija para intentar dormir la mayor parte del día, pues no encontró mayor divertimento que ese.
Al cabo de un tiempo, se presentó un guardia de Alba Dorada. En su uniforme, ponía "Tristán Yanamaka". Era un chico amable, joven, y bastante nervioso. Le pidió que hiciera una lista de peticiones, y en la administración decidirían si autorizaban traerle algo. Cuando Noah preguntó por qué día era, Tristán se limitó a darle una hoja de papel y un lápiz con punta roma.
A la mañana siguiente, el mismo chico recogió la lista: Noah no pidió la gran cosa. Tan solo una jarra de plástico para almacenar agua de beber, un par de libros para entretenerse, y material para dibujar. Tristán tardó una semana en volver: ese día, trajo además comida en una bandeja, y se llevó la que Noah guardaba en su habitación. Trajo un termo de plástico con capacidad para almacenar un litro de agua, un juego de crayones y un paquete de cien hojas, y también una edición genérica de "Demian", y otra de "Siddhartha", ambas de un autor llamado Hernann Hesse. Eran libros de tapa blanda, algo maltratados, pero enteros.
Noah al inicio no tocó esos libros: no eran del tipo de cosa que le gustara leer. Por otro lado, descubrió lo buena que podía ser dibujando con crayones: al cabo de dos o tres días, logró hacer un autorretrato de lo más convincente, viendo tan solo su tenue y traslúcido reflejo en el cristal que daba al exterior. Descartó cerca de once hojas de lado y lado antes de conseguir aquella versión definitiva. Después, decidió dibujar su perspectiva de la prisión vertical usando tan sólo los crayones de tonos grises y negros. Al final, decidió aplicar algo de azul para simbolizar las luces de cada celda visible.
En algún punto, se hartó de dibujar: abrió Demian, y descubrió que no era tan aburrida de leer cuando no había nada más que hacer. Intentó no acabarse la novela tan pronto, pero fue inútil. No le duró ni dos días. Noah recordó, poco antes de terminarla, al profesor Olán, que le dio clases de literatura en preparatoria. Entonces suspiró: hacía tiempo no se acordaba de Kai, de Caín, ni de nada de eso. Tampoco había visto más a Julieta desde que las encerraron. Sin duda, Tenebra y Niambi seguían ahí encerradas también.
Cuando terminó de leer "Demian", Noah usó una de las hojas que le dieron con el material de arte para hacer una segunda lista de peticiones. Pidió lápices de colores, un bolígrafo y un cuaderno a rayas. Tristán le pidió el dibujo que había hecho de la prisión vertical. Ella accedió. No era su mejor obra: para ese entonces ya tenía dos o tres más, aparte de su autorretrato.
Al cabo de dos días, Tristán volvió a bajar con lo que Noah solicitó. El cuaderno era más pequeño de lo que Noah esperaba, pero serviría.
Noah terminó escribiendo una reflexión sobre el libro: posteriormente, recordaría poco de lo que escribió, pero la idea central giraba en torno a que se identificaba con el protagonista, Sinclair, y que durante mucho tiempo, pensó en Kai como alguna especie de Demian. Incluso se habían besado en alguna ocasión, pero el beso de aquél libro y el que tuvieron ellos dos significaban cosas muy diferentes a su parecer. Noah reflexionó sobre la falta que le hacía aquél chico. ¿Y si no había muerto, como decía Arze?
Acabó Siddhartha con la misma rapidez, y escribió un par de hojas más, de lado y lado, al respecto. Un día después, vino Tristán y se llevó ambos libros para cambiarlos por otros tantos. Le dieron a Noah "Rebelión en la granja", una biografía de Pancho Villa y también una vieja antología de cuentos de ciencia ficción de algún autor con nombre ruso que nunca pudo aprenderse.
Siempre que Noah acababa un libro, escribía al respecto en su libreta. A veces también dibujaba, usualmente después de leer, ilustrando algo de lo que había leído. También dejó de refugiarse bajo aquella cobija y decidió ejercitarse al menos un rato cada día. Se dio cuenta después de lo que pareció ser el primer mes, que muchos otros presos se volvían locos en el aislamiento y pasaban sus días arrastrándose de un lado al otro en aquellas celdas. También se dio cuenta de que muchos de ellos no recibían visitas. Un día, decidió preguntarle a Tristán por qué.
— Muchos de ellos cometieron crímenes relacionados con asesinato, violación o terrorismo. Ni siquiera se arrepienten de sus actos. Tengo entendido que tú declaraste cuando tuviste la oportunidad. Supongo que eso hace la diferencia. ¿Ya acabaste con alguno de esos libros?
Noah le ofreció "Rebelión en la granja" y la biografía de "Pancho Villa". Tristán los sustrajo a través de una rendija en el cristal, e introdujo un par de volúmenes al interior de la celda: uno era una pesada antología de novelas de Julio Verne, y otro, un libro de historia universal, igual de gordo.
Noah pensó en que antes, le daban libros de pasta blanda, livianos e inofensivos. Esos pesados tomos de tapa dura probablemente pesaban más de los dos kilos. Quizá confiaban un poco más en ella ahora, o quizás solamente decidían confiarle libros más caros ahora que había demostrado que le gustaba leer. Una vez, se ofreció a mostrarle a Tristán su libreta con reflexiones de cada lectura, pero él se negó de inmediato, para retirarse cuanto antes. Parecía que no estaba autorizado a sostener tanto contacto con ella.
Habrían pasado ya más de tres meses cuando ocurrió el apagón. La energía de emergencia encendió la torre de vigilancia situada en medio de la Prisión Vertical: ahí, se encendieron varios faros que giraban en todas direcciones, apuntando a varios bloques de celdas. De seguro se trataba del protocolo antifugas.
Entonces Noah se puso de pie, y caminó hacia la pared de cristal de su celda. Al inicio, no escuchó ruido, pero de inmediato, los murmullos de otros presos se convirtieron en gritos desaforados, clamando a mil voces, ininteligibles, pero presentes. Ella guardó silencio. Se dio cuenta de que ningún faro de la torre de vigilancia apuntaba hacia su bloque de celdas.
También vio cómo uno de los puentes extensibles avanzaba en su dirección, y un hombre con el uniforme completo de Alba Dorada caminaba hacia ella. Retrocedió instintivamente. ¿Y si planeaban ejecutarla de una buena vez?
La puerta de cristal se abrió en cuanto el agente pulsó un botón del tablero integrado al puente. Sin embargo, el puente no se extendió.
— No debería haber energía para que hayas abierto la puerta -dijo Noah-.
— Nunca estuvo bloqueada -contestó el agente-. Salta y sígueme. No tenemos mucho tiempo.
Noah se tambaleó al borde de su celda, observando la caída de varios metros que había bajo sus narices. Retrocedió un par de metros para tomar impulso, y corrió hacia el borde para después saltar. Cayó sobre el puente, y el dorado empezó a correr hacia la torre de vigilancia. Noah aprovechó la carrera para continuar moviéndose, y una vez llegó a la puerta, pudo ver una torre de vigilancia vacía.
— ¿No hay nadie?
— El encargado de este nivel está algunos pisos más arriba y nadie está usando elevadores -le dijo el agente dorado-. No hay suficiente energía, y no volverá en más de una hora. Has hecho ejercicio desde hace unos meses, ¿no? Pues tienes suerte. Te tocará escalar la ventilación hasta que salgas al exterior, amiguita.
— ¿Qué? No...
— Tienes dos horas y media para llegar a la parte de arriba antes de que vuelva la energía y los ventiladores de corten en pedacitos, o mueras de hambre, o deshidratada ahí adentro. En menos de una hora deberías estar fuera, eso sí.
El agente dorado sacó la rendija de ventilación de una de las paredes, y le ordenó a Noah ponerse a gatas para entrar: afortunadamente, aquella ventilación, de más de medio metro cuadrado de ancho, mantenía a raya la claustrofobia: incluso tenía barras de metal para que alguien las escalara. "Para dar mantenimiento a los ventiladores", supuso Noah.
— ¿No te atraparán por dejarme salir? -preguntó Noah-.
— Probablemente no -contestó el agente, poniendo la rendija de ventilación en su lugar.
— ¿Por qué lo haces? -quiso saber ella antes de empezar a subir.
— Todavía hay gente en Alba Dorada que te tiene cierto aprecio. Yo no soy uno de ellos, pero...
— ¿Tristán? -preguntó Noah.
— No. Tristán está ahí arriba.
Noah guardó silencio. Un segundo después, escuchó un disparo. No se atrevió a preguntarle a su benefactor si se encontraba ahí, así que empezó a subir. Nadie entró al ducto para ver si se encontraba alguien dentro.
Escaló hasta que llegó a un pequeño pasillo: justo encima de ella estaban los ventiladores, que consistían en dos grandes aspas de acero que medían poco más de un metro de diámetro. Noah miró hacia arriba: eran cientos de aspas.
El ascenso fue duro, pero el hecho de que las aspas no estuviesen girando era un plus. A veces, tenía que hacerlas a un lado mientras se agarraba de los asideros que tenían los ductos de ventilación. Al cabo de doscientas aspas, Noah se detuvo a descansar por un momento. Duró más de veinte minutos tomando aliento ahí: no sabía cuánto tiempo había pasado, ni si estaba desperdiciándolo, pero realmente necesitaba tomar aliento, así que soltó los asideros y se sentó sobre una de las aspas de aquellos ventiladores para descansar un rato. Le dolían brazos y piernas, pero cuando echó una mirada hacia abajo, se dio cuenta de que llevaba ya un buen tramo, probablemente más de la mitad.
Decidió continuar escalando: después de otros cien ventiladores, decidió detenerse a descansar de nuevo. Le estaban saliendo callos, y ya tenía más de una llaga en las manos. Sudaba y quiso secarse, pero una salada gota le entró en los ojos, y tuvo que tallárselos con el uniforme gris de la prisión. Tenía las nalgas cubiertas de polvo de ventilador, pero no le importaba: ya podía ver el techo acercándose, mientras que la caída no podía verse ya.
Siguió escalando otros cincuenta ventiladores cuando escuchó voces a través de uno de los ductos de ventilación laterales, como del que había salido ella.
"Seguimos sin encontrar la terminal que originó la falla", dijo uno. "Además, en la capa 00 no se han reportado: nadie contesta, pero no podemos bajar aún", dijo alguien que probablemente, era un agente dorado, o un técnico de la Prisión Vertical.
Noah siguió subiendo, ahora prestando especial cuidado a no ser escuchada. Cuando le quedaban poco menos de diez ventiladores, decidió descansar de nuevo, ahora tan solo un par de minutos. Llevaba una eternidad escalando, y sentía que se le iban a caer las manos, pero al menos era un consuelo saber que ya casi estaba fuera.
Cuando por fin llegó al ducto de ventilación hasta arriba, se arrastró a como pudo, y siguió gateando a lo largo del canal hasta llegar a una tapa de ventilación que parecía estar en el techo de las instalaciones. La empujó, y esta cedió ante la presión. Era de noche afuera, y Noah estaba en el techo de la torre de vigilancia de la Prisión Vertical. Ahí arriba había tan solo un cable de corriente conectado a tierra, a veinte o más metros de distancia. Noah decidió sacarse el cinturón de su uniforme, que era apenas un largo trozo de tela, y pasarlo por encima del cableado. Si estallaba, ella caería al vacío y moriría, pero al menos dejaría sin energía a la Prisión Vertical por más tiempo.
Entonces, vio en dirección a aquél cable, oculto tras un generador de energía, un vehículo, probablemente una camioneta negra, de vidrios polarizados, oculta junto a unas rocas.
Noah lo dudó por un segundo, pero no se le ocurría mejor manera de huir de donde estaba sin cruzar el puente y llamar la atención de cada agente cercano.
Aprovechó que las luces apuntaban lejos de aquellos cables y se tiró, aferrándose al cinturón de tela, sintiendo cómo su peso tensaba los cables, pero no los rompía. Cerró los ojos, rezando porque sus adoloridos brazos no le fallaran, hasta que llegó al final de la línea y cayó al suelo tras chocar su cinturón contra la estructura del poste. Cayó un par de metros desde donde estaba, haciéndose un par de raspones, pero sin duda, era algo preferible a caer dos kilómetros en picada rumbo al vacío.
De la camioneta, bajaron dos hombres con capuchas y máscaras negras, con colmillos blancos estampados en su indumentaria, en tonos rojo sangre, y negro ceniza. Los reconoció al instante.
— ¿Ustedes me ayudaron a salir?
Detrás de ellos, bajó un viejo conocido, pero en vez de vestir con su típico traje blanco y sombrero de ala ancha, tenía puesta ahora una playera negra de mangas cortas, un pantalón de mezclilla, y una pistola al cinturón. Aún así, habiendo pasado meses sin verlo, y en plena noche, habría sido imposible no reconocerlo.
— No, no lo hicimos. Para ser honesto, apenas pensábamos irrumpir en la cárcel para liberar a algunos presos... pero al parecer, saliste sola. Qué casualidad -sonrió Arze-. Supongo que los demás pueden esperar. Que vengas a casa con nosotros... sin llamar la atención... bueno, creo que podemos conformarnos. A una hora de camino de aquí, tenemos el helicóptero.
— En poco tiempo, volverá la energía -les advirtió Noah-. Alguien de adentro me ayudó a salir. Creo que está...
— ¿Lo mataron o lo mataste?
Noah negó.
— Ninguna. Creo que se disparó él solo.
Arze sonrió, y acto seguido, sus dos élites volvieron a la camioneta.
— Pues qué inteligente fue.
Noah lo acompañó a la camioneta, pero antes de subir, Arze le echó un vistazo.
— Cámbiate de ropa. No subirás al helicóptero con ese uniforme de reclusa.
— ¿Aquí? No tengo dónde cubrirme -señaló ella, aunque ya sabía que a Arze no le importaba mucho aquello.
Él se limitó a observarla, y uno de sus élites bajó de la camioneta para ofrecerle un short y una playera negra sin estampados. Arze los cogió, esperando a que Noah se desnudara.
— Bueno, ¿qué esperas? Tenemos que irnos, tú lo has dicho.
Noah comprendió que no la dejaría subir con ellos si no se cambiaba la ropa ahí mismo. No llevaba ni cinco minutos con él, y ya se sentía humillada de nuevo. Extrañamente, no se sentía tan mal: al menos, se sentía segura, de momento.
Se despojó de sus prendas y las dejó caer al suelo. Estaba descalza: en Prisión Vertical, no la dejaban tener zapatos. No los necesitaba. Se dejó únicamente la ropa interior: un calzón gris sin estampado, y un sujetador para niña. Su pecho jamás creció lo suficiente para ameritar más que eso. Arze la observaba fijamente, aunque Noah sabía que al chico no le importaba en lo más mínimo su apariencia, ni pretendía morbosearla. Solo quería dejarle en claro que él mandaba, y que ella, de alguna retorcida manera, era su propiedad.
Le ofreció su nueva ropa, y Noah decidió ponerse primero la playera, después los shorts, y, todavía descalza, caminó hacia Arze, quien recogió sus prendas y las echó a la cajuela antes de invitarla a subir a la camioneta, entrando él después.
El motor arrancó, y el grupo se alejó lo más posible de la penitenciaría. Cuando ya era poco más que un bulto a lo lejos, finalmente se encendió la luz. No tardarían en notar su ausencia, pero para cuando eso ocurriera, estarían más allá del horizonte, listos para despegar.
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