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1. Bajo la ciudad dorada

Llevaba meses viviendo a la sombra del más grande complejo de Alba Dorada.

Debajo del viaducto, escondida en el espacio entre los pilares y la plancha de asfalto de arriba, Noah había hecho un hogar. Todos los días escalaba el pilar por medio de la escalera de emergencias que había al pie de la estructura para irse a dormir, y todas las noches, volvía a  bajar de ahí para buscarse algo de comer.

Desde el final de la guerra civil, Noah llevaba escondiéndose ahí. Su peor decisión sin duda fue unirse a la Armada Carmesí: si no le hubiese hecho caso a Niambi y Tenebra, si se hubiese quedado en la casa que los dorados financiaron para ella, ahora estaría trabajando en un empleo estable, en lugar de pelearse con prostitutas e indigentes por mendrugos de pan.

Este día, se había despertado un poco antes del  crepúsculo, y dejó de lado las cobijas que robó de algún lugar durante su primera semana en Puebla. Las habría lavado si tuviera dónde hacerlo, pero era difícil encontrar agua limpia, y cuando lo hacía, prefería bebérsela. Tan solo se había bañado unas ocho veces desde que vivía como indigente.

Aún recordaba la última vez que vio a Candy. En ese entonces, estaba cubriendo a Julieta, su amiga de la infancia que había decidido unirse a los carmesíes bajo el alias de "Caleidoscopio". Candy decidió abogar por ella de último segundo y la sacó de casa. Gesto inútil, pues poco después, su casa fue asaltada por malasangres y sus padres fueron ejecutados. Val, su hermana menor, decidió vender la propiedad y se mudó a algún lugar cerca de Xalapa, Veracruz.

Noah sabía que era arriesgado merodear tan cerca de la Ciudad Dorada, el gigantesco complejo de Alba Dorada, pero era un área relativamente segura: ser indigente en el resto de Puebla no era tan buena idea, y los dorados no buscaban fugitivos bajo sus narices: siempre revisaban lejos, así que ocultarse bajo un puente a escasos dos kilómetros del complejo había sido una gran decisión después de todo.

La comida no escaseaba tanto, y a veces Noah se daba el lujo de visitar un comedor comunitario de Alba Dorada, cuando en serio tenía hambre y no le importaba tanto si algún voluntario la reconocía. Lo cierto es que lucía bastante cambiada respecto a la foto de referencia que empleaban para los carteles de "Se Busca" que adornaban muchas calles de Puebla.

Su cara, junto a varias más, como las de Rose Valdez, Niambi, Tenebra, Arze y varios caudillos más, empapelaban la entrada de comedores comunitarios, edificios públicos y paredes de muchas calles por las que pasaba, pero la chica que aparecía sobre el nombre "Noah Nakamura" lucía bonita, con abundante cabello ondulado acomodado tras su cabeza, una sonrisa inocente que lucía un par de dientecitos asomándose bajo la sonrisa, y ojos de niña tierna. Nada que ver con cómo era Noah actualmente, con abundantes greñas enredadas, granos en la cara, un par de cicatrices superficiales sobre la mejilla derecha, y la piel un poco más morena que antes.

La ropa que vestía actualmente era poco más que harapos, pero en su "hogar" tenía al menos dos cambios que, aunque no lavaba casi nunca, le servían si el día era más cálido, o gélido que de costumbre. Había ocasiones en las que el frío era tanto que de noche tampoco salía hasta que las tripas le empezaban a rugir sin parar. Hoy era una de esas noches.

Tan pronto como bajó, vio en un espectacular un anuncio: "Eleazar Salazar para presidente". "Llevaremos a México a su verdadera edad dorada", ponía el espectacular. Faltaba poco para las elecciones presidenciales y, por lo que sabía Noah, Alba Dorada había conseguido candidatear a uno de sus pesos pesados, un jefe administrativo del que ella sabía poco o nada. La administración de la organización quedó a cargo de Nora Vera, una amiga íntima de Kai, quien... ah, Kai.

Noah ya había perdido la cuenta de la última vez que pensó en aquél chico. A veces se arrepentía de haber hecho lo que hizo, pero en ocasiones, el coraje la invadía y empezaba a justificar su historia. Lo cierto es que lo extrañaba. Él y Candy habían sido la guía moral de Noah durante preparatoria, hasta que empezaron a alejarse y ella tomó sus propias decisiones, desastrosas como pocas.

Si no le hubiese seguido el juego a sus amigas el día en el que Kai decidió irse de La Ciudad... pudo no ser tan tonta y aceptarlo, o pedir su baja de Alba Dorada, o simplemente negarse a participar en aquella pelea. Pudo hacer muchísimas cosas de otra forma, pero aquí estaba.

Pasó enfrente de una Estación de Servicio. Tenía treinta pesos en monedas que había logrado juntar los últimos cuatro días. Pensó en si debería comprarse al menos una botella de agua y unos chicles. Descubrió que los chicles le ayudaban mucho a aguantar el hambre, y eran baratísimos. No tenían que tener sabor, solo debían seguir siendo mascables, y con algo de trabajo, lograría engañar al hambre una noche entera con tan solo uno o dos.

Decidió entrar por provisiones y fue a esconderlas a su refugio tras salir de ahí con una botella de litro y medio, y un paquete de chicles baratos. No se arriesgaba a cargar nada de valor en sus recorridos nocturnos. Una vez guardó bajo las mantas su agua y chicles, cogió una botella vacía de medio litro y la guardó en los bolsillos de la raída sudadera que hacía años le regaló Kai. Era uno de los pocos efectos personales que cogió antes de ir a Xalapa a participar en la pelea en la que sepultaron a su amigo bajo toneladas de escombro.

Esta vez, decidió andar varias horas hacia el centro histórico. Si encontraba algún bebedero público que aún funcionara, podría llenar su botellita de agua y no tendría que preocuparse por un par de noches. Llegó a la zona turística de la ciudad casi tres horas después, ya bien entrada la noche. Se detuvo en una esquina para sentarse en el suelo un momento: ya le dolían los pies. Pese a llevar tanto tiempo en la calle, su cuerpo seguía sin acostumbrarse. Al menos ya no le salían ampollas tan seguido.

Una pareja la vio ahí sentada y le tiró una moneda de diez pesos. Noah se emocionó, pero decidió no quedarse mucho tiempo. Podrían golpearla si la veían mendigando en áreas donde ya había personas con "base" ahí. Al inicio le costó creer que en cada ciudad, los indigentes ya tienen bien repartidas las zonas en las que piden dinero. No se iba a arriesgar a perder su moneda.

Andó un rato más hasta que llegó a la zona de museos: entonces vio un par de bebederos públicos que lucían en buen estado. Primero pisó el pedal y cuando vio que salía agua de ahí, acercó la boca para pegar un trago. Bebió hasta la saciedad. Estaba siendo una buena noche. Después, llenó su botellita de agua. Podría darse por bien servida y volver a su guarida, pero tenía un buen presentimiento.

Anduvo hasta toparse con una hamburguesería, frente a un enorme parque del centro histórico, y se acercó a revisar los botes de basura de alrededor: con suerte, alguien botaba a la mitad su hamburguesa llena de conservadores y podría pegar bocado. No tuvo tanta suerte, pero después, recordó que a veces los mismos empleados botaban las sobras.

Se acercó a la puerta de servicio y dio la casualidad de que una joven empleada, probablemente en sus primeros años de universitaria, estaba sacando la basura. Noah se acercó cautelosamente, intentando no lucir amenazante.

— Hola. Buenas noches. ¿Tendrá algo de comer en la... en la merma? -preguntó Noah.

La chica la observó un par de segundos, evaluándola. No parecía tener comida dentro de aquella bolsa, pero a juzgar por la expresión de su cara, Noah adivinó que había logrado inspirarle algo de compasión.

— Espérame aquí. Iré por un par de cosas.

Noah se sentó frente a la puerta de servicio de los empleados, en el callejoncito donde tenían sus botes de basura. A los pocos minutos, la chica volvió a asomarse con una bolsa llena de sobrantes: dentro había varias bolsitas con insumos que debían tirar, ya sea porque cayeron al piso, o porque se habían pasado de la fecha de caducidad, o cualquier otro motivo.

— Estos todavía sirven. Espero que te sirvan -dijo la chica. Noah se acercó lentamente, casi asustada, hasta que cogió la comida. Era poco más de dos kilos de comida: las rodajas de tomate, cebolla y queso habría que comérselas pronto, pero la carne y el pan duraría perfectamente varios días, incluso más, sin echarse a perder. Incluso había sobres de mayonesa y catsup dentro.

Le agradeció varias veces a aquella chica y se escondió tras los botes de basura para comer un poco antes de volver a su refugio. Realmente estaba siendo una gran noche.

La ventana de la cocina estaba abierta, así que pudo escuchar la voz de su benefactora, algo atenuada, hablando con algún compañero de trabajo.

"Yo creo que te aceptarán", dijo ella a alguna persona ahí dentro. "Yo apliqué como archivista en la ciudad dorada y hoy me llamaron. Creo que será mi último día aquí". Y después, un chico, respondió: "¿te imaginas entrar por recomendación como Davo? reconoció a un par de chaquetas rojas por su barrio y los denunció, así que le ofrecieron un puesto".

Noah empezó a sentirse insegura por ahí: a escasas dos calles había visto su cara y la de sus ex-amigas en carteles de recompensa: por ella habían puesto un precio de $250,000 por información que resultara en su captura. Por Tenebra y Niambi, medio millón, y por Arze, cinco millones. Quizá no debería quedarse mucho tiempo en el centro.

Empezó a andar cuando varios empleados del restaurante de hamburguesas salieron a la vez por la entrada, mientras otro se quedaba a cerrar la puerta. La chica que le dio la comida estaba entre ellos. Noah empezó a andar más rápido, pero tras un par de cuadras, tuvo que detenerse a tomar aire. Evidentemente, no tenía fuerzas suficientes para correr.

Por desgracia, el grupito parecía ir en la misma dirección que ella. Le faltarían otras tres horas para llegar a su refugio, y de repente, la había invadido la paranoia. Del otro lado de la calle había varios anuncios de "se busca", ninguno con su foto, pero no les costaría nada reconocer su rostro por asociación.

"Es ella", dijo la chica, a varios metros de distancia. Noah volteó por instinto, y los chicos la vieron. El pánico la invadió y volvió la mirada al frente nuevamente, empezando a andar tan rápido como sus piernitas se lo permitían.

Estaba jadeando, aterrada. Entonces, uno de los chicos dijo: "se parece a esa Nakamura de los carteles, ¿no creen?", y uno más dijo: "Podría ser el día de nuestra suerte". Noah buscó la calle más cercana para perderlos, pero a estas alturas, empezó a hacerse a la idea de que no podría escapar tan fácil. Al llegar a la esquina, vio un cartel de "Se busca" con su rostro y nombre escrito. Si no estuviera huyendo, se habría puesto a temblar.

— ¡Oye, amiga! -alzó la voz uno de los chicos-.

— Déjala, Tim -se quejó la que le había dado de comer hacía un rato-. Probablemente no tenga nada que ver con ella.

"Gracias", pensó Noah. Esa chica ya le había ayudado dos veces el día de hoy. Sin embargo, Noah escuchó a continuación algo que le heló la sangre.

— Cállate, Bel. Voy a llamar a los dorados.

Noah sintió la descarga de adrenalina en todo el cuerpo. Agarrándose fuerte de su bolsa de comida, abrazándola contra su pecho, empezó a correr, aún cuando minutos antes se sentía demasiado débil como para andar rápido. Si lograba volver a su refugio, no saldría en un par de días, cuando menos.

"¿Bueno? Sí. Para reportar a una fugitiva. Creo que he visto a Noah Nakamura, la de los carteles de recompensa. Estoy en la esquina entre Reforma y la 6 Norte. Sí. Avenida Reforma. Sï, es bajita, tiene el cabello chino y enredado. Se ve como si fuera indigente".

Noah apretó el paso y dio vuelta en el boulevard. Decidió entrar a la Estación de Servicio de esa esquina, rogándole a dios que no la encontraran.

La chica empezó a gritarles a sus amigos, pero un par de ellos corrieron en busca de Noah, dando vueltas en esa esquina, uno con el teléfono aún en la mano. En serio querían ese dinero.

— Amiga, ¿estás bien? -preguntó una de las empleadas de la tienda de conveniencia-. Estamos por cerrar, pero si necesitas que llamemos a la policía o algo...

Noah negó con la cabeza.

— No. Me venían siguiendo unos chicos pero cuando se vayan me iré. Por favor, ¿podría esperar un rato más? -suplicó Noah.

La encargada asintió.

— Tienes quince minutos, Puedo llamar a la policía, o a los dorados si quieres -insistió-. Aunque hoy en día son lo mismo.

Noah volvió a negarse. Se asomó al exterior: aquellos chicos ya se habían ido de la esquina. En cuanto abrió la puerta para irse, pudo escuchar el tono de una llamada telefónica al fondo de la estación de servicio. La encargada debió haber marcado a la policía de todos modos.

La adrenalina ya había abandonado su cuerpo, pero Noah siguió andando aprisa. Tenía que volver a su refugio cuanto antes.

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