
[8] El amor
La mujer del otro lado del espejo está sudando, con los labios rojos por el poco labial que queda en ellos, con el cuello de su camisa azul abierto notando así la capa que lo cubre, el cabello alborotado y las mejillas de un rosado atípico.
¿Esa soy yo? ¿Cuándo me sentí así? ¿En algún momento me sentí así? De alegre, de resuelta, con ganas de bailar la siguiente canción sin importar el ritmo que sea. Con la seguridad de que cuando gire, habrá una mano extendida que sujetará la mía y me hará girar, nos alejaremos a veces pero siempre volveremos a unirnos.
Alguna vez creí que tendría lo mismo que mis padres. Los veía quererse y respetarse tanto para permanecer juntos por treinta años. Tiene que haber verdad, tiene que haber sinceridad para que apuesten un día por vez por ellos como conjunto. Lo triste y real es que uno como hijo acaba cayendo del pedestal en el que coloca a sus papás. Verlos como son ayudó a mi madurez, sin que ellos mismos se percataran del asunto hasta que fui a la universidad.
Por lo que decidí que no quería ser como ellos. Que jamás permitiría ser así con la persona con la que decida estar. ¿Como esposos? Pueden llevarse los premios que quieran. Como padres estaban en el décimo puesto.
—Deja de pensar, Adara —me reprendí, abriendo la llave y mojando mis manos—. Piensas demasiado. Todo lo piensas demasiado.
Mojé mi cara en lo que es un chorro de realidad. Sequé mis manos con las toallas desechables a un lado del gran espejo y me agradó verme y sentirme así, deseando un poquitito, pero no mucho, que me pasara mas de una vez.
En lo que salí del baño de damas di de frente con una persona. En comparación de las luz del baño con las del club estaba algo cegada, por lo que me disculpé e hice a un lado, pero fui tomada del codo y fruncí el ceño en el tiempo en que me tomó darme cuenta de quién se trataba.
—Hola, ya iba a la mesa.
Naim puso rostro dudoso.
—¿Sí? Han pasado veinte minutos. Creí que pasó algo.
Di un paso al frente y crucé mis brazos, interesada.
—¿Y de estar en peligro, qué?
Ladea su rostro e inspecciona mi postura, acercándose un paso. No somos muy diferentes de estatura si llevo tacones, pero sin ellos unos buenos diez centímetros separan sus ojos de los míos para estar a la par. Sus ojos marrones me dicen mas de lo que me gustaría saber, en cambio sus labios sonríen, esperando.
¿Y si doy otro paso, qué pasaría? ¿Debería sumergirme en ese río marrón siempre bravo y enérgico que simula prometer las mejores aventuras, bailes y comidas?
—Habría intervenido. —Respiró hacia mi rostro—. ¿Y de ser al revés?
—Dejaría que te golpeen.
Surcó sus labios ofendido y reí burlona, queriendo ceder ante mis instintos pero precavida. Siempre precavida.
—Soy sincera, entre uno o dos tipos no podría. Soy una debilucha. Tu y esos brazos pueden mas que yo.
—¿Mis brazos? —Él dio otro paso y si seguimos así no podré respirar—. Miras mis brazos —se regodea, tan orgulloso y apropósito los cruzó frente mis narices.
—Seguido —consentí, sin apartar la vista—. Si fuesen chicas puede que te ayude.
Aclaró su garganta, simulando no reírse.
—Porque ser chicas lo hace distinto.
—Todo depende de la perspectiva, ¿no te lo han dicho?
—Seguido —repitió copiándose de mí.
En mi mente se presentó Peny y vi sobre su hombro, como si desde aquí la podré determinar.
—¿Y Peny? ¿todo está bien?
—La sacaron a bailar y como te tardabas, vine. ¿Qué mas te gusta de mí?
Le clavé mis ojos, imprecisa.
—Nadie dijo algo de gustar.
—Vamos, Adara —solicitó doblando sus rodillas, en un ruego que provocó mi sonrisa—. Suéltate un poco, no te voy a morder. ¿Aun no te fías de mí?
—La parte en la que no me fiaba de ti ya la superamos.
—Hace un rato me mirabas extraño y no es mi intención ponértelo difícil pero si eso vuelve a pasar no podré cumplir una de tus condiciones.
Coloqué mis manos en la altura de sus omóplatos con la intención de abrir espacio entre nosotros, pero él las sostuvo y apretó hacia sí. Cerré mis labios para no suspirar.
—¿Sabes cuál es? —pregunto susurrante.
—No, no sé.
—La de ilusionarme cuando tú luchas por no hacerlo.
Con un mínimo de esfuerzo me apropié de mis manos y las solté. Naim, animado por la música de fondo, lenta y relajante, aventuró su mano en mi cadera hasta hallar la curvatura de mi espalda y arrimarme hacia él. Puse mi mano en su pecho y solo unidos por una extremidad, nos mecimos. Uní un costado de mi frente con la suya, volviendo al olvido al que no me pude resistir desde que llegué.
—Quiero ilusionarme —expresé dócil, cerrando mis ojos.
—Yo también quiero que lo hagas —dijo en mi misma tónica—, conmigo.
Que tonto es. Si supiera...
«Si supieras».
Antes de que finalizara la balada romántica él se alejó y haló de mi hasta nuestra mesa, con Peny en ella.
—¡Oh, hola! —dijo sonriendo—. Que bueno que vino, ¿no quiere probar? —señala su vaso y me lo tiende.
—¿Qué trae?
—¡Usted beba y no piense!
Me carcajeé de su actitud resuelta y obedecí. Ni porque se lo repita veinte veces deja de tratarme de usted.
—Está algo fuerte... ¿cuántos de estos has bebido?
Sonríe luciendo toda dulce y sin vergüenza alguna.
—No me acuerdo, señorita Limale.
Naim y yo nos vimos un momento y concordamos en que está bien, un poco achispada. Pedimos agua para ella y no tuvimos que obligarla a tomarla, en algún punto tenía sed y bebió dos vasos, mientras aceptaba de buena gana las invitaciones a bailar, la mayoría de Naim que no soportaba verla agitarse con tantas ganas de bailar pero poco dada a pedírselo a otro caballero.
Naim es un buen bailarín. No es que lo dudé, después de todo nos conocimos gracias a una copa y un baile, pero que te sepas desenvolver en diferentes estilos es de buenos bailarines, los que lo disfrutan y le ponen ganas. Para los que somos del montón que no baila de todo es fácil estar deslumbrado por los que sí lo hacen. Pero Naim parece que respira y sonríe por el baile.
En este club reproducen salsa de la vieja, salsa casino, regge, pop, electro, baladas y combinaciones de las dos primeras con pop y electro. Cuando llegan las mezclas todos enloquecen y hay un gran espacio para ser como un grupo de buenos amigos que bailan y brincan a la vez.
De entre los cuerpos saltando y gritando, salió Naim y corrió hasta mí.
—¡Ven!
No sé cómo pude notar mi cuerpo al ponerme en pie y seguirle hasta estar rodeada de personas sudorosas con olores variados y sí pude sentir asco, pero entendí lo que sentían, lo que estamos viviendo y me uní a ellos.
Efervescencia. No sentir mis pies. Solo hay risas, risas y risas. Somos un puñado de personas disfrutando de la música que se te mete en la piel y te hace salir de ti mismo. Gritos, puños al aire, vitalidad, energía y lo mas cercano a la satisfacción.
La música se detuvo. El DJ al turno se despidió del público y lo vitorearon hasta que abandonó el podio en el que estaba mezclando y jugando con sus aparatitos. Algunos se dispersaron y unos pocos continuaron bailando una nueva tonada. Y yo miré al chico a mi lado y mi expresión cambió, como si acabara de recibir una cachetada.
Inquirí en mi interior, en lo que está aun herido y lo que no lo está. Todo cuánto quería, todo cuánto ambicioné en mis delirios adolescentes, aun los de adulta, se está presentando y no soy capaz de sentir que lo que hago está bien. Se parece a el rato de unidad que acaba de pasar. Unos minutos está funcionando y cuando se termina volvemos a ser nosotros: gente de a pie o afortunados con vehículos que viven al día, sin mas aspiración que la de sentirte mas o menos pleno en tu trabajo, tener un promedio de relaciones tanto interpersonales como íntimas y lograr una justa jubilación.
—¿Qué pasa? —instiga Naim, saludando mi cara. Pero no estoy ida. Tengo mucha claridad.
—Bésame.
Mueve su cabeza, como si no oyó correctamente.
—Repítelo.
Manipulé mi cuerpo hasta estar cara al suyo.
—Te pido que me beses.
La mirada que me dirigió no me gustó nada. Así que tomé la iniciativa y accedí a sus labios de un solo golpe.
Yo estaba quieta. Tan quieta, aguardando... atrayendo en mi memoria como saben sus labios, algo fríos pero suaves, apenas tocando los míos. Había cerrado mis ojos dispuesta a entregarme, a ser mas codiciosa y abrir mi boca, pero los abrí y viendo sus párpados confiadamente cerrados, me eché atrás con un buen sabor y con... miedo.
Porque me gustó, tanto que podría repetir.
No quise mirarlo y comprobar lo equivocada que estoy, lo equivocada que he estado siempre creyendo que siento cosas y que me son dadas y que no sea, que no sean mías. ¿Quién quiere vivir perdiendo? El título de perdedora no me cabe y no lo quiero seguir usando.
—Adara, ¿a dónde vas?
—¡A que me parta un rayo! —expresé sin pensarlo mucho, rodeando una pareja realmente junta. Vi la mesa compartida y corrí a ella, sorprendiendo a Peny que revisaba su celular.
—¿Nos vamos? —Miró a mi lado y a mí, curioseando.
—Sí.
Naim se pronunció determinante.
—No.
Le abordé, fulminándolo con la mirada. No obstante no estoy molesta con él, lo estoy conmigo.
—¿Qué quieres?
—Te quiero a ti, Adara.
Algo lindo y cautivador se apoderó de mi pecho los pocos segundos que le permitió la lógica.
—Pero es que... eso no tiene sentido, ¡nos conocimos la semana pasada!
—¿Te gustó el beso? Porque a mí sí.
—Yo mejor los dejo solos... —musitó Peny, captando nuestra expectación.
—No te vas sin nosotros —sentencia él y Peny promete esperarnos cerca de la entrada. Clava sus iris en mi rostro—. ¿Y entonces?
Agité mi cabello, olvidando que está amarrado y lamentando cómo ha de verse por mi descuido.
—No sé qué pretendes que te diga, no se puede querer a alguien tan pronto.
—Se puede, que tú no lo intentes no significa que no pase. ¿Sabes por qué estoy aquí, queriendo compartir tiempo contigo? —Negué. Se escapa de mis manos—. Porque creo que lo vales. Cuando te conocí estabas muy triste y no podía, aun no puedo entender qué de bueno tiene Malek y qué de malo tienes que no estén juntos. Me propuse entenderlo y ¡menos lo entiendo! Lo que sí tengo claro —avanzó, compartiendo su aliento por lo fuerte que es — es que él tiene algo de malo y tú no tienes nada mal, Adara, la cosa es que te lo creas. Te hago la misma pregunta y quiero una respuesta monosílaba: ¿te gustó el beso?
Me concedí unos segundos, no para pensarlo porque una respuesta obvia seguirá siendo obvia por mas que la pinte de colores o le realice un balance de ventajas y desventajas. Sobretodo si la respuesta misma está personificada y está atravesándome con sus ojos.
—Sí, me gustó. —Envalentona, erguí mi espalda y saqué pecho, orgullosa de lo que estoy diciendo—. Me gustó tanto que podría besarte y posiblemente nunca cansarme. Me gustó tanto que tuve miedo de no parar de besarte y besarte. Así, así de mucho.
Elevé mis cejas, desafiándolo. No luce como para darme batalla, en realidad está frotando el índice y pulgar en su barbilla con una sonrisita pendenciera.
—Ven aquí, pelinegra.
Mis brazos quedaron resultados entre su cuerpo y el mío al recibir su abrazo, apretándome con poder y hallando acomodo. No me quise quedar atrás y subí mis manos por su torso hasta rodear su cuello, temerosa y nerviosa por a novedad pero teniendo plena confianza de que si lo sigo abrazando me sentiré mejor.
—No te aproveches de mí —pidió, recargando su barbilla en mi hombro.
*******
El sábado por la mañana llamé a Peny para saber de ella y cómo lidia con la resaca. Le iba bien y me avisó que mandaron un paquete para mí a la oficina pero al ser fin de semana lo remitió a mi edificio. Llegaría en unas horas y, a la una menos cuarto, lo pusieron en mis manos.
No era un paquete. Tampoco un regalo. Era un recordatorio.
Los patines el línea morados con negro solo significan un ideal de remembranzas que jamás van a repetirse. Tenía, ¿qué? ¿diez?, cuando me derretía por ellos y por tener unos iguales a Ariel, por ser como él y agradarle tanto para ser agradable ante mis papás, sus papás. Da igual.
Debatía entre tirarlos, quemarlos o ir a entregárselos con todo y tarjeta. Ella decía:
Para que recuerdes lo mucho que te amamos.
¿Es así? ¿Es así el amor? Que frívolo es entonces.
Me tragué la atadura en mi garganta y recorrí con mis ojos mi habitación, perdiendo el sentido y la forma de los muebles con el agua estancada en mi cornea. Escucho un sonido... Sí, el de mi teléfono. ¿Dónde está? ¿Aquí o en la cocina? Desplazo mis pies descalzos hasta mi mesa de noche y la pantalla está alumbrando en una llamada entrante. Mi dedo tocó para responder y activar el altavoz.
—¡Buenos días! ¿Cómo amaneces este sábado esplendoroso?
—Sí, Mer.
—Hey... ¿Está todo bien?
Me senté en el borde de la cama y reuní las piernas entre mis brazos, concertando en lo en calma que desperté e la intranquilidad que me aprisiona, me comprime hasta los pulmones estos detalles.
—¿Adara? ¡Adara!
La angustia de Mer hace que replique.
—Me enviaron mis patines en línea para recordarme su amor.
—¿Quiénes...? —Murmuró algo ininteligible y siguió conversando—: Ah. Ellos.
—Sí, ellos.
—¿Irás a verlos?
—¡Verlos! Ni hablar —Bajé mis piernas y miré mis cortinas amarillas—. No va a servir de nada. Al final escucharé que tienen un asunto que necesita dinero, discutiré que lo que les doy es mas que suficiente, que tienen otro hijo que debería tener un empleo y... Lo de siempre.
—No puedes evitar que estén en tu vida.
—He llegado a considerar en hacerlo legal.
—¿Apartarlos de ti legalmente? —Suena como si solté un insulto o una palabrota—. No creo que sea lo mejor.
—Cuando no se puede llegar a un acuerdo dialogando se recurren a los abogados así sea familia.
—Me lo dices para convencerte pero tú no estás convencida. ¿Le has dicho esto a Naim? Yo no puedo ser objetiva porque te conozco hace mucho, quizá él te pueda dar una visión diferente.
__________
Nota: Es posible que publique otro capítulo antes del fin de semana. ¡A cruzar dedos!
Liana
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro