[7] El deber encima del placer
Naim estacionó a dos casas de la de mi madrina. Desde aquí podía ver las luces encendidas. Como prometió, me esperaba para tener un rato juntas.
Eso llenó mi corazón.
—No es buena idea que la conozcas ahora —digo, apartando el cinturón.
—¿Por qué no?
Hasta parece que quiere hacerlo.
—Por la misma razón por la que no me presentaste a tu tío.
—Es distinto, no lo hice porque no quise hacerte sentir incómoda. ¿Tú se sentirías incómoda si me presento con tu madrina?
Hice un gesto de mas o menos. Él rió, como si apreciara mi sinceridad.
—Ella no es normal, Naim. Te leerá la cartilla, amenazará y luego luchará por ti para que nunca te alejes de mí... No, no, no quiero pasar por eso.
Él, como buen ignorante, dijo—. Sería algo digno de ver.
—¡No aprecias mi estabilidad mental! —Sonreí, mas tranquila y mejor que hace unas horas—. Gracias. —No sabía qué mas decir que abarcara.
—Vamos a bailar el viernes —convida, sonriendo como yo.
—Bailar... —murmuré y en un golpe seco pero entusiasta, accedí—. Te veo entonces.
—Hasta entonces.
Para mi agradable sorpresa se acercó a besar mi mejilla y a la vez bajó los seguros. Le vi una vez y bajé, gruñendo por el frío que hace y lo poco abrigada que estoy.
Así que caminé deprisa y usé la llave para abrir la puerta antes de congelarme. La agradable temperatura interna aligeró el poco candor de mi cuerpo.
—¿Con quién viniste?
—¡Dios! —Mi corazón se aceleró y reí por lo absurdo que fue ese susto—. Con un amigo, madrina.
—Un amigo —repitió y la observé bien en lo alto de las escaleras de la entrada, con una bata y pantuflas—. No me quiero enterar de nada por ahí por terceros, Ada.
—Prometo que no será así. —Subí las escaleras hasta estar a su altura y la abracé por la cintura—. ¿Vemos una película o hablamos de tus ex maridos?
—Que bruja eres. ¡Estoy tan orgullosa!
Acompañé sus risas hasta su cuarto, la dejé y fui a cambiarme por algo más cómodo que una falda tubo y camisa al cuerpo. Si fuese fin de semana me animaría para conducir una hora y ver áreas verdes, tal vez un picnic solo nosotras, pero ella se va mañana y el tiempo se ha vuelto de los tesoros valiosos que nadie ha podido costear o hallar.
—¿Vemos Love, Rosie? —pregunté cambiando las opciones de Películas Románticas en su canal de Netflix. Ella estaba cepillando sus dientes en su baño después de comer un yogurt firme.
—Me llamó Sonia —dijo con la boca ella de crema y cepillo.
Pausé mi dedo un segundo y retomé a siguiente.
—Esta se llama De trece a treinta.
La oí escupir y enjugar su boca una vez.
—Te fue a buscar a tu casa y no te encontró.
—Mmm —canturreé fingiendo emoción—. Estoy aquí.
La sentí sentarse en la cabecera de la cama. Yo estoy recostada del lado opuesto, boca abajo, codos puestos.
—No lo sabía. Tu mamá no lo sabía. ¿Estás bien con eso?
—¿Con no verla? Sí. Después de todo ella misma me acostumbró.
Espira encubriendo muchos pensamientos. Me giré, apoyando mi cabeza en mi mano.
—¿Has decidido no hablarles más?
—Hablé con ellos hace unos años y nada cambió, todo siguió siendo exactamente igual. Me llaman cuando me necesitan. No quiero sonar tan mal como creo que sonaré pero o alguno va a morir pronto o quieren dinero, de resto no creo en un amor e interés que brotó de la nada.
—Tal vez están arrepentidos.
—Mandaron a Ariel a mi oficina y se atrevió a tratar como quiso a Peny. No —dictaminé resuelta—, no me creo arrepentimiento alguno. —Le di cara al televisor y pregunté—. ¿Mujer Maravilla o De trece a treinta?
Ella no está feliz ni conforme con mi manera de responder a su duda pero hace bien en darme lo que quiero ya que no obtendrá mas de mí.
He dado todo cuanto he podido.
Nuestra despedida fue lo difícil que es desde que decidió no residir en un solo lugar por tanto tiempo. No quería dormir para seguir riendo junto a ella. Su vuelo era a media mañana pero debía irse temprano. Las dos estuvimos listas y no la acompañé; aprendimos a la mala que la costumbre insana no le hace bien a personas como nosotras, porque al final vamos a volver a vernos y porque estoy descorazonada de las lágrimas.
Quedé con Mer a las siete treinta en una buena cafetería que pese a ser perfecta su ubicación no lo es, una hora antes de la entrada laboral. Besé su mejilla y dejé mis cosas en la silla de junto, pidiendo un café triple americano sin azúcar y una tortilla de frutas con mucha fruta. La muchacha anotó con cuidado y empeñó su palabra en que me lo traería en quince minutos. Le deseé suerte.
—Tienes cara de pena —dijo Merlía, despegando su vista del celular.
—Cecilie se acaba de ir.
Su mirada y expresión transigente fue una cosa buena de esta mañana.
Además de los mensajes de Naim. Intentó hacer una vídeo llamada pero le tuve que ser sincera, no quería que me viera de esa manera.
—¿Cuándo voy a conocerla?
Contuve un suspiro—. Me temo que puede que no conozca a Naim hasta que lo tenga bien sujeto en su dedo medio.
—Guao. No hay manera... —Tocó su pecho, echada atrás—. ¡¿Qué acabas de decir?! —Su arrebato logró que nos mirasen desde otra mesa, pero la naturaleza humana es esa: dirigir la vista en un espectáculo te importe o no.
—Que ella muy posiblemente ni esté en mi boda, con Naim o con quien sea. Era una suposición.
—¡Suposición que me quitó el aliento! —Reunió una carpeta en la mesa y la agitó de un lado al otro frente a su cara—. Me repiquetea el corazón...
—De no ser así estarías muerta —dije ácida y sonreí con y por su enojo—. Ayer fuimos a comer y... No te lo había querido decir porque mira, no ha pasado mucho tiempo y siento que esto va a toda máquina, pero él está siendo bueno para mí y conmigo, ¿me explico?
—Ajá... —Añade un tinte de curiosidad.
—Esta entendiendo mi situación, acompañándome en ella y no es todo lo que hace. No lo sé —dije de pronto, soltando una que otra angustia en un respiro—, no quiero acostumbrarme tanto a él.
—Las ilusiones son bonitas, Ada. —Tremendo convencimiento el suyo.
Le sonreí, no a ella, a su condenada inocencia e ignorancia.
—Quiero creer que sí —mencioné, sin sentirlo del todo—. ¿Y si le hago daño?
—Nadie está exento de sufrir. Ya ves este corte —se señaló el cabello cortado a la altura de su cuello, las puntas arqueadas hacia él, castaño oscuro y ondulado gracias a un rizador—. Viví seis, casi siete años con el cabello largo, sufriendo como tonta. Lo corté, me lamenté y ahora soy una persona plena que no está pensando a cada instante en cómo no se quedará enredado en las puertas o si lo lleva el viento y tropieza con alguien, ¡mi vida cambió! Las ilusiones pueden ser así, lo que debes hacer es atreverte y no dar marcha atrás.
Después de esa conversación me costó alejarla, incluso con tantos pendientes. Incluso al enterarme que no fueron George y Tamara los que se estaban besando y toqueteando en el baño, sino una muchacha del área de mercancías y él, de mantenimiento. Incluso, sintiendo de pronto remordimiento por haberle hablado así a Ariel cuando en este caso él no es culpable de lo que hagan o dejen de hacer sus padres. En fin, eso no lo salva de ser enervante.
—¿Sí, Peny? —respondí su llamada. Justo a tiempo.
—La señorita Burgeos está aquí.
—Hazla pasar, por favor.
Definitivamente Peny está hecha de la mejor armadura si pudo soportar a Miramar unos minutos.
Alisé lo que ya no puede ser alisado en mi cabello sujeto a un moño a media nuca. Burgueos entró entre tanto bajaba mis manos y le invité a sentar como acompañar esta reunión con una bebida de su preferencia. Ella pidió un café como el que pedí esta mañana. Yo preferí no beber nada.
No tardó en meter el tema a tratar hoy.
—Estuve leyendo tu propuesta, Limale. Es atractiva pero tiene fallos.
—Los tiene —concordé, evaluando su expresión calculadora.
—Y creo que he conseguido saldarlos, o mas bien borrarlos. ¿Te interesaría oírme larga y tendidamente?
—El sueño de mi vida —No pude resistir el jugar con ella, pero rápidamente volví a nuestra seriedad—. Te escucho.
Miramar hizo el amago de rodar los ojos pero le convino no hacerlo y mostrarme las ideas en papel y su voz de fondo explicando a detalle lo que se lee en pocos datos.
Ella proponía que si la empresa para la que da cuentas y ésta se unen podrán traer el equipo, con sus beneficios y maleficios que no están exentos de estar. No hay seguridad de que Ker, su jefe y Beth, la mía vayan a aceptarlo. Nuestra conducta de animadversión no viene dada porque Burgeos sea antipática y yo le replique, mas bien es porque en reiteradas ocasiones la posición de dominio de Cannibellia se sobrepone a la nuestra arriesgando todo o no tomando en cuenta el usufructo de las personas, diría que de la suya propia.
El plan de Burgeos estaba bien planteado y es posible, lo que falta es el beneplácito. Cree que puedo convencer a Beth mientras que convencerá a Ker pero se equivoca y guardé mi opinión aún sin ella y toda su persona en mi oficina.
Beth podrá ser CEO de su propia empresa Salud Mas Vida, sin en cambio el CEO de su vida es alguien más: el presidente y su esposo, Henrique Hofmann. Lo que tiene gracia porque significa caudillo de la fortaleza y lugarteniente general.
No sé quien le dijo a esa mujer que mejor mas juntitos que lavar los trapos en casa. Al inicio de Salud Mas Vida Beth cumplía con ambas funciones y lo hacía muy bien, las dudas se saldaban como debe, en reuniones de directivas, compartiendo sus planes de acción y siendo la líder que siempre ha sido. El compromiso es su segundo nombre. O era.
Ahora con su esposo como cabeza del Consejo Administrativo, las decisiones en ciertos tópicos no pueden ser tomadas por ella. Consultadas, sí, pero él tendrá la última palabra. Beth no necesitaba nadie que cumpliera sus funciones así parezca que no lo hace. Los que estamos cerca e incluso alguien avispado se da cuenta. Hasta hoy seguimos en pie pero no me extrañaría que en algunos años haya un cambio y no soy cercana con ella para decírselo. El mundo en el que me muevo tiene su sistema, por superficial que parezca.
—Ya te puedes ir, Peny —digo al salir de mi oficina con mi bolso y maletín en mano, verla afanada tecleando en su computador.
—Todavía tengo muchas cosas que hacer... —No despegaba los ojos del monitor.
—¿Qué cosas? —simulo inocencia—. Esas las puedes hacer en casa o el lunes. No tenemos pendientes inmediatos.
—Pero adelantar hace bien —refuta, sin mucha fuerza.
—No me digas que te contagié mi adicción al trabajo. Es viernes, ¿no? ¿No tienes un galán por ahí?
—Ay señorita, eso lo dirá usted con facilidad pero para las que son como yo no es tan sencillo.
—¿Las que son como tú? Ah —sonreí, congraciándome con ella—. Las que ponen primero su deber al placer, ¿a esas?
—No. —Me miró como si mi tono anterior de inocencia fuese mi esencia misma—. Las que no se ven como usted.
No puede ser que se tenga en tan poco concepto. Peny es preciosa, algo hinster y con ropa ecléctica que hace lucir muy bien. No es una mujer que se considere delgada, mas bien talla mediana con significativas caderas y poco busto. Castaña oscura, peliducha y de ojos marrones con el contorno verdoso. Cara aniñada pero vista de lince, a leguas sabes que es inteligente y que nadie le mete gato por liebre. ¿Quién le dijo que no es lo que es?
Estoy a punto de contradecirla, pero se me adelanta como buena asistente—. No es mi pretensión discutir esto con usted, señorita Limale.
Lo pensé bien y estoy segura de que Naim no va a molestarse.
—Toma tus cosas. Vamos a salir.
—Señorita Limale...
—Nada, nada. Tómalo como una orden, ¿estamos? Estamos. —Comencé a caminar hacia los ascensores y al voltear para ver si Peny me hacía caso, ella continuaba sentada e inmóvil—. A ver, a ver —la apuro— que se hace tarde. Te espero en la entrada principal.
Y como supe, Naim permitió que se sentara adelante y estuvo entreteniendo su inexperta manera de dirigirse a un chico, con él. Les escuchaba a medias, agradada con que la hagamos sentir cómoda y que sí, vaya a bailar con nosotros. No me importaba y a Naim de cierto modo tampoco, pero sé que en el fondo esperaba estar a solas conmigo.
—¿Y qué te gustaría comer?
—¿Me habla a mí? —responde Peny.
—Sí, a ti. Adara y yo íbamos a bailar pero si no te gusta podemos hacer otra cosa o ir a un lugar donde tengan ambos; yo me acoplo, ustedes mandan.
—Un sueño hecho realidad —dije soñadora desde atrás. Naim rió roncamente y Peny respingó.
—Lo-lo que ustedes decidan estoy bien.
—No lo has entendido ni sabido aprovechar adecuadamente —pronuncia él lentamente como un profesor carismático—. Te pregunté qué quieres comer, si quieres comer o bailar, o si quieres ambos. Responde qué te gustaría, no si nosotros lo queremos. ¿Sí, Peny? —En esa pregunta había un interés y cuidado hacia ella que captó mi atención hacia mi asistente. Tiene que decir que sí o lo haré yo.
—Sí... ¿Naim?
—¡Eso! Progresamos.
Ella escondió su expresión cara a la ventana.
—Me gustarían ambos —susurró pero lo oímos perfectamente.
Naim golpeó el volante con emoción.
—Perfecto. Sé exactamente a dónde ir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro