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[29] El dolor de la espera

Naim

—No me pesa decirlo, Narrieta. Si Limale te viera estaría moviendo cielo, mar y tierra para hacerte sentir mejor. En estas circunstancias, solo te quedo yo y no soy una fuente de apapachos.

No me daba las fuerzas para levantar la cabeza, así que no lo forcé. Permití que fuese mío el cansancio de las últimas horas y se asentase encima de mis hombros, doblara a mi espalda y descansara en mi trasero, para entumecerme en el asiento incómodo de la sala de espera.

—Narrieta.

—Cállate.

—Tus groserías no son algo nuevo, María.

—Pero tu insistencia sí lo es, Miramar. ¿Ya sabes que si no te arrepientes de tus tretas irás al infierno? ¡Déjalo en paz!

El dolor en mis cienes se incrementaba cuanto mas discuten. El que no alcen la voz irrita partes de mí que estaban sosegadas y no querían estrangular a nadie. Resistiendo el dolor de espalda, la enderecé y oí un murmullo colectivo, murmullos preocupados.

—¿Puedes mantenerte en pie?

—¿Desayunaste? ¿Almorzaste?

Mis brazos eran sujetados y, con la mayor gentileza que pude recoger de mi caja vacía de ella, me deshice de sus dedos tocándome.

Como si lo necesito.

Como si me fuese a caer.

—Iré por un café —avisé.

—No debes seguir tomando café sin algo en el estómago —intervino María. Por una vez Mima no la contradijo.

—Iré por café —repetí, desoyendo a lo que salía por sus bocas, que han estado abiertas cada hora de cada día.

La sala solo nos tiene a nosotros tres pero ayer, el día anterior a ese y el anterior, no se daba a basto. Parte de mi familia se estableció, unos de pie y otros sentados, en un muro o fortificación unida para que yo no me derrumbara pero no tenía o tengo deseos de hacerlo y esa ayuda que siempre me ha confortado, resultó ser asfixiante. Degradante. Agotadora. Solo mi abuela encontró el coraje para preguntar de frente si los quería conmigo. No lamento haber respondido que no.

Peny, Jair y Merlía vinieron al hospital e invadieron a preguntas de las que desconocía respuestas que les hiciera sentir bien. También quise sentirme mejor, pero eso se hallaba en una lejana ilusión. Lo que recordaba no arrojó luz a la policía y no lo haría con ellos.

Un yate, una noche sin luna, dormitar, Adara desaparecida, oír gritos, el yate se hundía y quemaba, mas gritos, llanto, helicópteros y nadie sabía de dónde vino el fuego. Desesperación. Tanta desesperación porque mi mejor amiga y mi novia se encontraran bien. Desesperación a un nivel que jamás experimenté al encontrar a Adara y que uniera su nombre con emergencias, con la prisa que tienen cuando alguien está a punto de morir.

El café de hospital es asqueroso y salir por uno bueno me desconecta del presente, en que Ariel llama fingiendo una preocupación que no siente, Cecilie llena mi WhatsApp de notas de voz donde llora y quiere saber qué tan mal está su Cocacola y porqué luego de cinco días sigue en coma y me refresco la memoria con la instrucciones del doctor, que Adara está fuera de peligro y que si está en coma no es que vaya a quedarse en él, solo necesita tiempo.

Reí recibiendo mi café y entregando un billete. El que atiende hace bien en ignorarme. Él entendió que esta cara no es una cara que busca consuelo.

—Un americano simple —pidieron a mi costado, en la caja.

Reconociendo esa voz, saqué otro billete.

—Yo pago.

Espero en una esquina a que reciba su café y Jair señala una de las mesas, a lo que me niego.

—Vengo de allí —me pone al corriente.

—Y sabes que sigue exactamente igual.

Jair sonríe y veo la gracia lastimera en sus ojos.

—No porque me hables con tedio dejaré de venir. Adara es mi familia.

—No te he prohibido lo contrario.

Su sonrisa decrece, pero no abandona esa manera de amedrentarme sin que parezca que lo hace. No me ofende. En su lugar, actuaría exactamente igual.

—Todo tú eres un letrero de No Acercarse. ¿Qué pasa si ella no despierta? ¿te lo has planteado? ¿Vas a ser desagradable con todo el que se acerque a tu prometida?

Con cada pregunta, mi pecho se constriñe y aprieto mis dientes tanto que me duele la mandíbula, pero no le pierdo la vista y estoy por decidir que hemos terminado de hablar. Jair de adelanta a mis planes.

—Ella despertará —dice arraigado. No titubeos ni aprensión. Se adelante y antes de irse, agrega—: no tiene opción.

*****

Los hospitales no son lúgubres. No son lugares de malas noticias, mas bien de esperanzas ya olvidadas. Las refuerzan, hacen que ellas puedan ser sostenidas por quienes no pueden soportarlas. La esperanza puede perderse pero un hospital, los que trabajan en ellos, tienen la capacidad de un lámpara en medio de la oscuridad.

Pero no veo. Estoy a ciegas y escuchar repeticiones de buenas noticias, aunque esté convencido de que no existe un lugar mejor para Adara, me presiona.

¿Cuál es esa actitud tan mía? ¿tengo una? ¿Soy insensible a lo que sienten los demás? Ni siquiera saben lo que dicen... No saben cómo se siente que te despojen del aire y te vuelvan a insuflar uno que te ahoga. No actúo en base a lo que me salga de la billetera a medio llenar, de mi mal humor y mis ansiedades. Actúo como me rinde.

—Te estás convirtiendo en un despojo de ser humano —traspasa Miramar con su tono acusatorio. Veo los dedos de sus pies sobresalir de unas sandalias—. Si no vas a bañarte haré uso de mis fortalezas.

—Ya te puedes ir.

Alcanzar su admiración no me satisface, pero evita que piense demasiado en que está conmigo desde las seis de la mañana y ya pasaron la seis de la tarde.

—Le diré a tus padres que apostaste varias veces antes de entrar a la universidad y así conseguiste el primer pago de la hipoteca.

Gruñí hacia ella—. No lo harás.

Se inclina en mi rostro con bravuconada.

Meeeh, ¡respuesta incorrecta! —Ríe, mostrando sus dientes—. Te doy cinco minutos para despedirte de tu bella no-durmiente; me quedaré, por si algo se ofrece.

—¿Tú te vas a quedar? —dije dándole poco crédito a este acto de buena samaritana—. ¿Me estás haciendo una broma?

—Te hago un favor y otro a Limale. Cuando se despierte me lo va a agradecer.

Mis labios se estancaron, pero quise sonreír. Que esté poniendo empeño en que vaya a descansar afloja mi correa orgullosa y no tengo motivos suficientes para rechazarla.

Fui a mi casa, me bañé y traté de comer de buena gana. Los días se han sentido eternos y sé que el agotamiento viene con el poco descanso y las comidas que me he saltado. No recordaba haber disfrutado una comida salvo el café, que insípido o no, recargaba mis pilas y no tenía que pensar en la siguiente hora para comer. O la siguiente hora para estirarme por el entumecimiento. O la siguiente hora en que sigo esperando.

Lavo el plato y la cuchara que usé, dejando que escurran dentro del fregador. Peino mi cabello con los dedos y veo la ausencia en mi casa. Cinco días y ya tiene acumulado polvo en las encimeras y el suelo.

Oigo a lo lejos mi móvil. Tomo aire y voy por él, haciendo mente a que quien sea va a preguntar por Adara y por mí, respectivamente. Y no los culpo por angustiarse. La imagen de Mima cubre la pantalla y deslizo el icono verde.

Hola, ¿te afeitaste?

Muevo la lengua entre mis dientes.

Ya —responde a mi silencio, con indiferencia—. No lo hiciste.

La cotidianidad no ayuda a nadie a esperar. Lo intenté el primer día, en que oí el <<solo resta esperar>>. Fui a ocuparme, a dialogar con la rutina del diario y tuve una revelación: por mas peso que alzara, por mas ángulos que trazara, no sacaba de mi mente ese solo resta esperar, solo resta esperar, solo resta esperar...

—Ya voy para allá.

Hubo un sonido que no logré identificar y aproveché de coger mis llaves y cerrar con seguro.

... ¿no oíste? Dulce entró a verla y estaba despierta. La están...

Se agitó mi respirar y el ascensor no llegaría tan rápido como necesito. Golpeé con mi mano la puerta de las escaleras y apenas sentí el ardor en mis pantorrillas mientras corría por el estacionamiento, ponía en funcionamiento mi auto, el auto que Adara siempre ha adorado y manejaba hacia ella.

Tal vez habría llegado mas deprisa si continuaba corriendo. Las señales de tránsito y el límite de velocidad en calles cercanas a avenidas me separan de lo que más he querido en mi vida además de ver a mis padres cómodos, disfrutando de sus años juntos, sin las preocupaciones que siempre les aquejó las deudas interminables. Puedo lidiar con un pleito, con la incomodidad, con el dolor del abdomen, piernas y brazos al hacer una plancha, pero la idea de que Adara no esté y que no estuve en donde debí estar... No quiero ni puedo.

No hallando espacio para retroceder o avanzar en un accidente que trancó una vía bidireccional, reposé sobre el asiento y revisé que Miramar fue quien cortó nuestra llamada y que tengo otras cinco perdidas, de mi abuela y de Ariel, pero de este último no me sorprende su cinismo. He tenido tiempo para habituarme a él.

Hago sonar el claxon, harto de esperar y que estén cayendo gotas en el vidrio. Deslizo en el teléfono a mis llamadas perdidas y llamo a mi abuela. No tarda en responder.

¿Dónde estás? —dijo con fiereza.

—Atascado.

No es hora pico —balbucea, como si lo que dije fuese mentira. Eso quisiera. No sabe cuánto lo deseo.

—Hubo un accidente y ni siquiera ha llegado la ambulancia. Esto va a tardar y no puedo dejar mi auto aquí.

Lo sé, pero... Es el peor momento para que pasen cosas raras. No sé cómo pero el hermano de Adara mandó a un representante. No lo dejaron pasar pero está merodeando y como no está haciendo nada indebido la seguridad no quiere hacernos caso.

¿Qué?

—Mantente vigilando, igual Mima.

No le quita la vista de encima. Tranquilo.

Por una vez, la obsesión de Miramar con amedrentar a quienes amedrentan a los que quiere va a servir de algo, aparte de elevar su ego por conseguir incomodar a los cinco minutos a alguien muy confiado y menos de uno, a quien no lo sea.

****

Estoy frente a la puerta de la habitación. Son las nueve pm y me recorren los síntomas nerviosos que creí haber abandonado cuando empezó esta tonada triste y sentimental. Los retazos de lo que podría ser se agolpan en mi mente, esas imágenes donde estoy solo y recojo lo que me queda de corazón, si es que aun lo tengo y el cielo no se lo llevó...

Es probable que no deba tener dudas. Adara y yo seguimos vivos. Adara y yo tenemos planes, juntos. Planes que ya no vana postergarse y de los que me siento orgulloso de ser el centro a su lado. Sentirme pleno y dichoso, eso debo sentir. Pero, ¿por qué no lo siento? ¿Por qué tengo tanto miedo de abrir la puerta y que todo sea un sueño? Por ello no dormía. Por ello velaba.

Adara no fue inducida al coma. La policía y su investigación arrojaron material que indicaba que hubo una riña y ella se golpeó. Estuvo cinco días inconsciente por su propio bien, el bien que crea el cerebro para mantenerse lo mas entero posible. El doctor usó otras palabras pero en mí tienen un profundo significado y es que estuvo en peligro y ni siquiera lo que siento por ella pudo retenerla del viaje hacia la muerte.

Me gusta bailar por una razón simple: sé qué paso sigue aunque no exista una coreografía. Siempre ha sido fácil seguir un ritmo. Fluir a través, sobre y por él porque mi cuerpo se mueva y tener confort, como el que da una buena chuta de energía. El baile ha hecho cosas por mí, como sacarme de pactos antiguos, relajarme antes de tomar fuertes decisiones, darme un centro si puedo tener uno al girar. Tengo control.

Ella te espera, dijo una voz en mi mente. Así que no toqué; abrí directamente.

Adara recostada, casi sentada. Su piel está pálida y hacen ver a sus ojos verdes un tanto vacíos hasta que los desliza hasta mí. La vestimenta de hospital la empequeñece y empalidece a partes iguales. Se sorprende y arruga el rostro; sus ojos titilan, brillantes. Estira la mano donde pasa la intravenosa, con sus uñas siempre de algún color, limpias y cortas.

—Naim —me llama.

Y yo voy. Constantemente voy tras ella, pero tengo la sensación de que no nos movemos a la misma velocidad o que no podré alcanzarla. Tocar su mano, tenerla contra la mía hace mas duro refrenar ese hecho. Refrenar el dolor y la angustia.

Miro sus ojos, tan claros, produciendo mas y mas lágrimas que brotan, se deslizan como ella estuvo a punto de deslizarse lejos de mí.

—No llores —ruega con la voz enronquecida, apretando mis dedos—. No llores, mi amor.

Ignoré si lloro o no y encontré mi voz en algún lugar entre la desesperación y el alivio.

—Fueron cinco días...

—Lo sé.

—No, Adara —incidí, desencantado—. No lo sabes.

Frunció su entrecejo con el dolor instalado en él.

—No, no sé —dijo cuidadosa, como si temiera que me fuera a romper. Estoy mas allá de eso—. Solo lo sabes tú y lo único que puedo hacer es estar, porque aquí estoy, Naim. No morí.

—Pero pudiste haber muerto y... ¿Y qué habría hecho?

Ella no contestó, no sé si por benevolencia o porque no sabe qué decir. Pero yo tengo mucho qué decir.

—Nunca me sentí tan cansado, tan triste y desconsolado. No importa cuántas veces dijeron que despertarías, admito que no lo creí del todo. Te veo —bajo la vista a su mano, la que tengo sujeta—, y te veo y debería sentirme mejor pero tengo miedo. ¡Estuviste ahí y no debías! ¡No lo supe! ¡¿Va a ser así siempre, Adara?!

Nuevas lágrimas salieron de mí y no las contuve. Impotencia y un sabor ácido en mi paladar impiden que siga. Suelto a Adara y doy un paseo frente a su cama que conozco, es el paseo del pensamiento fortuito. Aprieto los puños y observo un segundo a mi pelinegra, pero decido que si continuamos cerca voy a ser la versión odiosa que tanto mantengo a raya solo para disiparme.

Y no es justo para ella.

La oigo gritar mi nombre en lo que salgo de la habitación. Miramar ya está enfrentándome, con un atuendo diferente al de mas temprano.

No la dejo abrir la boca.

—Si mi abuela está cerca dile que la acompañe. Necesito salir.

—¿Salir a dónde? —Ve detrás de mí, a la puerta blanca. Al regresar, me acusa con sus insondables ojos—. Tú no vas a ninguna parte... ¡Naim!

Si no me detuvo la mujer que amo de descargarme, no lo hará Miramar, la voz de la razón cuando le es conveniente serlo.

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Espero les gusteeeee!!!

No será el único capítulo que narre Naim jiji

Gracias, GRACIAS MIL, por leer.

Liana

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