[23] No lo olvido, aunque así parezca
Lamí mis labios, sintiendo la sal en ellos aunque estemos a una considerable altura del mar. Lo miro, creyendo que será un buen consejero cuando todo dentro de mí está sufriendo una grandiosa sacudida, tengo la piel erizada y necesito apretar mis manos, que se han adormecido. Además de la inusual falta de comprensión de lo que acaba de suceder. Me estoy preguntando si lo oí correctamente, pero si agacho mi mirar, está claro que hay un brazo extendido, mostrando una joya y que no es una gargantilla. Los engaños a mí misma nunca me han salido gratis.
Me volví por completo a Naim —sin mirar hacia abajo—, con un codo en la baranda para no caerme al suelo y el ímpetu de ser aducida por sus ojos, que nunca se han aprovechado de lo que sienten por mí y hacerlo saber, tanto como lo hacen ahora. Ya no dan por sentado que me pueden querer. Sé que me quieren.
—Naim... —susurré, conmovida y acojonada.
Se adelanta, arrugando sus párpados en una mueca tan acérrima como él mismo, aun cuando no tengo algo para decirle.
—Estoy siendo muy directo, pero no me sale ser de otra manera contigo, pelinegra. Quiero que estés conmigo, todos los días.
Los falsarios de mis ojos caen en la caja y se quedan en el anillo lo suficiente para determinar su forma. Es un tanto extraño. No prima un color, como lo sería el dorado o el plateado. El aro, delgado y extendiendo su grosor al llegar a la piedra, es verde esmeralda y la piedra del centro es rosada y de un corte que no puedo definir. Quise verlo de cerca, pero me abstuve.
—No tienes... no tienes que responder justo ahora. —Tragué saliva y él seguía hablando, como si me excusara—. Los Arrieta tenemos una filosofía y es que, si encuentras algo bueno en tu vida no esperas que perdure en ella porque sí. Hay que ponerle lo bueno que tienes y mejorar lo no tan bueno, para que siga estando. —Me guiña, manteniendo el anillo en nuestro campo de visión, sobretodo el mío—. Y aquí me ves, pidiéndole a lo bueno en mi vida que se case conmigo. Debo ser fiel a lo que creo, ¿no te parece?
Asentí, manteniendo el equilibrio en mis pies sobre una superficie que siento inestable a ratos.
Intenté echar un cable por mí.
—¿Qué dirán tus padres? ¿Y Dulce? Sin contar a tus amigos que, uuuf, les caigo taaaan bien...
—No es con ellos con quien me casaré.
Torné al mar, desesperándome por obtener una respuesta que pugna con otra por salir y que sé, sé cuál es. Debía plantearlo con calma y no dejarme llevar por el momento.
—Lo pensaré —dije y me atreví a tomar su mano con la caja y cerrarla—. Mientras tanto, guárdalo.
Para mi asombro, Naim fue obediente y guardó el anillo, conservando su buen semblante, mas bien recuperando el que tenía en nuestra carrera hacia aquí. Se arrimó a mi lado y pasó su brazo sobre mis hombros.
—¿Vamos a dormir y nos despertamos a ver el amanecer o nos quedamos hasta que amanezca? —cuchichea.
No creía ser capaz de dormir, pero tenía que intentarlo.
—Dormir y dejar de presumir.
Nos giró para regresar al interior de la casa.
—Lo segundo, no lo prometo.
Está de más decir que no vi amanecer alguno. Desperté, de milagro, faltando un cuarto de hora para las diez de la mañana. El comedor estaba vacío y Dulce limpiaba la cocina cuando bajé a desayunar, pero ella no formó lío y me malcrió al hacer mi desayuno de cero.
—Porque recalentado, en mi casa, no señor.
Exprimí unas naranjas para combinar con mis panqueques y aprovechando que Vic y Naim salieron a comprar unos víveres y fruta, necesité liberal mi mente de esta agonía con la que hasta soñé.
—Dulce, Naim ha enloquecido.
—Lo sé. Aun esta mañana bajó con el birrete en la cabeza. Déjalo, ya se le pasará. ¿Quieres miel?
Agité mi cabeza con estrépito, negando a ambas cosas.
—No, Dulce, no.
—Sí, niña, sí —terquea—. Fue con Vic a comprar y lo llevaba.
—Que no, Dulce. Me pidió casarnos. —A falta de la reacción que esperaba, volví a la carga—. ¿Escuchaste? ¡Casarnos!
Me mira sin parpadear unos segundos y se da vuelta atrayendo la jarra de café recién hecho, vertiendo de una taza.
—¿Y qué le respondiste?
—Que de ser posible nos casamos mañana en la playa, ¡es como un sueño! Un maravilloso sueño hecho realidad.
—Mmm. Ha de estar muy contento. Tal vez por eso no quiere arrancarse el sombrerito de su cabezota.
Cerré mis ojos un momento y explosioné:
—¡No hablaba en serio!
Con la taza en mano a medio camino de su boca en una mueca ascendente, establece:
—Yo tampoco. —Bebe. Mira inquisitiva. Bebe—. Si no vas a contarme, desayuna que se enfría. Anda, anda.
Partí un buen trozo y lo engullí para suprimir mis ganas de gruñir. No estaba siendo fácil contarle esto y actúa mas tranquila de lo natural. Bebo del jugo, tragando con dolor por tanto sin masticar entero.
—¿Te sientes mejor? —pregunta, en talante errante.
Negué. ¿Quién se siente mejor después de lo que viví?
—Le dijiste que no —asume.
—Dije que lo pensaría, aunque ese no fue mi primer impulso. Pero el matrimonio no se trata de impulsos.
—Y crees que Naim, en un impulso, te pidió casarse.
—¿Y qué puedo pensar? Él y yo no hemos hablado de ello, pero parecía seguro de su propuesta y me siento extraña, como si dejé cocinando un huevo y lo desatendí.
Dulce rió. Deseaba verle la gracia como ella.
—¿Qué es lo que te hace dudar?
—No estoy dudando de lo que nos une, dudo de si en esa cabeza están los cables bien conectados y no es un... Una emoción por estar logrando sus sueños. Como si añadirme es un eslabón que precisa tener, pero no quiere tenerme de esa forma, en la que no es posible estar mas juntos, si nos ponemos más poéticos.
—Mi nieto sabe bien lo que hace, Adara —espeta, intercesora—. Quizá haya estado planeando pedírtelo de hace más tiempo, solo que no te dabas cuenta y de ser así, la única que tiene la última palabra eres tú, no él.
Como entre comer y responder, lo primero lo hago con mejor talante, seguí cortando panqueques y metiéndolos en mi boca.
Pero solté el cuchillo y tenedor en el desayunador, con todo esa caudal de emociones, de achares, certezas, demostraciones de cariño y los por qué no, revoloteando. Si entresacaba de todo eso un hecho, tengo seguridad en una cosa.
—Quiero estar con Naim.
Ella asiente, como si fuese lógica mi percepción de mis ambiciones.
—¿Te hago un té? Te ayudará.
—Como siempre, malcriándola.
La voz de Vic molestando me hizo sonreír. Se acercó a la cocina pasando a mi lado, con varias bolsas en los brazos que dejó en uno de los mesones y dió un beso a Dulce en la frente, porque era igual de alto que Naim y su esposa de estatura promedio.
Mi cintura fue rodeada con afición y besaron mi cuello, provocando que me aniquilaran. No lo hace a menudo, pero cada vez, es distinta y placentera.
—Debes hacerle un postre con uno de tus polvos para té —sugiere Naim.
—¿Haces postres con té? —Si decía que sí, podría llorar.
—Sí.
Sollocé y reí a la vez, provocando que rieran los tres presentes.
—¿Dónde estuviste toda mi vida? —dramaticé mi llanto.
Miró a Naim y a mí, respectivamente y con segundas, antes de sacar lo que traía las bolsas.
—Prepararé un Crepe Cake de matcha.
Para mí oír «matcha» era oír gloria.
Entre los cuatro nos acompañamos y le dimos una mano a Dulce —cuando le placía— para que fuese esa la merienda en la tarde. La hora del almuerzo se pasó mientras lo preparamos. Comimos luego del mediodía y Naim quiso enseñarme la playa, que no quedaba cerca aunque pareciera que está dando un brinco.
Me llevé mi tablet para revisar unos pendientes, un sombrero grande y bloqueador en lo que logré cubrir. En un recorrido de diez minutos llegamos a la playa, de buen aspecto, agua cristalina y arena clara y nos echamos en dos tumbonas bajo una amplia sombrilla. Naim está boca abajo, solo en un short, sandalias veraniegas y unos Ray Ban. En mi caso usaba lentes de sol polarizados de lectura para darle buena atención a lo que leo.
—Estabas tan ensimismado ayer que no quise preguntarte por María. ¿Tuvo un inconveniente?
Usualmente obtengo respuestas inmediatas de su parte, pero al no ser así me saqué los lentes y coloqué mis cosas a un lado de la tumbona al sentarme de frente a él.
—Naim —le llamé, preocupándome de que no esté gruñendo sus respuestas—. Aún no tengo la capacidad súper desarrollada de leer mentes si me lo propongo.
Con la voz amortiguada por su brazo, dijo, en un gruñido:
—No pudo venir. Su esposo no la dejó.
Me quise estrujar el interior de los oídos.
—¿Cómo dices?
—Que su esposo no la dejó. No vino a celebrar uno de los días mas felices de mi vida por culpa de él y quisiera que no hablemos de eso. Por favor.
Agité mi frente con un dedo, deshaciendo las líneas que hay en él a causa de mi fruncir. ¿Que su marido no le permitió venir? ¿Cómo es la cosa? ¿Y quién le dijo a ese hombre que María es una mascota a la que se le ordena? Con estas dudas, mas se suma molestia en mí. Así no puedo pensar en trabajar o en tener una conversación civilizada o ponerme a juguetear en el mar. ¿Qué es diversión cuando sabes que están amedrentando a un amigo? No consideraba a María de mis cercanos, todavía. Pero puedo congraciarme con cualquier ser humano, con una mujer, a la que no están tratando bien.
—Hay que hacer algo —digo, ignorando su petición. Absurda petición.
Naim levantó su cara de entre sus antebrazos. No veo sus expresivos ojos pero me da lo mismo.
—Adara, hablo en serio.
—¡Yo más! —discrepo—. No me puedes soltar una cosa como... como esa y esperar a que me instale a recibir a Don Sol. ¿Ha sucedido antes? Él... —tomé un descanso, compungida por lo que dirá—. ¿Él la ha agredido de forma verbal... física?
—Adara.
—¡Pero Jesús, Naim! —No puedo comprender que esté quieto. Que no vocifere como mínimo o no esté trayendo a María de las greñas. Pero no me quedaré sentada. Empecé a recoger mi bolsa y meter lo que quepa—. En mas, vamos ahorita, ahoritita mismo a buscarla.
Él suspira y se coloca de costado, con la mano bajo su oído y parte de la cabeza.
—Ya lo he hecho. Sí, ha sucedido antes. No, no la ha agredido. ¿Por qué crees que no quiero hablar de ellos? Estoy cansado, pelinegra.
No entiendo nada y espero que se note porque tampoco sé qué le sigue a esa frase.
—Llevo meses luchando contra la percepción de María de lo que es bueno y malo. Ella cree firmemente que él no es consciente de lo que hace y que su actitud cambiará con el tiempo, cuando los niños sean mas grandes. —Mese su cabello a un lado, con frustración y algo de desespero—. No quiere que nadie lo sepa y nuestra familia es muy intuitiva; en raro que no se dieran cuenta.
—Dulce ya debe saberlo —confirmo. Dulce no es tonta, tontos son los que creen que lo es.
—De que lo sabe, lo sabe. Necesito pensar qué hacer. Ese tipo de gentes, a la mínima rareza que noten se pueden largar en unas horas y aunque creas que es mejor así y que todos se enteren, María y los niños la pueden llevar muy mal antes.
—¿Haces esto solo? —Asiente y le reprendo con mis ojos.
—No me veas así. Necesito que lo sepan pocos. Las multitudes en un secreto o estratagema suelen arruinarlo todo.
—No estás en una misión de rescate, Naim. ¡Es María! ¿La policía no trata estos asuntos?
—Lo tratan cuando la cosa se pone fea y casi no la cuenta la víctima.
Me pongo mas sesuda que antes. Suena versado en el tema y la sensación en mi piel de que él estuviese cerca de una situación así no permite que calle.
—¿Tú...? ¿Lo has visto o...?
Él frunce el ceño y lo tengo a mi lado, abrazando mi cintura y compartiendo su calor, que es bastante.
—No, no. Tranquila. —Recorre con sus dedos mi mejilla, mirándome con esa aire tierno que es solo suyo—. Pero sí lo vivió muy de cerca una compañera, hizo lo que creyó prudente y casi pierde a su papá.
—¿A su papá?
—Sí. Sufrió violencia de parte de su esposa. —Me sorprendo y Naim ríe entre dientes—. Suena a fábula, lo sé. —Abro mi boca, pero él besa sonoramente mi mejilla, bajando varias rayitas mi angustia— ¿Por qué en vez de elucubrar como sé que haces, no entramos, nos secamos y volvemos a probar lo que preparó mi abuela, mm?
—No sé... —me hago la difícil aunque me vence la sonrisa. Y él lo sabe.
Así que no espera si quiera que me quite el vestido y el sombrero que traigo, que me encanta, a ver. Corre conmigo a cuestas en su hombro, con mis protestas llevadas por el viento y nos hace entrar al agua. No es que me suelte, él se sumerge y recibe primero mi trasero y luego pasa encima de mí el agua salada. No tengo control de mis brazos. Intenté tomarme de su espalda, pero en lo que luchaba, me bajó sosteniendo mi cintura y no dejó que cayera, pese a las olas. Me arrimé a Naim pretendiendo que le haré cariños y en un movimiento que no previno, lo hundí en el agua.
La carcajada no me la cortó nada, ni el agua en mi boca. Su cabeza emergió, como el resto de su cuerpo mojado. La marea no es alta y apenas le llega a las caderas.
—Te ves guapo.
—No te salvarás —advierte peligroso y se tira encima, aventándonos a ambos al fondo, que toco con mi espalda.
Me río al tener la cabeza fuera del agua y llevo las manos a mi cabello para escurrirlo. Naim hace algo mas práctico, salpicar con una sacudida. Pero recoge la falda larga de mi vestido para ayudarme a caminar y la imagen que obtengo de él, esa gentileza innata y lo protector que es conmigo, hinchan mi corazón de un modo al que no estoy acostumbrada; es casi sufrido, dificultoso de ignorar con una propuesta encima nuestro que no he olvidado.
No podría.
_________
Hola holaaaa
Si no se entiende el título, es algo que se diría Adara a sí misma, pero en el capítulo no lo hace por ajá, está de más.
Tengo noticias. No tengo día preciso para publicar capítulo, pero lo más seguro de hoy en mas es que lo tenga y será LOS FINES DE SEMANA. Tenía Internet prestado y ya llegó la hora de devolverlo. I know, es muy sad, pero creo que en lo que se van cosas buenas vienen mejores ;)
Hasta, Dios quiera, este fin :)
¡Feliz ombligo de semana!
Liana
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro