[22] ¿Quisieras...?
El frío se colaba dentro de mis medias con la fuerza suficiente para que jadeara y quisiera correr fuera del taxi, pero apreté mis dientes y bajé con lentitud, posando las botas altas en la acera y abriendo el paraguas para cubrir mi cabeza de la nieve. La época decembrina no está cerca, pero el clima hace lo suyo desde octubre el día de hoy y se anunció temprano que era probable que en la tarde las carreteras mas concurridas estuvieran cerradas por amor a nuestras vidas. Pero mientras no fuese así, los taxis recogen a quien extienda la mano y me convino.
Tomé la hora del almuerzo para juntarme con Seth, el segundo amigo de Naim que, nada más pedirle comer juntos, aceptó pues tiene un asunto que atender conmigo y lo ha pospuesto debido a su trabajo. Habíamos quedado en una biblioteca, puesto que Seth da algunas clases a chicos de secundaria que no van tan bien y necesitan subir el promedio, sobretodo a puertas del penúltimo año de preparatoria.
Coincidimos en la entrada y fuimos a uno de los cubículos superiores, del segundo nivel que ocupa mesas entre dos aparadores con libros, como sutiles y sencillas mesas de estudio con asientos mullidos de colores cafés y azules. Nos sentamos en medio del agradable silencio que ofrece un sitio así y fue él quien inició, parándome en el aire.
—Me caes muy bien, Adara. Pero esa sandez de la que fuiste víctima... En serio, perdona que no usen el cerebro cuando se trata de Naim. Nuestra amistad tiene muchos años y nos creemos con ciertas licencias...
—Para. Vas volando.
Que esté tan apenado por lo que no hizo me dio confianza para corregir el entuerto, al menos para él.
—No hables por ellos.
—Me siento con la responsabilidad.
Quería dejar de hablar del tema perenne de los amigos de mi novio a los que no les caigo bien sin razón aparente mas que chismes y la sensación que tengan respecto a mí.
—Seth, yo quiero hablar sobre la graduación de Naim.
—Y yo —urgió con su tono a que le prestara expectación—, necesito que la novia de mi amigo Naim, el que se preocupa y ocupa de todos, se sienta como se merece. Todas esas cositas que hemos oído de ti, el que te llamemos la Directora General, es de admiración. De mi parte lo es. ¡Eres muy joven y trabajas mucho! No soy más que un fanático tuyo, preciosa.
Sonreí entretenida. No tiene idea de lo que siento y espero de esta charla.
Quería sorprender a Naim y celebrar que tanto sacrificio daba sus frutos, a pesar de que quizá pueda sentir que a sus casi treintas no se graduó a la edad que lo harían otros en, además, otras condiciones. Si no estoy mal informada —con todo y lo ambiguo que es respecto a lo que hará después de su graduación—, tiene ofertas de trabajo y es una de las razones de peso para decidir renunciar a uno de sus actuales, ya antiguos, trabajos. En Elastic Jennas no se irá, por ahora y porque él forma parte de un activo importante.
—Gracias... creo.
Cada vez que Seth ríe, su piel morena se oscurece gracias a su blanca dentadura. Tiene una particularidad similar a Naim sobre su persona, la manera en la que se dirige y te junta, como la gallina a sus polluelos, solo que no sabes que lo hace hasta que lo consigue. Los dos, unos tramposos.
Esa misma tarde, después de concretar mis ideas y las de Seth, Dulce se pidió una cita con la manicurista y quería que la acompañara, aunque le dijera hasta la saciedad que tengo trabajo por hacer.
—A mí no me engañas, cabeza trabajadora. Penélope tiene tu agenda y hoy no tienes pendientes, lo que pasa es que te encanta llevarme la contra, ¿verdad?
—A ti te encanta manipular el tiempo de los demás, eres como mi madrina.
—¿Está aquí? —preguntó con mas entusiasmo del que me gustaría que tuviese.
—¡No! Y gracias a Dios, porque no sé qué sería de mí.
—Pero sonríes.
Admití con diversión y un cariño que le pertenece a ella:
—Pero sonrío.
Notaba la fortuna que he ido adquiriendo con el solo hecho de conocer a una mujer como Dulce. Ella compagina muchas virtudes que admiro y que he echado en falta en mi crecimiento y en mí, como persona y mujer. No quise negarle pasar tiempo juntas, sobretodo si Dulce no vive en esta ciudad y vino con la idea fija de vernos a Naim y a mí. Tan solo el que me considerase su nieta... Bueno, no tenía palabras.
Fui de pasada a mi trabajo, pretendiendo que me iría enseguida, pero Peny, al verme salir del ascensor, corrió a mi encuentro y susurró con gesto angustioso.
—Ya sé que tiene usted una cita pero el señor Ridiasa está esperándola y no parece querer irse pronto.
Continué mi camino a mi oficina aun sabiendo que hay una probabilidad en mitad y mitad de que fuese bien o mal el viaje.
—¿Y por qué tienes esa cara? Peny, te puede salir una úlcera.
—¡No diga esas cosas!
—Vale, no lo diré. Pero es cierto. Toma uno de mis tés, te caerán muy bien.
Mi buen rato con Dulce y el que viene por la usual obcecación de Peny se enmudece por unos segundos en lo que Jair se levanta de la cabeza de mi escritorio y resume en simples palabras su viaje.
—Traje conmigo nuestros pedidos. Ferres quiere hablar contigo.
Pierdo mi serenidad y simplemente éste se sustituye por pesadez, por agotamiento, por disgusto y por un fuerte dolor entre mis cejas que casi me marea.
—¡Adara!
—¡Qué! —respondí, quitando las manos que me tocan. Porque estoy bien y no quiero que me quieran tranquilizar.
Jair invoca alrededor suyo la duda y el resquemor. Pero no puedo evitar cómo se sienta por mí.
—No vas a hacer lo que se te está pasando por la mente.
Abrí mis brazos para darme espaciosidad entre las manos chicas de Peny sobre mi cintura, como si me fuese a caer y las de Jair en mis hombros.
—¡Si por ella no está pasando nada!
—Aun —corrige—. Pero te conozco. —Sonríe un momento y se enseria con la misma rapidez—. Dios santo, Toronja, te conozco tan bien que te veo en un avión y planeando cómo hacer rápido tu maldito trabajo de sádica. Lo mas importante ya está aquí, ¿o no? —No oso contestar, pero Jair insiste, belicoso—. ¡¿O no?!
—Sí, profesor.
—Lilibeth está al tanto y él no va a acercarse a ti. Todas sus —aclara la garganta—, cuestiones las tratará con ella directamente. ¿Lo escuchas o está activa solo tu parte intrépida?
La cabeza puede estar a punto de reventar, pero fui capaz de asentir, porque lo oí y no iría a fastidiar como Jair supone.
No llevaba bien que me ordenaran a la distancia, a que indirectamente me avisaran por medio de mi amigo que el control no es aquello que tienes, mas bien lo tiene otro y que ese otro posee mucho mas que tú, no como un autómata desquiciado que pronto accionará un botón de destrucción, pero sí uno potente que podría encauzar las circunstancias y hacerse de ti, de lo que eres. Un oponente que usa muchas fichas en su tablero. Perspicaz y sagaz, en buenos y malos términos, para el que lo conoce bien y el que no. Caprichoso y de los que obtienen lo que se proponen, sin aspavientos. Sin un concierto. Es lo que hace a Dedil Ferres alguien de respeto, sin embargo no alguien que merezca el mío.
No respeto a quien haga que se cuestionen mis labores. A quien se lleve por el frente cual demoledor el beneficio que puedan tener las personas gracias a fabricantes que exterioricen en sus creaciones una mejor vida, porque te ha placido, en día de hoy amanecer con ganas de ser materialista.
—¿Vas a hablarle? —preguntó Jair, actuando despreocupado. No le miente a nadie.
Recibí el té de las manos mas hermosas que vi, las de Peny, y sorbí aun caliente.
—No.
—Bien.
—¿Es todo? —instigué, soltando el plato en la mesa—. ¿No te viste con él?
—Sabes que es difícil verlo. Mandó regalos con Clarise pero los boté en el camino, espero no te moleste.
Bloqueé mi posible morisqueta y solté, llanamente:
—Si no los abriste, no.
Jair se inclinó adelante en la silla. Hasta ahora veo que su cabello está alborotado siendo liso, no con esa goma que lo suele sujetar, y largo. Y tiene barba y bigote, tan rubios como su cabello, de al menos dos semanas.
—Wasabi.
Él gruñe.
—¿Te viste con Clarise? ¿Seguro?
—Sí.
Golpeé mis uñas con la porcelana.
—No te creo. Y a este té le falta mucho para relajarme. —Le miré con angustia. Jair no pretende colaborar y me está regresando el dolor—. Si te viste con Ferres y no me lo dices, voy a encontrar la manera de saberlo porque eres más importante que lo tú crees que es más importante para mí. Sí, amo mi trabajo pero a ti el doble, ¡el triple! Y si él te hizo algo y te amenazó...
En una oscilación de su cabeza, negó y callé.
—No pasó a mayores que una charla en una cafetería que nos obligara a comportarnos. Todo lo que salía de su boca eran tonterías respecto a que eres una bruja que lo dejó embrujado, que quiso que fueras a reconocer lo que sucedía con los equipos y que no permitiría que te despidieran pero no tiene motivos suficientes para venir y convencerte de que él es... ¿cómo digo esto sin sonar tu cupido mal pagado?
Ya me lo imaginaba—. No digas más.
—Tu quisiste desentrañar mis mentiras —acusa, concertando una sonrisa con su tono burlón—. Te prometo que hablamos y le ofrecí, ya sabes, gratuitamente, mis puños en su cara.
Bebí mi té, sintiéndome mejor.
—Tiene sentido. ¿No quieres hacerte la manicura conmigo?
—En lo que vuelva a ser gente, iré contigo donde te plazca. —Se acercó a darme un beso en la frente y le dio una palmada amistosa a mi asistente antes de irse.
Vagando entre un pensamiento u otro respecto a qué tan cierto es que se obsesionen contigo y qué es certero en el mundo de quien cree tener la razón y cómo obtenerla a favor de unos consolidados medios, tal vez me convenía olvidarlo. Pero no puedo ser ingenua por siempre.
Lo seré al menos en la manicurista.
****
Gloria se afianzaba a mi mano con fuerza y compartía esa emoción, así se fracturaran mis falanges. Llora y seca cada tanto sus ojos, pero nunca su nariz. Me incliné un poco para ver a su marido y está igual que ella, con la nariz roja y lagrimeando. Son un dúo de llorones, pero todos los padres presenten o su mayoría, lo son.
El teatro está adornado de azul, vinotinto y blanco, con jarrones dorados repartidos en las esquinas y sobre el escenario, con girasoles y hojas grandes, como de banano. El año de graduación colgando detrás del personal de la universidad, maestros, decanos y demás. Dos fotógrafos, uno en medio de las escaleras al subir por el diploma y otro en medio del escenario, disparando en lo que se acerca un alumno.
Naim, por su apellido, es de los primeros en ser mencionados en su carrera y los vitores no cesaron, incluso con él regresando a su puesto. Es popular y sabemos porque. No es difícil de adivinar, en tal caso.
La ceremonia culminó con la tradición trillada pero siempre anhelada del lanzamiento de los birretes. Una sensación que se instaló en mi estómago y fluyó a través de mi cuerpo perduró el tiempo en que tardaron en recoger, saludarse entre sí y llorar de dicha. Verlo feliz, gritando, saludando de puño, con abrazos y besos, apretujó y abrazó mi corazón. ¿Qué era verlo feliz? Mi felicidad.
Saber el peso de ese hecho en vez de asustarme, se espabiló. Abracé a Naim con lo que tengo para él después que sus padres lo felicitaran y accedí a lo que se le ocurriera, como presentarme hasta a las plantas, tomarse fotos con una cámara que fui la encargada de llevar y si me pedía cualquier cosa, posiblemente le diría que sí. Mi cachorro dulce se merecía disfrutar de sus logros.
Seguidamente del plazo de euforia, nos fuimos en la camioneta de Gloria a casa de Dulce. A buena velocidad, llegamos en media hora después de salir de la ciudad y estaban los que tienen que estar. Familia, amigos y ahora nosotros. Naim sonreía, soportando el calor que produce la toga, pero no se la quitaría hasta hartarse y puede que no sea hoy. O en varios días.
Como era de esperar, evité a quien quise evitar y me refugié en la cocina con las tías y Dulce, como generala, revisando que la comida esté suculenta. Até mi cabello suelto y si había que servir, servía. Si había que agitar, agitaba. Bajar el fogón. Correr por agua. Añadir sal o azúcar. Y me reía de lo fácil que es ser torpe en confianza, porque no importa si lo eres, importa seguirlo intentando.
En la noche, con mucho cansancio pero satisfecha con lo que planeamos y que saliera bien, se fue vaciando la casa y Dulce, su esposo Vic y mi persona recogimos entre que Naim se despedía largo y tendido de sus invitados desde fuera.
—¿Te quedarás?
—Otra vez —me queje sonoramente. Dulce tiene la capacidad de ser tan insistente como un loro.
—¡Sí, otra vez, otra vez, otra veeeeez!
—Te dije que sí, abuela.
Hizo un gesto de conformidad y me quitó el paño con el que limpiaba la mesa del comedor.
—Podemos terminar nosotros.
Miré bien si era verdad y constatando que sí, seguí la directrices de la habitación que ocuparía.
En frente de mi ropa de cama, suspiré con cansancio pero con la imagen fija de la sonrisa arrobada de Naim. Me di una ducha fría. No hace calor, al contrario, pero me gusta y es una costumbre antes de dormir. También me vestí dentro del baño y doblé mi ropa sucia para guardarla en el morral que traje sabiendo que acabaría durmiendo aquí. A salir, Naim estaba sentado en la cama, aun en sus fachas de graduado.
—Estás empezando a asustarme —dije pasando a su lado y guardando lo que hay que guardar.
—Necesito hacerte una pregunta.
—¿Y para hacerla es necesario la toga y el birrete? —Sonreí de lado.
—Ya me los quitaré después.
Cerré el morral y esperé esa mítica pregunta.
Extendió su mano mostrando la palma y se puso de pie, de perfil izquierdo hacia mi perfil derecho.
—¿Confías en mí?
Por poco soltaba una perla. Obvio confío en él, pero sonó a pregunta atípica. Hasta me imaginé que soy la princesa Jasmine y él Aladdin, formulando la misma pregunta que podría canjear la vida de ambos dependiendo de si aceptara su mano.
Le di mi mano.
—Sí.
Descalza, le seguí el ritmo a Naim corriendo por el pasillo, bajando las escaleras, entrando a la cocina, saliendo por una puerta lateral, cruzando a la izquierda, corriendo otro pasillo y sintiendo la brisa salada en mi rostro, llevándose mi cabello frente mi cara. Nos detuvimos en medio de un suelo que no era de madera. Vi a mis pies y reí. Estamos de pie sobre la piscina solo que ella está cubierta de un material transparente que deja ver el agua y las luces de colores encendidas en ella. Salí de ella y me acerqué a la delimitación de un balcón alargado rodeando la parte baja y trasera de la casa.
De noche apenas se ve el cielo, pero el mar es un espectáculo, sus movimientos y el sonido del agua chocando, erosionando y formando su característica espuma. No hay luna y torna difícil saber dónde acaba y empieza el cielo y el mar. Naim se recostó como yo en el barandal.
—Es muy bello —digo embelesada—. No he tenido oportunidad de apreciar la vista de día.
—La verás. No es la gran cosa.
—Oh, eso lo dice el nieto favorito que seguro ha visto miles de veces un amanecer en casa de su abuela.
—No. Me gusta dormir.
Surgió una carcajada de mi parte.
—¡Que mentira tan grande!
Crucé mis brazos, no por el frío que era inexistente. Se percibe un frescor confortable y si la idea de Naim es terminar su día viendo correr el agua de ida y venida, no iría a dormir temprano. Que tampoco. Faltan minutos para la medianoche.
—En mi graduación no celebré. —Naim giró hacia mí, pero seguí viendo al frente. Al mar—. No quería estar sola. Habría sido muy triste ir a un bar, vestido como tú y tomar para olvidar, así que no lo hice. No me estoy lamentando —añado con honestidad—. Estoy recalcando lo que este día significa.
—De no ser por ti habría sido diferente.
—Eso seguro —dije sonriendo desenfadada y giré a él, que continuaba con esa formalidad que tuvo al ofrecer su mano.
—Intento decir gracias —alude con humildad—. Y creo haber entendido que me darías lo que quisiera.
—Haces trampa vestido así.
Mueve su cabeza nada arrepentido y la borla, negra, se agita.
—La hago.
Bien puedo cumplir mi palabra, por lo que le di al pase a su lado de la cancha.
—Soy toda oídos: ¿qué quiere mi novio de su novia antes de la una que será cuando nos volvamos calabazas?
Consigo que ría y lo noto moverse de forma extraña, metiendo las manos dentro de su toga. Curioseo sus ademanes, como si revisara sus bolsillos o se rascara, y a punto estuve de preguntarlo. Empero, sacó una de sus manos y la restante seguía oculta.
—Hoy es un día importante —sentenció de un modo que sonaba a profecía.
—Dirás ayer —adoctriné.
Naim boquea como si en mí no hay remedio alguno, pero le gusto. Lo sé.
—Cuando quieres bromear arruinas la seriedad.
—Lo siento. —Endurecí mis facciones para optar su uniformidad—. ¿Decías de un día importante...?
Destapó su mano y puso en medio nuestro una caja, pequeña, redonda y negra, con una franja dorada rodeando la circunferencia. No descaré moverme. Ni un poquito.
—Es un día importante. Una noche y una nuevo día a la vez. Te parecerá que esto no tiene sentido. Fue contemplado... No sabes cuánto lo contemplé, Adara. —Sentía el miedo en su voz, pero no hay titubeo. Está resuelto y yo muda—. ¿Qué va a ser de mí después que le haga la pregunta? ¿Va a abandonarme? ¿Voy a soportar ser abandonado? Y no lo quise considerar más... —Abrió la caja ante mis ojos pero no miré su interior, aupé mis ojos a los suyos, con muchas emociones apiñadas en dos faros almendrados—. Y te la voy a hacer porque ya sé lo que soy y no estoy tentado a cambiarlo.
—Pelinegra, ¿quisieras unir tu vida a la mía?
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¡Hola hola!
En unos días publicaré el siguiente capítulo. Este es uno de mis favoritos. Les confieso que era algo mas corto y planteado desde otro lugar, pero tomando en cuenta el cómo es la familia de Naim me pareció que la casa de Dulce era el sitio correcto para esta pregunta. ¡Y que pregunta!
Tengan linda semana.
Liana
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