[2] Ser peor que el otro
Adara.
Adara, Adara, ¡Adara, ¿qué estás haciendo?!
No puedes ir a la casa de un desconocido. Los psicópatas abundan y su línea de visión para obtener a sus víctimas es siendo amables. ¿Qué te dice que Naim no sea uno? ¿Haber llamado a Merlía como ayuda externa por si pasaba algo y que él le hablara para recibir su retahíla de insultos y amenazas si mi vida corre peligro? Las cosas pueden cambiar secuencial e instantáneamente en segundos.
Sé bien lo que es el cambio.
—Estás pensando que eres esto o aquello por acceder, ¿eh?
Fruncí mis labios.
—Soy muchas cosas menos inteligente. Y sobria.
—Estás mas sobria de lo que crees.
—Espera un rato, niño. Ya verás.
Rió por lo bajo, maniobrando con su auto, cruzando de carril.
—¿Niño? —mofó y por poco le faltó mostrarme que no lo es, como si su rostro no fuese suficiente.
—No debes pasar los veintiocho.
—Tengo veintiocho.
—Oh —solté. Qué remedio—. Pues qué bien, pero no me hiciste caso, así que sí eres un niño.
—Tal vez tienes razón.
Reuní la poquita fuerza que me quedaba y esperé a que lleguemos a donde haya que llegar. Sin estabilidad, no podía si quiera hablar por mucho rato.
Recorrí con mis ojos las calles que pasábamos pero no me podía concentrar, aunque estoy segura que vamos en sentido contrario y que su casa debe estar mas cerca de las afueras de la ciudad de lo que se ve. Ha tomado rutas que no conozco pero no es difícil saber que usa atajos para acortar camino.
En un principio no lo noté. No vi el edificio y me llevé una sorpresa apenas agradable al abrirse las puertas del estacionamiento, con toda aquella tecnología que tienen los edificios construidos de cinco años hacia acá. La pulcritud, como un parking privado, me debió dar la primera señal. La señal inequívoca de que este hombre a mi lado debe dedicarse a algo más para tener este poder adquisitivo.
En cuanto mis tacones tocaron el suelo, un suelo gris claro limpio, tenía a Naim sujetando mi brazo. Le despeché con un gesto.
—Puedo caminar, en serio.
Miró mis pies.
—¿Con esas monstruocidades?
—Puedo correr si quiero.
Elevó sus cejes y colocó una mano en su barbilla.
—A ver.
Abrí mis ojos y solté una risa que se hizo hipo y volvía a ser risa.
—¡No correré ahora, por favor!
Aun con la lumbre de un estacionamiento y con lo que achispada que sé que estoy, me detuve a verle y mi óptica no falla, Naim Arrieta es un ejemplar que no he tenido tantas oportunidades de ver, salvo en un gimnasio o un parque, con novia o coqueteando a alguna futura novia, o alguna que vaya a terminar en sus piernas u otras parte de su cuerpo, junto al de ella. Mas o menos como seguro va a suceder ahora... Porque lo estoy dando por sentado.
Si lo pienso bien, no es tan malo acabar sentada en esas tonificadas y fuertes piernas. No debe nadie sentirse mal por ese final, ja, ja.
—¿De qué te ríes?
Tranqué la risa y en un suspiro decidí que no quiero más incomodidades por esta noche, así que elevé uno de mis pies y saqué un tacón, luego el otro y sentí el refrescante suelo frío.
—Eh.., ahm, no deberías haber hecho eso. ¿Por qué no esperar a...?
—Porque estoy cansada. —Junté los tacones y encontrando un ascensor, fui a él—. Ey, vamos. Que quiero hacer pipí.
Lo oí reír.
—No sé porque presiento que te gusta ordenar a la gente.
Ambos entramos al ascensor y vi que evitaba tocarme, acercarse de más, como si no quisiera espantarme. Me pregunté si me veo tan fatal como me siento y de ser sí, es entendible que lo repela pero su actitud seguía siendo tan confusa.
Piso 8. Apartamento 16. Pisos pulidos, paredes claras, una fuente de piedra lisa en una pared, cocina pequeña pero funcional, una alfombra horrenda, un piano de cola, mareos, estrellitas, ganas de vomitar.
Vómito.
Y se siente mejor con el nuevo vacío. No es igual al de la copa o al de estar sola, pero deja de presionarte las entrañas y se hace más sencillo respirar. No importa el dolor de las rodillas y el de mi garganta sacando todo. Sentía las caricias en mi espalda y eran bien recibidas pero condicionaron a las nuevas lágrimas que empezaron a salir a borbotones y no era capaz de detenerlas. No quiero que se detengan.
Presioné mi pecho. ¿Nunca iba a dejar de doler como me duele?
—Eso. Sácalo todo.
Me quejé entre dientes, abriendo y cerrando los ojos, saliendo mas lágrimas.
—No, ya no quiero —dije sosteniendo mi peso en mis manos para ponerme de pie—. No quiero llorar mas y... Que vergüenza, Dios mío —cubrí mi rostro para secarme y voltear a ver a Naim—. Perdona, perdóname por favor, llévame a mi casa y no veas esto...
—No, está bien —dijo con una sonrisa reconfortante—. Llorar ayuda y no haces nada del otro mundo.
—Llorar me agota —proliferé hastiada.
—Pero te sientes un poco mejor, ¿o no?
Asentí, secando la última lágrima derramada.
—¿Quieres agua?
No había formulado una respuesta y él ya se acercaba a la cocina, llenando un vaso con agua del grifo. Solo ver el suelo me hizo entrar en un estado de culpabilidad y pena profunda. ¿Qué es esto? ¿No habrá final para las desgracias juntas en una misma noche?
—Dónde consigo cómo limpiar —pedí urgida, moviéndome por el lugar sin saber a dónde ir.
—No te preocupes, yo lo limpio. Ten —extendió el vaso en la isla y me alejé de mi vergüenza para beber de un trago el contenido—. Siéntate y no te mortifiques.
—Ja. No me conoces —susurré para mí y le asentí de frente—. Gracias, puedo... ¿puedo usar tu baño?
Seguí sus cortas directrices y me encerré en un lindo baño para invitados. Tomé lugar en el retrete y me di tiempo para registrar cómo me siento: tengo sed, un sabor extraño en la boca, las manos sudorosas y quiero tomar un baño tanto como dormir. No sé qué hora es pero ha de ser de madrugada. Mi bolso está tirado en el piso de la sala y aun cargo puesto mi abrigo. Los tacones también quedaron con el bolso.
Bien podrían secuestrarme o matarme y, ¿quién me extrañará? ¿quién me salvará?
Reí de mis estupideces. De mis malas decisiones. De mis sentimientos no correspondidos.
Me puse en pie y eché agua fría en mi rostro, para despertar y dejar el lamento.
—¿Adara?
Esperé para abrir la puerta y ver que traía mi bolso. Lo tomé, frunciendo mis párpados, tratando de encontrar alguna rareza en este tipo que llegó de pronto queriendo ayudar.
—Será mejor que me vaya. —No dejaría de intentar irme con la mínima fuerza física que tengo.
—¿No prefieres decirme porque lloras?
—No, no lo prefiero.
—Creo que tengo derecho a saberlo después que lloraras y vomitaras en mi sala.
Abrí mi boca, pero no estoy asombrada. Molesta y un poco irritada, definitivamente.
—No te pedí que me trajeras, tú insististe en hacerlo. Si estoy aquí es porque no soporto sentir que no tengo control de mis emociones y lamentablemente acabé aun peor y... Y no sé —endurecí mi rostro conteniendo el lloro—. No sé qué quieres que te diga, ¿que soy una tonta? Porque, verás —le mostré mi palma para iniciar con el gran chisme—. Le planeé su despedida de soltera a la mujer que se casará con el hombre al que amo y no me siento mal por eso, me siento mal porque quiero ser ella tanto que me constriñe el corazón. Y de paso, soy su madrina. ¿He aumentado mi nivel de tontería, verdad?
Naim se apoyó en el marco de la puerta y cruzó sus brazos. Me incliné cerca del lavabo, incómoda con aquellos ojos marrones directos, interpretando mis respiraciones, escrutando lo que ve y analizando lo que no. Sin mis tacones no tenemos grandes diferencias de estatura, pero sí de anchura. Mientras que él es todo músculo yo parezco una vara. La solo comparación pudo ser graciosa pero...
—Lo tuyo tiene solución —interrumpió mi línea de pensamientos.
Curiosa por ese repentino tono que esconde la capacidad de un individuo para resolver un asunto, miré a sus labios pronunciar lo siguiente.
—Te hace falta un clavo.
—¿Un clavo? —repetí manteniendo mi curiosidad. ¿De qué habla este hombre? ¿no soy la única medio ebria?
—Sí —sonríe con todas esas ganas que dije que traía consigo—. Ya sabes, el dicho de un clavo saca otro clavo. Usa uno, y que sea efectivo.
—Espera. —Agité mi cabeza y me puse derecha—. ¿Cómo que use...? Si yo no necesito ningún clavo...
—Lo necesitas y con urgencia.
—Ya. —seguí el juego como a los tontos—. ¿Y quién sería el clavo en cuestión?
Se posicionó seriamente para decir—. Yo.
Resoplé con efectividad y reí a la vez, como si ese fue un chiste legendario. Volteé al espejo y peiné mi cabello.
Parezco un mapache pálido y despeinado, pero eso se puede solucionar. ¿Lo locura? Es dudoso.
—No estás hablando en serio.
Se atravesó su reflejo atrás del mío y arqueó sus cejas.
—No porque un hombre no te corresponde significa que mi ofrecimiento carece de verdad y sinceridad.
Él tiene un punto. Yo tengo otro. Estamos en un impasse.
—Puede ser, pero lo que tú... insinúas es feo. Trivial.
Ríe para añadir—. No lo es si el clavo en cuestión hace un buen trabajo.
Rodé mis ojos, desconfiada pero no solo de él, de mí. ¡De toda está situación!
—Seré tu clavo —perseveró y se inclinó a mi oído, aun manteniendo una prudente distancia—, ¿quieres ser mi martillo?
Mis hombros se desplomaron y no le mantuve la mirada. Ya era difícil no sentir pena por mis recientes actos involuntarios como para aceptar tantos obsequios, que quizá a la larga sean favores que exijan favores de vuelta.
Recargué las manos en el lavabo y peregriné en la fisonomía de Naim. ¿Importaba acaso si él podría gustarme? Ni aun reparé en que tiene una cicatriz en el inicio de su cabello, que es corto, tan corto que apenas notas si es chino o liso. Pensaba que los ojos claros eran los más expresivos, pero empiezo a sospechar que en la vida misma siempre voy a equivocarme y...
—La boda es mañana —dije sin considerarlo dos veces—. ¿irías conmigo, niño?
Su risa casi placentera me tomó desprevenida.
—Claro. Tu di dónde y la hora.
Negué sin encontrar qué otra cosa hacer. No parece ser que alguien así tenga remedio, así que cambiar de tema a una nueva curiosidad es mejor que convencerlo de lo contrario.
—No entiendo como alguien con tu trabajo puede pagar un sitio así.
—Aaah —luce interesado—, por fin te puedo hablar de mí. ¿Por qué no vamos a que comas y voy contándote? Luego te llevaré a tu casa.
Regresé a mis zapatos y con la poca energía que tengo no me ofrecí como sous chef. Él es bueno haciendo varias cosas a la vez y hablar de su vida, que si la mía es ocupada la suya me ganó. Con creces.
Es hijo único. Sus padres viven lejos y no pudo entrar a la universidad hasta los veinticuatro puesto que seguían pagando una gran hipoteca y no podían costear sus estudios. Él tomó una decisión: encontrar trabajo, ayudarles a pagar la deuda y entrar a estudiar cuando fuese posible. No supo que tardaría tanto en lograrlo pero, aunque no lo dijo, no estaba arrepentido de ello.
En sus andares acabó teniendo tres trabajos, primero como mecánico, luego bartender y al final como stripper. Trabajos que conserva hoy día. Eso sumado a los estudios que está a pocos meses de terminar. Las reuniones familiares, Las reuniones con sus pocos amigos. Respirar, caminar. Uy.
—¿Y cómo haces todo? ¿Duermes?
—No duermo —despreocupado, me tendió un plato con huevos, tocino y pan tostado—. Es lo que pude hacer más rápido, espero que no te moleste.
Él no va a distraerme, mucho menos usando un delantal con nubes tridimensionales y dándome de comer.
—No puedes añadirle una chica a tu ecuación, es estúpido.
—Je, ¿acabas de llamarme estúpido? —Comió un bocado de tocino, oteándome con diversión.
—No quise ofenderte, pero... —visualicé lo que podía ver de él con la encimera atravesada—, eres preocupante.
Sonrió sardónico.
—Entre tú y yo, lo tuyo está peor.
Encogí mis hombros y corté un trozo de huevo, tocino y lo junté con un mordisco de pan que sonaría a cinco cuadras para después de tragarlo todo, decir:
—Está bien; yo gano.
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