[18] Todo o nada
Tecleé el Smartwacth de mi muñeca y respondí a la llamada entrante, disminuyendo la velocidad de mi trote.
—¿Vienes?
—Solo han sido dos kilómetros —dije respirando fuerte entre cada palabra, aunque bastante tranquila para respirar—. ¿Estás con Wasabi?
—Ya terminó la ruta y se está recompensando con una dona.
—Típico —dijimos a la vez. Fui quien cortó.
Es una tradición nuestra, salir a correr los sábados en diferentes horas por la misma ruta y tener un punto de encuentro distinto, donde compartir una merienda a media mañana o definitivo, el almuerzo. Jair suele hacer trampa, comiendo lo que está fuera de la lista, por poder. Porque tiene un metabolismo que le exige comer de más, multiplicar ejercicios de peso y reducir los de cardio hasta hacerse de masa muscular.
En el quinto kilómetro aminoro el paso para beber agua y revisar de nueva cuenta las últimas notas de voz. De Naim, de Cecilie y una de Dulce, a la que decido responderle.
He estado posponiendo la conversación de la disculpa. Es esa clase de charla donde se disculpan y no quieres zanjarlo, no los quieres disculpar y menos con alguien a quien amo tanto como a mi madrina.
También pospuse la conversación entre novios. Me es tan ajena que no sé cómo lidiar con ella. Sé, eso sí, que soy yo quien no quiere terminar lo que empezamos porque cree saber el final pero no si está lista.
Y hay una tercera, con Miramar. Llegó de su viaje con grandes noticias, además de que nuestro trabajo ha dado sus frutos exactamente como predijimos, se adjudicó la autora de la bestialidad de Tomas y no me consigue, en el trabajo o cualquier medio de comunicación. Me tienen sin cuidados sus razones y oírla disculparse. Aunque una disculpa de su parte suena atractiva, para las almejas.
Me quito los cascos y los cuelgo en mi cuello, deteniéndome del todo en una esquina transitada. Envío un mensaje a Mer y me dirijo a nuestro punto de reunión, un puesto de donas que se estrenó hace poco y venden donas de cualquier tipo. Quedan algunas cuadras y las tomo a pie, rezongando de que vayamos a comer donas como unos idiotas.
Tecleo el reloj teléfono nuevamente y veo el nombre de Dulce alumbrando mi pantalla con el botón verde y rojo. Le doy al verde y elevo la cámara de modo que me registre caminando. Ella se ve sentada, con el sol encima y un sombrero de paja.
—¿Por qué estás sudando? —Es su «hola».
—Vengo de trotar. ¿Está todo bien, Dulce? ¿Me necesitas?
—Creí que cuando dijiste que podía llamarte siempre que quisiera era siempre que yo quisiera.
—Y lo mantengo pero a esta hora estás yendo al mercado, así que me extraña.
Sonríe y solo sé que la brisa me da una caricia en medio del calor.
—Ten un buen día, nieta.
—¡Pero, Dulce...!
La pantalla dio la video llamada como concluida. No le di vueltas y asumí que si hablaremos luego, lo haremos. Apresuré el paso y crucé la calle a Peper Dona, la primera sucursal que visitaba y de la que me harán adicta, seguro.
Crucé la puerta y oí el grito de mi nombre, girando a la izquierda. Algunas personas me voltearon a ver pero al poco rato se enfrascaron en sus charlas y donas. Lucían fenomenales.
—¿Por qué me hacen esta crueldad? —me siento frente a ambos, atiborrados de donas. Tomé una del plato de Jair con glaseado de moras y casi lloré de pena—. Los amigos te ayudan en tus metas, no se meten en ellas.
—Es una dona, no una docena.
—Cierra la boca —regaña Mer, con la boca llena como él.
—¿Venden cafés? —giré unos treinta grados y había un menú legible desde esta distancia—. Pediré uno, ¿quieren?
No les entendí comiendo como comen. Les dejé mi bandolero y me quedé con mi billetera, yendo a la fila de cinco personas. La composición del sitio estaba bastante bien, la distribución espacial y los colores oscuros superpuestos por amaderados te hace sentir que hay suficiente espacio para moverse y apreciar los adornos distintivos, como los dibujos sobre una superficie de pizarra. El techo con vigas de metal oscuro y en ellas, colgando, bombillos encerrados en canastas cuadradas de tejido grueso. Las mesas son alargadas y de bancos acolchados. Y entra mucha luz de afuera.
—Un americano triple, sin azúcar.
—¿Así de negro y tan temprano?
No me di la molestia de responder a alguien que no es quien me atiende y entregué el efectivo para pagar mi café en la caja de junto. Tuvieron listo el pedido y entregaron en mis manos con rapidez, caliente y de agradable aroma.
—¿Vas a comportarte como una niñita, Limale?
Me aparté de la caja y le di una caída de ojos a mi nueva interlocutora.
—Quién te viera, Mima —articulé con inquina y bebí un trago, para ser más amarga—. Acosándome para hacerle bien a tu consciencia.
—Tenemos que hablar.
Su alma ha de estar muy perturbada para no corregirme por usar su mote.
—Llegas tarde —Me moví para no tenerla en frente. Se atravesó adrede y le avisé—. Ya pasó mi hora de la comprensión. Estás sobre la hora de la mala racha.
—Tomas lo hizo porque yo se lo pedí. No confío en ti, Limale.
—¿No notaste que te estoy evitando? —dije, haciendo oídos sordos—. Eso lo hacen las personas que no te quieren cerca. —Miré a la punta de sus pies y luego, su cabeza llena de rizos—. Ahora sabes lo que se siente.
—¿Se lo has dicho a Naim?
No me quiero regodear en su sufrimiento, pero no tengo la intención de hacer que Burgeos se sienta cómoda con mi incomodidad, por muy arrepentida que se sienta. No sé qué se piensa que soy. Irremediablemente, no nos conocemos y si actuó con alevosía para obtener información en base a mi sufrimiento, asunto suyo es.
—¿El qué? —Me acerqué y como ya estaba enterada, Miramar no se echó atrás. Pero mi intención no es que lo haga—. Ay, Mima, Mima, Mima —canturreé dramatizando—; quien te viera. Espantada por lo que haga o deje de hacer.
—¿Se lo dijiste o no? —presionó con su tono.
—Sí. se lo dije. Y hemos terminado. No quiero estar con un chico con amigos como ustedes; tengo suficientes problemas. ¿Me das espacio, por favor? —Viendo que no se mueve, la rodeé y empecé a caminar a mi mesa.
—Él no tiene la culpa —habló fuerte, para ser oída. Me rezagué.
—No, no la tiene —departí, una a espaldas de la otra—. Tú tienes la culpa. Carga con ella.
Con rigidez me senté frente a mis amigos con una exteriorización arrobada. Conté el tiempo suficiente para creer que Burgeos se fue.
—Ya no está —dice Jair, ignorando sus donas—. Le mentiste.
—El karma golpeando a su vida.
—No es karma si tu lo suscitas.
—¿Ah, no? —resoplé, fingiendo mi pena por ella—. Lástima.
—Deja así, Jair —le calma Mer—. Si es verdad que Miramar fue la que propició lo de Tomas se merece pasar por el trago amargo. A ella nadie la mandó a ser la abogada y juez del diablo, puso a Adara en una situación fea donde Naim no sabe lo que se fraguaron sus amigos y todo, ¿por miedo a que lo haga sufrir? Por favoooooor.
—No me convence, tu justificación carece de pruebas fehacientes.
—¿Vas a defender a Miramar? —Mer está que la toca una aguja, explota y se desinfla.
—Te puedes poner en su puesto. Imagina que es al revés y que yo de un día al otro empiece a salir con ella. ¿No querrías saber si es de confianza?
—La diferencia entre Burgeos y yo es que no le pondría a Mer en frente, ofreciéndole que traten asuntos privados. Aun me quedan escrúpulos.
Jair curva su faz inquieta y razonable, por una sospechosa y disgustada.
—No dijiste que él te hizo ofrecimientos.
Apreté mis labios por mi metida de pata y Jair ya estaba maldiciendo.
—Dime dónde está el restaurante —declara de modo peligroso—. Haré que lo clausuren.
—Está en...
—¡Mer! —Me quería dar porrazos con la mesa—. Tú, Rambo Caliente, no vas a clausurar a nadie y menos para vengarme.
Tentativo y con esos ojitos de fraguar, expone—. La mala publicidad puede hacer milagros —Su sonrisa que consigue lo que quiere crecía a medida que hablaba—. Dame mediodía y lo lograré. ¿Quieren apostar?
—Tu cállate, Mer. —Antes de que se unieran el hambre y la necesidad—. No son Both y Bones, bájense de la nube.
Jair bizquea sus azules ojazos.
—¿Por qué eres así y nos cortas la inspiración?
—A ustedes no hay que darles cuerda, ¡porque corren!
Mi amigo no me quitó razón y comió un tercio de la dona de un mordisco. Una combinación de glaseados de coco y mora que no duró en los platos. Jair y Mer se daban los cinco por el amor al dulce.
—A mis chicas no las insultan —decretó y me tendió una dona entera—. ¿Quieres, Toronja?
Decliné. Con tanta melcocha el café no sabrá igual.
Mi amistad con Jair se dio gracias a los dulces. Nos conocimos en una convención donde se presentaban los mejores reposteros del estado porque Mer, fingiendo que no, es una buena repostera y participó quedando en los primeros cinco lugares. Le serví de asistente puesto que debía ambientar una estancia a su gusto y llevar quinientos cupcakes, cien de cada cual de diferente sabor, cobertura y decoración. Jair se sintió en Candyland y estuvo conversando con ella sobre los ingredientes, cada ingrediente. Hace seis años de aquello.
La casualidad no nos juntó en la misma empresa. Merlía trabajaba medio tiempo en sus dulces y acababa sus estudios, yo iba un año más atrás pero me esforcé por adelantar y graduarme antes. Fui fichada por una compañía pequeña de suplementos quirúrgicos y me gustó poder crecer junto con ella, pero me jefe de entonces llevó a la compañía a la quiebra y uno de los pocos socios buenos que se conservaron mi recomendó con Lilibeth, quien me dio el puesto de gerente en ventas y allí junto a marketing, inevitable, conocí de primera mano la mente creativa y sin límites de Jair Ridiasa. Mer llegó después, al graduarse y por su fabulosa tesis de investigación que implementó en una empresa grande.
Creí que ellos acabarían juntos, por poco. A Mer no le agradan los muñecos de torta con chaquetas de cuero que son chicos salvajes y arbitrarios en el interior. Jair adora a Mer, como a una hermanita con la que puede hablar de la que quiera, pero no la besaría o, como bien dice, le presentaría a sus padres. Le emocionan las mujeres que exploten su atractivo y se muestren vulnerables solo con él. Un tanto controlador, un director de orquesta que utilizaría su vara para cosas interesantes.
Pero qué sé yo.
Como bien enseña Dulce: «entre decisiones mediocres, tomas la menos mediocre».
—Hola, Naim.
Mi corazón dio un recorrido que solo va en subida. Lamí mis labios secos y bebí café.
—Hola, chicos. —Les devuelve el saludo y siento su mirada aunque no lo veo dirigirla—. ¿Les importa dejarnos a Adara y a mí a solas? No tardaremos.
Jair asintió, pero aun así preguntó:
—¿Tú qué dices, Ada? Puedo fingir que no soy mal tercio.
—Está bien, nos vemos en un rato.
Me hice a un lado para que se sentara junto a mí, pero él prefirió sentarse donde estaban Jair y Mer. Extendió el brazo a mi café y se lo cedí.
Va ataviado en una franela verde esmeralda de cuello en v, una chaqueta de jean negro remangada a los codos con tachuelas en partes de los bolsillos y el cuello de un material similar al cuero negro. Como estamos sentados no puedo ver el resto. Por ahora.
—Está algo amargo. —Su opinión vino acompañada con el gesto del disgusto.
—Así me gusta. ¿De qué quieres hablar?
—¿De qué quieres hablar? —regresa la pregunta—. ¿Es una broma? De ti y de mí, no vine a charlotear de lo ricas que son estas donas. Prefiero las magdalenas.
—Anotado —sonreí con ludibrio. Él continuó fijo en su puesto, valorándome.
—Dame tus razones para no responder y que sean creíbles.
Giré mi rostro buscando palabras. Cuando las obtuve y no eran mas que la pura verdad, le volví a enfrentar.
—Intento pensar, Naim, pero tú... Dios, estás en todas partes. ¡me absorbes el seso! —Froté una esquina de mi frente con los dedos, calmando el dolor—. No puede ser.
—¿Y es tan malo que pienses en mí?
—¡Sí!
—¡¿Por qué?!
—¡Porque la dependencia es horrible! —confesé—. Porque hay una tendencia, Naim, al abandono y prefiero estar sola, lo prefiero a tener que lidiar con otro abandono pero te quiero, te quiero conmigo y es una fatalidad, ¿o no?
—Un noviazgo es depender, es dar y ofrecer, no hay un punto medio donde das poco y te dan poco. Es todo o es nada. Y así quiero yo, pelinegra: al todo o nada —Se tumba hacia adelante y se ríe de una suerte que me quiere hacer partir el cerebro—. Quiéreme como te quiero, como te quise desde que te vi, como supe que te querría, como te voy a querer siempre. Por favor —Desliza sus manos en la mesa con los dedos y palma extendidos—, ten confianza en mí. No quiero que estemos discutiendo sobre si nos queremos, hay que decidir que lo hacemos, hay que decidir si nos querremos juntos.
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¡Hello!
Ya, ya, a ver si la Adara se relaja un poquito, ¿verdad? .-.
Nos vemos en el próximo capítulo.
Liana
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