[1] Una copa vacía
Soy patética. Una vergüenza. Masoquista.
Casi ebria.
Pero el sitio que escogí cumple con todo lo que quise y más. Incluso puedo apostar como que estoy a mi nivel medio de ebriedad que esta noche, como pocas, será muy envidiada.
¡Yo la planeé!
La copa de vino, mi copa de vino número cuatro está excelente. No crees que en sitios como un club nocturno pueda haber buen vino o buenas bebidas en general, pero admito que ser sorprendida es de mis cosas favoritas y la tercera vez que vine, esa fue mi sorpresa. No solo buen vino, es bueno todo.
El buen vino es un consuelo casual de las decisiones que he venido tomando estas últimas semanas. La mayoría de ellas vienen dadas por el impulso, por la retrechería, tal vez también por la envidia.
Soy envidiosa.
—Brindo por mi desdicha —levanté la copa a nadie. Porque eso soy: una persona solitaria.
Tampoco tengo con quien brindar porque el área que alquilé por esta noche no puede tener gente hasta que lleguen los verdaderos invitados.
Elastic Jennas es uno entre pocos clubes que brindan varios servicios al público. Se divide por cuatro pisos y en uno se puede comer, como en un pub. Hay un bar abierto a mayores de dieciocho hasta determinada hora que sirve bebidas variadas sin alcohol, lo que no parece muy divertido pero si no eres mayor de edad y quieres pasártelo bien, este sitio cumple con la mayoría de las cualidades que cumpliría un club cualquiera y te asegura no acabar vomitando o siendo detenido.
El siguiente piso es para mayores de edad, con bebidas para ellos y habilidosos bartenders con varias facultades. No solo sirven y preparan, algunos tienen conocimientos sobre whisky, vino, distintos tragos de ginebra y otros se especializan en bebidas extranjeras con nombres extraños que ellos mismos le bautizaron, como El Gran Mago; Aria —que es el lugar especial en un libro de fantasía—; La Perenne Bruja y Elastic Jennas, este último es un fuerte trago que viene dado por el nombre del club cuyo origen se remonta a la ex de uno de los dueños, quien usaba pantalones de mezclilla elásticos en la pretina y su nombre era Jenna, lo que combina con Jeans. O algo así.
El tercero es para bailarines, profesionales o aficionados. Una sección rectangular con un DJ o con bandas en vivo, profesionales o aficionados. Es un lujo que ha resultado, porque los músicos más sonados atraen la clientela y los que no lo son, tienen público.
Y el cuarto es donde estoy sentada, esperando y a punto de beber mi quinta copa.
La barra es en base a cristal con un diseño en forma de burbujas en un tono mas oscuro que su fondo rosa alumbrado con luces del mismo color. Su constitución es similar a un hexaedro regular y con asientos altos, pues su altura es de dos metros y medio. El techo comparte la sucesión del alumbrado pero bajo él hay distintas formas geométricas en colores metálicos.
Veo mi reflejo en el espejo interno de la barra con las copas colgando a través de él y sigo siendo una mujer con la cara más masoquista, envidiosa, patética, llena de vergüenza, triste y con lágrimas que se ha podido ver a sí misma.
Un trago estaría bien.
—Disculpa.
Dejé de beber el vino como si fuese ron y apreté mi garganta, mis ojos y presioné el tabique, respirando hondo.
El bartender de turno pasó un trapo cerca de mi copa y me miró con cautela. Casi pude reír por lo delicado que pretende ser conmigo cuando no lo necesito.
—Puedes decirme lo que quieras —le doy permiso.
—Pareces algo triste.
El eufemismo en ese término es algo tierno viniendo de un extraño.
—Deben ser ideas tuyas —le resto importancia y la copa no está lo suficientemente llena. En ella veo el vacío que intento sustituir con el vino.
Él sonríe y bien, lo entiendo, sí luzco como me siento y sí, hay otras personas en el mundo además de mí pero ¿eso me importa?
—Te recomiendo que no sigas cerca de mí —digo retrayendo mi voz. Que no se perciba el grosor que trae consigo las lágrimas—. Ellas están por llegar y van a suponer lo que quieran.... como siempre.
Por su respuesta somática comprendí tarde y con un grave suspiro que tal vez pude haberlo ofendido. Pero no es una ofensa lo que quise decir.
—Es que mírate —le señalo—, luces como un joven con energía, con ganas de echar a correr y llevarse la vida por delante. —La copa se vuelve borrosa y parpadeo para aclarar mi visión—. No quieres que te vean conmigo.
Me volví hacia atrás con el sonido de varias voces. Vi a una de las chicas invitadas y regresé a ver al barman.
—Ya llegan. Adiós.
Vi abrirse su boca pero no tenía tiempo para ser cordial. Después de todo, quienes vinieron lo hicieron por mi causa.
Por mi grandiosa despedida de soltera.
Se acerca una masa de veinte mujeres, un poco mas y empiezan las alabanzas de lo que las rodea. Las insto a tomar asiento en las mesas congregadas alrededor de una tarima dispuesta de cuatro espacios alargados, como una cruz y en dos de ellas hay varios pares de tubos metálicos arraigados al suelo. Entre algunas de las muchachas está Verónica, la madre de Vanessa, la futura novia.
La peor es la abuela, que trajo con ella una bolsa llena de tonterías para ponerse en la cabeza, como si fuese una fiesta para niñas. Vanessa es inteligente y con cariño despide la idea de que su despedida se recuerde así, con la abuela como la voz cantante de un plan al que ella no estaba invitada. Pero, ¿que puedo decir? No tengo espacio para ofenderme.
Se apagan las luces y todas chillan.
Un reflector da de lleno a una de las partes del escenario haciendo que giremos a la izquierda. Bajo él, está un hombre en un overol rojo, parado de piernas abiertas, cabeza gacha en un gorra blanca y descubiertos sus hombros salvo por las tiras de la única pieza que trae puesta. Me río por dentro de la anticipación.
Y suena la música. Una mezcla de electro con pop, por lo que hay un cantante en ella. El del overol extiende los brazos, posiciona las manos en sus caderas y da un recorrido por ellas en las piernas y de vuelta a las caderas. En lo que la música crece con todos los instrumentos, los sonidos prefabricados y la voz de un hombre en un melisma, se acerca al centro con un tubo en él, lo sujeta con una mano y se deja caer, creando un arco casi perfecto.
El jaleo era estrepitoso.
Mi mesa se halla cercana a la punta delantera del escenario. No porque deseara ver mejor, sino por quien soy y porque una organizadora espacio amiga de la novia no puede estar sentada en ningún otro lugar. El honor de mi persona es vivir esta experiencia y soportar su sonrisa, la alegría de la madre y las pretensiones o peticiones de la libido de la abuela. Ella es la que está mas feliz.
El baile en el tubo no fue todo lo espectacular que quisieron las damas, pero no era para preocuparse. Él se estaba acercando acompasando sus pasos con el ritmo a sonar y sucesivo a ellos, lo eran los reflectores, azul, rojo, amarillo, dando apertura a su entrada. Aun mantenía su cara gacha, sin embargo, en un cambio de melodía, de una rápida y contrapunteada, a una un tanto mas lenta y sedosa, subió su mirada.
Oh Dios.
Era el muchacho que trató de subirme el ánimo.
Busqué la bolsa con los tontos gorros pero no la hallé y precisamente hoy tuve que usar el cabello recogido. Sentía que la tonada aumentaba su volumen y que el espacio entre ese hombre y mi mesa se hace cada vez mas corto.
Pero no era un sentimiento, está sucediendo. Él se acercaba y bajaba ambas tiras en dos movimientos de hombros. De pronto se detuvo y echó su cuerpo atrás, manteniendo el equilibrio en la punta de sus zapatos con una de sus manos tocando el suelo. Subió su pelvis lentamente, bajó con la misma lentitud, todo al compás. Subía y baja; pelvis, abdomen y piernas, varias y varias veces.
—Que calor —escuché decir a mi lado. La abuela, cómo no.
Se elevó en un paso de equilibrio que lo admita o no, era caliente y no pudo decirlo mejor la abuela de Vanessa: aquí hace calor.
Él siguió su camino a las tres mesas rodeando el final de la pasarela y en ella, cuando le vino cómodo hacerlo, cuando las tenía a sus manos, en un visto y no visto, fuera overol. Lo que quedó fue una tanga y yo necesitaba fuertemente cubrirme el rostro.
Bajó uno de los escalones a pocos metros de mí y antes de que pareciera que bajaría de su astuta altura, nos dio la espalda y sus glúteos por el precio de uno. Se giró de costado e inició una contracción de músculos definidos, tanto de su abdomen, cuadriceps, pectorales, hombros y brazos, en movimientos que admiran e hipnotizan.
Desvié la vista a Vanessa y recibí ese golpe de celos, estúpidos y endiablados celos. Quiero llorar. Lo deseo tanto como beber vino tinto, mi única alegría.
—¡Ada!
Agitaron mi brazo y fruncí el entrecejo, buscando porque tanto lío.
Tenía su trasero en mi cara.
—¡Toca, toca, toca...!
De mi boca vino un gran y rotundo—: No.
Él continuaba meneándose frente a mis retinas. Halagando o apenando a mis sentidos, todos destinados a organizarse por saber qué es lo que quiero hacer.
Di un apenas cercano golpe al fuerte glúteo e ignoré lo que seguía. Mi cara necesita agua fría.
Los siguientes bailarines no se acercaron a esa aparición. Estuvieron bien y cada uno tiene su estilo. Uno de ellos, de los pocos que bailaron en solitario, bailaba como un robot. No estilo robot, mas bien como si le faltara alma o su alma está en modo oscuridad y se notó de inicio a fin. Le observé curiosa, ni siquiera lucía feliz o divirtiéndose, pero conseguía las respuestas adecuadas de las féminas. A su manera abandonó el escenario conforme.
El último baile fue de un trío, diferentes cada uno. Un moreno de cabello corto, un rubio de piel tostada y un pelinegro trigueño tatuados sus brazos por completo. Dieron una coreografía de break dance mezclado con tango, vestidos de camisas sin mangas blancas y pantalones oscuros, que salieron volando ni a mitad de canción.
Fue la mejor despedida. Eres una organizadora maravillosa. Ya quiero ir a otra que tu dirijas. Eres una gran amiga, hiciste esto por mí y no sabes lo feliz que soy. Solo las buenas amigas hacen esto por sus amigas y... Blah blah blah. BLAH.
No quise hacerla sentir dichosa. Sí quise hacerla sentir dichosa.
No es culpa de Vanessa. Si a caso es culpa de Verónica, quien la dio a luz o de la abuela que dio a luz a Verónica. El que sea la mejor amiga del mundo, ebria y recibiendo los piropos que cualquiera organizadora quisiera, es culpa mía.
—¿Señorita?
Parpadeé pero no pude resistir que cayeran las lágrimas. Las sequé como quien no se da cuenta que existen y asentí al chico que me habla.
—Estamos por cerrar.
—Ah sí. —Como un muelle, me levanté y craso error, el mareo fue extremo.
—¿Está bien? —Oí su voz y me sentí aturdida, pese al silencio—. ¿Tiene quien la lleve?
—Sí... —murmuré, apretando los párpados—. Mis amigas...
—Vengo del parking y no hay ningún auto. ¿Le pido un taxi?
Negué. Aun puedo caminar yo misma por él.
—Gracias, estoy bien.
En mi propia bruma noté su preocupación y duda sobre mis siguientes pasos. Sonreí odiando la lástima.
—Lo peor que podría pasarme es que el hombre del que estoy enamorada se case con una de mis amigas y le organice a ella su despedida, además de ser una de sus madrinas... Oh, no. ¡Espera! —carcajeé, alborotando el flequillo que se corrió a mi frente—. Eso ya me pasó.
—No te preocupes, Teddy. Yo la acompaño.
—No necesito que me acompañe nadie —pronuncié tajante, reuniendo en mis manos mi bolso y abrigo—. Gracias. Estuvo divertido —mentí.
Caminé en mis zapatos de tacón y coloqué el abrigo de forma que introduzca el brazo en los hoyos, pero se atravesó el tirante del bolso y reí de lo tonto que está siendo ponerme un abrigo. Al recibir el frío de la noche en mis brazos, me quedé ahí, entregándome a él.
Estaba sola, en varios sentidos. Sola por la ausencia de a quien quiero conmigo y sola porque no tengo muchos amigos que me esperen, que me cuiden, que no quieran que me roben o peor estando ebria, sobria, en fin. Solo sola.
Di un par de pasos adelante y me vi en la ventana trasera de un lindo auto azul, estacionado frente a la puerta por la que salí.
—Nos vemos mañana, Naim.
Difundí mi aire al exterior. Era hora.
—Hey.
Recibí un buen susto que me tuvo tocando mi cuello y respirando por la boca para calmar a mi corazón.
—Perdón —dijo el sujeto dueño de mi susto.
—Eres muy silencioso. —Está aun mi corazón en mi garganta.
—No lo soy —había humor en su tono. Señaló el auto y quitó el seguro—. ¿Te llevo?
Con calma y en mis cuatro sentidos, podía contestar.
—No estoy tan ebria. Buenas noches.
Emprendí el camino a la vía principal en descenso, procurando pisar donde debo y no caerme. En un cruce, con el semáforo a favor de los taxistas, extendí mi mano por uno pero pasaban y se estacionaban adelante, recibiendo a otras personas haciendo lo mismo que yo. ¿Es que hoy es el día del salado? ¿de la mala suerte?
Cuando uno se empezó a detener frente a mí, un deportivo azul claro se estacionó antes. El taxi ni corto ni perezoso siguió de largo por otra mano pidiéndolo. Abrí los brazos, molesta con ese taxista. ¿Qué le pasa?
—Súbete.
Bajé la vista y con ello mi cuerpo para estar a la par del conductor idiota.
—¡Espantaste mi taxi! ¡Largo!
En mi media vuelta de la dignidad tuve un traspié y caí al suelo de rodillas, con las manos deteniendo una caída peor. No sé de dónde venía la risa pero se siente bien reír de mis propias estupideces. Miré a mi alrededor y pronto el conductor loco que espantó mi carruaje a casa estaba a mi lado, extendiendo su mano.
—Por favor —dijo con cuidado—, deja que te lleve.
—¿Por qué, para qué?
Apretó sus labios y me sentí extraviada con toda su persona. No lucía como quien acaba de poner su trasero en mi cara.
—Porque alguien que llora como tú lo haces debe ser muy infeliz y es muy preocupante.
En veneno salió de mi boca sin importarme cómo era tomado—. Las amabilidades no vienen sin compañía.
—¿Prefieres estar sola y tirada en el suelo? —dijo en el mismo tinte amable; su mano extendida.
Mordí mis labios, cansada y abatida. Acepté su mano y de un tirón, estuve de pie.
Sin objeciones o mandatos me autoricé ser ayudada. Tomé asiento en el copiloto de un muy lindo y actualizado automóvil. El interior es naranja con ciertas terminaciones o secciones negras, como las del equipo, la palanca de cambios, parte de la guantera y el piso. Me coloqué el cinturón y esperé a que esta persona me llevara donde sea.
Junto a mí, le pregunté:
—¿Cuál es tu nombre?
Se puso su propio cinturón y un par de ojos pardos me sonrieron.
—Naim Arrieta. ¿Y el tuyo?
—Adara Limale... Mi casa queda en sentido opuesto.
Encendió el auto y mirando el frente, chasqueó sus dientes.
—Te tengo una oferta que espero no mal interpretes.
—No tendré sexo contigo —dije enseguida. ¿Que si estoy loca? ¡Sí, pero no dormiría con nadie! Por muy amable y puede que guapo, que sea.
De él vino un acorde lastimero y una mueca de mal hedor.
—No sé qué hiere eso más, si mi ego o mi manera de hace llegar un mensaje.
—No entendí nada de lo que dijiste pero mantengo mi palabra.
—Escucha, mujer obstinada, vamos a mi casa. Sé cómo suena y sé que no quieres, pero te pido que lo pienses. Estas sufriendo y no es bueno estar a solas con tus pensamientos, con todo lo que cargas.
—¿Y estar contigo va a hacerme sentir mejor?
—Puede que sí, puede que no. ¿Es muy difícil de creer que te ofrezca mi compañía? ¿Mi compañía y nada más?
—Es difícil—digo, como es claro.
Esto es surrealista. No todos los días te consigues en una situación donde no quieran dejarte sola porque estés triste. ¿Quién no está triste? No es excusa y no siento que me hagan un favor.
Él siguió insistiendo—. Puedes llamar a quien gustes y decirles que te llamen en una hora y si no respondes vengan por ti, te daré la dirección o... o puedes llamar a la policía, pero no estés sola.
Decidí recurrir al sarcasmo—. ¿Eres psicólogo?
—No. Sé entender el sufrimiento con verlo.
Cerré mis ojos y lamí mis labios, sintiendo sequedad.
—No quiero pagar mis problemas con alguien a quien no conozco. Creo que eres amable, pero un loco inconsciente.
—¿Y eso quiere decir...?
—Que sí, y que si noto alguna rareza voy a cortar tus pelotas.
No lo entendí, no lo entiendo y no voy a entender cómo es que ese sujeto luce aliviado de que dijese que sí.
Ha sido una laaaaaaaarga noche.
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