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Capítulo I: Len'

Había oído sobre aquellas criaturas inmortales conocidas como vampiros.

En su hogar se contaban historias sobre brujas caníbales a las que no debías acercarte y de quienes nunca debes aceptar un trato.

Jamás se imagino que aquellos monstruos fueran reales, la verdad era que siempre pensó que eran cuentos infantiles para alejar a los niños del peligro.

Si tan solo hubiera escuchado con más atención aquellas historias que su madre le relataba a su hermanito antes de ir a la cama.
Si tan solo hubiera hecho caso a las advertencias de sus padres sobre Orel.
Si tan solo no hubiera asistido a su encuentro a media noche con el hombre que había robado su corazón.

Pero el hubiera no existía, ya no había como remediar sus errores, no podía volver en el tiempo y mucho menos vengarse porque Orel ya no estaba, la convirtió en un monstruo chupasangre y escapó negandole la oportunidad de morir como humana.

—Si no quiere vivir no puedo hacer nada para ayudarla —escucho decir a la bruja con la que vivía. Podrían creer que le llamaba así solo para ofenderla, pero no era así, Irisha era una bruja que había aparecido ante ella prometiéndole darle una segunda oportunidad que creyó le serviría para poder vengarse, aunque no fue así. Irisha no pensaba alimentar sus deseos de venganza, se negaba a ayudarle y darle respuestas, en su lugar se limitaba a criticarla y regañarla por negarse a alimentarse.

—Él la lastimó, le mintió durante meses diciéndole que la amaba y luego le dreno la sangre casi por completo. ¡Es normal que esté así! —la defendió su compañera inmortal, Maeve, quien casi siempre se burlaba de ella pero que sorpresivamente hoy elegía ser amable y defenderla de la bruja que quería matarla. 

—Le advertí como era esta vida, lo que tenía que hacer para sobrevivir, pero no me escucha, se queda encerrada día y noche dejándose consumir por la pereza que le provoca la vida.

Irisha entro a su habitación azotando la puerta, sin titubear camino hacia su cama y la tomo por el brazo levantándola con brusquedad. Al verle el rostro sonrió con burla y comenzó a negar tratando de aguantar las ganas de echar una sonora carcajada, su rostro no era hermoso, era horripilante, arrugado y acompañado de un largo y descuidado cabello negro; aún recordaba como había sido verse al espejo en el pasado, cuando acababan de convertirla en una chupasangre, se había sentido renovada, aunque el color la había abandonado y era suplantado por una eterna palidez, aún así se veía hermosa con sus facciones delicadas y estilizadas que resaltaban su belleza.

«Ya no soy esa mujer», se recordó con amargura soltándose del fuerte agarre de la bruja.

—Sé lo que dirás, pero escúchame bien, no pienso alimentarme. Tengo que planear, ¡Tengo que pensar! No tengo tiempo para esto —insistió frenética mientras Maeve se ocultaba fuera de la habitación.

Sin importarle su insistencia Irisha volvió a tomarla por el brazo con un poco más de delicadeza. —Tiempo es lo que te sobra cariño. Ven, obsérvate en el espejo y dime lo que ves —pidió mientras Maeve se acercaba con un espejo pequeño, al recibirlo lo acerco sin piedad a Ilyin quien soltó un grito de horror que llego hasta el más profundo rincon de la solitaria casa donde vivían—. Esto no debía pasar hasta, por lo menos, unos 70 años o más. Te has descuidado entregándote a nada más que a la pasión que te produce la idea de tu venganza, a la pereza que te da el alimentarte o cuidarte y ahora mírate querida, tu preciada belleza se ha esfumado y jamás volverá, es hora de que te obligue a luchar por tu vida, a hacer algo más que encerrarte por la eternidad.

Tanto Maeve como Ilyin negaron en respuesta a su discurso, casa una por distintas razones: La primera lo hacía por temor a lo que estaba por pasar y la segunda lo hacía por necedad, porque no quería creer lo que veía, como la habían consumido los recuerdos de Orel y los sentimientos que estos le producían.

Mientras Irisha la arrastraba hasta la puerta de la casa y amenazaba con dejarla afuera hasta que viera deseos de luchar por su vida antes de que el sol la hiciera perecer, Ilyin solo pudo gritar para sus adentros.

Había pasado de ser una enamoradiza y estúpida chica a un ser inquebrantable, poderoso y eterno. Había estado segura de que podría existir gozando de la belleza que tanto la había caracterizado en vida antes de convertirse en un vampiro, creía poder cumplir todos sus objetivos sin tener que cometer atrocidades como chupar sangre y quitar vidas día tras día, pero en el momento en que se negó a seguir su naturaleza se adueñó de ella una enorme culpa junto con una descomunal pereza que se hacían presentes cada que el hambre comenzaba a aumentar sin control, sin embargo, dispuesta a no ceder se obligó a soportar día tras día hasta que comenzó a perder la noción del tiempo y, entregada a nada más que dormir o pensar en la idea de venganza que tanto la apasionaba, no fue consciente de su deterioro hasta ese momento.

Quería vivir, pero no luchar y era por eso que no puso resistencia una vez que se cerraron las puertas detrás suyo y el sol comenzó a salir, esperaba no sufrir demasiado, que fuera menos doloroso que el ser drenada por un vampiro luego de haber pasado horas esperando en la fría madrugada a quien creía el amor de su vida y que, tras mucho hacerla esperar, la abrazo con fuerza sin importarle los gritos que soltaba ante la latente quemazón que acababa de aparecer en su cuello y que aumentaba su ardor con cada sorbo que Orel daba. Esperaba no sufrir como había sufrido cuando despertó en el hospital luego del ataque, sin fuerzas y sintiendo que la vida se le escapaba de entre los dedos junto con la esperanza de mejorar.

Desesperada porque su tortura por fin llegara a su final una mujer conocida se acercó a ella y la ayudo a levantarse permitiendo que la usara como soporte mientras huían en búsqueda de un lugar seguro en donde los rayos de luz no las pudieran alcanzar.

Sin entender el porque de las acciones de Maeve, Ilyin se dejó ayudar confiando ciegamente en que aquella impredecible inmortal no la abandonaría jamás.

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