Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Woody

Día 11: 7/5/2021

—¡El baño del nazi está libre! —gritó una voz ronca.

"Cameron", reconocí al instante, entre consternado y preocupado.

Solo nos separaba una puerta entreabierta y un par de muchachos que fumaban hierba en los mingitorios del fondo. Se había detenido el sonido de las canillas al abrirse, de los chicos al desabrocharse los pantalones, de las meadas mal apuntadas y de los puños de quienes iban a los baños a arreglar cuentas. Había un silencio absoluto.

Una fuerte acidez que salió de mi corazón me recorrió el pecho durante unos segundos. Intenté controlar la respiración. "Inhalo. Exhalo. Todo va a estar bien. Inhalo. Exhalo”, repetía en mi mente convulsionada.

Deseé que me diera un paro cardíaco, que me cayera dentro el retrete, que alguien apareciera de pronto y me disparara, o que la tierra me tragara de un mordisco. Deseé cualquier cosa con tal de no enfrentarlos. Pero nada de eso pasó. La puta vida estaba decidida a prolongar mi sufrimiento.

Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta con una patada. Un imbécil que estaba a unos pocos metros alcanzó a correrse justo a tiempo para no caer de cabeza contra el piso. Oculté una sonrisa socarrona. No había nada de qué reírse.

—¡Hey, Rosemberg! —me llamó Cameron mientras me mostraba el pito con un sacudón de cadera—. Inventé un nuevo movimiento: se llama "la esvástica". Lo creé para ti.

Salí del baño con la vista fija en los zócalos y unas incontenibles ganas de llorar. A lo lejos, había risas mal disimuladas e índices acosadores que apuntaban en mi dirección. A unos pocos centímetros, se escuchaban los pasos de Cameron, que me perseguía con su miembro peludo al aire.

Deseé tener un cuchillo para rebanarle el pene de una estocada, separarle los huevos y cortarlos en trocitos. Después de todo, le haría un favor al mundo: nadie vería nunca más el pene de ese hijo de puta.

▂▂▂▂▂

El universo me castigó con una buena memoria para recordar todos los días de mierda que tuve a lo largo de mi vida. El próximo tiene fecha y lugar concretos: 7 de mayo de 2021, oficina de la directora. Los participantes eran los siguientes:

• Dylan Rosemberg: 55 años, cabello abundante y mirada lasciva que apuntaba hacia su esposa.

• Sien Peeters: 32 años, postura provocadora y una falsa inquietud en los ojos.

• Woody Rosemberg: 13 años, furia incontenible y un talento especial para que todo se le fuera a la mierda.

• Cameron Ross: 15 años, pene enfundado y una cara de falsa inocencia recién sacada de Hollywood.

• Samantha Jones: 43 años, tacones aguja que marcaban cada uno de sus pasos con una precisión torturante y madre de un hijo de puta.

• Noah Schwartz: 12 años, falsa sensación de seguridad y ojos lagrimeantes que no se atrevían a darle paso al llanto.

• Padres de Noah Schwartz: edades desconocidas, mentones en alto y un lenguaje corporal que buscaba culpables y los encontraba.

Les doy la bienvenida a una nueva edición de Mi vida es una mierda. Preparen sus asientos, reciban sus palomitas y acomódense para disfrutar del espectáculo. Hoy cagaremos la vida de... ¡Woody Rosemberg!

—Siéntate, por favor —me indicó la directora.

Eso hice. De un lado quedaron los Schwartz; del otro, apenas visibles, Cameron y la señora Jones. Quedé al lado del de Noah, lo que me incomodó un poco. Sin embargo, pese a la tensión y al maldito silencio, busqué complicidad en sus ojos. Pero solo encontré con una mirada fría que no se despegaba de la directora y una expresión rígida, idéntica a la de sus padres.

Dylan me masajeó los hombros para ayudarme a liberar la tensión. Por primera vez en mucho tiempo, dejé que invadiera mi espacio personal sin chistar. No obstante, las pupilas penetrantes de la directora le pidieron que se detuviera. Él cedió. Cuando todo estuvo en su sitio, la mujer se acomodó los lentes y comenzó su discurso con dos simples palabras:

—¿Señora Jones?

Una mueca que combinaba disgusto y sorpresa apareció en la boca de la madre de Cameron: no esperaba que la rectora saliera a la carga tan rápido. Sin embargo, la solterona se acomodó en el respaldar de su hijo con una calma fingida y observó a la directora con desprecio. Su mente revolucionada parecía hurgar en un banco de miles de excusas.

—Como sabrá, su hijo tiene la costumbre de hacer "bromas" en los baños. No es la primera vez que alguien se queja porque Cameron le muestra su miembro…

—"Pene", señora directora. Se llama "pene" —le corrigió la mujer mientras daba una calada a su cigarro imaginario—. Tiene más de sesenta años. Por favor, hable con propiedad.

Un suspiro se oyó del otro lado del escritorio. El pecho de la rectora subió y bajó un par de veces, en una clara señal de que intentaba serenarse. La señora Jones sabía que la mujer no tenía esa edad, pero le había dado en el centro de su ego. Quizás, si no hubiera tenido un hijo tan hijo de puta, hasta me hubiera caído bien.

—Llámelo como quiera —continuó la rectora ni bien se repuso—. El punto es que su hijo ha recibido varias amonestaciones por dicha razón, y jamás se detuvo. Lo que ocurrió este miércoles fue despreciable. Aunque estoy segura de que Cameron ya debe habérselo comentado.

—Lo hizo, pero sé que usted tendrá una versión muy diferente. Escúpala, que no tengo mucho tiempo.

A juzgar por los gestos de la directora, no era la primera vez que Samantha Jones le tocaba las pelotas de esa manera. Ambas eran mujeres de un carácter fuerte y no cederían demasiado. Pero, por más que la señora Jones se esforzara por defender a su hijo, la directora tendría la última palabra.

—Estos dos niños que tiene a su izquierda son Noah Schwartz y Woody Rosemberg. El día miércoles fueron a los baños a conversar sobre asuntos muy delicados para ellos y su hijo los escuchó.

—¿Pretende sobornarme? Porque no es muy inteligente encerrarse en el baño a conversar asuntos privados —se defendió la mujer—. A propósito, ¿ya hizo la lista de los demás chicos de la escuela que consumen marihuana en los sanitarios?

—No vinimos a hablar de dr…

—En ese caso —la interrumpió la mujer mientras sacaba un papel de su bolsillo—, yo ya la hice: Eduard Juárez, Samuel Styles y Samantha Díaz, de quinto "B"; Ethan James, Laura Svampa, Oscar Martínez, de cuarto "A"; John Dellep…

—Suficiente —indicó la directora.

—No me extraña verla defender a los marihuaneros —castigó la madre de Cameron.

Como respuesta, la rectora tomó la nota que estaba sobre el escritorio y la abolló delante de la señora Jones. Si hubieran estado en otro ámbito, la directora le hubiera dirigido un cortante "hija de puta" que habría desencadenado una buena pelea. Yo deseé con todas mis fuerzas que lo hiciera para que ambas se mataran entre sí. Eran lo mínimo que esas viejas de mierda se merecían.

—El punto es —continuó la rectora— que Cameron divulgó el secreto por toda la escuela y eso ayudó a que comenzara el acoso.

—Mi hijo no tiene la culpa de que los demás alumnos de su escuela sean unos maleducados —le retrucó la mujer de labial carmín—. Además, era cuestión de tiempo para que todos lo supieran.

—Eso no interesa. Lo importante aquí, señora, es que su hijo aprovechó los secretos de estos niños para acosarlos.

Silencio absoluto. Las dos se trenzaron en un duelo de miradas que la señora Jones ganó, lo que despertó una sonrisa socarrona en su rostro.

Adele Thompson, directora de la Secundaria Nixon, no perdió más tiempo. Simuló hurgar un momento en los cajones (aunque, en realidad, ya tenía todo listo desde el principio) y le alcanzó una pequeña libreta llena de anotaciones. La señora Jones la agarró de las anillas con cierta repulsión y dio un vistazo rápido. Debía ser muy buena para ocultar sus sentimientos, porque esas palabras eran capaces de sobresaltar a cualquiera.

—¿Puede leer las palabras que aparecen en la columna de la derecha?

—"Nazi", "facho", "puto nazi", "mini-Hitler", "neonazi", "Tienes una esvástica en el culo", "¿Cuántos jabones de judíos hiciste hoy?".

Los brazos de Dylan se tensaron tanto que sus venas estuvieron a punto de estallar. A su lado, Sien mantenía una máscara de severidad, aunque con una pequeña mueca en los labios. La escena parecía divertirla.

—Esas son las palabras que su hijo y sus amigos le dijeron al pequeño Woody Rosemberg. ¿Le parece bien? Por si no lo sabía, el niño tiene descendencia… alemana.

—Tampoco me parece tan grave, la verdad.

Aunque me costara reconocerlo, ella tenía razón. Sin la historia completa, sin la revelación de mi parentesco nazi, no era más que un chico con ascendencia alemana igual a cualquier otro. El objetivo de Adele Thompson era precisamente ese.

—Esto confirma que usted también es parte del problema —concluyó la directora segundos después.

La señora Jones abrió la boca y le mostró su afilada lengua de serpiente, pero la rectora frustró todas sus amenazas al levantar el puño derecho. "Váyase a la mierda", susurró la madre de Cameron. Todos simulamos no haberla oído.

Hubo segundos de mucha tensión. Solo se escucharon respiraciones pesadas, el crujido sin sentido de algunas sillas y algún que otro golpeteo de dedos contra la mesa del escritorio. La sala pareció suspenderse en una eternidad que duró unos pocos minutos. Quien la destruyó no fue otra que la directora.

—Sigamos con las palabras de la derecha.

Samantha Jones, que había enrollado la libreta sobre su índice hasta deformarla, volvió a prestar atención al trozo de papel que tenía en las manos. Cuando posó los ojos en la dirección indicada, su rostro se endureció. El momento de jugar a la dama de hierro había llegado.

—"Puto", "marica", "putazo", "torcido", "rarito", "chupapijas", "trolo", "homosexual reprimido" —pronunció sin que le temblara la voz.

—Como ya habrá adivinado, estos son los insultos que Robert Noah Schwartz tuvo que soportar de parte de su hijo y de sus amigos, Asher y Blake. ¿Esto tampoco le parece grave?

—¿Se puede saber por qué Asher y Blake no están aquí?

—Hablaré con ellos luego. No cambie de tema y conteste mi pregunta, que Robert Noah y sus padres quieren conocer su opinión.

Era la segunda vez que las cejas de Brayden y Sien se elevaban, incrédulas. La razón era muy simple: no estaban habituados a escuchar el nombre completo de Noah. Su familia era de las tantas que ponían primeros nombres decorativos. Y nunca faltaba el imbécil que los utilizaba.

—¿Cree que lo que Cameron hizo estuvo bien? —reiteró la directora.

En la boca de la señora Jones apareció una pequeña circunferencia y, en sus cejas, una clara muestra de desprecio. Aun con todo en su contra, la vieja se recuperó pronto, acomodó su culo en otro lugar y continuó como si nada hubiera ocurrido.

—El bien y el mal son relativos —replicó por fin.

Hija
de
su
puta
madre.

Aunque ya no éramos amigos, yo defendería a Noah de todos modos. Sabía que esa vieja de mierda jugaba para el equipo de su hijo y que su actitud decidida podría invertir la balanza. Junté mis manos y rogué que, por una puta vez, la rectora hiciera algo bien. Mis ruegos fueron escuchados.

—Nuestra escuela trabaja por la diversidad y en favor de ella, por lo que no permitiremos comentarios de este tipo. Noah es apenas un niño de 12 años que acaba de descubrir su sexualidad. Nuestra obligación como adultos es proteger al más débil: no a nuestro hijo.

Pese a que la noticia había sido un baldazo de agua fría, Cameron se mostró impasible. Sus ojos no transmitían emoción alguna, aunque estaba claro que su interior era un huracán de sensaciones. Ese día me quedó claro que el mejor actor es aquel que sabe esconder lo que siente.

—Firme aquí.

Samantha Jones alzó su culo siliconado para recibir el bolígrafo retráctil y apretó el botón con fuerza. Su mano se deslizó con suavidad sobre la hoja y trazó un firulete limpio pero inimitable, acompañada por el tintineo de dos pulseras que nos torturó los oídos. Eso tampoco pareció importarle.

—Usted también, joven.

Cameron Ross le arrebató la lapicera a su madre y trazó una rúbrica sin sentido ni gracia sobre el papel. La rectora le dirigió una mirada de reproche antes de recibir la hoja y estampar el sello de la institución.

Era oficial: Cameron Ross acababa de ser expulsado de la Secundaria Nixon.

Mi sonrisa de "Te lo mereces, hijo de puta" los acompañó mientras madre e hijo abrían la puerta y abandonaban la salita. Del otro lado, se oyeron los insultos de Cameron y el taconeo firme y odioso de la señora Jones. A los pocos segundos, tanto uno como el otro habían desaparecido. La calma impostada regresó.

—¿Aún hará la denuncia, señor Schwartz? —preguntó de pronto la rectora.

Nuestras caras fueron las únicas en deformarse a causa del asombro: tanto los Schwartz como la directora estaban al tanto del asunto. Sus miradas se trenzaron en un tira y afloja no tan violento como el de Samantha Jones, pero igual de efectivo. Fue el padre de Noah quien destruyó el silencio.

—Claro que sí. Tenemos pruebas en audio y video de varios comentarios ofensivos del joven Ross y los llevaremos ante la Justicia.

—Sabe que eso podría traerle problemas a la institución y, por lo tanto, a su hijo. Además, recuerde que los casos de acoso escolar no están regulados por el Poder Judicial.

—A la Justicia no le vendría mal marcar un poco de jurisprudencia en ese aspecto —sentenció el hombre, más serio que nunca—. De todos modos, a usted no le afecta lo que nuestra familia decida hacer.

La directora enmudeció. Manuel Schwartz había ganado el primer round y no había modo de volver a instalar la paz. La familia de Noah exudaba furia.

—¿Tú qué crees, Robert? —Adele Thompson optó por el engranaje más débil.

—Hablaré con mi familia luego. No quiero tomar decisiones apresuradas.

—¿Cómo dices?

Noah no disimuló su desprecio. A lo largo de su vida había escuchado miles de "¿cómo dices?" cada vez que abría la puta boca para decir algo, pero aún no se acostumbraba. Tenía una malformación en el labio conocida como labio leporino y no podía pronunciar bien algunas palabras. El poco tacto de la rectora tampoco ayudaba.

—Dijo que no quiere tomar decisiones apresuradas, que luego lo hablará con sus padres —intervine con los ojos fijos en la directora.

Esperé algo: un asentimiento, una mirada cómplice, un "gracias", una media sonrisa; Noah solo me dio silencio. Sus ojos siguieron fijos en un punto invisible.

—Debería ser más educada al momento de tratar con Noah. Todos sabemos de su dificultad para hablar —la castigué.

—Disculpa, no quise ofenderte. —La rectora miró a Noah con un falso arrepentimiento—. Gracias, Woody.

Ninguno de los dos reaccionó: la ignorancia fue la única respuesta. La directora se acomodó el cabello y se aclaró la garganta para ganar algo de tiempo.

—Ya pueden retirarse, familia Schwartz —les indicó—. Familia Rosemberg, esperen un momento. Tengo que hablar con ustedes.

Una vez más, los brazos de Dylan de tensaron y el impulso mal contenido deslizó mi silla hacia adelante. Él la detuvo de inmediato y se apresuró a pedirme perdón. Yo solo levanté el pulgar para dejarlo conforme.

Noah se puso de pie y sentí su perfume con sales de mar y lavanda por última vez. Sus padres avanzaron detrás de él, casi como si quisieran cuidarle la espalda. La rectora los despidió desde lejos y les recomendó que se pusieran el tapabocas antes de salir. Ellos obedecieron como los tres soldaditos que eran.

La puerta crujió, esta vez en manos de la directora, y el seguro hizo un fuerte sonido al correrse. Todo se conservó en su sitio mientras la rectora regresaba a su asiento. El tiempo se había suspendido. Los tres permanecimos duros como estatuas. Nuestros corazones y nuestros pulmones eran el único obstáculo para alcanzar la quietud absoluta.

—Bien. Creo que podrán adivinar lo que les diré.

Sin darnos mucho tiempo para reaccionar, Adele Thompson abrió su portafolios y hundió el índice para buscar algo. Sobre la mesa, quedó un papel. El
mismo
papel
que
les
había
entregado
a
Cameron
y
su
madre.

—¡¿Eso significa que va a echar a nuestro hijo de la escuela?! —bramó Dylan.

Ni siquiera alcancé a protestar ante la palabra "hijo" porque Dylan golpeó el puño contra el escritorio y le dejó una buena rajadura en el vidrio. Aterrada, la directora se deslizó hacia atrás e intentó apelar a la civilidad. Estaba acostumbrada a tratar con monstruos.

—Cálmese, señor Rosemberg.

Palmas hacia abajo, cejas juntas, cabeza erguida y mirada autoritaria, siempre fija en su objetivo. Adele Thompson emanaba autoridad. Sus palabras decididas la confirmaban.

—Verá, señor Rosemberg. Nuestra escuela está en contra de cualquier régimen tiránico o genocida y de sus promotores…

—¡¡Régimen tiránico, una mierda!! ¡¡Pasaron más de 70 años!! —estalló Dylan.

—Eso no quita la cantidad de muertos.

—¡¿Y esto qué mierda tiene que ver con mi hijo?! Nuestra familia no es nazi ni tampoco lo será.

—Pero lo fue, señor Rosemberg. Lo fue.

—¡Usted lo dijo! ¡¡En-el-pu-to-pa-sa-do!! —remarcó Dylan—. Y un niño de séptimo grado no debería pagar por eso.

—Es una decisión irreversible, señor Rosemberg. Nuestra escuela…

—¡Su escuela de mierda dice aceptar la diversidad! ¡Esto es una burla!

—Cuide sus palabras, señor Rosemberg. Le recuerdo que estamos en el ámbito escolar.

—¿"Estamos" o "estábamos"? Decídase de una vez.

Incapaz de soportar su cólera, Dylan volvió a arremeter contra el escritorio. Esta vez, la cicatriz anterior se expandió y un trozo de vidrio acabó en el suelo.

La directora no soportó más las faltas de respeto. Sin decir nada, suspiró con fuerza, golpeó el mueble con ambas manos y se puso de pie. Su postura dominante se reafirmó y sus ojos atravesaron los vidrios de los lentes para castigar a Dylan. Jamás había visto tanta furia en su mirada, una furia que su prototipo de mujer perfecta nunca había dejado ver, pero que existía.

—Le cobraré los daños que le hizo a este lugar, señor Rosemberg —le dijo con el tono más frío que escuché en mi vida—. Firme aquí antes de que llame a la policía. No voy a permitir que ningún hombre me grite. Y mucho menos el padre de un alumno.

—"Exalumno" —remarcó Dylan mientras trazaba su rúbrica en el sitio indicado y le alcanzaba el bolígrafo a su esposa.

Aunque Sien ya se había colocado el tapabocas, pude notar que sonreía por los ojos. La pelea entre Dylan y la directora le divertía bastante. Demasiado.

Sien no nos retrasó más y dibujó un garabato en el formulario. Cuando acabó, me pasó la lapicera sin dejar de acariciarme el cabello. Con un gesto brusco, aparté sus sucias manos de mí.

—Firma en el centro, Woody, por favor —me pidió la directora.

Dejé el bolígrafo a un lado y me detuve en el papel un momento. De un vistazo rápido, encontré el logo de la escuela e identifiqué el título del acta ("Expediente escolar: Woody Rosemberg") y la razón de la expulsión ("parentesco reconocido por el niño con un líder nazi"). Debajo se detallaban las cláusulas del reglamento escolar que se habían roto, junto a un pequeño testimonio de Noah.

—¿Qué ocurre, Woody? —La directora simuló una empatía que no había mostrado en toda la reunión.

—Creo que tengo derecho a leer el puto documento antes de firmar, ¿verdad?

Del otro lado, silencio; Adele Thompson solo asintió con timidez. Reprimí una sonrisa porque no había nada de qué reír y sostuve la lapicera con fuerza para que no me temblara el pulso. Tracé la firma y coroné el documento con un pequeño fuck you. Cuando todo estuvo listo, le regresé ambos elementos y suspiré. Era oficial: estaba fuera.

▂▂▂▂▂

Dylan y Sien habían pasado todo el camino entre gritos y recriminaciones. Yo había decidido abrir las ventanillas hasta el tope y dejar que el viento me golpeara los oídos, pero eso no había sido suficiente. Tenía la cabeza a punto de estallar y sentía el impulso de pedirles silencio. Como siempre, me contuve.

—¡No debiste haber golpeado la mesa! ¡Podrías haberte lastimado! —decía Sien.

—¡Me importa tres carajos! ¡Esa perra expulsó a mi hijo! —gritaba Dylan, casi sin mirar al frente.

—Tampoco sirvió de nada. ¡Y ahora tenemos que pagar los daños!

—¡Qué raro! ¡Siempre piensas en dinero!

Las discusiones no cesaron cuando la Hilux entró al vecindario. Algunos vecinos curiosos se asomaron por las ventanas para observar el escándalo y los perros se revolucionaron ante los gritos. Pero ni a Brayden ni a Sien les importó que todo el barrio pudiera escucharlos.

Estacionamos en la vereda y cada quien se dispersó en diferentes direcciones: Brayden se perdió dentro de la Acapulco; Sien, en la casa de su hermana; y yo me senté sobre el portón y simulé no ver las miradas curiosas de los vecinos que se ocultaban tras las cortinas. Dejé que el tiempo pasara. El tiempo pasó y me trajo a Paris.

Él apenas iba por la esquina cuando me vio y agitó la mano para saludarme. Yo le contesté con un gesto tímido que no debió tranquilizarlo porque avanzó aún más rápido en mi dirección.

—¿Qué pasa, Wod? —preguntó con falsa relajación—. ¿Qué tal ese viernes?

—Para la mierda. Acaban de expulsarme de la escuela.

—¡¿Cómo?!

La cara de Paris mutó de la curiosidad a la sorpresa y de la sorpresa a la indignación. Sus cejas adoptaron una actitud reprobadora, su boca se curvó hacia abajo con fastidio y su reacción natural fue darme un abrazo. Yo acepté.

—¿Quieres hablar? —me preguntó él.

—Claro.

—Comienza cuando quieras.

Eso hice. Le conté de Noah, de Dylan, de Cameron, de Sien y de la directora. No olvidé un gesto, un detalle ni una respiración inarmónica. Dejé mis lágrimas y mis penas y mi sudor y mi impotencia en sus manos.

Paris escuchó con atención. Hacía mucho que sabía de mi parentesco nazi y nunca había tenido inconvenientes con ello. Ese día tampoco los tuvo. Solo oyó en silencio y sin juzgar. Tal como debería haber hecho Noah.

▂▂▂▂▂

¡Heyy! ¿Cómo están? ¿Se esperaban este desenlace? El pobre Woody va a sufrir bastante, al parecer :(

¿Qué opinan de Cameron, de la directora y de la madre de Cameron?

¿Ya les agrada Woody o necesitan que las convenza con un tomatazo?😼

Espero que hoy no quieran lanzarle nada al escritor. Gonzalo no tiene la culpa de nada😊

¡Nos vemos el miércoles!

xoxo

Gonza. <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro