Viernes 21/5/2021
—Sien está loca.
—Cuéntame algo que no sepa —repuso divertido el otro, en la comodidad de su diván.
—Fue armada a la casa de Dana, la ex de Dylan.
—¿Qué carajos?
—Paris me confesó ser hijo de Dylan y Dana, y Sien nos escuchó. Apareció armada en medio de la sala y echó a Paris de la casa con dos tiros.
—¿Él está bien?
—Por suerte, sí. Ninguna bala le dio.
—Carajo, Woody. Es increíble. Significa que tú y él son medios hermanos.
—Lo sé. Increíble pero real.
El único sonido que se oyó a través del parlante fue el tintineo de los anillos del psicólogo. Su pluma comenzó a correr con desesperación, no dispuesta a perderse ningún detalle. El misterio no había tardado en instalarse en aquella sesión virtual.
—¿Y qué pasó con Sien y Dana? ¿Tu madr… Sien le disparó o algo?
—Ojalá se hubiera matado a sí misma, pero no. —El niño se había acostumbrado a no reprimir sus impulsos delante del de cabello plateado—. Dylan la dejó tres cuadras antes a pedido de ella y Sien pasó más de diez minutos en la casa de Dana. Según él, no hubo gritos ni disparos. Tal vez, si hubiera estado solo unos metros más cerca, los hubiera oído.
—¿Es común que Sien tenga estos impulsos?
—Quisiera decir que sí, pero no. Siempre está loca, pero tiene bastante autocontrol.
—¿Te hizo daño?
—Solo me agarró de la remera para que no fuera detrás de Paris.
—¿Y te hizo daño? —insistió el de ojos violeta.
—No que yo sepa.
—Mejor así. ¿Sabes algo sobre Paris?
—No volví a hablar con él desde el incidente. Sien me hizo borrar su número.
—Y tú tampoco lo sabes —dedujo el terapeuta.
—Exacto.
El de cabello plateado hizo girar la lapicera alrededor de su mano y dibujó unos cuantos garabatos a medida que escuchaba a su paciente. Sonrió; de seguro, se autoanalizaría luego y podría obtener algunas conclusiones interesantes.
—¿Hay más novedades sobre Robin o Chris? —preguntó ni bien acabó de rayar su cuaderno.
Su novia lo había puesto al tanto de la desaparición de Chris y ambos habían tenido una breve conversación al respecto. La información era poca, casi tan poca como la esperanza de encontrar los dos cuerpos con vida. Sin embargo, la fe aún latía en el pecho del niño.
—Nada que pueda contarte por teléfono —repuso el pequeño, escueto pero a la vez trémulo—. Alguien podría pinchar el cable y escucharnos.
—Oye, trato con psicópatas temporales y permanentes: sé cómo cuidarme. Tengo un aparato que controla la seguridad de todas mis conversaciones. Créeme, no hay nadie del otro lado.
Su paciente hizo un juego de cejas desde el otro lado, algo incrédulo. Se detuvo un momento, evaluó los pros y contras de su decisión, y decidió escupir la noticia.
—¿Recuerdas que había un mensaje eliminado de mi tío Oliver en el teléfono de Chris?
—Sí.
—Bueno, la policía lo recuperó. El mensaje de Oliver tenía dos cosas: la frase «Be Careful With It», con la inicial de cada palabra en mayúscula, y el enlace a un blog.
—¿A un blog?
—Sí, El Globo. Aunque creo que ya lo conoces.
En ese momento, el bolígrafo del de ojos violeta dejó de dar golpecitos contra el papel. Solo hubo un silencio profundo, que pronto fue interrumpido por un objeto que se cayó. El cuaderno, supuso el pequeño.
—No tenía idea. No busco demasiadas cosas en Intern…
—Es una página que se ha vuelto muy popular en este último tiempo —lo interrumpió su paciente— desde que un tal Harry Müller comenzó a publicar algunas entradas. Las tres se relacionan con mi familia y, aunque no lo creas, contigo.
—¡¿Qué carajos?!
Su respuesta parecía sincera; el niño sabía que es muy difícil simular emociones, pero no subestimaría a un especialista en mentes humanas. Insistió con esa misma perseverancia que hubiera tenido en persona. Con voz clara y pausada y con una mirada que podría perforar el teléfono, dijo:
—¿Seguro de que no lo conoces?
—No entiendo por qué debería. Ya te dije que no soy muy amigo de malgastar tiempo en Internet.
—Porque hablaba sobre tu… accidente con Carrie. Ya sabes, sobre ese día que ibas por la carretera a toda velocidad y casi…
—De acuerdo, de acuerdo —intervino el otro, con un tono de voz más severo de lo habitual—. Comprendo tu punto.
—¿Entonces lo conoces?
—No sé por qué insistes tanto en esto.
—Porque sé que mientes y porque Harry Müller sabe detalles de mi vida que casi nadie conoce. Tú eres uno de ellos.
—Oliver también los sabe. Y Dylan. Y Sien. Y Paris. Y Chris. Y Robin.
Golpe bajo. La dignidad del pequeño se encogió un poco, no demasiado. Las peleas eran el pan de cada día; estaba acostumbrado a peores tira y afloja.
—Dylan y Sien me dijeron que habían hablado contigo sobre el accidente hace unos días.
—Pues habrán hablado con otro Azrael.
—Mientes.
—¿Entonces por qué hablas con un mentiroso?
—Porque sé que este mentiroso es el único que me escucha.
Suspiro largo. Dos pasos, quizá tres. Una persona que se pone de pie con los puños crispados por la furia, las venas calientes y los ojos alertas a cualquier peligro.
—Mejor dejemos de pelear e intentemos resolver este misterio juntos. —El de ojos violeta hizo dos chasquidos extraños con los dedos que se escucharon con claridad del otro lado—. ¿Me dices que Oliver descubrió el sitio? ¿Y se puede saber qué estaba haciendo en Blogger para encontrarlo?
—No lo sé. Él tiene varias páginas en donde enseña HTML a principiantes. Tampoco tengo demasiada información.
—Está bien. ¿Y qué dijeron tus padres?
—¿Quiénes? —preguntó el pequeño que, pese a estar compenetrado en la conversación, no le dejaría pasar semejante error.
—¿Qué dijeron Dylan y Sien? —se corrigió el otro de inmediato.
—Dylan contrató un nuevo hacker para revisar las conexiones de los equipos. Tenía el presentimiento de que, pese a todos sus intentos anteriores, Oliver nunca había dejado de espiarlo. Y no se había equivocado.
El niño se asomó por la ventana para asegurarse de que no hubiera nadie en los alrededores. Todo el patio de su casa mantenía una quietud terrorífica; hasta los perros de la cuadra parecían haber cedido ante la cotidianidad. El exceso de silencio era una mala señal: cualquiera podría escucharlo.
—¿Crees que el mensaje está escrito en clave?
—Tal vez. Tal vez debamos descubrir qué significan las letras B.C.W.I.
—Suena a un coche deportivo.
—O quizá sea la matrícula de un coche.
—Déjame ver…
Un golpeteo rítmico de dos manos contra el teclado se oyó desde el otro lado. El pequeño esperó con los brazos cruzados a que su psicólogo terminara la investigación. Por fin, el otro regresó a la realidad telefónica y dijo:
—Podría tratarse de una patente del Mercosur. Dos letras, tres números y dos letras más. ¿Conoces a alguien de América Latina?
«Robin» fue el pensamiento que asaltó la mente de niño. Él se limitó a garabatear las letras en un bloc de notas antes de continuar. Su doctor permaneció mudo del otro lado de la línea, expectante.
—Robin era latina —murmuró de pronto—. Esto me recuerda sus conductas extrañas cuando apareció Nora, su complicidad, sus diálogos con Noah, la figura misteriosa que nos acosaba desde las sombras… Creo que tenía la mierda tan hasta el cuello que Chris tuvo que ir a salvarla.
—¿A qué clase de «mierda hasta el cuello» te refieres?
—¿Una demanda judicial por ocultar a una menor de edad sin autorización de sus padres?
—Ya te he dicho que debes hablar con Dylan y Sien sobre Nora.
—Jamás. No les diré nad…
—O me veré obligado a romper el secreto profesional.
Una fuerte tensión danzó entre ambas líneas telefónicas. Algunos bufidos salieron de la boca del pequeño. Estaba furioso, muy furioso. Sabía que tenía las de perder y prefiere callarse. Había sido una mala decisión contarle a su doctor sobre Nora, pero la verdad había salido de su boca con demasiada facilidad. Aquellas terapias lo incitaban hablar más de lo que le gustaría.
—Robin regresó a Nora a casa, pero ella no volvió —continuó, como si la última conversación no hubiera ocurrido—. Chris debió ir a buscarla.
—O quizás huye de algún peligro. Quizás huye de su familia.
Los dedos del niño volvieron a sentir la textura rugosa del avión de papel que Chris le había enviado aquella noche. Sus alarmas se encendieron y su garganta comenzó a sentir un desagradable sabor a miel. Tragó en seco con cierto temor antes de continuar.
—¿Cómo se llevaba con su madre? ¿Solían pelear mucho?
—Habla en presente, por el amor de Dios.
—¿Cómo se lleva con su madre? ¿Suelen pelear mucho?
—Gracias —murmuró el pequeño—. Mila casi nunca está en casa. Dylan y Sien han cuidado a Chris desde antes de que yo naciera.
—Entiendo. ¿Y qué dijo cuando desapareció?
—No demasiado. Sus mensajes sonaron fríos y tenían una urgencia fingida. Al menos, eso sentí. El hospital le quitó hasta las emociones.
Del otro lado, el psicólogo se desajustó la corbata y desabrochó algunos botones de su camisa para respirar mejor. Necesitaba algo de aire para que su cerebro procesara toda la información. Abrió, pues, la ventana.
—Falsa desesperación e indiferencia. Interesante.
—Creo que ya has comenzado a armarle un perfil psicológico —bromeó el menor.
—Me conoces demasiado bien —contestó el terapeuta, con su sonrisa de treinta y dos dientes.
—Puede ser cómplice de Noah o de Dylan y Sien…
—¿Y por qué no de ambos?
Aquella pregunta hizo que la mente ya convulsionada del niño estallara aún más. Mila, ese ser que se escondía detrás de tantas horas de trabajo incansable, aún era un misterio.
—No importa de quién. Lo que de verdad importa es que soy el último de la lista y que vendrán por mí.
—O, tal vez, siempre fuiste el primero.
—¿Sabes? Tus respuestas siempre me descolocan aún más.
—Es un don, creo.
—Entonces, superdotado, ayúdame a resolver esto de una puta vez.
Una pequeña carcajada se oyó detrás del tubo cuando el de cabello plateado escuchó el apodo. Reir le evitaba caer en dramas innecesarios.
—Comencé un diario desde que me peleé con Dylan y Sien. Ahí escribo cómo me siento todos los días, además de algunas anécdotas. Debería revisarlo. Quizá algo se me haya pasado por alto.
—Sí, revísalo. Pero también cuida ese diario como a nada en el mundo. Si alguien lo encuentra, sabrá que estás cerca de la verdad y querrá liquidarte.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del paciente y lo hizo sacudirse en su asiento. Gruesas gotas de sudor comenzaban a decorar las palmas de su mano. Él debió colocar el teléfono sobre su mesita de noche y activar el altavoz para que no se le resbalara. Toda la Acapulco, inmersa en la calma más absoluta, oyó la tranquilizadora voz de su terapeuta.
—No dejaré que ningún hijo de puta se le acerque.
—¿Tienes miedo?
—Claro que no.
—Eso es lo que diría alguien que tiene miedo.
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Buenasss. Perdonen que no pude actualizar ayer. Estaba de cumpleaños 😋
¿Y dónde están mis libros en físico? 😠
Acepto transferencias :)
Con esta nota quería decirles que voy a pausar esta novela un tiempo para concentrarme en la nueva que voy a publicar. Aún no sé por cuánto tiempo será; tengo escritos los demás capítulos, pero sí me falta editarlos y hay cosas de ambas versiones que cambian, por lo que la trama perdería sentido.
Lamentablemente, tengo que pausar esta historia por un tiempo. Sorry :(
¡Pero pronto tendremos novedades de la nueva novela y les prometo que no se van a arrepentir!
Los espero pronto por mi perfil. ¡Revisen esas notificaciones! ❤️
Gonza.
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