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Lunes 22/3/2021

¿A quién tenemos aquí? —preguntaron dos ojos violeta que eran consecuencia ineludible de los lentes de contacto.

—Su nombre es Woody.

—Mejor dejemos que él se presente —repuso el tipo de cabello gris antes de acuchillarse a la altura del niño, esbozar una sonrisa y preguntarle—: ¿Cómo te llamas?

—O usted tiene mierda en la cabeza o usted tiene mierda en la oreja. Ellos acaban de decírselo —repuso el menor mientras los señalaba con un índice acusador.

—¿Quiénes?

—Acabo de confirmar lo que creía: usted es un pelotudo importante.

—¡Kid, sé más comprensivo con el doctor! —le recriminó el padre.

«¡No me digas Kid!», garabateó el pequeño sobre la hoja de una pequeña libreta.

—No es necesario, pero gracias de todos modos. Y no soy doctor: soy psicólogo.

«Mierda disfrazada de más mierda», pensó el niño, sin animarse a decirlo en voz alta.

—Entonces ellos son… —volvió a insistir el de cabello plateado cuando la paz regresó.

—Dylan Rosemberg y Sien Peeters.

—También conocidos como…

—El puto y la puta.

—¡Woody! —lo reprendió la madre.

—No se preocupe, señora Peeters. No debe obligar a su hij… al paciente a reprender sus emociones.

—Disculpe, señor Gray.

—Es algo que se aprende con el tiempo —reconoció el otro con un gesto que restaba importancia a sus palabras—. Pero veo que tenemos a un personaje bastante interesante. ¿Les gustaría pasar a mi consultorio?

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—¿Cuál es su diagnóstico, señor Gray? —preguntó el cincuentón ni bien el tipo de traje dejó los papeles de lado.

—¿Diagnóstico? —respondió el otro con las cejas levantadas y una expresión divertida en el rostro—. Ni siquiera hemos comenzado.

—Pero supongo que habrá leído nuestro pequeño informe —intervino la castaña— y que habrá encontrado algunos hechos bastante curiosos.

—Curiosísimos, curiosísimos… —ratificó el de ojos violeta con una mano en la barbilla—. Según lo que ustedes reportan, podría tratarse de un caso de Síndrome de Capgras.

—¿Eso cree, doctor?

La pregunta de la mujer era retórica, pero la sonrisa que se había pincelado en su rostro era auténtica. «Sabe que navegamos en la misma dirección», pensó el psicólogo. «Lo que puede ser un gran éxito o un gran fracaso».

—Ya lo veremos, señora Peeters. Le recuerdo que recién comenzamos. Creo que lo mejor para… Woody será tomar este asunto con la calma y la seriedad que merece.

—Coincido con usted, doctor. Usted es el especialista.

—Me alegra que nos entendamos. —El médico hizo una pausa mientras tomaba su bolígrafo retráctil y garabateaba unos jeroglíficos en una libreta. Su letra era, sin dudas, la de un digno profesional de medicina—. Cuestión aparte: ¿se puede saber cómo me conocieron?

—Gracias a su novia.

—Es adorable, ¿no creen? —Su rostro se iluminó de una forma extraña, casi perturbadora—. Es la chica más linda que he conocido en mi vida.

—Me alegra oír eso —reconoció el panzón mientras pellizcaba el trasero de su esposa—. Estoy seguro de que hacen una hermosa pareja.

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—Ahora, Woody, dime cómo quieres que te llame. ¿«W»? ¿«Wood»? ¿«Dy»? ¿O prefieres algo más original?

—Woody. —Dos ojos turquesa separaron las aguas del Mar Rojo y delinearon un abismo con una mirada asesina—. Woody para todo el puto mundo.

—Parece que tienes una pequeña obsesión con poner el «puto» delante de todo.

—Solo delante de todo lo que no me gusta. —La respuesta fue rápida y agresiva.

—¿Entonces esta es la puta sesión del puto doctor Azrael Gray? —preguntó el terapeuta, divertido.

—Exacto.

El padre amagó con reprenderlo, pero el de cabello plateado cerró el puño delante de él para pedirle silencio. Al padre no le quedó otra opción más que obedecer.

—Comencemos con algo simple —continuó el doctor—. ¿Cómo te definirías?

—Como un niño de doce años que no piensa responder una puta pregunta más.

Al ver que el paciente no daba el brazo a torcer, el de ojos violeta se deslizó hacia atrás en su silla corrediza y observó la escena con una calma fingida. Luego alzó la mirada, desvió los ojos para hacer que cada uno descansara en un padre y les dijo:

—Creo que deberían irse.

—¡Pero recién comenzamos, doctor! —protestó la mujer.

—Necesitamos estar solos. Nosotros dos.

—Está bien, osito, vámonos. —El hombre contrarrestó sus palabras con un beso pasional mientras acariciaba el cabello del niño—. Creo que necesitan privacidad.

El tipo esperaba que le dieran las gracias, pero el psicólogo ni siquiera lo había escuchado. Su atención estaba fija en el menor, quien se llevaba las manos al cuello como si buscara o evitara algo. Lo curioso fue que dejó de hacerlo cuando su supuesto padre le quitó la manaza de su melena castaña. Cabello plateado no tardó en apuntar todos los detalles en una hoja vacía.

—La puerta está abierta —les indicó con el mentón y ellos obedecieron. Cuando estuvieron solos, miró a su paciente y le dijo—: Creo que vamos a llevarnos muy bien.

A modo de respuesta, su paciente deslizó un leve gruñido y cruzó las manos sobre el regazo. Su delicada y larga nariz se frunció con desagrado y en su boca apareció una delicada curva. Hacía minutos que sus cejas permanecían en la misma posición, inclinadas a cuarenta y cinco grados sobre el ceño, y cualquiera hubiera apostado que no hablaría. Hasta que habló.

—Tienes el nombre del puto villano de Batman —dijo de pronto y generó que una sonrisa creciera en la boca del terapeuta.

—Así es. Y, por lo que veo, Azrael no es tu villano favorito.

—Azrael cagó todas las historietas de Batman. Estoy seguro de que Bob Kane jamás perdonaría a Dennis O'Neil, Grant Morrison, Joe Quesada y Fabian Nicieza.

—Veo que eres un verdadero fanático. ¿Hay algo más que te guste?

—Me encanta pintar. Münch y Van Gogh son mis favoritos. —El pequeño anticipó la próxima pregunta—. ¿A ti qué te gusta?

Ojos violetas se demoró unos segundos en contestar, incapaz de creer que el niño hubiera bajado la guardia tanto como para empezar a tutearlo. Sin dudas, el progreso no se había hecho esperar.

—Suelo jugar al póker de vez en cuando, pero mi suerte suele ser una mierda. Perdí más de cinco mil dólares en una sola tarde.

—Y qué mierda —dijo el menor, divertido.

El tipo se acomodó la libreta en el regazo mientras intentaba ocultar el brillo que desprendía su mirada. Sin borronear lo que ya había escrito, abrió una página al azar, estampó el nombre de su paciente y se preparó para comenzar.

—¿Quieres que hagamos un juego? —le ofreció.

—Depende del juego.

—Tendrás que decirme qué es lo que más y lo que menos te gusta de este lugar.

—Eso no es un juego, doctor: es terapia. Recuerde que no tengo pelos en las pelotas porque sí.

—Está bien. —El psiquiatra se llevó las manos a la cabeza, preocupado de que el paciente hubiera dejado de tutearlo—. ¿Quieres que hagamos un poco de terapia?

Silencio. El tiempo pareció detenerse durante unos segundos mientras su interlocutor repasaba los pros y los contras de cada alternativa. Con la mano derecha contó las ventajas y con la izquierda, las desventajas. Y, aunque los dedos de la zurda superaran con creces a los de la diestra, dijo:

—Sí.

—De acuerdo. Comenzaremos con las cosas que te gustan.

—El silencio, la soledad y la gente que no hace preguntas —repuso el pequeño, más serio que de costumbre.

—El ejercicio trataba de decir las cosas que te gustan de este lugar.

—Todo en este lugar es una mierda.

«Y aquí vamos de nuevo», pensó el de cabello plateado, algo frustrado. Sin embargo, no tardó demasiado en controlar sus emociones. No por nada era un especialista en mentes humanas.

—Entonces dime qué es lo que no te gusta de este lugar.

—1) Usted hace muchas preguntas, 2) la alfombra está inmunda y el puto atomizador con aroma a rosas no tapa el olor a tierra, 3) sus ojos violeta son tan falsos que apostaría mis pelotas a que usa lentes de contacto y 4) no tengo nada que demostrarles a usted ni a Sien ni a Dylan. Solo quiero que me dejen en paz.

—Excelente. —El otro dio tres aplausos—. Te gusta agarrar al toro por los cuernos.

—Cuernos es lo que su novia le puso a usted.

Ojos violeta abrió la boca para defenderse, pero todo acabó en una inevitable carcajada que salió de sus labios. Su reacción, tan natural, hizo que el pequeño bajara un poco la guardia y se permitiera compartir una risotada. Progreso y regreso, progreso y regreso.

—¿Y qué es lo que menos te gusta de Dylan y Sien? —le preguntó el terapeuta ni bien pararon de reír.

—¿Se lo dirá a ellos? —La preocupación de su interlocutor era genuina.

—No tienes nada que temer. Secreto profesional, ¿lo recuerdas?

—De acuerdo. Dylan es un viejo calentón y Sien tiene nombre de puta —escupió su paciente.

—¿Por qué dices que Sien tiene nombre de trabajadora sexual? —le preguntó el otro, con un énfasis especial en lo de «trabajadora sexual».

—Porque tiene el mismo nombre que una de las novias de Van Gogh. Y ella también era una puta.

—Está bien —repuso el psicólogo con el ceño fruncido. Sin dudas, ese niño no había aprobado sus clases de respeto con sobresaliente—. Creo que es todo por hoy.

Ojos violeta dedicó algunos minutos a tomar nota de las palabras del menor con una asombrosa precisión. Era evidente que tenía una excelente memoria.

—Antes de que te vayas, ¿me podrías decir por qué te llevas las manos al cuello cuando estás nervioso?

Para no perder la costumbre, la respuesta fue un silencio absoluto. Sin embargo, esta vez ese silencio decía algo mucho más importante: el pequeño ocultaba algo. Y no se arriesgaría a que lo consideraran un psicópata en la primera sesión.

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Jeje, sé que quizá algunas personas no entendieran nada. Es parte de la intención. Las que entendieron, pueden ayudar o aumentar el desmadre. :)

Quiero hacer una mención especial a Ney por recordarme que tenía que subir capítulo hoy porque me había olvidado (#GonzaCancelado😠).

Por cierto, aprovecho para desearles una excelente Navidad. Ojalá debajo de sus arbolitos haya libros o personajes literarios (si aparece Jack, es mío, se me escapó).

¡Espero no recibir tomates hoy! *Los esquiva de todos modos*.

¡Nos vemos el sábado, jo, jo, jo!

xoxo

Gonza.

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