Capítulo 4
—«Ich liebe dich» significa «te quiero» y se lo dices a alguien que aprecias. Por ejemplo, «Te quiero, mamá» o «Te quiero, Woody».
—Te kero, momá. Te kero, Woody.
Asombrado de que Nora repitiera sus palabras, él no pudo evitar que sus mejillas se enrojecieran. Comenzaba a acostumbrarse a ese inglés extraño, casi gutural. Y le gustaba lo que oía.
—Es un buen comienzo. Ahora intenta decir «Hola, mi nombre es Nora». «Hallo, mein Name ist Nora».
—Joola, mi nembre es Nora.
—Aprendes rápido.
—Gracias —repuso ella, que no había perdido oportunidad para poner en práctica sus conocimientos.
—Prueba esto: «Vivo en...». «Ich wohne in...».
—Vevo en… —moduló Nora.
—Aquí es en donde completas la oración. ¿En dónde vives?
Nora balbuceó unas palabras ininteligibles antes de darle la espalda. Al principio, él pensó que se había ofendido y que no quería jugar más, pero luego descubrió el verdadero motivo. Cerca de la esquina, cubierta de negro al igual que los villanos de las películas de terror, había una sombra humana.
El sujeto tenía los ojos ocultos debajo de su capucha y portaba una diabólica sonrisa perceptible desde la distancia. Parecía mirarlos. Parecía mirarla.
Woody no perdió el tiempo y se colocó delante de la niña, protector. Como respuesta, la sombra movió los labios como si quisiera decirle: «No te hagas el macho pecho peludo» y acomodó los codos en la verja de una casa vecina. Su actitud sospechosa atrajo la atención del caniche agresivo de la cuadra, que comenzó a correr como un condenado hacia ella.
Y Woody sabía que los perros solo atacan a los desconocidos. O a los conocidos demasiado peligrosos.
Sin previo aviso, el caniche ladró. Ladró con tanta fuerza que los perros vagabundos de la cuadra se unieron a la cantata y obligaron a la silueta a retroceder. Por primera vez en trece años, Woody les agradeció por estropear la paz del vecindario.
—Actúa natural y camina hacia la esquina —le indicó a Nora—. Te alcanzo en unos minutos.
El ceño de la niña lo dijo todo. «Puta madre», pensó Woody mientras sacaba su teléfono y recurría al traductor.
—Versuchen Sie, normal zu sein und um die Ecke zu gehen. Ich werde dich in ein paar Minuten einholen. Maintenant.
Aunque la oración tenía algunas fallas gramaticales, Nora entendió el mensaje a la perfección. Hablaba otro idioma, pero no era tonta. Muy por el contrario, era demasiado inteligente: sabía que todos esos ladridos alertarían a los vecinos y que sus intentos por pasar desapercibida podrían frustrarse. Decidió obedecer.
—Por si alguien te pregunta, eres prima de Robin y estás perdida —le dijo Woody en un alemán rudimentario—. Ten cuidado. Si Dylan y Sien te descubren, podrían matarte.
—Töte mich. —«Matarme», dijo ella quizá con demasiada seriedad.
Se pusieron en marcha. Nora avanzó rumbo a su destino mientras que Woody se mantuvo en su sitio y aprovechó para dar un veloz vistazo panorámico.
Todo estaba en orden. En donde antes había estado la silueta, ahora había un vacío. Los perros se habían callado de golpe y el caniche agresivo se deslizaba por la calle como si nada hubiera ocurrido. Woody suspiró. La enfermiza normalidad le hizo pensar que estaba loco. Pero, ¿y si en verdad lo estaba?
No perdió el tiempo. Sin contemplaciones, hundió una uña en su carne y trazó una delgada pero dolorosa línea en su antebrazo. Al parecer, estaba despierto, a menos que los sueños hubieran evolucionado y ahora fueran capaces de infundir dolor. Los sueños no: las pesadillas.
Un mal presentimiento lo envolvió ni bien colocó el pie derecho en dirección a la esquina contraria. Dos pájaros trinaron a la vez y sus aleteos le sacaron los tímpanos. Dos cuervos graznaron a su alrededor y acompañaron esa sucesión de izquierda, derecha, derecha, izquierda.
Cuando llegó a destino, Woody se detuvo y escrutó a su alrededor un momento. Allí no había nadie.
Al comienzo, no se desesperó: sabía que Nora no se dejaría encontrar tan fácil después de semejante amenaza. Hurgó entre los arbustos, detrás de las tapias e incluso exploró el techo con miradas curiosas.
Entonces comprendió que era real. Nora había desaparecido.
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—¿Qué es esto, W?
El dedo acusador de Sien señalaba la pintura que decoraba la casa rodante. La curiosidad convivía con sus ojos, curiosidad que —para Woody— ocultaba un sentimiento mucho más peligroso: maldad.
Él evitó el contacto visual y se apresuró a tomar un anotador. Estaba nervioso, pero luchó contra el temblor de su pulso con un agarre firme. Su estrategia funcionó: la pluma corrió con naturalidad y la respuesta fue clara.
«Quería hacer un cambio. Se veía demasiado aburrida».
—¡Está preciosa! Se la mostraré a Dylan. —Sien se aclaró la garganta y gritó—: ¡Teletubbie, ven a ver esto!
De pequeño, a Woody le había costado entender por qué Sien lo llamaba «Teletubbie», hasta que ella le contó que su esposo les temía de pequeño. Recordaba haber buscado una foto en Internet y —cuando aún estaba acostumbrado a eso— haberle dado la razón. Eran los engendros más horribles que había visto en su vida.
—¿Qué pasa, tesoro? —preguntó Dylan ni bien los alcanzó.
—Mira lo que hizo W.
—¡Carajo, Kid! Tienes talento con las manos.
Woody apretó una vez más su bolígrafo retráctil y les hizo creer que escribiría un «gracias». Pero nada pasó. El papel virgen obligó a Sien y Dylan a abortar una mueca de disgusto.
—Creo que podemos conservarlo —propuso Dylan—. ¿Qué dices, tesoro?
—Por mí, está bien. Deberíamos ponerle un barniz para que no se despinte.
«Yo me encargo».
—De acuerdo —asintió el hombre—. Recuérdamelo luego.
«Ok».
Ni bien ellos se alejaron, Woody dejó escapar un suspiro silencioso. Con las manos se recorrió la espalda y se topó con gruesas gotas de sudor que se deslizaban sobre su columna. Se contentó con sacudirse la ropa un par de veces para acelerar el secado.
De pronto, cuando todo parecía ir viento en popa, Dylan volvió sobre sus pasos y no tardó en establecer un contacto visual breve pero efectivo. Sus ojos eran tristes y su sonrisa, medio forzada; para Woody, sus ojos eran torvos y su sonrisa, diabólica.
—Sé que todo esto debe ser muy difícil para ti, pero no te preocupes.
«Mierda. Recontramierda», pensó el niño mientras intentaba mantener la calma. Casi en paralelo, sus manos treparon hacia su cuello, temerosas de que diez dedos intentaran cortarle la respiración. Nada pasó. Al menos, no todavía.
—Ya encontraremos una nueva escuela para ti.
El alivio de Woody fue evidente, mas Dylan simuló no verlo. Aunque no tenía ni idea de lo que pasaba por la mente del niño, supo que no era nada bueno. Se prometió mencionarle ese incidente a Azrael la próxima vez que lo viera.
—Quizá tengamos que hacer algunos arreglos en tu… historia familiar. Sí, sé que lo odias, pero no hay otro remedio.
Como respuesta, silencio. La comunicación no era el fuerte de la familia Rosemberg, en especial cuando se trataba de conversaciones cara a cara. Los años habían trazado límites que ninguno de los tres se animaría a cruzar. El silencio era el fuerte de Woody.
—Hablamos luego, Kid.
«Ya sabes que no quiero que me llames como a un puto nazi».
No era la primera ni la última vez que se lo decía, pero Dylan no aprendía más, o simulaba no hacerlo. Woody no le permitiría que lo comparara con Benjamin Kidd, el sociólogo que había inspirado los ideales nazis.
Las palabras del niño, tan ácidas como contundentes, fueron suficientes para que su supuesto padre diera media vuelta y se fuera. Segundos después, Dylan se encontraba con su esposa mediante un beso pasional que creció en intensidad.
El pequeño se tapó los oídos mientras intentaba contener algunas arcadas. Había aprendido a tenerle odio al amor.
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Woody confundió la vibración de su cuerpo con la de su teléfono, hasta que comprendió que su teléfono era lo que vibraba y su cuerpo, lo que temblaba. ¿La razón? Un número desconocido. Un número desconocido que tenía la característica de su ciudad, Madison.
Luego de analizar los pros y los contras, encendió la grabadora de voz y atendió. Del otro lado hubo silencio. Del lado de Woody también hubo silencio.
—¡Hola! ¿Me oyes?
—Puta madre, Robin, casi me cago encima —murmuró él, pero su temor solo arrojó un cúmulo de palabras ininteligibles.
—¡Hola! ¡Hola! ¿Me oyes? —repitió ella.
—Te oigo, te oigo. Te decía que me cagaste todo con eso del número desconocido.
—Eso te pasa por no haber agendado mi nuevo teléfono cuando te lo di. Hace más de una semana —recalcó.
—De acuerdo, de acuerdo. Tú ganas. —Woody fue directo al grano—. Ahora dime qué ocurre.
—Nora acaba de llegar a casa.
—¡Qué carajos!
El grito se escuchó del otro lado de la línea y Robin debió bajar el volumen del teléfono para no aturdirse. Había notado que las conductas extrañas de la niña enervaban a su amigo.
—Cálmate, ¿quieres? O te quedarás calvo a los veinte años.
—¿Más calvo que el actor de Ares en la película de A través de mi ventana?
—1) Sabes que no es gracioso y 2) Julio es un actor excelente.
—Está bien. Hablaremos de eso luego. Ahora lo que importa es saber cómo putas llegó a tu casa.
—Yo estaba en el patio cuando Nora apareció. De inmediato, supe que algo había salido mal: ella debería haber estado contigo y su rostro debería haber tenido una sonrisa. La interrogué. A cuentagotas, me habló de la sombra y me dijo que le habías pedido que te esperara en la esquina.
—Por ahora, no ha mentido.
—¿Por qué lo haría? —la defendió Robin.
—¿Quizá porque es una desconocida y lo único que sabemos de ella es su nombre? ¿O quizá porque solo le di una simple instrucción y se la pasó por el culo?
Robin balbuceó un intento de respuesta que murió antes de lo esperado. Woody podía ser duro de domar cuando se lo proponía.
—Tranquilízate, Furia, o tendremos que volver a internarte en IntensaMente.
Como si las palabras fueran mágicas, Woody se calló. Su contrincante esbozó una sonrisa de triunfo del otro lado de la línea.
—Nora te hizo caso. Solo que la sombra volvió a aparecer. Esta vez, en la esquina contraria.
—¡¿Qué putas?! —estalló Woody—. O tiene un torpedo en el culo o…
—… o hay dos personas que buscan a Nora —concluyó Robin—. Y no porque quieran llevarla a casa.
El niño tomó su libreta y comenzó a hacer garabatos para liberar el nerviosismo. De un lado escribió las palabras «figura(s) misteriosa(s)» con un signo de interrogación; del otro puso el nombre «Nora» en mayúsculas, como si quisiera recordarla para siempre. «Trajiste más problemas que soluciones», le dijo para sus adentros.
—¿Pasó algo más?
—Nora me dijo que ella comenzó a correr, pero la sombra no la siguió. Casi como si quisiera decirle «Te mataré, pero luego».
—Interesante… Busca penetrar en su mente para infundirle terror —concluyó Woody que, después de tantas sesiones con Azrael, conocía un poco más sobre la mente humana.
—El camino no era complicado, pero debió pedir indicaciones un par de veces.
—Genial. El plan de pasar desapercibida se fue a la mierda —bramó Woody—. Por cierto, ¿ahora todo el barrio sabe hablar alemán?
—Te olvidas de lo que tú mismo le enseñaste.
«Mi nombre es Nora».
«Soy la prima de Robin».
«Tengo doce años».
«No hablo inglés. Soy alemana».
«Vivo en el 1617 de Beverly Road».
Woody sonrió. Había hecho un buen trabajo: le había enseñado todo lo necesario para que ella pudiera regresar a su escondite en caso de emergencia.
—Lo sé, soy el mejor maestro que puede tener.
—Y el más lindo —agregó Robin, insinuante, antes de cortar la llamada.
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Jeje, me salvé de los tomatazos por no actualizar, jeje. Espero que la espera (je) haya valido la pena.
¿Opiniones del capítulo?
¿Quién tiene a Woody como crush?
¿Tienen otros crushes en ls historia?🌚
Nos vemos el miércoles :)
xoxo
Gonza.
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