Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

Chris estaba sobre ella y llevaba el dominio de un beso apasionado que se oía a kilómetros de distancia. Ambas bocas, apenas sostenidas por el cabezal del sofá, se movían con una desesperación lasciva, ansiosas por conocer el interior de la otra. Se buscaban, se encontraban y se volvían a perder.

Debajo, Robin respiraba agitada, aunque la falta de aire jamás la detuvo. Más seductora que nunca, tenía uno de los botones de la blusa fuera del ojal y buscaba a Chris con sus labios. Su mano había comenzado a deslizarse hacia abajo cuando una voz la detuvo.

—¡Qué asco!

El grito de Woody fue suficiente para que Chris y Robin interrumpieran la pasión y se acomodaran en el sillón como si nada hubiera ocurrido. Chris llevó las manos a la espalda de ella para tranquilizarla y Robin le agradeció con un nuevo y diminuto beso.

—¡Ya basta, ya basta! Al paso que van, tendrán diabetes a los veinte años.

—Hola, Sid —le dijo Chris sin importarle que Woody acabara de perder la poca inocencia que le quedaba—. ¿Qué te trae por aquí?

—Venía a comer algo, pero creo que ustedes ya se adelantaron… —dijo sugerente.

—Hay pan y manteca en la heladera — remató Chris.

—No, gracias. Acaban de sacarme el apetito.

—Ven aquí —le indicó Robin con un gesto mientras encendía el televisor.

Hicieron las paces. Chris dejó que Woody se sentara en el medio y aprovechó para alborotarle la cabellera. Los rostros de ambos ya no estaban tan preocupados como esa mañana, pero tampoco estaban en sus mejores días. La mutua desconfianza se percibía en el ambiente.

—Si mal no recuerdo, la última vez que fueron a dirección por comerse a besos en las escaleras de la escuela fue… —Woody se hizo el pensativo— ¡el viernes!

—¡Bingo, chiquilín! —gritó Robin—. Y todo gracias a que la señorita Vermunt odia ver a dos adolescentes felices.

—La odio.

—La odio.

—La odio.

—Al menos coincidimos en algo —dijo Robin y los tres estallaron de risa.

Ella aprovechó para encender la televisión y se volcó al eterno ejercicio del zapping. Viajó por más de setenta canales sin detenerse y no encontró más que noticieros, deportes y tipos raros que construían mansiones en los árboles. Cuando se cansó de hundir el dedo en el control remoto, puso ESPN y dejó de fondo un partido de fútbol que solo a ella le interesaba.

—¿Quieren que les prepare un descafeinado? —Robin se puso de pie con un gesto enérgico.

—Está bien —repitieron Woody y Chris al unísono.

—Acompáñenme.

Cruzaron el diminuto pasillo y alcanzaron una moderna cocina color crema que estaba musicalizada con el último álbum de los Backstreet Boys, DNA. Mila aún estaba de guardia en el hospital y tendría que quedarse allí toda la noche. A Chris le dolía saber que el coronavirus le había arrebatado a su madre el ochenta por ciento de su vida.

Robin deslizó la mano sobre el parlante inalámbrico y lo apagó. Luego tomó su teléfono, seleccionó al azar una lista de Spotify y la reprodujo. Un par de segundos después, la voz de The Weeknd sonaba a todo volumen, y del silencio solo quedaron escombros mal removidos. Ella comenzó a tararear la canción mientras hurgaba en los estantes como si fuera su casa.

—¡No van a creer esto! ¡Mi último video llegó a más de cien mil reproducciones y Ariana Godoy me lo comentó!

—¿Y esa quién es? —preguntó Woody tras haber intercambiado una mirada de confusión con Chris.

Desde que Robin se había creado una cuenta de TikTok para compartir contenido sobre una aplicación de lectura llamada Wattpad, solo les hablaba de personas y libros que no conocían. Al comienzo le frustraba que nadie la entendiera, hasta que comprendió que esa era una de las tantas desventajas de ser mexicana en los Estados Unidos.

—La autora de A través de mi ventana, Mi desesperada decisión, Heist, Black&Blue… ¡Y la creadora del papi de Apolo Hidalgo!

—No me queda claro, ¿entonces eres fanática de ella? —Robin asintió, algo molesta, y Chris aprovechó la posibilidad de contraatacar—. Y, por cierto, no sabía que me ponías los cuernos con un personaje literario.

—Con varios —le corrigió su novia.

Su breve respuesta liquidó la conversación y la reemplazó por un silencio cargado de ruidos. De fondo, la voz de The Weeknd acompañaba el crujir de vasos y utensilios de cocina.

Si Robin no hubiera estado de espaldas mientras preparaba el café, quizá hubiera notado que Chris rehuía de los ojos de Woody. Y que, mientras más lo hacía, más era la omnipresencia de esas dos esferas turquesa que acompañaban cada uno de sus movimientos para arrancarle alguna confesión.

Chris permaneció impasible y comenzó a jugar con las tiras de su buzo para matar los minutos. Sus dedos aún estaban manchados con pintura y unas medialunas rojas y azules se dibujaban en sus uñas. Woody abrió la boca, dispuesto a saldar una cuenta pendiente.

—¿Podemos ir a ver las reformas?

La cara de Chris mantuvo la misma inexpresividad, lo cual confirmaba que ocultaba algo. El pequeño no le quitó la mirada de encima mientras se aclaraba la garganta para apremiar su decisión.

—Creo que es una buena idea —repuso Chris, algo reticente.

Robin dejó los cafés a medias y los tres avanzaron rumbo a la habitación de Chris. Tras un breve recorrido por una chirriante escalera caracol, alcanzaron la puerta de entrada y fueron recibidos por un potente olor a pintura.

La habitación estaba vacía; el piso, empapelado de periódicos viejos y amarillentos. Chris había hecho un trabajo excelente: rojo, blanco y azul combinaban a la perfección, sin que ninguno de ellos destacara demasiado. Woody no tuvo dudas de que el resultado final sería excelente.

—Está lindo —reconoció—. Para ser sincero, pensé que harías un desastre.

—Lo tomo como la frase sarcástica del día —le dijo Chris, sonriente.

Robin se quedó junto a la puerta y ojeó un grupo de instantáneas unidas con un cordel que pronto decorarían la pared blanca. Sin dudas, Chris había tenido un buen ojo: en ellas no había ojos rojos, movimiento, oscuridad ni falta de nitidez. Era el trabajo propio de una persona meticulosa y fanática del orden.

—Por cierto, aún no le mostraste a Robin la intervención que le hiciste a la casa rodante —dijo Chris de pronto.

«Mierda», pensó Woody mientras intentaba mantener la mente fría para no sucumbir ante el pánico. Buscó de soslayo la mirada de Chris y le sorprendió descubrir que no le era recíproca. Su atención estaba en otro lado, o simulaba estarlo.

—¿Intervención? —preguntó Robin.

—Sid hizo un dibujito en la Acapulco.

—Es una pintura —se defendió Woody—. Es La noche…

Estrellada —completó Robin—. Predecible.

Tras una breve carcajada, la pareja salió de la habitación y avanzó hacia la puerta de entrada. Woody fue por detrás, con el corazón palpitante y un temblor mal controlado en las piernas. Por fortuna, el entusiasmo impidió que Chris y Robin se percataran de ese pequeño detalle.

Como salida de la nada, Sussane se interpuso en el camino y obligó a Chris a detenerse. Woody le agradeció la interrupción e intentó controlar la respiración mientras la gata se frotaba contra el pie de Chris. Pronto Robin se unió a las caricias, y Sussane alcanzó el paraíso en pocos segundos.

—Está bien, Miní, es suficiente —le dijo Robin—. Nuestro amiguito nos tiene que mostrar su obra de arte. ¿Quieres venir?

Como respuesta, Sussane —alias Miní— se revolcó en el piso y comenzó a jugar con su cola. Chris y Robin le prometieron que regresarían pronto, lo que dejó a la gata tendida en el piso, en posición de espera.

Salieron a la calle y, cinco segundos más tarde, encontraron lo que buscaban. El cuadro, en contraste con el blanco de la casa rodante, destacaba a la luz del sol. Woody no necesitó verlo más de medio segundo para reconocer que había hecho un excelente trabajo.

Todo era armonía: las pinceladas del cielo, angostas pero certeras, tenían el diámetro perfecto; el pueblo y las montañas se mixturaban con el paisaje, y los árboles se alzaban con elegancia entre todos los puntos amarillos. Mientras tanto, la esvástica continuaba bien oculta detrás de una buena capa de pintura. Donde debía estar.

—Tienes una pequeña obsesión con este cuadro —dijo Robin—, pero debo reconocer que te superas cada vez.

—Gracias, supongo.

Robin se acercó a la pintura y la perforó con la mirada, casi como si quisiera ver más que una simple noche estrellada. Woody desvió el ojo derecho para vigilar a Chris y centró el izquierdo en las artimañas de ella. Justo cuando Robin había alzado un dedo para tocar el cuadro, el niño puso un grito en el cielo.

—¡No lo toques! Todavía está húmedo —le dijo.

Y, para su sorpresa, ella le creyó.

▂▂▂▂▂

La noche tendía su extenso manto de estrellas sobre Madison y lo único que acompañaba al sonido de los pájaros era la irritante voz de un vendedor ambulante. El auto —una EcoSport con un megáfono que ya tenía varios años a cuestas— había pasado tres veces y había frustrado todos sus intentos de conversión.

—¡¡Cambio bolsa de papa por batería vieja!! —volvió a bramar el conductor en su cuarta aparición.

Robin bufó en voz alta antes de hinchar sus pulmones, esperar a que el tipo pasara por la puerta de la casa y decirle:

—¡¡Pero soy vegana!! ¡¡No como papa, pelotudo!!

Su contestación fue suficiente para que el tipo pusiera un pie en el acelerador y se esfumara del barrio por el resto de la noche. A su desaparición le sucedieron cuatro carcajadas descoordinadas.

—Te pasas, Robin —reconoció Paris mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos.

—Gracias, bonito. Tal vez puedas pagármelo esta noche.

Ella acompañó sus palabras con una mano curiosa que viajó debajo de la remera de Paris para darle una sensual caricia. El muchacho, medio en broma, medio en serio, cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación. Cuando los abrió, apenas pudo contener una sonrisa al ver que Chris había enrojecido por la envidia.

—No puedes cambiarme por él —murmuró con una seriedad fingida—. Esta noche tendré que castigarte.

—Con gusto. Será un dos por uno —Robin le guiñó un ojo a cada quien.

—Ya sabes que me encanta que te pongas en modo golosa —reconoció Woody, entre risas.

Robin no coqueteaba con cualquiera. Con su cabello lacio y corto, sus ojos turquesas, sus pecas desperdigadas alrededor de una nariz delicada, sus labios carnosos y su físico bien trabajado, Paris había sido el descubrimiento del año en la secundaria Nixon. Ni hombres ni mujeres resistían ante sus encantos.

Todo había comenzado cuando Chris y Robin habían tenido que compartir, a pedido de la profesora de Literatura, un grupo de trabajo con el «chico nuevo». Así había nacido una amistad entre los tres a la que luego se sumaría Woody. Desde entonces, eran los cuatro contra el mundo.

Woody era recelo, arte y silencio.
Chris era pasión, ojos enamorados y una canción de electrónica que se oía a puertas cerradas.
Robin era dinamita, atrevimiento y diversión.
Paris era sonrisa, silencio y una tormenta fresca en una noche de verano.

Vistos desde lejos, con las piernas que colgaban del portón de la entrada y el sol de frente, hacían una postal digna de una instantánea. Solo que a ninguno de los cuatro les gustaban las fotos.

—Tengo que irme. Hoy me toca preparar la cena.

La voz ronca de Paris interrumpió el momento e hizo que los cuatro abandonaran el universo paralelo en donde habían estado. Tras un breve gruñido, mezcla de alivio y desilusión, Woody fue el primero en saltar al otro lado y caer al piso.

—¿Quieres que te lleve en el auto? —se ofreció Chris.

—Gracias, pero no hace falta. Necesito bajar la comida de esta tarde.

—Podríamos acompañarte de todos modos —intervino Robin, con su sonrisa de boca completa—. No tenemos nada más que hacer.

—Gracias, pero no es necesario —repitió Paris.

—Nunca nos invitaste a tu casa. ¿Acaso vives debajo de un puente?

Seis ojos se voltearon hacia Woody ni bien arrojó su comentario: dos fueron de sorpresa y cuatro, de recriminación. El niño decidió guardar silencio. Aún no sabían mucho sobre Paris y no quería herir sus sentimientos.

—Debajo de uno muy bonito —concluyó Paris mientras le alborotaba la cabellera.

El resto fue puro protocolo: Paris se despidió de cada uno con un beso, se colocó un aburrido barbijo negro y comenzó a caminar hacia la puesta de sol. Tres cabezas siguieron su marcha rápida con rumbo desconocido mientras disfrutaban de los últimos suspiros del atardecer.

De pronto, ocurrió lo inesperado. Al mismo tiempo que Paris se volvía un punto diminuto en medio del horizonte, el cielo comenzó a cubrirse de una capa negruzca que olía a quemado.

—Cenizas —confirmó Woody.

Casi en paralelo, las primeras llamas aparecieron a la distancia y comenzaron a arremeter contra los árboles del bosque. Segundos más tarde, una verdadera danza anaranjada brindaba un espectáculo macabro que aceleró el corazón del pequeño.

—Hay que llamar a los bomberos.

Tanto Woody como Chris adhirieron a la propuesta de Robin y corrieron en busca de un teléfono que tuviera algo de crédito. Así, irrumpieron en el medio de la sala y, tras dejar atrás a un Dylan confundido, regresaron con el celular del niño. Entonces Chris se aclaró la garganta y marcó.

—…

—Hola, hay un incendio cerca del complejo de viviend… —intentó decir, pero la voz del otro lado le impidió continuar.

—…

—Genial. Entonces ya lo saben. Apúrense. Y suerte.

Woody abrió la boca para preguntarle sobre los resultados, pero la cerró al darse cuenta de que ya lo sabía todo. Se quedó así con la mirada fija en el incendio, en esas llamas bamboleantes que arrasaban con el terreno y se acercaban poco a poco a su casa. No obstante, Chris liquidó el silencio antes de  lo esperado.

—¿Por allí no vi…

—¡¡Incendio!! ¡¡Fuego!! ¡¡Peligro!! —gritaron de pronto.

Por la vereda del frente, apareció un ama de casa que golpeaba una cacerola con desesperación para alertar a los vecinos.  La reacción a semejante escándalo no se hizo esperar: en tan solo segundos, la acera se colmó de rostros de todos colores, formas y tamaños que miraban las llamas con temor.

Algunos arrancaron los autos. Los valientes, en dirección al incendio; los cobardes, en sentido contrario. Varios perros callejeros iniciaron una desesperada y desigual sinfonía de la muerte, mientras que los niños se ocultaron detrás de las piernas paternas.

Todo era caos. Todo era fuego. Todo era muerte. Los gritos de pánico se fusionaban con los gritos de asombro. Las sirenas sonaban a lo lejos y se acercaban con una asombrosa lentitud. Los celulares sonaban e iniciaban conversaciones cortas y urgentes.

Y en medio de todo ese caos, estaba Woody.  Tenía los ojos fijos en el fuego e intentaba quitarse las cenizas de su cabello castaño. Sus diminutas cejas estaban en alto y los latidos de su corazón batallaban contra la resistencia de su piel. Estaba nervioso, confundido y alerta. Estaba perdido en medio de un caos de gritos, ladridos y cacerolas.

Fue entonces cuando un claxon insistente le recordó que estaba en medio de la calle y que cualquiera podría atropellarlo. Sin perder más tiempo, se disculpó con un gesto antes de subir a la acera y refugiarse detrás de la verja.

Aún no olvidaba que alguien estaba tras sus pasos. Y que aún no conocía sus límites.

▂▂▂▂▂

Lo primero que quiero hacer es  desearles una feliz Navidadd. Espero que hayan recibido muchos libros y personajes literarios (a Jack me lo robé yo).😼

Quiero conocer sus opiniones sobre el capítulo y sobre la primera escena 😏

¿Alguien conoce a esa tal Ariana Godoy?🤔

¿Tienen teorías sobre el fuego?🔥

¡Les vuelvo a desear una excelente Navidad!

*Esquiva todos los tomates que quieran arrojarle*.

xoxo

Gonza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro