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Capítulo 11

—Hola, hermana. Lamento ser yo quien te lo diga y lamento aún más que lo oyas por un contestador, pero tenemos problemas. Chris ha desaparecido.

Sien trató de transmitirle calma, pero no pudo evitar desesperarse por su hermana. Por esa hermana que estaba colapsada por culpa de un trabajo de doce horas, y ni siquiera podía atender el teléfono. Por esa hermana que pronto escucharía la peor noticia de toda su vida mediante un aparato de ocho pulgadas.

A su lado, Dylan tenía el teléfono pegado a la oreja y llamaba por decimoquinta vez a la secretaría del hospital. Siempre lo ignoraban, siempre era víctima de un caprichoso contestador.

Más lejos —pero no demasiado—, Woody coronaba la postal de la desgracia. Sostenía el iPhone semidestruido de Chris en la mano derecha y luchaba contra los caprichos de un celular, que se resistía a todos sus intentos de desbloqueo. Un mensaje de WhatsApp parpadeaba en la barra superior, pero el teléfono no le dejaba leerlo. El nombre del remitente aparecía arriba: «Oliver (tío)».

El iPhone vibró por quinta vez y Woody forzó el apagado para intentar luego con nuevas combinaciones. Había revisado la habitación de Chris a la caza de pistas, había probado con las fechas de cumpleaños de toda la familia e incluso con los pines más usados de Internet. Nada. Solo fracaso.

—Silencio, que llamaré a la policía. ¡Hijos de perra, nos van a escuchar esta vez! —bramó Sien con el puño en alto.

Luego de un largo día de rechazos telefónicos, una voz masculina se asomó detrás del 911 y tres suspiros se escucharon en lo amplio de la habitación.

Sien demostró tener un gran poder de síntesis y una gran agilidad para actuar en situaciones de peligro. Quien estaba del otro lado —un comisario, supuso Woody— tecleó un par de cosas en su computadora durante un rato y dijo:

—Enviaremos un patrullero a su casa, señora. Denos cinco minutos.

—Gracias.

—Gracias.

«Gracias», coronó Woody con un agradecimiento mental.

Un desfile de luces rojas y azules atravesó el vecindario, lo que atrajo la atención de algunos vecinos y despertó la furia de otros. Solo unas cuadras más adelante, una familia esperaba ansiosa, al borde de desmoronarse.

El coche se detuvo y los tres subieron a la parte trasera. Los policías les pidieron que mantuvieran la calma. Dylan pasó todo el viaje al teléfono, a la espera de que Mila contestara. Sien y Woody, en cambio, se limitaron a observar el paisaje urbano con falsa curiosidad.

—Baje las ventanillas —dijo Woody de pronto, más como una orden que como un pedido.

El conductor esperó un «por favor» que nunca llegó y decidió apretar el botón para ahorrarse una discusión innecesaria. Woody se sintió más cómodo y sacó el codo por la ventanilla. No le gustaba estar cerca de Dylan y Sien en espacios cerrados.

—Mete el brazo, niño —lo reprendió el policía—. Y no te pegues tanto a la puerta, que se puede abrir.

Woody obedeció de —muy— mala manera y se acercó a Sien medio con asco, medio con temor. Ella se pasó la lengua por los labios para reprimir una sonrisa burlona. Tenía la mirada de un monstruo.

De pronto, las manos de Woody escalaron hacia su cuello con desesperación. Nada. No había nada alrededor de este que le impidiera respirar. Estaba a salvo. Estaba con la autoridad.

Se detuvieron en la puerta del edificio de la autoridad minutos después y otro policía les tendió la mano para ayudarlos a bajar. Woody aceptó el gesto, aunque quiso decirle que, si bien había perdido a Chris, aún sabía cómo caminar.

—El comisario los atenderá pronto. Por favor, quédense aquí un momento.

—De acuerdo. Gracias por todo.

Woody observó la sala de espera con desesperación: ventanas cerradas, puertas cerradas y un cubículo de dimensiones ínfimas. Allí era vulnerable. Allí Dylan y Sien podrían hacerle lo que quisieran.

—Mierda —murmuró.

Como si el temor del niño lo impulsara, Dylan se puso de pie y caminó hacia Woody con los puños apretados. El pequeño retrocedió aterrorizado al ver que las venas de su brazo estaban hinchadas y que la sangre coronaba sus ojos antes blancos. Dylan había tardado medio segundo en convertirse en una bestia.

—¡¡Aléjate!!

El grito de Woody dio resultados: Dylan alzó los brazos para mostrar sus buenas intenciones y abrió la boca para pronunciar alguna disculpa poco convincente. Pero no fue suficiente; Dylan observó con terror cómo Woody tomaba una silla y le apuntaba como si fuera la más letal de las armas. Le apuntaba a él: a su padre.

Ambos quedaron separados por las paredes del lugar y una peligrosa tensión los rodeó con su aire mortal. A lo lejos, Sien observaba el espectáculo con una expresión apática, sin muchas intenciones de intervenir.

—Cálmate, Kid. Solo iba a…

Woody no se calmó: al contrario, se abalanzó sobre una de las ventanas y partió el vidrio con un fuerte sillazo. Los cristales gimieron de dolor y liberaron una potencial zona de escape. El viento que se colaba por el nuevo agujero tranquilizó a Woody. Intentó respirar un poco, aunque sus inhalaciones fueron inestables. No dudaría saltar unos cuantos pisos si la situación se volvía demasiado peligrosa.

Dylan retrocedió al oír el impacto, tan asombrado como aterrado. Woody le dedicó una mirada retadora entre medio de todos los vidrios y sostuvo la silla en la posición exacta como para dividirle los testículos.

—Cálmate. —Dylan optó por la diplomacia—. Solo iba a sentarme unas sillas más allá por el aire acondicionado.

—¡¡Mentiroso!! ¡¡Mentiroso!!

Entonces una puerta se abrió con un imponente estruendo y de allí emergió un policía. Tenía la mano en la funda de su pistola, pero Woody sabía que no dispararía. La intimidación es un arma igual de eficaz que la violencia.

—¡¿Qué ocurre aquí?! ¡Niño, baja eso!

Woody obedeció las órdenes del oficial. No le tenía miedo a la autoridad: solo respeto. Además, sabía cuándo convenía luchar y cuándo no.

Su respuesta satisfizo al comisario, que comenzó a avanzar hacia él, aunque con los brazos estirados para protegerse de cualquier maniobra. Dos ojos saltones que destacaban en una tez oscura lo buscaron con curiosidad. Como respuesta, Woody colocó la silla sobre el piso y amagó con sentarse. El asiento estaba plagado de vidrios.

—¡¿Ahora pueden decirme qué carajo pasó aquí?! —insistió el oficial, con la confianza de Woody ya ganada.

—Solo fue un ataque de ansiedad —se excusó Dylan—. No son frecuentes, pero tampoco es la primera vez. Disculpe, la situación es bastante complicada, pero intentamos lidiar con ella.

—Por supuesto.

El de gorra azul sonrió con cierta tristeza y los invitó a pasar a su oficina. Woody percibió a la distancia un escritorio igual a cualquier otro y unos papeles desordenados que dejaban poco espacio para algo más. También había tres sillas que estaban acomodadas frente al asiento del comisario. El oficial carraspeó antes de decir:

—Ahora olvidemos este incidente y pasemos a lo nuestro: la desaparición de Chris Peeters.

▂▂▂▂▂

—¿Crees que puedes desbloquearlo?

—Soy un futuro ingeniero: no un hacker  —repuso Paris, frustrado ante semejante presión.

—Si eres ingeniero en sistemas, eres un potencial hacker. De hecho, mi tío trabaja de eso y... —Woody dejó el enunciado en suspenso y Paris no supo si hablaba de la ingeniería o del arte de robar información—. ¿Sabes? No importa. Solo inténtalo.

—De acuerdo. Pero no quiero problemas con Chris por haberle trabado el teléfono.

—No creo que una puta contraseña le importe demasiado en estos momentos.

La respuesta de Woody fue contundente; Paris solo debió ponerse manos a la obra. Sus dedos se deslizaron sobre la diminuta pantalla de diez pulgadas y rozaron cada rincón del teléfono con profesionalismo. A su lado, Woody supervisaba la tarea en completo mutismo.

Se oyeron muchos «maldita sea», «carajo» y «puta madre» antes de que el iPhone reaccionara de forma habitual. Los recibieron un fondo de pantalla con Caeleb Dressel a punto de arrojarse al agua y ocho aplicaciones ordenadas en forma alfabética. Woody se permitió aplaudir, triunfador.

—¿Y ahora? —preguntó Paris, que se había entregado a los impulsos del niño.

—Abre WhatsApp y fíjate si hay nuevos mensajes. El último era de mi tío Oliver.

Paris pulsó el ícono de la aplicación con cierto recelo. No le agradaba hurgar en la privacidad ajena, pero sabía que era por una buena causa. Woody se acomodó cerca de él y observó la pantalla con sus intensos ojos azules.

—Mierda. Mensaje eliminado.

Había más: el chat estaba vacío, excepto por el texto borrado de las dos menos cuarto de la madrugada. Woody sintió el impulso de gritar en todos los idiomas; WhatsApp y sus estúpidas actualizaciones acababan de jugarle una pésima pasada.

—¿Y no tiene esa aplicación para ver los mensajes borrados? WhatsApp Plus, creo que se llama.

—¿Por qué la tendría? —preguntó Paris—. Chris no parece el tipo de persona que…

—Nunca terminas de conocer a alguien. Y mucho menos a tus parientes. Mientras más cerca de ti están, más cosas ocultan. Las tres desapariciones son la prueba perfecta de esto.

Las palabras de Woody fueron categóricas e incitaron a Paris a explorar cada rincón de la pantalla con actitud inquisidora. Hurgó en Play Store, buscó aplicaciones ocultas e incluso fue a la caza de una calculadora falsa que nunca encontró. Tanta normalidad era enfermiza.

—Entra al chat y busca la última conexión de Oliver. Tal vez podamos sacar algo más.

—Déjame ver… —Paris esgrimió el teléfono y comenzó a buscar. Segundos después, dijo con frustración—: Mierda, en línea.

Woody gruñó como un perro mientras daba unas cuantas patadas al aire. Paris, en cambio, permaneció estático, aunque la furia también le calaba los huesos.

—Te apuesto que, si le enviamos un mensaje, aparece el visto celeste en medio segundo —lo desafió Woody.

—Veamos.

El niño dibujó un punto solitario en medio del teléfono y presionó el botón de «enviar». Tal como lo había previsto, la doble tilde azul apareció de inmediato. Ambos permanecieron alertas a la espera de un texto o de un mensaje de voz. Pero Oliver no hizo nada.

—Comienzo a creer que ha pasado algo muy grave —continuó Paris— y que Chris la ha cagado a niveles estratosféricos.

Woody asintió en silencio mientras recordaba todo lo que le había ocurrido hasta entonces.
Quedaban pocas fichas en juego, pero la partida comenzaba a conducirlo hacia el infierno.

El secreto.
La expulsión.
La esvástica.
Nora.
El intento de asesinato.
Noah.
La nota.
El desconocido.
La otra esvástica.
Nora.
Robin.
Chris.
La policía.
Oliver.
¿Woody?

▂▂▂▂▂

Paris regresaba a su casa por la calle principal sin sospechar lo que ocurría a sus espaldas. Detrás, los ojos de Woody controlaban ansiosos cada movimiento y suspiraron de alivio al verlo perderse en la esquina derecha. Entonces Woody comenzó a correr, se perdió en el comedor a la velocidad de un rayo y subió por las escaleras de caracol.

Se detuvo segundos después frente a una habitación ahora pintada de rojo. La había visitado hacía poco porque sospechaba de Chris; ahora Chris había desaparecido y Woody no sabía de quién sospechar. «Robin», repetía en su mente. «Robin es la clave de todo».

Una duda lo asaltó mientras recorría los diferentes estantes: ¿los padres de Robin estaban al tanto de la nueva desaparición? Supuso que sí; era deber de Dylan y Sien alertar a todos los parientes y a las personas cercanas, pero nunca se sabía.

Woody desarmó la cama de Chris y encontró una braga que tenía una letra ere en uno de los lados. La observó intrigado y se preguntó cuántos días o meses llevaría allí, o si solo habían intercambiado calzones como un medio para pasar la soledad. ¿Acaso Robin también tenía ropa interior de Chris bajo su cama?

Abrir el armario le evocó sensaciones contradictorias. Se sentía culpable de violar la privacidad de Chris, pero también sabía que era el único modo de obtener algo de información. Cada indicio era un pequeño tesoro que podría conducirlo a la verdad.

La exploración comenzó. Cada cajón se abrió y se cerró, cada prenda abandonó su sitio para después regresar, cada sábana se deformó hasta quedar como una pelota y luego recuperó el orden habitual.

De pronto, Woody tiró de una pequeña caja que estaba oculta debajo de los pantalones de Chris y sonrió con los ojos. El contenedor acabó sobre la cama y él procedió a abrirle la tapa.

—Cartas de amor. Tal como lo sospechaba.

Estaban acomodadas por fecha, en un orden obsesivo que era una clara consecuencia de la mano de Robin. Un día habían decidido ordenar todas sus cartas un día y guardarlas en un lugar seguro; ahora Woody se lo agradecía.

La primera tenía la fecha del veintinueve de diciembre del 2019; la última, de hacía poco más de una semana. La mayoría de los sobres estaban pegados con el mismo adhesivo de fábrica —¿acaso Chris y Robin habían juntado sus lenguas para cerrar cada una de ellas?—, excepto el último. Y ese fue el que Woody abrió.

«Cada vez que pienso en ti, recuerdo que amar le molesta a mucha gente. A tus padres y a los míos, por ejemplo, que no soportan que dos jóvenes tomen sus propias decisiones.

»¿Sabes una cosa? Verlos infelices a causa de nuestra felicidad es asombroso. Significa que algo hicimos bien.

Te amo con todo mi ser,
Chris.

P.D.: Tómate todo el tiempo que necesites para hablar con Nora. Sé que ella ha pasado por un momento difícil y no quiero robarte atención».

Todo indicaba que Chris la había escrito, pero que no se había animado a enviarla. Quizá tampoco lo había necesitado: siempre habían sido una pareja que hablaba de sus problemas frente a frente, sin demasiadas vueltas. O quizá alguien había amenazado a Chris o a Robin para que no hablaran ni se enviaran nada.

Woody sostuvo el papel entre sus manos y recorrió la carta con más atención que la primera vez. Sus ojos buscaron algo que estuviera fuera de lugar y descansaron en el «Te amo». El firulete de la letra te cursiva llamó su atención: doblaba dos veces y caía sobre la letra e con un entusiasmo casi artístico.

El niño se acarició la barbilla, convencido de haber visto esa tipografía antes en algún lugar. Su mente coqueteó con los recuerdos y no tardó en encontrar el otro sitio en donde lo había visto: el mensaje que la sombra le había enviado en la casa abandonada, el mensaje que lo alertaba de su muerte.

Ahora esa sombra tenía nombre y apellido: Chris Peeters.

Y también tenía razón.

▂▂▂▂▂

¡Holaaa! ¿Me extrañaron? *Les hace cara de inocente para que no le arrojen tomates*. Perdón por la inactividad, pero este miércoles estaba con cosas de la facu y no me podía organizar (maldito inicio de clases).

En fin..., ¿qué les parece esta nueva revelación? Ahora ya sabemos más sobre Chris y el anónimo que recibió Woody. ¿Quién puede estar dispuesto a matarlo?🔥

Aprovecho para decirles que comenzaré a actualizar los días sábados solamente porque quiero avanzar con la otra historia para poder ¡dársela lo antes posible!Espero que estén tan emocionadas como yo. ❤️🤩

Se las quiso,

xoxo,

Gonza.

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