Capítulo 29 -FIRE
Mis sueños, antes poblados por él, ahora eran invadidos por un sonido estridente. El golpeteo incesante en mi puerta se convertía en una presencia intrusa, desesperándome hasta el límite.
Mis piernas me llevan hasta el origen del insistente ruido. abro la puerta de par en par, mientras las llamas de fuego amenazan con lamer mi piel. los colores vividos atrapan mi mente al igual que mi asombro. Las llamas suben por las cortinas consumiendo todo a su paso. El doc corre en todas las direcciones, mientras Sebastián busca algo. Hasta que el calor se vuelve insoportable.
La mirada del doctor termina en mí.
—Tienes que escapar niña —grita mientras a todo pulmón—, saben que estas aqui y vienen por tí —sus palabras me dejan anonadada.
¿Eso es posible? ¿Como me encontraron? ¿fueron los sueños? esto es mi culpa, algo sube por mi garganta, asco, repulsión, pero por mi misma. ¿que deberia hacer?
—¿Dónde está su esposa? Hay que sacarla —le recuerdo, sintiendo mi voz amenazar con temblar.
—Ella... Ella... —balbucea sin llegar a decir nada—, en su habitación —continua.
Un ligero frio recorre mi cuerpo desde la punta de mis pies hasta mi nuca, largo mi mano en dirección al doctor y este me observa con determinación sin sentido.
—Dejame y huye —me suplica.
las llamas poco a poco hacen que mi piel se vuelva brillosa producto del sudor, al igual que la pijama se pegue a mi cuerpo involuntariamente. Corro en dirección al doctor en busca de sacarlo de este horno.
Una figura aparece entre las llamas, es una mujer y me sonrie con cierta ternura inundando sus facciones delicadas. Las llamas dansan a su alrededor, es más ella está envuelta entre ellas y susurra algo entre labios, pero no logro descifrar que es.
Sin embargo, lo que fuera dicho ocasiona que el calor insoportable se torne manejable, lo que antes era violento, termina por volverse abrazador, semejante a un canto antiguo del que desconozco.
—Está es una señal de quien se encuentre observandonos, te estan ayudando y quieren que escapes —la voz del doctor me regresa del trance en que habia entrado mi mente.
La figura de la mujer se desvanece entre las llamas, dejandome con cierta sensación de zozobra. Observo la puerta frente a mí, es de madera, sin embargo se ha empeñado en no abrirse. Las llamas se vuelven más intensas sin hacerme daño y la puerta poco a poco se va deshaciendo frente a mis ojos. Por arte de magia o más bien, por la mujer que bailaba entre el fuego.
Tomo el brazo del doctor y lo empujo en dirección a la salida. El aire de la noche impacta contra mi piel provocando cierto dolor en mis articulaciones por el cambio brusco de temperatura.
—Elizabeth, has caso una sola vez en tu jodida vida y corre —me grita nuevamente el doc cubierto de cenizas.
Si me quieren matar, aqui estoy. Pero ellos no moriran por mi culpa.
—No puedo hacerlo —es lo unico que logro articular.
Mis piernas cobran vida propia y lo siguiente que sé, es que me encuentro a un paso de la entrada de la casa. Si no soy capaz de pronunciar palabras buenas, entonces mis acciones lo haran.
—Estás cavando tu propia tumba, por personas que no valen la pena —grita nuevamente el doctor, dejandome desconcertada.
Me giro molesta, para observarlo, pero este mantiene la misma mirada en su rostro.
—¿Qué carajos le pasa a usted, ahora? —le grito molesta— la casa se está quemando con dos personas importantes adentro y usted quiere dejarlos que se queme.
Me adentro en la casa, las llamas siguen iguales, danzando a mi alrededor, pero sin hacerme daño en el proceso. ¿la cual se supone que es la habitación del doctor? ¿Donde se supone que debería estar Sebastian? Un grito rompe el silencio de la noche, atrayendo mi atención. Sin embargo, no encuentro el lugar de origen, el sonido hace eco en todo el lugar, volviendo la tarea algo imposible.
—No se quien este alla arriba —susurro mirando hacia techo—, pero por favor, ayudanme —murmuro.
Mis manos tiemblan al igual que mi cuerpo entero, mi visión se nubla y las llamas se mueven dejando un camino frente a mí. El aliento abandona mi cuerpo, al contemplar esa respuesta.
—Gracias —murmuro, mientras mis pies siguen el camino marcado.
Cada escalón es una eternidad. Mi pie se enredó en un escalón rebelde, y el mundo se volvió una cámara lenta. Sentí cómo mi tobillo cedía bajo el peso de mi cuerpo, un dolor agudo se apoderó de mí. Un gemido escapó de mis labios, perdido en el eco de mi caída
—Mierda —mascullo.
Me sujeto con fuerza de la barandilla. Intento mantener el pie firme, pero el dolor es más fuerte. Cierro mis ojos pidiendo fuerza, para poder llegar y salir de este lugar con vida. Los abro sintiendo el dolor recorrer mi tobillo y apoderarse de mi pierna.
Me sujeto con más fuerza de la baranda, y vuelvo a afirmar mi pie en cada escalón, subiendo e intentando hacerlo lo más rápido posible. Mi mente busca una distracción para no concentrarme en el dolor que se agudiza.
—Cariño, la vida es demasiado corta como para arrepentirse de las cosas que no haces y las que haces —pronuncia la esposa del doc. Sentada a mi lado—, si algo te gusta, disfrútalo. Te lo mereces, y si ese idiota no entiende la indirecta, que se joda. Busca a alguien mejor —termina dejando un casto beso en mi cabeza.
Mi visión se nubla al recordar esas palabras, esa conversación después que me rompiera a llorar, por la boda de él... Sigo subiendo hasta que he llegado al último escalón. El humo va filtrándose poco a poco por toda la casa. Abro las puertas de los cuartos, porque no recuerdo cuál es la habitación de ellos. Hasta que llego a la última. La abro lentamente suplicando al cielo de que ella esté aquí.
Ella yace inerte en el suelo frío, una imagen que me paraliza. Intento acercarme, pero mi tobillo me traiciona nuevamente. Caigo de rodillas, sintiendo el crujido de los vidrios bajo mi peso. Un gemido ahogado escapa de mis labios mientras la sangre tiñe mis rodillas. Mis ojos se llenan de lágrimas, no solo por el dolor, sino por la impotencia. Desesperado, intento despertarla, pero mis manos ensangrentadas resbalan sobre su cuerpo.
El sudor me bañaba el rostro mientras luchaba por mantener el equilibrio. La pierna derecha temblaba incontrolablemente, pero la adrenalina me mantenía en movimiento. Las llamas crepitaban cada vez más cerca, el calor era insoportable. Con un nudo en la garganta, desaté las sábanas y las até con fuerza, creando una cuerda improvisada. La ventana, una boca negra que escupía fuego, me miraba desafiante. Respiré hondo y me asomé al vacío. Pensé en ella, en su sonrisa, y eso me dio la fuerza para seguir adelante.
—No tengo otra opción —susurro para mí misma.
Regreso a su lado, y amarró el borde de la sabana a su cintura, haciendo dos nudos, mirando hacia el techo, rogando que la tela no se rompa. Me detengo un segundo para observarla. Sigue inconsciente. La sujeto jalándole hasta que queda lo más cerca que puedo de la ventana. Amarró el otro extremo a la pata de la cama. «Si esto sale mal, me voy a convertir en sándwich o quizás la cama me golpeé lo suficiente, para que la idiotez se me vaya». Cargo su cuerpo hasta poder dejarlo en el borde de la ventana «ojalá no se desnuque» sujeto la tela con una mano, mientras que con la otra la voy empujando lentamente hasta que su cuerpo ya está afuera. La cama chirrea moviéndose.
Muevo mis manos hasta la sabana sintiendo como esta se desliza entre mis manos, afianzó mi agarre. Sintiendo el dolor que se aviva cada vez más, plantó mis pies en el suelo.
—Tú puedes, maldita —me digo a mí misma.
La sabana comienza a teñirse de rojo, mi corazón late frenéticamente. El dolor del tobillo empeora, pero no suelto la tela. Comienzo a moverla lentamente, pero con fuerza para que no caiga de golpe.
—Vamos, que tu padre no engendro a una perra débil —me regaño, cuando quiero abandonar.
El dolor sigue su camino y la sangre se hace aún más presente en mis manos, en mis rodillas. Me siento mareada, pero respiro de forma lenta intentando tranquilizar mi mente. Los segundos se me hacen eternos, entre cada pedazo de tela que dejó que descienda.
—¡Te falta poco! —escucho un grito, pero no logro distinguir de quien es.
Hago caso a esa voz, pero mi tobillo necio decide joderme y me resbaló hacia adelante, sintiendo como la cama golpea contra mi espalda. Sacándome un chillido que logró callar, mis mejillas se mojan, no solamente por el calor del lugar. También por el dolor que se va tornando insoportable. «Estoy cansada de tener que sufrir, de soportar todas las mierdas» mi mente hace clic recordándome a la esposa del doc. Con mucho cuidado me muevo hasta el borde de la ventana, sintiendo la culpa carcomerme. Pero se desvanece al ver al doc. Con su esposa en brazos. Que al verme me muestra un pulgar arriba.
«Sigue viva» me digo a mí misma, sintiendo como el aire vuelve a entrar por mis pulmones.
Me giro sobre mis talones. Tengo dos Opciones. Salir por esa ventana y rogar a Dios que el este afuera o Regresar al fuego y buscarlo, suplicando que siga con vida siento mis ojos picar.
—No ha salido —el grito del doc. me da una respuesta, dejando la otra opción.
—Padre, te amo. —pronunció mirando al techo—, madre, tú mandaste a tu hija a cavar su propia tumba —pronunció con una sonrisa adornando mi rostro.
Desamarro la tela de la pata de la cama, la rasgo en tres pedazos, que son los que amarró alrededor de mi mano. Pará que la sangre deje de salir. Busco con la mirada el baño y me adentro, abro el grifo mojando el tercer trapo. Me regreso a la salida del cuarto cojeando a más poder.
Las llamas se esparcen y se siguen esparciendo. «Maldito Axel, esto es tu culpa» me quejo saliendo del cuarto y colocando el trapo con agua en mi nariz, para que el humo no me moleste con la misma intensidad. Busco con la mirada los lugares donde parecen ser más fuerte y comienzo a caminar de forma lenta, pero segura. El calor consume mi cuerpo. Lo que sea que me estaba ayudando se fue, dejandome sola.
Algo a lo que estoy acosutmbrada.
Yo puedo, lo sé, lo voy a encontrar y esto solo será una buena historia que contar. me convenzo a mí misma.
—¿dónde estás? —grito llamando a Sebastián.
Llego a la sala, mi mente está alerta al igual que mis sentidos, ya que siento que en cualquier momento algo me va a caer encima. De una manera extraña es como si el fuego se apartará cuando tengo que pasar por algún lado. Mi cabeza no logra procesar eso, sin embargo, sigo de largo hasta llegar a la cocina. Esta se encuentra siendo consumida por el fuego. Observó a mi alrededor y lo encuentro en medio de tanto caos. Está en el suelo inconsciente muy cerca de la puerta que abrí.
El humo picaba mis ojos y la adrenalina pulsaba en mis venas. Me inclino sobre él, buscando algún signo de vida. Sus ojos estaban cerrados, su respiración era imperceptible. El pánico me atenazó. Con dedos temblorosos, busqué su pulso, pero. Un sollozo se escapó de mis labios. No podía creerlo. Habíamos estado tan cerca de la salida, y ahora... Ahora se había quedado atrás.
—Estás vivo, mal engendrado —le susurro levantándome.
Paso mis manos por debajo de sus hombros con la intensión de moverlo, pero es muy pesado.
—Pará ser tal flaco, pesas bastante —susurro.
El dolor era mi único compañero. Cada fibra de mi ser protestaba, pero la adrenalina me mantenía en movimiento. Con un último esfuerzo sobrehumano, intenté arrastrarlo hacia la puerta. El crujido de la madera me heló la sangre. Levanté la vista y vi la tabla, oscura y amenazante, a punto de desplomarse sobre nosotros. Con un grito ahogado, me incliné sobre él, protegiéndolo con mi cuerpo. El tiempo se detuvo, y en ese instante, solo existía el miedo y la incertidumbre.
El impacto fue brutal. El mundo se volvió negro, y luego, una oscuridad suave y cálida. Cuando abrí los ojos, vi el techo desvencijado y el polvo que flotaba en el aire. Un peso me oprimía el pecho. Levanté la vista y me encontré con los ojos de Sebastian , abiertos y vidriosos. Su cabeza estaba ensangrentada. Con un movimiento tembloroso, llevé mi mano a la herida. La sangre caliente empapó mis dedos. Las lágrimas me nublaron la vista mientras la realidad se abría paso
—Ah —gimo de dolor al verlo así.
Me muevo hasta llevarlo al suelo.
—Idiota, porque te metiste —susurro en medio de mi llanto.
Lo vuelvo a sujetar y no sé de dónde llega mi fuerza, pero ahora si avanzó hasta llegar a la puerta. Sigo jalando, sintiendo más dolor, dolor, no obstante, no me importa. Mi visión sigue nublándose y siento las lágrimas descender por todo mi rostro.
«No se te ocurra morirte, idiota».
Mi mente me traiciona trayendo recuerdos de nosotros.
—¿Vamos? —pregunta Sebastián.
Acababa de salir del colegio y no quería irme sola, por eso él comenzó a esperar que saliera para acompañarme hasta la casa.
—Si, pero vamos por un helado —respondo sujetando su mano, y empujándolo para que caminara más rápido.
Su risa hace eco en todo el lugar.
—Mueve, que tengo hambre y me irritó o me desmayo —chillo, pero él solo se ríe.
—Eres la hermana más pendeja que he tenido —pronuncia riéndose.
Frunzo mi ceño y me cruzó de brazos. Él se detiene al ver que no voy con él. Se regresa a mi lado, se inclina, apretando mis mejillas.
—Hermana hermosa, linda, la niña más malvada que existe —pronuncia con una sonrisa— te voy a comprar un helado y también una hamburguesa —propone— por una semana completa —sigo en silencio y él suspira— tres semanas. —finaliza
—Me habías convencido con una semana, pero no quería hablar —pronunció con una sonrisa.
Él pone los ojos en blanco y regresamos a caminar.
Regresó a la realidad cuando siento que algo toca mi espalda. Me giro dejándolo sobre el suelo, encontrándome con un grupo de hombres con uniformes, que me apuntan con un arma. El doc. Se acerca hasta el cuerpo de Sebastián. Siento como intentan sujetarme, pero me suelto de su agarre... Siguen insistiendo «pero lo único que me importa es que él siga con vida».
—Camine, por la buena señorita —dicta un hombre a mis espaldas.
—NO —grito regresándome a donde está Sebastián.
Intentan sujetarme, mientras las voces en mi cabeza me atormentan.
«Lo mataste»
«Lo mataste»
«Es tu culpa»
«Todo es tu culpa»
Niego con la cabeza, sintiendo como el mundo se me viene abajo, cuando el doc. No me dice nada. Mi rostro arde, al igual que mis ojos pican, niego con la cabeza, sintiendo mi pecho doler. Las lágrimas siguen bajando por mi rostro. La cabeza me da vueltas, me siento mal.
—Usted lo decidió —me dictan por atrás.
Las manos se hacen presente, mientras siento como me sujetan con fuerza. Me retuerzo, pero terminó cayendo al suelo de rodillas. Llevo mis manos al pecho, intentamos que se detenga ese dolor que se esparce y amenaza con expandirse por todo mi cuerpo... Las lágrimas mojan mi rostro y siento como el aire me falta al seguir sin escuchar una respuesta por parte del doc.
Los guardias vuelven a sujetarme, golpearme. Cierto mis ojos
grito sintiendo como mis cuerdas vocales arden.
Mi cuerpo se siente ligero, y la misma sensación de las veces pasada se apodera de mi cuerpo, provocando que algo extraño salga de mi cuerpo... Todo se torna oscuro.
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