VI
A continuación, Rober lo atrajo hacia sí y levantó la cabeza a tiempo de recibir un nuevo beso. César emitió una risa nasal corta a la vez que la boca se le curvaba contra la suya. Rober cerró los ojos y se dejó llevar por el roce cariñoso y fervoroso de esos labios que tan bien conocía. Esos labios que había extrañado tanto durante los últimos tres días que la tensión en sus entrañas no había desaparecido hasta que entró en el baño minutos atrás y vio esa espalda amplia que nunca fallaba en trastocar su pulso y hacer que desde su estómago a su pecho se expandiese un calorcillo que, a estas alturas, identificaba solo con César.
Al separarse, este puso los ojos en blanco con una leve sonrisa.
—Tú tan original como siempre, ¿eh?
—¿Para ti? —Rober ensanchó la sonrisa, y le apretujó el culo—. Siempre. Ya sabes lo que dicen: dónde esté una buena polla, no te calientes mucho la olla, así que no seas desagradecido y no la sueltes hasta que un buen orgasmo hayáis compartido. Y, bueno, yo creo que no lo he hecho nada mal, ¿no?
Movió las cejas. Pronto obtuvo la reacción que quería: César echó la cabeza hacia atrás con tanta brusquedad que se la golpeó contra la puerta y rompió a reír a carcajadas; luego, se cubrió la cara y tembló contra Rober, que lo sostenía de la cintura.
—Dios, eres lo peor. —César llevó una mano a la nuca de Rober—. ¿Me estás diciendo que esa rima se te acaba de ocurrir ahora mismo?
Ladeó su sonrisa.
—Ya te he dicho que por ti soy todo lo original que quieras.
César volvió a reírse al tiempo que le pasaba un brazo por los hombros y le acariciaba la mandíbula y la mejilla primero con el pulgar y luego los nudillos. Su mirada estaba tan llena de afecto que hizo que el corazón le rebosase y el pecho se le quedase unas cuantas tallas más pequeño de lo usual durante unos segundos. Rober aún no podía creerse la suerte que había tenido con César. ¿Quién le hubiera dicho hacía unos años que habría vida después de Manuel? Porque si alguien se lo hubiera dicho algunos años atrás no le habría creído ni una sola palabra; solo habrían sido palabras de ánimo huecas de alguien que, por más buena fe que tuviese, hubieran causado más mal que bien.
Solo habrían sido mentiras. A lo sumo, ilusiones crueles.
—Te quiero —dijo César tras un pequeño pico—. Eres mi payaso favorito.
Se puso una mano en el pecho.
—Y no sabes lo halagado que me siento. —Volvió a mover las cejas. Luego se pasó la lengua por los labios, cogió aire y continuó en un tono más serio—: Yo también te quiero, y no sabes lo mucho que te he echado de menos estos días.
Después de unos cuantos minutos más en los brazos del otro, en los que no pudieron dejar de besarse, susurrarse tonterías y reírse juntos, se separaron. Mientras se subían los pantalones y se arreglaban la ropa, Rober dio las gracias porque a aquellas horas el área de servicio estuviera tan muerta y el baño vacío. De lo contrario, César no habría aceptado hacer nada de lo que habían hecho, y nadie podía hacerse una idea de lo mucho que había necesitado aquel desfogue.
Su cuerpo estaba más relajado de lo que había estado en días. Una laxitud que no hubiera podido alcanzar de otra manera ni con otra persona que no fuera su César, lo que se traducía en los gestos lentos y las miradas cómplices que compartieron mientras se adecentaban.
Metió la camisa blanca dentro de los pantalones a la vez que César le ayudaba a ajustarse un poco mejor la corbata.
—Déjalo. Total, tampoco es que antes estuviera perfecta. Si no me la he quitado nada más salir del convite es porque estaba muy cansado. —Hizo una mueca al bajar la mirada por su ropa—. Y encima ahora está manchada de lefa, y el resto del traje no está mucho mejor. Quizá sería mejor que lo tirase todo y listo.
César bufó mientras frotaba la tela de la corbata con su pulgar sin darse por vencido.
—No seas burro. ¿Cómo lo vas a tirar? El traje está casi nuevo, y la corbata te la regalaron mis padres estas Navidades.
Rober se encogió de hombros, y le enseñó las manchas en los bajos de la chaqueta y en varios puntos de los pantalones.
—¿Y qué voy a hacer? ¿Llevarlo así a la lavandería y decirles: "oye, perdonadme. Es que fui a una boda que fue un puto asco y luego pensé que correrme con mi novio en un baño de carretera de mala muerte me subiría el ánimo, que lo hizo, por cierto, así que aquí tienes veinte euros extra para compensar el mal trago de limpiar nuestra lefa, orina y a saber qué más"? —Arrugo la nariz—. Si no fuera porque mi madre conoce a la señora de la lavandería desde hace años y luego me echaría la bronca, lo haría. Pero como no es así, ya me dirás tú qué voy a hacer con este desastre.
Sin mediar palabra, César se inclinó, cogió papel del váter, escupió en él y se puso manos a la obra a refregarlo contra las manchas con el ceño fruncido. Mientras trabajaba, le echó miraditas sin cesar.
—Mejor deja a la pobre señora en paz, que lo último que necesita es que la traumes de por vida con tus locuras. Ya se nos ocurrirá algo para hacer desaparecer lo peor antes de que lo lleves, así que no te precipites. Quizá podríamos probar con el jabón de las manos del baño ahora cuando salgamos.
—Vale, vale. No haré nada. —Metió ambos pulgares por las trabillas de los vaqueros de César—. ¿Y qué tal la espera con Laura? ¿Te ha vuelto loco o has podido sobrevivir? La he visto fuera cogiéndose algo de comer, pero la he pasado de largo sin pararme a saludarla. Mejor que ataque a mi hermano primero a preguntas. —Resopló—. Lo que menos me apetece ahora mismo es tener que aguantar a otra persona más preguntándome sobre Manuel y la dichosa boda de las narices.
El movimiento de las manos de César se pausó, y este frunció el ceño un poco más antes de levantar la vista. El peso de esos ojos marrones le hizo encajar la mandíbula. Mierda, debería haber tenido la boquita cerrada y no haber dicho nada al respecto de Manuel. No era su intención soltarlo, pero debería haberlo sabido. Debería haber sabido que decir cosas así, sin pensarlas antes, es el equivalente a darle carta blanca a cualquiera para que indague a sus anchas; es exponerte a que la gente piense más en satisfacer su curiosidad, su morbo, en lugar de pensar en si quieres o no hablar sobre dicho tema con la excusa de que, oh, bueno, has sido tú el que lo ha sacado a relucir primero.
—Como sea —continuó Rober, y empezó a juguetear con el botón del vaquero de César—. En fin, dime, ¿te ha vuelto loco o no?
César guardó silencio durante un momento, y Rober ignoró todo lo que pudo y más esa mirada escrutadora que quemaba contra la piel de su cara.
—No. Bueno, no tanto como pensaba. —Que el otro por fin respondiese, aunque fuera en apenas un susurro, hizo que Rober quisiera suspirar de alivio—. Durante el camino aquí, estaba más nerviosa que otra cosa y no paraba de hablar de esto y aquello y me ha tocado calmarla como he podido porque estaba un poco atacada de los nervios. Pero en parte la entiendo, y por otra ha sido una buena distracción de todo esto. Y al llegar ya sabes que me he entretenido haciendo de intermediario y traductor de todo lo que soltaba Laura, así que...
Finalizó aquello con un encogimiento de hombros. Rober forzó una risa sin alzar la vista.
—Mi hermano estaba flipándolo en colores. Llevan ya casi tres años casados y se conocen desde más de diez, y uno esperaría que ya se hubiera acostumbrado a todas las genialidades que dice Laura, pero no. —Se rio entre dientes—. ¿Se pensaría que las cosas cambiarían al casarse o qué? —Negó con la cabeza mientras enroscaba un dedo en un hilo suelto de los bajos de la camiseta, y concluyó en un susurro—: Porque uno no cambia. La esencia sigue siendo la misma para bien o para mal, ¿verdad? Uno no puede esperar que la otra persona cambie y mejore como persona si para empezar no lo es, ¿no? Si lo eres, lo eres; si no, no. En fin. Eso. Que espero no os hayáis aburrido mucho.
Que alguien le cerrase la boca, por favor. Solo esperaba haber conseguido distraer a César para que no preguntase nada más. Ahora que por fin estaba de buen humor y relajado no quería que nada ni nadie se lo jodiese.
Ni siquiera César.
Este hizo una bola con el papel que había usado para limpiar su corbata y lo tiró por encima de su hombro. Si acertó al retrete o no, nunca lo supo. Luego, puso esa misma mano sobre su cadera.
—No. Hemos quedado bastante estos últimos días. El viernes, después de que os fuerais, cenamos juntos, y comimos juntos el sábado y el domingo. No hemos tenido mucha ocasión de aburrirnos.
Asintió. Después de eso, se hizo una pausa entre ellos que Rober aprovechó para deslizar una mano por el pecho de César. Jugueteó un segundo con el cuello de la camiseta antes de colar los dedos por ella y acariciar la piel cálida que había debajo de ella a la vez que lo afianzaba por la nuca. Su amago de beso quedó frustrado cuando César giró la cabeza. Los labios de este, que se habían fruncido, se despegaron para soltar un suspiro.
—Lo siento, pero no puedo aguantarme más: tengo que preguntar. Llevo preocupado desde antes del viernes y me estás preocupando aún más ahora mismo con lo poco que has dicho de este finde. ¿Estás bien? Sabes que conmigo no hace falta que finjas, que no pasa na...
No.
No, no, no, no, no.
Tiró de César y estrelló sus labios contra los de este a la vez que deslizaba la mano por el torso duro en busca del borde de la camiseta. Otra vez la misma historia no. ¿Por qué no podían dejar que disfrutara del orgasmo que había tenido sin machacarlo a preguntas? ¿Es que no entendían que lo que menos quería hacer era abrirse y hablar de sus sentimientos? Podía apañárselas él solito; lo llevaba haciendo años, de hecho. Este solo era un bache emocional como cualquier otro de los que había tenido que sobreponerse antes. Si había podido sobrevivir todos ellos por su cuenta, podría hacerlo también con este.
No necesitaba nada de nadie. No necesitaba a nadie.
César gimió contra su boca, y le devolvió las primeras caricias de sus labios, de su lengua, sin ningún titubeo. Como siempre, se relajó y se sometió a su asalto de una forma tan perfecta, tan maravillosa que... César clavó los dedos en sus hombros con tanta fuerza que Rober puso una mueca y el otro lo obligó a apartarse.
—Te estoy hablando, Roberto. Me encanta besarte, y no podría imaginarme haciendo nada mejor, pero no si es para interrumpirme o cambiar de tema, que no te creas que no me he dado cuenta de lo que intentas hacer. —Cuando Rober hizo un nuevo intento de capturar sus labios, César volvió a esquivarlo—. ¿Se puede saber qué te pasa? Llevas desde que entraste al baño rarísimo. Más aún que estás últimas semanas. Te he querido dar todo el espacio que necesitases, hasta te he seguido todo el jueguecito este de hace un rato, pero está claro que no estás bien.
Genial.
Lanzó un bufido, y retrocedió un paso mientras una oleada de calor lo azotaba. Vaya forma de agriarle el primer orgasmo que tenía en semanas. Necesitaba salir de allí. Necesitaba aire y un lugar abierto. Un lugar donde nadie le cuestionase y le dejasen tranquilo de una vez por todas, joder. ¿Era tanto pedir?
Ahora que por fin se había olvidado de forma efectiva del fin de semana tan desastroso, de Manuel; ahora que por fin estaba donde quería estar y con quien quería estar, César tenía que venir a marcarse un Toño y remover aún más mierda.
—Estoy bien. Estoy de puta madre, ¿vale? Che, a ver si dejáis de preguntarme todos lo mismo, que empieza a ser cansino ya, joder.
Las cejas de César se elevaron antes de volver a fruncirse.
—Estamos preocupados por ti. No puedes esperar que...
—Sí, sí. Me parece genial, pero, si pudierais dejar de preguntarme, os lo agradecería muchísimo. ¿Tanto os cuesta creer que estoy bien?
Metió un dedo por dentro del cuello de la camisa, pero no era suficiente. Todavía lo recorría ese calor agobiante que lo asfixiaba, así que se aflojó la corbata del todo y se desabrochó los primeros botones en un intento de aliviar la opresión en torno a su garganta.
—Porque estoy bien. No podría estar mejor. Estoy con mi novio, con mi hermano y mi cuñada, y ya se ha acabado la puta boda. ¿Qué tiene de malo que me joda que mi ex se case? Vamos, tiene que ser normal en mi situación. ¿O es que no tengo derecho a qué me toque los cojones? Dios, lo que daría porque dejarais de tratarme como si estuviera hecho de cristal y no pudiera sobrellevar las cosas por mi cuenta, che.
El ceño de César se arrugó más y musitó:
—No tiene nada de malo...
—¡Exacto! No tiene nada de malo. Dejadme manejarlo como yo quiera, joder. No necesito ni vuestra ayuda ni vuestra preocupación.
—No tiene nada de malo —repitió César en un tono alto y tajante—, pero no me parece que sea nada o que estés tan bien como dices. No cuando ya van dos veces, una con éxito y otra no, que tratas de distraerme y distraerte con sexo.
Hizo un aspaviento con los brazos.
—¿Qué tiene de malo querer follar con tu novio porque piensas que está bueno y lo has echado de menos? ¿Eh? Che, ¿es que todo tiene que tener una puta razón de ser contig...?
La puerta del baño se abrió en ese preciso momento. Durante los siguientes minutos, alguien, ignorante de la creciente tensión dentro de uno de los cubículos, la manera con que su cuerpo y el de César se rehuían o la manera con que se taladraban con la mirada, se lo tomó con mucha calma al mear y luego lavarse las manos. Ninguno de los dos dijo nada. De hecho, Rober se tuvo que morder la lengua con fuerza mientras temblaba de pies a cabeza hasta que, fuera quien fuera, se fue silbando y la puerta se cerró tras él.
—No me levantes así la voz, que no es mi culpa —le dijo César entre dientes—. Lo que sea que vayas a decir, no es necesario que grites. ¿Y dices que estás bien? ¿Me vas a mentir en la cara cuando te coges estos arranques que no vienen a cuento de nada? Porque te contradicen cosa mala. No me extraña que Toño también esté preocupado.
Rober resopló.
—Vete a la mierda. —Y prácticamente se arrancó la corbata al tirar de ella hacia abajo—. Mira que lo sabía, che. Sabía que no tenía que haberte dicho nada de que vinieras aquí. Lo sabía. Me habría ahorrado todo este puto machaque mental. Menos mal que no viniste a la boda o habrías estado aún más inaguantable ahora mismo.
César se congeló, y los ojos se le agrandaron durante unos segundos antes de que las fosas nasales se le ensanchasen al aspirar aire de golpe y el rostro se ensombreciera. Había algo de lo que había dicho que no le había gustado un pelo, y el hecho de que negase con la cabeza y apartase la mirada como si no pudiera mirarle a los ojos se lo confirmó. Pero le daba igual. Le daba igual porque no había dicho nada que no fuera cierto.
—¿Es eso lo que piensas de verdad? —preguntó César en un tono bajo y controlado, a pesar del leve temblor en sus palabras—. ¿Qué preferirías que no estuviera aquí? ¿Qué te alegras de que no fuera? ¿Que te molesto? ¿Que solo soy bueno para el sexo siempre y cuando no te lleve la contraria? Pues qué te den, Roberto. Qué te den porque así no es cómo funcionan las cosas en una relación. Ya le puedes pedir a Toño que te lleve a casa porque yo paso de hacerlo.
La mirada penetrante y gélida que César le dedicó lo dejó estático. Esos ojos lo estudiaron durante unos segundos en los que los labios de César se curvaron hacia abajo. Lo que sea que quisiera transmitir, lo que sea que debía querer que Rober comprendiese, lo evadió por completo.
César negó con la cabeza y dio media vuelta con la clara intención de marcharse de allí.
***
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