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6. Cruzar el velo



Cuando hayamos cruzado tú y yo el negro velo,

¡Oh! el mundo impasible continuará su ronda;

nuestra venida y vuelta le darán tal recelo

como al mar si le arrojas un guijarro del suelo.

("Cuando hayamos cruzado", Omar Khayyam)

"―¡Por mi espíritu, que esta vez no hay quien te salve, Espectro malnacido!" ―grita el de la cabellera como ala de cuervo. Enardecido, como siempre.

La voz familiar de su compañero no lo ayuda a tranquilizarse. Ni aunque lo ha escuchado despotricar casi desde el momento en que abrió los ojos para encontrarse en quién sabe dónde.

Al contrario.

Que el muy patán ahora mismo esté echando serpientes por la boca no hace más que acicatearle la furia. Una furia recalcitrante, prendida con clavos afiladísimos, que le carcome el corazón al de los cabellos cobrizos.

Aún no ha superado el estupor de tomar conciencia y encontrarse allí.

Allí... ¿dónde? Por mucho que se esfuerza, no se libra de sus primeros pensamientos dispersos: ¿Por qué de pronto está en este lugar desolado, lleno de espíritus, y no en la Atlántida, ante Seraphina?

¿Dónde está la dulce Seraphina, devenida en autómata por la desesperación de su hermano?

¿Dónde el triste Unity, arrastrado a la locura por la pérdida de quien amó?

¿Dónde está K...?

―¡Valga el diablo si esto no significa que hemos perdido la maldita guerra...! —sigue el otro despotricando—. ¡Me cago en todos los dioses...!

Ah. Ahí está. Menos mal que no se ha extraviado. Anotado verificar su estado de salud: no lo ha revisado en... ¿horas?

De hecho... ¿qué acaso no está muerto Kardia? Recuerda que dejó de sentir su cosmos en la Atlántida...

»¡Te lo estoy diciendo, te lo estoy diciendo, pero no me oyes sin los malditos quevedos! ¡Que nos han cargado la maldita guerra! ¡Y hemos perdido de un modo tan categórico y ridículo, que ni siquiera se han acordado de venir por nosotros para torturarnos!

No, no. No hay que verificar un rábano. A que se encuentra perfectamente el muy cretino si está de humor para soltar tantas burradas.

»¿Dónde está? ¿Dónde está mi Sasha? ¿Qué me le han hecho? ¡Que le devanaré el alma al menguado que me le haya puesto un dedo encima! ―se desgañitó el de Escorpio con el ánimo erizado, ya que no el aguijón.

Y no. Ni rastro de la pequeña Sasha. Pues por mucho que busca y rebusca, no hay allí nada ni nadie que se parezca a Ledi o a alguno de sus hermanos.

¿Dónde es allí?

La aparición de una figura familiar, portadora de una larga túnica oscura ornada con una estola roja, les distrajo la atención del árido panorama.

Se le quedó mirando fijo, cavilando sobre lo que veía y lo que recordaba del pasado inmediato. ¿Por qué lucía este Espectro tan... enclenque, en relación con lo que recordaba de hace unas horas? ¿Y tan confiado? ¿Y tan apacible?

¿Dónde quedó la perversa animosidad? ¿Dónde quedó el cinismo del maldito Juez cuando se burló de su misión y sus empeños?

Un frío distinto del que solía producir se apoderó de su espíritu cuando la ira le rebasó su comedimiento ordinario. Que ese... cabrón engendro del averno se paseara sin cuita alguna y hasta pusiera cara amable le arrancó la cordura.

Koltso...―pronunció. Y el tipo se quedó estático en su sitio, congelado en la acción misma de aproximarse, con expresión incrédula en el rostro paliducho y circunspecto.

Por la Diosa... Por la pequeña Diosa... En serio que lo odiaba con cada fibra de su ser. Tantas cosas salieron mal en un instante por obra y gracia de ese cabrón...

―¿Tan poco amor sientes por tu existencia que te me pones enfrente así, como bocado para un hambriento? ¿Quién soy yo para rechazar tu proverbial estupidez, Espectro cretino? ―masculló Kardia con esa mueca demencial que se pinta en su cara cuando se dispone a masacrar a un pobre desgraciado.

Claro que este, de pobre, no tiene nada.

Ojalá le atine en los atributos.

No le sorprendió que Kardia atacara. Lo que le sorprendió fue que no lo matara en el mismísimo instante en que lo vieron ahí, paseándose, como si diera la vuelta al parque.

¿En qué estaba pensando el imbécil redomado para ponérseles enfrente así nomás, con lo mucho que los había ofendido hacía apenas unas horas?

Con todo y el Koltso, el tipo se dobló de dolor por efecto de la andanada de Agujas que Kardia le dedicó. Y sí, se las dedicó: Dégel lo conocía tan bien, que estaba seguro de que el escorpión hijo de su desconocida madre le había reconcentrado el veneno para que escociera más.

―¿Pero qué putas les pasa, par de imbéciles? ¡Si he venido para custodiarlos!

Y resultaba un patán en toda la regla. ¿Cómo que putas?

¡Cretino! ¡Pelafustán! ¡Barbaján irredento!

―¡Putísima la que te parió, escoria nauseabunda! ―gruñó Kardia, con su consabida sonrisa torcida y su expresión enloquecida en la faz.

Claro que a cretino y barbaján, nadie nunca le ganaría a Kardia. Y eso no pareció caerle en gracia al Juez, porque su cara tomó la expresión que le recordaba de su encuentro en la Atlántida.

―¿Qué, qué? ¡Con mi mamá no se mete nadie, despojos insulsos! ¡No permitiré que un par de No Conformidades insulte a mi mamá! ―se desgañitó el jodido Juez, y entonces tuvo más similitud con lo que recordaba de él.

Rhadamanthys, el terrible Juez que se había empeñado en hacerles fracasar en su misión, escupió sangre cuando recibió otra Aguja, aparentemente muy dolorosa, en el pecho. Ello no le impidió dirigirles una mirada furibunda. Como cabía esperar en él.

»¡Tú, remedo de araña, te creerás la gran verga, y tú, hijo de los hielos, serás muy hermano del vendaval demente, pero me cago en mi alma si no se tragan sus palabras, animales del monte!

¿Hermano del vendaval demente? ¿De qué demonios habla este... este... bellaco?

¿Qué hermano?

Su única hermana era tan dulce y maravillosa que mataría a quien osara insultarla. Aunque bueno, un poco loca sí que estaba, sobre todo cuando iba por ahí, desnuda...

Kardia dirigió unos cuantos pasos hacia su presa. La sonrisa enloquecida se hacía más temible a cada momento. Si el ánimo de Dégel hubiera estado un poco más apacible, habría sentido algo de compasión hacia el enemigo hundido en la desgracia.

Pero ahora mismo, con la rabia atorada en el espíritu... el maldito Wyvern podía darse por perdido.

―Este remedo de araña, como tienes el poco tino de proclamar, te hará entregar el alma, bastardo estúpido.

―¡No soy bastardo! ¡Ya te dije que con mi mamá no te metas, insecto infeliz!

El Wyvern se las arregló para anular el Koltso y en lugar de contraatacar, escabullirse de su alcance. Aunque escapar, escapar... no podría decir que lo había conseguido. Era claro que se había ocultado entre las rocas.

¿Por qué al tipo le molesta tanto que le mencionen a su madre? No lo recordaba tan susceptible hace unas horas.

―¿Quieres que no me meta con tu madre, gaznápiro cagalindes? ¡Sal de donde te escondes, menguado, hijo de puta, y convénceme de no insultar la memoria de la pobre infeliz que te cagó en el mundo!

Rhadamanthys, herido, atosigado por el dolor y aturdido por el veneno del escorpión, salió hecho una ráfaga colérica que los estampó contra el suelo.

―¡Que no insultes a mi mamá, escoria congelada! ¡Su único pecado fue casarse con el animal de mi padre y sufrir por ello! ¡Cállate de una vez!

―¡Ven y cállame, imbécil!

Kardia liberó otra de sus Agujas, que, por supuesto, dio en el blanco. Pero Rhadamanthys decidió por fin defenderse.

Greatest Caution! ―gritó, y la cosmoenergía de Kardia fue bloqueada, al igual que el intento de Dégel por intervenir.

Encontrarse de nuevo en el suelo rocoso no fue ninguna sorpresa. La sorpresa fue que, en lugar de aniquilarlos, los mantuviera postrados en el piso. Aunque con evidente dificultad: el tipo sangraba profusamente y jadeaba, cansado.

»Basta... No tengo ninguna intención de dañarlos. Aun cuando es evidente que no puedo lastimarlos de modo alguno. ¿Cómo podría lastimar a un muerto? Sosiéguense de una vez y esperemos a mi Dama, para que los conduzca a su morada final...

Las palabras explicativas, incluso amables, ofuscaron todavía más al escorpión. Y a Dégel lo dejaron pensando, por supuesto. Entonces, ¿estaban muertos?

Bueno. Eso explicaría que haya sentido a Kardia morir no hace mucho en la Atlántida. Y seguramente significaba que él mismo había entregado el espíritu de alguna forma, no obstante que fuera incapaz de recordar cómo.

―¿Tú me mataste, pedazo de cabrón? ―masculló Kardia con una bronca tan tremenda que le hacía temblar la voz―. ¿Nos mataste a Dégel y a mí?

El Juez arrugó la frente, como si no supiera de qué le hablaban.

―¿Yo? ¿Y yo por qué? No tengo nada en su contra. Además, la guerra ha quedado atrás, para siempre.

El de la cabellera rojiza se estremeció. Si la guerra había quedado atrás para siempre, ¿significaba eso que habían...?

―¡Por mi espíritu, que esta vez no hay quien te salve, Espectro malnacido! ―grita el de la cabellera como ala de cuervo. Enardecido, como siempre―. ¡Juro que daré cuenta de ti! ¡Juro que vengaré la afrenta de haber muerto en tus manos! ¡Que te hayas atrevido a hacerle daño a mi Dégel, a mi Sasha y a mis hermanos!

La furia de Escorpio le hace reventar hacia atrás la fuerza con que Rhadamanthys los tenía aplastados contra el suelo. Al tiempo que logra ponerse en pie, suelta otra ráfaga de Agujas. Esta vez dobles, pues emplea ambos aguijones.

El Juez cae al suelo casi sin quejarse, pero sin evitar traslucir el dolor que sufre en el gesto. Se hace un ovillo en el suelo rocoso. Aprieta los párpados, se abraza a sí mismo, se oye el crujir de sus dientes.

―Dragón... ―le oye decir Dégel.

¿Qué Dragón?

Este tipo lo saca de quicio. Todo en él. Por alguna razón... no termina de parecerle el de hace unas horas. ¿Qué diablos le pasó? ¿Por qué su actitud es tan distinta?

¿Por qué parece defensivo y no ofensivo?

Kardia se prepara para atravesarlo con otro par de Agujas escarlata. Está decidido a eliminarlo.

Eso, a Dégel, está pareciéndole una idea no precisamente buena.

―Kardia. Por favor, espera.

―¿Que espere qué cosa? ¡Esta inmundicia no seguirá ensuciando el aire con su aliento venenoso, te lo digo de una vez!

―Es que...

¿Cómo se lo explicaba a su amigo? Si calmo es un cabeza dura, con el humor de perros que se carga ahora mismo, es imposible razonar con él.

―¡Me lo voy a cargar! ¡Me lo voy a cargar! ¡Y si ya estoy muerto, entonces el muy infeliz será mi trofeo en el más allá! ¡Eso será, sí señor! ¡Por la guerra que perdimos!

Le conecta una Aguja más en el tórax. El tipo ya ni se queja.

―No... ―musita débilmente el caído― no perdieron ninguna guerra...

Kardia está listo para clavar una más. Dégel ha estado contando.

Lleva once de quince. En verdad está decidido a eliminarlo.

Dégel detiene la mano de Kardia.

―¿Cómo es eso de que no perdimos la guerra? ¿Por qué entonces dices que la guerra se ha terminado para siempre?

El Juez respira entrecortadamente. Se esfuerza por abrir los ojos, pero es claramente difícil.

―Estamos... en armisticio... La dama Athena y... mi Señor Hades... están en paz... después de milenios... y milenios... de guerra...

Los dos guerreros lo miran como si fuera una quimera. Con incredulidad.

―¿Mi Sasha, en paz con ese tirano? ―grazna Kardia, indignado.

―¿Quién... quién es... Sasha...? ―boquea Rhadamanthys.

―¿Cómo que quién, imbécil? ¡La Diosa Athena, claro está! ¿Ahora resulta que no la conoces?

El Wyvern hace un esfuerzo supremo. Se apoya en ambas manos y se incorpora. Se pone en pie. Mira a los dos guerreros que, sin necesidad de armadura y en estado espiritual, han sido capaces de doblegarlo. Su mirada es de franca curiosidad, exenta de ira.

―La única Athena que he conocido... en esta vida... se llama Saori Kido... No conozco a... ninguna Sasha...

Dégel quiere tragar saliva. Pero eso es imposible en su estado actual, así que se limita a mostrar su desconcierto. Kardia, desconcertado también, opta por lo peor.

―¡Mientes, engendro maldito, mientes! ―y le ensarta otras dos Agujas que el otro no hace ni el intento de evitar.

El Espectro se tambalea. Parece más cansado que moribundo. Cosa que es imposible: tanto Dégel como Kardia saben que el tipo está seriamente herido. Envenenado, además.

Kardia levanta la diestra, listo para un ataque más. Lo suelta.

Pero no es el Juez quien lo recibe.

Ma cosa diavolo sta succedendo qui?  ―grita una voz ronca y estentórea que toma por sorpresa a los dos santos en modo de batalla. (1)

―¿Manigoldo? ―cuestiona Dégel al ver la armadura de Cáncer.

Pero... ¿Por qué Manigoldo lleva el cabello blanco? ¡Si el maldito demente no llegó a viejo!

―¡Manigoldo mis calzones! ¿En qué carajo están pensando, par de idiotas? ¿Por qué están atacando a quien no los ataca? ¡Zoquetes!

―Death... mask... ―masculla sin fuerzas Rhadamanthys.

Angelo, que lo ve a punto de desmayarse, se apresura a sostenerlo.

Lo cual termina por desquiciar a Kardia. Dégel nunca, pero nunca, lo había visto tan furioso.

―¿Pero qué aberración es esta? ¿Un Santo de Athena asistiendo a un asqueroso Espectro? ¡Anatema, anatema! ¿Quién eres tú que te atreves a tomar la apariencia de mi hermano Manigoldo?

Y soltó otra andanada, de las cuales una conectó en el cuerpo maltrecho del Juez y otras tres en el falso Santo de Cáncer.

Éste rugió de ira.

Ma quei bestia sei! ¡Nunca más le diré a Milo que es un imbécil teniéndote a ti de referencia! (2)

Y cuando Kardia ya iba decidido a cargarse también al tipo disfrazado de dorado, una planta, salida de quién sabe dónde, les apresó los tobillos y los hizo caer. Los enredó y los levantó, mientras el escorpión no dejaba de increpar.

―¡Suéltame, monstruo del infierno! ¡Pelea con todas las de la ley! ¿Qué es esta triquiñuela? ¡Pelea de frente, Voto a Bríos!

―¿Pelear, yo? ¿Por qué querría pelear con dos chicos tan monos como ustedes, bobito?

Ambos guardaron silencio y dirigieron la vista al origen de aquella voz. Una dama hermosísima, de una cabellera exuberante color miel, de la cual parecían brotar las flores más bellas y raras que habían visto en su vida, se encontraba de pie ante ellos. Les dedicaba una sonrisa tan encantadora... que no supieron qué pensar.

La dama dirigió la vista al tipo vestido como Manigoldo.

»Katsaros el Menor, ¿verdad? ―preguntó la muchacha con voz dulce.

El tipo del cabello blanco levantó el rostro y miró a la joven. Sus ojos grises se encontraban un poco opacos.

―Sí, supongo. Aún no me acostumbro a ese nombre, dama Kore.

Dégel se quedó inmóvil.

¿Kore? ¿ESA Kore?

La joven se acercó, toda gracia y gentileza, hacia los dos heridos. Acarició una mejilla de Rhadamanthys y observó con bondad al otro tipo.

―Pero vaya que le han puesto una buena tunda a mi pobre Rhadamanthys. Dime, doctor, ¿está muy grave?

El tipo del cabello blanco se encogió de hombros.

―No sé cuántas Agujas le recetó el pedazo de animal ése... pero supongo que... podría encontrarse mejor...

La dama sonrió con ternura.

―Ya veo. ¿Y crees que puedas ayudarle si lo llevas al Santuario? Es allí donde está tu hospital, ¿verdad? ¿Crees que mi hermana permita que lo atiendan en La Fuente?

Ahora los dos, Kardia y Dégel, pintaron su rostro de incomprensión.

―Señora... no creo que haya algo que mi Donna quiera negarte. En esta o en cualquier otra vida. Es obvio que te adora. Y tú a ella.

La cabellera de la Dama se llenó de flores fragantes, que desentonaban por completo con el árido entorno. Hizo un movimiento con su mano y una gran enredadera brotó del suelo: formó una mesa con una silla y se sentó.

―Gracias, querido. ¿Puedes por favor atender a mi Rhadamanthys? Mientras tanto, yo tomaré el té con estos encantadores caballeros.

El tipo de dorado asintió y tomó en brazos al Juez caído, quien se remolineó débilmente.

―No... No así... Mi Dragón... Mi Kanon enloquecerá... si me ve llegar así...

―No jodas, Wyvern. ¡Si no puedes tenerte en pie!

―Así... no... por favor...

El falso Cáncer empezó a despotricar en italiano. ¡Cómo se parecía a Manigoldo! Puso al Juez sobre sus pies, se pasó uno de sus brazos por el cuello y lo sostuvo de la cintura.

Dégel se preocupó. Empezaba a creer que no tenía información clave para entender lo que sucedía.

Cáncer y el Juez desaparecieron. Y ellos quedaron solos en compañía de la Dama.

―Y bueno, chicos hermosos. ¿Cómo quieren beber su té?





Hay voces. Voces difusas. Intermitentes. Ensordecidas. Van y vienen. De pronto guardan silencio por entero y luego se deslizan casi insensiblemente a sus exiguos resquicios de lucidez.

Voces desconocidas. Salvo una o dos. Ninguna de las cuales es la que le interesa.

De entre todas las sensaciones irreales que ha experimentado en esta franja de penumbras, hay una que ha sido constante y que se ha vuelto incluso dolorosa: una especie de... goteo... que inicia en sus brazos y poco a poco se extiende al resto de su cuerpo. La gota, si es que es eso, resulta tibia. Y por esa razón, va revelando dolores que no estaban presentes con antelación.

Vot ya, Malyshka. Vot ya. ¿Me escuchas? Ven conmigo: te estoy esperando. Te estoy esperando. Sigue mi voz y no te pierdas... (3)

Ha habido manos tocándolo. Las ha sentido en todo su cuerpo. Y aunque no han mostrado pudores, al menos sí respeto. Lo han acomodado sobre un lecho que se le antoja extraño. No parece hecho de lana, como el que cada noche acoge su sueño en la Casa de Acuario. Se amolda a su peso sin hundirse y da la sensación de estar forrado de cuero y no de tela. La almohada que sostiene su cabeza es similar. Una cosa, una como máscara, le cubre la cara y parece comunicarle el aliento, que cada vez resulta más libre y fluido.

¿Dónde está Kardia?

Lo siente difuso. Como una llama a punto de consumirse en el pabilo de la vela. Quisiera levantarse y buscarlo. Encontrarlo y apostarse a su lado, como siempre hace, para sostener su mano mientras estabiliza su corazón.

Quisiera decirle que no se atreva a morir, porque teme el vacío inmenso que dejará su partida en su vida. Porque teme la clase de Dégel que será sin Kardia. Su ausencia dejará una cicatriz inmensa e imborrable: como los hoyos que ha visto en la superficie de la Luna a través del telescopio. Así será Dégel sin Kardia: como si le arrancaran una parte de sí mismo.

Pero luego recuerda que no puede decirle nada medianamente serio a ese pelafustán y decide que tal vez, tal vez un poco de dolor le haga bien esta ocasión.

Se lo recrimina enseguida, por supuesto.

Porque Kardia no debería sentir dolor.

Kardia no debería estar a punto de morir a cada momento.

Debería poder disfrutar el atardecer sin pensar que tal vez sea el último que contemple. Debería poder mirar las estrellas sin que su pensamiento lo atormente, diciéndole que ésta será su última noche.

Debería poder planear lo que hará mañana. Lo que hará el mes por venir. Lo que hará el próximo año, el resto de su vida.

Debería pensar en buscar a alguien con quien envejecer.

Él envejecería al lado de su amigo sin sentir ningún conflicto. Lo ha cuidado los últimos años. Podría cuidarlo para siempre y no lo consideraría una misión baldía.

Que Kardia pudiera encanecer. Si pudiera pedirle algo a la pequeña Diosa... sería eso. Que Kardia envejeciera. Y que él pudiera envejecer a su lado.

―Ya no estés afligida, Sestra. Notre frère nous reviendra plus tôt que tu ne le penses. (4)

Ese cosmos... es el de Otets. Pero de alguna forma, no es Otets. ¿Por qué habla ese francés tan raro y no griego, como acostumbra? (5)

¿Qué está pasando?

Chto... chto... ne tak s moim... ottsom? ―se escucha balbucear. (6)

La garganta le duele de un modo espantoso por el solo intento de hablar. De hecho, todo le duele por ese esfuerzo: los labios, la cara, la lengua, los dientes, las encías, el estómago... Todo sin excepción.

También le causa dolor el peso que siente sobre sus carnes. Aún cuando sea leve. Y le brinde calor.

―¿Lo has escuchado, Sestra? Él estará bien. Ya no sufras...

―¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto le tomará volver?

―El que sea necesario. Tranquilízate, que la habitación se vuelve fría y él necesita calor para que su cuerpo vuelva a ser una casa agradable.

Escucha un quejido y un sollozo. Y si pudiera, se arrancaría los cabellos de desesperación.

Khíone llora... ¿Por qué?

Ledyanaya Roza... Ne plach'... (7)

Siente unos labios fríos y suaves en su mano. El corazón se le derrite, conmovido, por el beso de su hermana.

―No lloraré, pero vuelve de una vez... Te he extrañado tanto...

―¿Rosa de Hielo? ¿Es así como te llama?

―Hacíamos rosas de hielo cuando entrenábamos. Dégel... quería poder crear cosas. No sólo destruirlas.

Escucha un suspiro. Y una serie de aromas familiares llegan a sus fosas nasales.

Naranjas. Canela. Clavo. Narcisos y jengibre. Ciclámenes...

Casi todos los olores de su Padre. Pero en intensidades que no casan con él.

¿Qué le pasa a Padre?

―Cuando era niño... llegué a hacer flores de hielo para Milo, en su cumpleaños... Pero se derretían, porque no sabía cómo volverlas perpetuas... No dejé a mon père mostrarme cómo...

Un gruñido y luego un sollozo contenido. Sonidos de roces.

―¿Qué le pasa a tu manzana? ¿Por qué se mantiene lejos de ti?

―Vio algo... algo en el Libro de su Padre... Y ahora lleva en el alma una herida. Cree que me ha hecho daño...

―¿Qué clase de daño? Porque ambos sabemos que sí es capaz de lastimarte...

―Él no me infligió el dolor que lo atormenta. Esa fue la Dama del Invierno. Pero Milo lo asume como si hubiera sido él...

―Lo siento. ¿Quieres que lo busque para hablarle?

―No. Por favor... Déjame ser yo quien se acerque. Debe entender. Después de todo lo que hemos pasado... merecemos estar juntos. Nos lo ganamos. Nos ganamos el derecho...

Una mano suave, a pesar de su enormidad, acaricia la suya. Le aparta el cabello de la frente. Se desliza sobre sus párpados.

Su hermana amadísima lo cuida. Lo cuida, pero divide su atención entre él y el otro que se parece a su Padre.

―Así son los escorpiones de Korítsi. Intensos y necios. Nunca había terminado de entender por qué. Ahora me doy una idea. Con ese padre que se cargan... No podría ser de otro modo.

Kardia... Kardia es un escorpión necio. Se ajusta tal cual a esa descripción. ¿Ledyanaya Roza conoce al padre de Kardia? ¿Kardia tiene padre?

La impresión que le dará el saberlo. De hecho, pensándolo bien, tal vez no le guste enterarse...

―K... Kar... dia...

La mano enorme de su hermana acaricia la suya de inmediato.

―Kardia está en otra habitación, querido. Hacen lo que pueden por él...

¿Lo que pueden? ¿Está en una crisis?

Aprieta los párpados. Abre los ojos. Y el raudal de luz que llega a sus retinas lastimadas le provocan un dolor que le causa arcadas.

¿Qué es esto? ¿Por qué se siente así?

―Kardia... me necesita...

Intenta levantarse. Apenas puede mover un brazo.

―No, Dégel ―dice la otra voz, la del acento francés―, no puedes levantarte. Tu cuerpo aún no se reactiva por completo.

―Kar... dia...

―Tu amigo está bien atendido. Cálmate.

―No... No... entiendes... Me necesita...

―Hay médicos con él. El mejor de todos los que conozco, sin ir más lejos.

―Nadie... nadie... entiende... su... enfermedad... Se... se morirá... Se... me morirá...

Escucha dos suspiros y los aromas combinados de Khíone y su Padre se dejan sentir.

―Yo iré, pequeñito ―dice la voz dulcísima de su hermana―. Yo iré con Kardia. Yo haré lo que pueda por él. Mientras tanto, tú te quedas aquí, acompañado de nuestro hermano.

...

¿Hermano?

Brat? Kakoy brat? (8)

―Uno que estás conociendo ahora mismo. Puedes confiar en él. En todo, ¿entiendes? Iré con tu Kardia.

Se queda solo con... ¿su hermano? ¿Y que se supone que debe decirle?

―No digas nada, Dégel. Te pido que te tranquilices. Así te recuperarás más rápido. Te están administrando medicamentos además de los fluidos. Pronto te sentirás mejor.

―Kardia...

Sestra estará ahora mismo con él. Se hará cargo.

―No sabe... cómo...

―Shion nos ha explicado la naturaleza de la enfermedad de tu amigo. Sestra sabrá qué hacer.

―No... Nadie entiende... No es simplemente... frío. Hay qué saber... cómo... cuándo y... dónde administrarlo.

Silencio. El olor de Padre, sin embargo, se intensificó.

Sobre eso...

―¿Por... por qué... hueles... como mi Padre...?

No puede verlo, porque tiene los párpados tendidos sobre los ojos. Igual no podría verlo bien sin sus quevedos. Pero está seguro de que su dichoso hermano está cavilando qué responderle.

―Te prometo que te lo explicaré a detalle más adelante, cuando estés mejor. Por ahora... puedo decirte que los olores de Padre son también los míos.

La mente de Dégel va tomando velocidad. Él es hijo de Bóreas, y ese honor le confiere habilidades que nadie más en el mundo posee. Y si bien podría decir que comparte la naturaleza de su Padre, ciertamente los aromas no los posee en absoluto.

―¿Por... qué? ¿Por... qué... Borey Neukrotimyy compartiría... su naturaleza... intrín... seca... contigo...? Yo no... no tengo... su aroma... (9)

―Sí, lo tienes. Pero es tan tenue que no lo notas. Alguien cercano, sin embargo, sí se daría cuenta. Puedes preguntarle más tarde a Sestra. Ella sin duda lo ha notado. Tal vez tu amigo Kardia también lo ha percibido. Hueles a canela y narcisos.

¿Kardia? ¿Darse cuenta de algo el muy zurcefrenillos?

Pero si lo medita... Alguna vez le dijo que olía a lirios. Tal vez se refería a los narcisos. ¿Cómo saberlo? Se lo podría preguntar y seguro le saldrá con uno de sus desplantes grotescos que no le sacan rubores sólo porque se enfría a sí mismo la sangre, que si no...

El cosmos de Kardia titila, desfalleciente. A punto de extinguirse. De dejar de ser.

―Se muere... ―dice Dégel, con voz cada vez más firme.

Sestra está ayudándolo. También los médicos.

―No... No será suficiente...

―Tú no estás en condiciones de ir con él, Dégel. Tal vez no terminas de enterarte, pero estás muy débil. Tú también corres peligro. También podrías morir si no te cuidamos adecuadamente.

―Mi amigo... Mi... mi... Kardia... se muere... Déjame auxiliarlo...

El olor a naranjas se vuelve intenso. Eso sí es de su padre. Cuando Padre está frenético, las naranjas dominan por encima de todo lo demás.

―No ―dice sencillamente.

Los ojos de Dégel escuecen. Él no lo entiende, pero su acompañante sí: está llorando.

―¿Es que no... sabes...? ¿No sabes... lo que se siente... desear proteger a los tuyos...? ¡Kardia... Kardia es... es...!

Los olores cesan. De golpe. Lo que domina ahora es el frío. Ese frío intenso, que llega al alma, que sólo su Padre es capaz de producir.

―Kardia es Kardia. Así como Milo es Milo. Lo entiendo.

Lo oye levantarse. Deambular. Respirar agitado.

»Dieux. Déesse... Katsaros me matará. Encontrará el modo de hacerlo... (10)





Han ido y venido. Han entrado y salido. Pero justo ahora, los que discuten son dos. Y están bien bravos. Si pudiera sonreír, lo haría. Resulta de lo más ameno ver... bueno, en su caso, escuchar a la gente altercar. Y que uno de los incordiados sea el pequeño carnero bobo en cuestión, hace que las cosas sean todavía más entretenidas.

―A ver, a ver. Me lo vas diciendo despacio otra vez, señor Shion. Tu señor hermano aquí presente, al menos de cuerpo, por decirlo de alguna forma, ¿en qué consiste su enfermedad?

―Nadie lo sabe con exactitud. Cuando era niño le detectaron una enfermedad cardiaca que lo mataría sin remedio. Lo desahuciaron en la infancia. Escapó porque no quería morir en un hospital, escapó para vivir... intensamente, en plenitud. Kardia siempre ha sido así: libre. Libre de hacer su reverenda voluntad.

No. No podía verlos. Pero podía catar los ánimos.

Shion estaba enfadado. Mucho. ¿De dónde había sacado el carnerito inexperto esa tozudez? Sí, es cierto que el pequeñito era terco, pero estas eran palabras mayores. Su voz denotaba autoridad, como si estuviera acostumbrado a ser escuchado y... obedecido.

El otro hombre... Katsaros, como lo había llamado Shion, modulaba con cuidado tanto su respiración como su disgusto. Casi se lo imaginaba Kardia: ajustándose las antiparras... porque era evidente que se trataba de un viejo, así que seguro usaba uno de esos armatostes... que no le luciría tan maravillosamente como a Dégel... se estaría ajustando el artilugio en el puente de la nariz al tiempo que mezclaba en su expresión la concentración con el fastidio.

Divertidísimo. Y él, perdiéndoselo.

―Te agradezco el dato pintoresco, señor Shion. Aunque enterarme del talante de tu señor hermano en este momento en que es casi un cadáver, me da menos que igual. Ahora dímelo en una lengua que sea capaz de entender, y mira que me sé varias: ¿en qué rayos consiste la enfermedad de este hombre? ¡Que no entiendo un cuerno de lo que le pasa!

Shion resopla. ¡Resopla igualito que cuando lo molesta con alguna de sus bromas! Puede imaginarse sin problemas el modo en que los puntitos tan graciosos de su frente se juntan. ¡Pero bueno, el carnerito bobo sigue siendo solemne como tumba! ¿Cuándo se relajará? A que Dohko podría sacarle alguna sonrisa. ¿Cómo lo logrará el chino del demonio?

―Doctor Katsaros... ¿Cómo le explico? El viejo Krest, que fue maestro de Dégel, el hombre en la otra habitación...

―¿El hermano del demente que se come al rubio?

¿Comer al rubio? ¡Qué salvajes! ¿Desde cuándo en el Santuario se practica la antropofa...? ¿Qué, qué? ¡No, no, alto! ¿Quién se ayunta al rubio? ¿Qué rubio? ¡Shion es rubio! ¡Asmita era rubio! Pero bueno, él no se ayuntaría con nadie... y está muerto... ¡Por los cojones de Urano! ¡Suelten la murmuración completa!

―Sí, sí. El hermano de Camus. En fin, que el viejo Krest se encontró en un camino al pequeño Kardia moribundo. Y admirado de su valor y coraje, le enseñó la técnica para alargar su vida y le entregó la sangre de Athena. Eso hizo que el mal que sufría, la terrible fiebre que se generaba en su corazón, se aprovechara en su técnica suprema de ataque.

―Señor Shion...

―Doctor Katsaros...

―¡No me estás ayudando un comino! ¡Quiero saber en qué consiste la dichosa enfermedad!

―¡Te estoy diciendo lo que sé, hombre! ¡Es lo mismo que está consignado en los registros y las crónicas!

―¡Pues lo que me dices no me sirve de nada! ¿Qué hago? ¿Le pido a Mikrí Kyría que le done sangre a ver si con eso se mejora el fulano?

―¡No, porque la sangre de Athena ya le fue otorgada en el pasado! ¡Lo que ella podía hacer por él, ya se hizo!

―¡A ver si se callan, par de zoquetes! ¡Son una molestia!

Ah, esa no había hablado hasta ahora... Como que se le antoja familiar esa voz.

―Dama, te ruego que no me llames así. Mira que para zoquetes están Milo y el hijo del doctor, sin pretender agraviarlo...

―¡Sé reconocer a un zoquete cuando lo veo! ¡No me molesten, que los dejaré más fríos que Cocytos si me llenan el buche de piedras!

―Señora mía, no estoy interesado, ni médica ni hipotéticamente en llenarte nada de nada. Ya estoy muy viejo para pensar en llenarle nada a una dama...

La habitación se pone helada de golpe. Aun así, eso no lo hace sentir mejor. ¿Dónde está Dégel? Él sí sabe cómo ayudarlo...

―Mira, doctor Katsaros. Agradezco que me hayas conservado vivo a mi Rebenok. Eso, y que ahora hagas todo lo que puedes por Malyshka y su amigo-grano-en-el-culo, te ha ganado mi reconocimiento eterno. ¡Pero no te aguantaré una grosería! (11)

―¿Grosero, yo? ―soltó el viejo con voz iracunda―. ¿Cómo va a ser grosería la más simple y llana de las declaraciones, Señora? ¿Te parezco la clase de tipo que bromea y suelta sinsentidos a las mujeres? ¡Que soy viudo desde hace casi cuarenta años! ¡Lo único que me ha apetecido llenar en ese tiempo es la guardia que me corresponde, aquí y en mi cátedra!

Svoloch'! (12)

―¡Sí, Señora, sí! ¡Cabrón y todos los adjetivos que quieras colgarme! ¡Y así, cabrón y todo, entiendan que no tengo manera de ayudar a este tipo porque su enfermedad no tiene pies ni cabeza! ¡Lo que tiene no se arregla con paracetamol! ¿Entonces, con qué?

―¡Con frío! ¡Dégel siempre lo mantuvo bajo control con frío!

―¡Pero eso no ayuda en nada ahora mismo! ¡Que frío ya está, y bastante! Y con todo y eso, ¡su corazón es una brasa que late inexplicablemente! ¿Por qué? ¡El fulano tendría que estar muerto y remuerto!

¡Ah, bueno! Si de eso se trata... Ya está que revienta. Y lo sabe perfectamente. Lo sabía cuando se enfrentó al maldito Wyvern de los cojones en la Atlántida y cuando... cuando...

Oh, Diosa.

Pequeña Diosa... Oh, adorada pequeña Diosa...

¿Por qué no se lo concedió? ¿Por qué Sasha no le concedió morir antes que él? ¿Por qué tuvo que soportar ése, que era el mayor dolor que podía padecer? ¿Por qué tuvo que verlo congelado, privado de la existencia, suspendido para siempre en esa masa de hielo que lo devoraba todo?

Que tardó demasiado en devorarlo a él...

―D... Dé... gel...

...

¿Esa era...? ¿Esa es su voz?

¡Pero qué espantosa suena! ¡Y cómo raspa en la garganta! Ni el licor ése raro de arroz que bebe Dohko quema tanto el gaznate...

―Pues mira, Katsaros, que muerto no está mi hermano. ¡Y remuerto mucho menos!

―¡Lucidos estamos, Señor Patriarca, si tienes que ponerte obvio! ¡Tengo perfectamente claro que el cadáver no es cadáver! ¡Y necesito comprender por qué no lo es todavía!

¡¿Señor Patriarca?! ¡¿El carnerito de los cojones?! ¡Noooooo!

¿Qué hecatombe, qué conflagración... qué cataclismo apocalíptico tuvo que acontecer para que Shion, el borreguito protocolario, acabara de Patriarca?

¿Pero qué le pasa al mundo?

―¿Y qué otra cosa hago, sino "lucirme" de obvio, cuando no abres bien las orejas y escuchas lo que se te dice, hombre?

―¡Sí te escucho, pero lo que dices no tiene sentido! ¡Tráeme a tu marido, Señor Patriarca, a ver si él me explica qué le pasa al No Muerto! ¡O al menos que me explique qué carajo quieres tú decir cuando hablas!

―¡A Dohko me lo dejas fuera de esto, que sabe exactamente lo mismo que yo!

...

¿Dohko... Dohko...?

¿El chinito loco que le llega a Shion al hombro es su... su... marido...?

Qué... raro... se ha puesto todo...

¿Nadie trata de lincharlos?

Escucha que la puerta se abre de manera arrebatada y la habitación se pone aún más fría.

Sigue sin ser un frío reconfortante. Y menos reconfortante es el vocerío que se levanta enseguida.

―¿Pero cómo traes aquí a Dégel, Rebenok cabrón? ¡Está muy grave para moverlo de su cama!

¿Qué? ¿Dégel está en peligro? ¿A quién tiene que matar para resguardarlo?

―D... Dé... gel... ¿Dó... dón... de...?

―Te vas calmando, Sestra ―dice una voz que Kardia no reconoce de ninguna parte, pero que es... ¿bonita?―. Dégel está tan intranquilo por Kardia que igual se morirá de un ataque, de pura angustia. Bien estaremos entonces, con los dos infartados.

¿Dégel? ¿Intranquilo por Kardia? ¿Por qué? ¡Si las cosas están como siempre, fastidiadas con su corazón! Ya ni debería inquietarse, igual pareciera que tiene a Caronte esperándolo más ansioso que nunca...

―¡Por Athena! ¿Cómo puedes ser tan imprudente, Camus? ―escucha chillar, clarito y sin solemnidad, al carnerito. Por fin pierde lo oficioso...

―¡Pero si estás loco, vendaval del demonio! ¡Tu jodido hermano está así, tan jodido, que no debería moverse de su cama en un mes! ―aúlla el viejo, histérico.

¿Hermano? ¿Dégel tiene un hermano...? Porque hermana sí que tiene, según sabe. Si bien nunca la ha tenido enfrente, sí la escuchó cantar alguna vez...

Aaah, ¡la voz de esa mujer es la de la hermana de Dégel! Y suena igual de amenazante que la de él cuando trae muina...

―Sí, bueno. Pues esperemos que no se muera por esto ―replica la voz del pretendido hermano... que tiene, decididamente, una voz bonita―. Ahora, háganse a un lado y déjenme maniobrar.

Dégel, preso de la debilidad y de un dolor sordo que embarga su humanidad completa, intenta abrir los ojos, que escuecen al percibir esa luz demasiado brillante para ser de interior. No lleva consigo las antiparras, por supuesto; lo agradece a medias, porque la luz a través de esos cristales sería insoportable, y lo lamenta, por otro, porque no puede ver con claridad el rostro de Kardia. Ve los cabellos: largos, desordenados y de ese bellísimo negro con destellos azulados. Azul medianoche, le canturrea una voz muy metida en su cabeza, que, aunque oye todo el tiempo, no le confiere cuidado.

Maldice su mala coordinación, que no le permite encontrar las ropas de Kardia para apartárselas del pecho. O tal vez es su nulo dominio motriz, que le da en este momento la agilidad de un niño de brazos. Así es como se siente ahora mismo: su declarado hermano lo lleva cargado con toda la suavidad que le es posible y agradece la gentileza. Sin embargo, siente un desvalimiento que se le antoja infantil.

»¿Qué necesitas, Dégel? ¿Cómo te ayudo?

Dégel quiere gritarle. Pero nada más de pensarlo siente la garganta desgarrada y la piel de los labios tirante.

Su diestra aferra su propio pecho. Espera darse a entender con ello.

Siente que Rebenok, como lo llama Khíone, lo deposita en un lecho similar al que acaba de abandonar hace unos instantes. Por la rendija que abren sus párpados lastimados puede ver el bulto difuso de una mano enorme apartando telas. Siente esa mano tomando la suya y depositándola sobre el objeto de su inquietud.

La verdad es que no sabe si es capaz de ayudar a su amigo. Todo le da vueltas y si no fuera por el firme apoyo que ofrece su hermano al sostener su espalda para mantenerlo sentado y erguido, ya habría caído al suelo.

Sabe que está palpando el pecho de Kardia cuando siente el familiar y preocupante calor que emite el corazón enfermo. El corazón delirante, divaga la mente de Dégel sin que casi se dé cuenta. El corazón desmesurado que rige los impulsos, la voluntad y las emociones desbocadas de ese hombre sin el que le es imposible imaginarse la vida y la muerte. ¿Por qué no se pone a modo el escorpión truhán y se queda, por un rato nada más, tranquilito y preferiblemente sin propinarle esos sustos de muerte un día sí y el otro también?

―Kar.. dia... Aquí... aquí estoy...

No ocurre nada. Dégel desespera, porque sabe que su incapacidad actual costará la vida de su amigo. Quiere romper en llanto, pero no se permite ese lujo. Se esfuerza en producir el frío que atemperará ese corazón loco. Lo intenta y no puede. Su frustración le hace rechinar los dientes.

―Dé... gel... Calma... Un día... tenía... que ser...

Escucha la aceptación de su amigo. La aceptación de su destino. Y eso le revuelca el alma de maneras que no creía posibles.

―¡Cá... llate...!

La mano de su hermano, enorme y gentil, se posa sobre la suya. Y la otra se desliza hacia su propio pecho, para abrazarlo.

―Dégel: tranquilízate. Te voy a transmitir mi propio frío. Tú lo conducirás y emplearás como sea necesario. Lo modularás. Pero tienes que estar centrado y sereno. Creo que podemos lograrlo, ¿de acuerdo?

Dégel hace un leve asentimiento y deja de luchar contra su propio espanto. Se concentra en percibir la energía de su hermano. Y cuando la siente, se da cuenta de algo que antes había notado de manera difusa, vaga.

―Bóreas... ―musita.

Tal como su hermano lo ofreció, el frío fluye libremente por su cuerpo. Lo canaliza y lo dirige. Lo modula y dosifica. Lo convierte en una suave ráfaga helada que se concentra en el corazón expirante de Kardia y lo atempera.

La fiebre rabiosa, sin embargo, no se rinde. La brasa ardiente cintila, se niega a irse, a retraerse. Se alza devoradora y hace que el aliento medio roto de su amigo casi se extinga.

―Está... bien...

Escucha la disculpa de su amigo, dándole a entender que aprecia el esfuerzo. Que está bien intentar y fallar. Conoce tan bien los caminos de su pensamiento que sabe que ya se dio por vencido. Y lo invita a hacer lo propio.

El sudor le escurre por los pómulos.

»No... no... llores... Está... bien...

¿Llorar? ¿Quién llora?

Él, Dégel de Acuario, hijo del Gran Invierno, hermano de Ledyanaya Roza, seguramente que no.

O tal vez sí. Porque la derrota de entregar la existencia de Kardia es su propia derrota. Y no desea sobrevivirla.

El frío boreal se dispersa a través de su palma. Se agudiza, envuelve el tórax del enfermo. Llena la piel palidecida de cristales de hielo, que se derriten de inmediato.

―Ya... Ya ríndete... Kardia... Ya... apacigua tu corazón...

―Es... mi hora... ¿No... entiendes?

Las lágrimas de ira se deslizan desde los ojos de Dégel. ¿Su hora, en serio?

¿Quién lo dice?

―Por... Por... ¡Por los cojones de Cronos! ¡Tu hora y los pelos del rabo del Cancerbero! ¡Ganapán, estulto! ¡He dicho que no te vas y no te vas!

Y el frío, recrudecido, dejó una pátina de hielo sobre el pecho de Kardia, quien finalmente tiritó y empezó a echar vaho con cada respiración entrecortada.

Su propia respiración era vacilante. Cansada. Sentía que los párpados se le cerraban, pesados, como si fueran de plomo. Sabía que el brazo con que su hermano lo envolvía impedía que desfalleciera.

Se permitió una sonrisa levísima, que se volvió más segura cuando sintió una caricia sobre su mejilla.

Los dedos húmedos, tibios y un tanto ásperos, fueron perfectamente reconocibles para el hombre que desfallecía.

Kardia le ofrendaba aquella humilde muestra de afecto.

―Tonto... porfiado... pertinaz...

―Badulaque... alcornoque... ―musitó Dégel, cansadísimo.

―Doctor Katsaros ―escuchó el tono afrancesado de aquel Bóreas inexplicable y que inexplicablemente era su hermano―, por favor, dispón que la cama de mi hermano se traslade a esta habitación. Creo que estos dos pueden mantenerse mutuamente vivos. Te facilitarán sin duda el trabajo.

Dégel se vio arrebatado por una debilidad imposible de soslayar. Su cuerpo quedó suspendido, de modo precario, entre los brazos de su hermano, y los dedos delgados y amadísimos de su hermana se deslizaron entre sus cabellos.

Aún percibió la piel tibia de Kardia en su pómulo.

―Te lo dije... era mi hora... Pero no me escuchas... sin los quevedos...







Aclaraciones

¡Hola a tod@s! ¿Cómo les va la vida? :D

Primero que nada: ¡Perdón por la tardanza! Al menos no me pasé de marzo, pero les diré que he tenido deseos de publicar este capítulo desde hace al menos dos semanas y la vida y el trabajo nomás no se me dejan.  

Pero en fin, que ya estamos aquí y les agradezco su paciencia. Y que persistan en la lectura. Sobre todo eso, sí,sí.

Pues bueno, aquí estamos en este capítulo de... ¿transición? ¿Desbloqueo? ¿Planteamiento? Pues la verdad no lo sé, pero el caso es que ya llegaron Kardia y Dégel, y espero que su arribo les haya resultado interesante.

Durante mucho tiempo me planteé poner o no a estos dos en el camino, y al final me decidí a traerlos. Les juro que, para mí y en el arco argumental, su presencia tiene sentido y espero que para ustedes también. 

Una de las dificultades por las que me quise zafar de insertar a Kardia y Dégel en la narración es el vocabulario. Para mi TOC, si estos dos vienen a cuento deben traer el vocabulario de su época. Y obviamente, yo no lo manejo con soltura. He traído al texto algunos arcaísmos que sí conozco y les suelto a mis estudiantes cuando nos queremos poner en plan de arqueólogos del lenguaje. Más abajo trataré de definir algunos de estos términos, pero si se me pasa alguno y les causa dificultades, pueden preguntarme sin el menor reparo. 

Pasemos ahora a la sección de aclaraciones idiomáticas:

1. Ma cosa diavolo sta succedendo qui? (italiano): ¿Pero qué diablos está pasando aquí?

2. Ma quei bestia sei! (italiano): ¡Pero qué bestia eres!

3. Vot ya, Malyshka. Vot ya (Вот я, малышка. Вот я, ruso): Aquí estoy, pequeñito. Aquí estoy.

4. Notre frère nous reviendra plus tôt que tu ne le penses (francés): Nuestro hermano volverá a nosotros antes de lo que crees.

5. Otets (Отец, ruso): Padre.

6. Chto ne tak s moim ottsom? (Что не так с моим отцом?, ruso): ¿Qué le sucede a mi padre?

7. Ledyanaya Roza. Ne plach' (Ледяная Роза. Не плачь, ruso): Rosa de Hielo. No llores.

8. Brat? Kakoy brat? (Брат? Какой брат?, ruso): ¿Hermano? ¿Qué hermano?

9. Borey Neukrotimyy (Борей Неукротимый, ruso): Bóreas el Indomable.

10. Dieux. Déesse (francés): Dioses. Diosa.

11. Malishka (малышка, ruso): Pequeñito.

12. Svoloch'! (Сволочь, ruso): ¡Cabrón!

Ahora, de manera general, algunos de los arcaísmos:

Menguado: cobarde o pusilánime.

Cuita: pena, desdicha, descalabro.

Bellaco: malvado, ruin, pícaro.

Gaznápiro (aunque me parece que esta palabra aún se usa. Yo la uso, al menos XD): tonto, simplón.

Cagalindes: cobarde.

Afrenta: insulto, vergüenza.

Voto a Bríos: ejem... soy fanática perdida de Los tres mosqueteros. Perdón, pero no podía dejar de poner esta expresión en la bocota de Kardia XD Voto a Bríos (igual que Voto a tantos) es una manera de maldecir sin maldecir. 

Catar: en este contexto, puede significar cuidarse de algo o ver algo. También, por supuesto, experimentar algo en el sentido de su sabor, textura, etcétera.

Ayuntar: conocer en el sentido bíblico. O sea, avenirse, acostarse, cogerse, follarse, y una larga lista de sinónimos, ¿va?

Muina: tristeza, disgusto.

Ganapán: palurdo.

Y falta un montón, pero ya me cansé :P

Desde que empecé la publicación de este fic, he actualizado capítulos en honor de algún cumpleañero. Además de los de Shion y Mu, no hay onomásticos próximos a los cuales homenajear con este capítulo. Felicidades entonces a los Aries del Santuario. Y bueno, les confieso que yo también soy aries, así que me incluyo en el paquete de celebraciones del futuropróximo inmediato.

No sé quien es el autor o autora de la ilustración tan bonita que empleé como portada, aludiendo a nuestro adorado Kardia en su frenesí de combate. A las manos dichosas, amorosas, que lo trajeron al mundo en esta versión, vaya mi reconocimiento por su arte y habilidad.

Y es todo por ahora. De nueva cuenta, intentaré no pasar de abril para la próxima publicación. 

Si están en esa situación, les deseo unas bonitas vacaciones (en México, estamos en el inicio de las vacaciones de Semana Santa). Si no es el caso, deseo que la vida les sea leve en despropósitos y abundante en felicidades. 

 Gracias por sus lecturas, sus votos, comentarios, sugerencias, observaciones y sobre todo, el amor que le otorgan a esta historia. El amor tiene vuelta y se los envío a raudales. 

Besos, besos y más besos.



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