5. En el banquete fúnebre
¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es solo un sueño,
Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?
Los efímeros placeres a visiones se asemejan,
Y aun creemos que el dolor más grande es morir.
("Sobre la muerte", John Keats)
―Quiero una cerveza...
Cisne... Acuario... Hyoga se quedó viendo con extrañeza a Shun.
―¿Que tú quieres qué?
Shun, vestido con jeans azules y camisa blanca, se le quedó viendo a su novio con cara adusta.
―Quiero una cer-ve-za ―remarcó enfáticamente las sílabas.
Hyoga... Acuario, reluciente en su armadura, revistió su expresión de asombro.
―Ah... ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Cerveza de raíz? ¿Qué no tendrás guardia en un rato? ¿No preferirías un poco más de retsina?
Shun levantó la diestra y sin pena alguna le dio a su pareja un buen jalón de greñas, que el otro celebró con risitas bobas.
―No. No quiero cerveza de raíz, ni retsina. Quiero la cerveza más amarga y fría que pueda encontrar. Así, cuando vea a la Hidra esta noche, recordaré que hay cosas más amargas que su cara de energúmeno.
―¿La Hidra?
―¡El papá insoportable de Angelo!
―¡Ah! Tu maestro de Anatomía.
―¡Sí, sí! ¡El psicópata ese que siempre está de humor de perros! ¿Cómo puede Angelo tolerarlo?
―Pues es su papá...
―¡Adoptivo! ¿Por qué se dejó adoptar por ese cabrón?
―A ver... ¿Por qué el cabrón de Deathmask se dejaría adoptar por otro cabrón? No me hago con una respuesta para eso.
―¡Hyoga! ¡No me estás tomando en serio!
―¡Oye, no! De eso no me puedes acusar. Siempre te tomo en serio. Todo lo que dices. Pero te pido justo eso, que te pongas serio. ¿Qué problema tienes con el papá de Angelo? No me vengas ahora con que Mitsumasa fue un papá ejemplar...
―No te pongas extremista. Ya sé que Mitsumasa sólo fue buen padre con Saori...
―Y te diré. La mimaba muchísimo.
―Sí, sí. La malcrió mientras a nosotros nos mandó al paredón. Pero aún así, nunca nos "trató" mal de manera personal. Para eso estaba Tatsumi. El caso es que la Hidra sí que hace las cosas de modo personal. ¡Y es así con todos! No creas que a Angelo lo trata mucho mejor que a mí. De hecho, con él es especialmente severo.
―Por supuesto. Porque espera cosas grandes de él.
―¿Qué? ―cuestionó Shun, azorado.
―Sí. Espera cosas grandes de Angelo. Camus era muy duro con Isaac y conmigo, porque tenía expectativas altísimas sobre nosotros. No me vas a venir con la novedad de que Albiore no fue severo contigo y tus compañeros.
El Santo de Andrómeda se quedó pensativo y buscó a Saori con la mirada. Poseidón y Hades permanecían junto a ella, conversando. Frunció la boca al recordar que Hades lo había usado de recipiente y que, de no haber contado con su entrenamiento y su voluntad bien templada, tal vez no habría podido quitárselo de encima.
―¿Crees que se comporta como un patán porque espera que Angelo lo supere?
―Sí. Y espera lo mismo de tu parte. Saori le habla siempre maravillas de ti.
―No debería. Me compromete demasiado. ¿Y si no soy lo que el viejo se imagina?
―Sí lo eres. El viejo sabe que superarás sus esperanzas. Igual que Angelo. Pero no te lo crees.
Shun bajó la cabeza y pensó en el anciano. A él le gustaba la gente mayor. ¿Por qué este señor le resultaba tan repelente?
―Digamos que sí... Digamos que el viejo tiene motivos nobles para ser un cabrón. ¿Debo agradecerle por ello?
―Claro. Y pagarle en la moneda que él espera de ti.
―¿Y esa moneda sería cuál?
―Pues que seas un cabrón también ―cloqueó entre risitas Hyoga―. Y mejor pega brincos de gusto porque no tienes a tu mamá hundida en un barco, que si no, tu maestro se encargaba de hundirla todavía más.
―¡Oh, cielo! Lamento tanto que Camus te haya hecho eso...
Hyoga se quedó pensativo y se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.
―Lo lamenté en su momento. Y también Camus, que la verdad sea dicha, tiene el corazón blando por mucho que aparente lo contrario. Pero él tenía razón, ¿sabes? A la larga, llegué a la conclusión de que eso era necesario en aquel entonces.
Elevó su vaso de retsina y le propinó un sorbo generoso.
»Así que... te aconsejo que hagas lo que es necesario ahora. Dale a la Hidra lo que espera de ti. Sé un cabrón. Sabes serlo cuando debes.
Shun torció el gesto con desagrado y bebió también un poco de retsina. Sintió a lo lejos, hacia el área donde Camus y Milo se habían reunido con Kanon y los Jueces, la cosmoenergía de Angelo y Rhadamanthys. Se sonrió con algo de incredulidad por lo que pasaba en las últimas fechas: los dorados parecían haberlo digerido ya, pero a él aún le parecía chocante que el ejército del Inframundo coexistiera pacíficamente con el ejército de Athena.
"Al final, son parientes", se dijo a sí mismo el Santo de Andrómeda en referencia a Athena y Hades, y pegó un buen trago a su bebida.
Se volvió hacia donde Angelo había aparecido y lo miró, a lo lejos.
Kanon, con una sonrisa más bien torcida, pero alegre, se aproximaba a Rhadamanthys. Que esos dos terminaran enredados le extrañaba tanto como hacía tres años le había sorprendido lo de Ikki con Pandora. Pero lo cierto era que él no había atestiguado la efímera convivencia de unos y otros en el Inframundo. No podía saber los motivos que los habían unido.
"No todas las uniones nacen de modo apacible", pensó. Y se alegró de que su hermano y el Géminis renegado hubieran encontrado a sus complementos.
Wyvern se tambaleó un poco.
―¿Los Jueces empezarían a beber antes? ―cuestionó Hyoga con extrañeza, mientras vaciaba su vaso.
―No creo. Saori me contó que les serviría el desayuno justo antes de que se marcharan a la misión. Y Rhadamanthys no volvió aquí con los cuerpos. Se fue directo a Yomotsu para custodiar las almas.
―Tal vez bebió whisky antes de venir. He escuchado decir a Kanon que es bastante afecto a él.
Shun dejó su vaso, medio lleno, en una mesa próxima. Empezó a caminar en dirección de los recién llegados, dejando atrás a Hyoga.
Había visto algo más que el tambaleo de Rhadamanthys: estaba pálido.
Y Angelo también.
Andrómeda vio que el Wyvern se doblaba sobre sí mismo y que la sonrisa del Dragón se evaporaba, al tiempo que corría hacia su pareja.
Shun corrió también. Ya casi había llegado cuando las altas voces de Kanon se hicieron escuchar y rasgaron la plácida tertulia de los asistentes al banquete fúnebre.
―¿Qué te pasa, Rhys? ¿Qué tienes, Wyvern?
Kanon se había precipitado sobre Rhadamanthys y lo había recibido en brazos, para luego depositarlo suavemente en el suelo tapizado de grama olivácea. El Juez estaba lívido como cadáver y respiraba con dificultad.
―Estoy... estoy bien, Kanon... Tranquilízate... Dragón... ―musitó el guiverno al tiempo que tosía sangre.
Kanon se horrorizó ante aquello, y antes de que empezara a dar gritos, Angelo lo apartó un poco.
―Déjame ayudarlo, fratellino. Déjame ayudarlo ―intervino Cáncer con voz un tanto ahogada.
Shun se situó a un costado de Rhys y lo evaluó con rapidez. La oscura túnica protocolar lucía húmeda y pesada en el torso. El joven la tocó y luego se llevó los dedos manchados de sangre ante los ojos.
―¿Pero qué carajo? ―soltó el castaño sorprendido y se enfrentó a la mirada vacilante de Cáncer, que también sangraba de un brazo―. ¿Qué demonios les pasó, Angelo?
―¡Ya te dije que no me llames Angelo, mocosito! ―ladró Cáncer con voz menguante―. ¡Milo! Fratellino, vieni qui subito! (1)
Milo llegó corriendo y se abalanzó sobre Angelo. Le tomó el rostro entre las manos, espantado de su palidez. Tras él llegaron Afrodita y Shura, que pretendieron recostar a Angelo, aunque éste no lo permitió.
―No, no. Sto bene. È lui che ha bisogno di aiuto. (2)
―¿Qué pasó? ¿Qué pasó? ―demandó Milo impaciente y espantado.
―¡Neutralízalo! ¡Neutralízalo ahora!
―¿Neutralizar qué? ―chilló Escorpio, nervioso.
Angelo se impacientó y le estrujó los hombros al Hellenoi.
―Il veleno! Il veleno di puttana! Neutralizzalo adesso! (3)
Milo pareció comprender lo que decía Angelo, porque lo dejó en brazos de Afrodita y se volvió hacia el Juez. Le rasgó la túnica y entonces entendió.
―Carajo... ―musitó el escorpión al ver marcadas en el cuerpo de Rhadamanthys las estrellas de la constelación de Escorpio.
Todas excepto una: Antares.
Sin pensárselo más, desplegó el aguijón en su diestra y golpeó con él un punto vital del Juez, para purgar el veneno de la Aguja Escarlata y para detener luego la hemorragia.
El Juez finalmente liberó un aullido de dolor para quedarse luego en un estado de semiinconsciencia que estuvo por enloquecer a Kanon. Medio levantó a su amante del suelo y lo estrujó, desesperado, contra su pecho.
―¡Rhys! ¡Despierta!
―Kanon ―dijo Andrómeda con voz insegura, tratando de tranquilizar al gemelo menor―, por favor, recuéstalo en el suelo. No lo dejas respirar correctamente.
―¡Rhys, por favor! ¡Despierta!
―Kanon...
―¡Cállate! ¡Cállate, mocoso idiota, y ve a fastidiar a tu novio o a tu hermano, que aquí sobras! ―gritó Kanon furibundo.
Shun se le quedó viendo desconcertado, apabullado. Y luego sintió una cólera quemante en su pecho. El hermoso cabello castaño le ondeó un poco, por efecto de la ráfaga de cosmoenergía que expelió su cuerpo delgado y alto.
―¡He dicho que pongas a mi paciente en el suelo, pedazo de imbécil! ¡Lo sueltas antes de que te dé el escarmiento de tu vida a punta de cadenazos y te prohíba la entrada a La Fuente mientras lo tenga en tratamiento! ¡Maldito histérico!
Kanon dejó que su boca abierta expresara su azoramiento. No se atrevió a detener al muchacho cuando lo apartó de Rhadamanthys y lo volvió a tender en el pasto otoñal.
Sin que pudieran evitarlo, se había ido formando una pequeña multitud alrededor de ellos. Eso puso a Andrómeda de un humor de perros.
―¡No quiero a nadie robándole el oxígeno a mi paciente! ¡Aléjense, mirones! ―fijó una mirada agria en Kanon y le ladró―. ¡Y eso te incluye a ti, Géminis del carajo! ¡Si no ayudas, no estorbes!
―Pero...
―¡Que te alejes, te digo, histérico cabrón! ―gritó enfurecido, señalando al gemelo menor para luego volverse hecho una furia hacia Cáncer―. ¡A ver si me vas diciendo qué carajo pasó, Angelo de los cojones!
Angelo, con los hombros hundidos de dolor y agotamiento, le sonrió con una mezcla de ironía y cariño.
―¡Pero qué rápido le agarraste el truco al mio padre! ―dijo Angelo, orgullosísimo―. ¡Deja que le cuente! ¡Va a reventar de pura satisfacción!
―¡Cállate, cangrejo idiota! ¿Qué tren los atropelló?
―¡Ningún tren! ¡Un maldito fantasma que no entiende que es fantasma! ¡Shion! ¡Dohko! ¿Dónde están?
Shion y Dohko, al mismo tiempo, se apersonaron junto a Angelo y miraron al caído Rhadamanthys, cuya respiración parecía ralentizarse de poco en poco. También empezó a recobrar el color. Las caras de ambos veteranos expresaron incredulidad.
―Milo... ¿tú hiciste eso?
―¿Y yo por qué? Desde que estos tres ayudaron a Keltos a recuperar la cordura, dejé los rencores en el olvido ―gruñó Milo de mal humor, señalando al Juez caído y a los que, alarmados, observaban de cerca.
―¡Angelo! ¿Cuántas agujas recibiste tú? ―exigió Shun, con voz perentoria.
―Cuatro, sólo cuatro. Duelen como el carajo, pero no me pasa nada. Es sólo que el maldito tipo es un energúmeno. Milo es todo refinamiento en comparación.
―¡Oye!
―¡Oye nada! ―ladró Shun, impaciente, al escorpión.
El tono del joven levantó las cejas de todos los circundantes. ¿A qué hora se había vuelto tan impositivo?
El dulce muchachito devenido en gendarme le lanzó a Kanon una mirada de plomo ardiente.
»A ver, Géminis. ¿Ya te tragaste los huevos de vuelta? ―preguntó con advertencia en la voz―. Porque necesito que te los pongas bien puestos para que nos lleves a La Fuente.
Kanon tragó saliva.
―Yo... yo... estoy tranquilo...
―Más te vale, zoquete ―dijo mientras tomaba en brazos al Juez y se ponía de pie. Ante el gesto ansioso del gemelo por acercarse a su pareja, Shun frunció el ceño―. Ni creas que dejaré que te le acerques. ¡Me lo vas a ahogar! ¡Llévanos de una puñetera vez!
El Dragón parpadeó con furia para impedir que las lágrimas le desbordaran los ojos. Respiró profundo y convocó la Another Dimension por tercera ocasión aquel día.
Shun fijó los ojos verdes en Angelo.
―¿Seguro que estás bien? ¿Vienes?
Cáncer le sonrió con cariño.
―Estoy bien, fratellino. Prenditi cura del serpente: cuida de la serpiente. Dile a mi padre que iré en cuanto pueda, tengo aún que ocuparme de un asunto inconcluso.
Se tomó un respiro y luego continuó dirigiéndose a Andrómeda.
»Por favor, no le digas a papá que estoy herido. En verdad no es nada serio. Dile... que tengo asuntos de la Orden por resolver. ¿Está bien?
Shun le dirigió una mirada dura. Pero al final asintió una sola vez, con la expresión un poco más ligera.
―Intenta no tardar demasiado. Trataré de ser yo quien te cure antes de que vayas con tu viejo. ¿Hecho?
―Hecho, dottore. Cuida bien del paciente. Es... buena gente.
Shun respiró hondo y asintió. Luego entró al vórtice con Rhadamanthys en brazos y un apenas entero Kanon detrás de él.
La Another Dimension se cerró.
Un profundo suspiro se dejó escuchar e inmediatamente después Hades habló.
―Bueno, Ikómena. Nos conviene averiguar qué está sucediendo, que resolvamos el entuerto. ¿Quién será el encargado de ir a Yomotsu a explicar a tu escorpión muerto que está muerto y que le conviene tranquilizarse?
―¿Mi... mi escorpión muerto?
―Sí, pequeña; tu escorpión muerto. Si Milo no ha tundido a Rhadamanthys, y sabemos que no ha sido él, entonces el responsable es el difunto... ¿cómo se llamaba?
―Kardia ―dijo Shion con voz espesa y prevenida―. ¿Cómo propone usted "tranquilizarlo"? ¿A qué se refiere con eso?
―Me refiero a aletargarlo, por supuesto. Y no me miren así: ya está muerto, más daño no le puedo hacer.
―Aletargarlos un carajo. ¡Están más activos y alertas que nosotros! ―gruñó Angelo al tiempo que se quitaba la coraza y permitía que Milo observara las heridas―. Estoy bien, Milo, en serio. Es sólo que el maldito tipo tiene el veneno reconcentrado. ¡Arde hasta el alma!
―Lo voy a neutralizar ―dijo Milo al tiempo que le conectaba su propia Aguja a Angelo sin previo aviso.
Cáncer se dobló de dolor y apretó los labios para no soltar una sarta de palabrotas. La mirada que echó a Milo, sin embargo, habló mejor que su boca.
―Gratzie... ―rumió entre dientes y con rencor―. Les digo, los dos tipos están alborotadísimos, cabreadísimos. ¡Están en pie de guerra! ¡Y su hermanito ―dijo con los labios apretados a Camus y a Khíone― está hecho un kallikantzaros porque lo apartaron de su Freezing Coffin gigante! *
―Quoi ? ―cuestionó Camus, descolocado.
Angelo se cabreó.
―¡Que tu jodido hermano no entiende que la puta guerra ya se terminó! ¡Quise explicárselo y me mandó a paseo! ¡Y el tal Kardia estaba masacrando a Rhadamanthys! ¡Dice que hace apenas unas horas se enfrentó a él y que el guiverno se las arregló para meterse en el glaciar que formó Dégel para liberar a Poseidón! ¡No me creen que ESTE Rhadamanthys no es SU Rhadamanthys!
Hades frunció el ceño.
―Y... ¿Kore se ha quedado sola con ellos?
Angelo bufó, frustrado
―Tu señora esposa está perfectamente bien, Signore dell'Inferno. Se presentó como si nada, nos vio trenzados con ellos, hizo que una enredadera que sacó de quién sabe dónde los atrapara y se sentó a beber el té en su compañía. Nos pidió a Rhadamanthys y a mí que la dejáramos "conversar" con los "caballeros" y nos mandó para acá. ¡Y muy a tiempo, que tu guiverno de los cojones estaba por estirar la pata! (4)
Camus, Poseidón y Athena se quedaron viendo fijamente al Señor del Inframundo, quien pareció embeberse en sí mismo.
―¿Hermano?
―Monsieur Obscurité ?
―¿Tío?
Hades levantó la diestra con un movimiento elegante y sosegado que pedía silencio. Cerró los ojos e inclinó la cabeza a un lado, absorto. Luego frunció las cejas, como expresando curiosidad.
―Vaya que están inconformes ―dijo Hades con su voz calma. Abrió los ojos y los fijó en su sobrina―. Mejor manda a alguien a que los tranquilice, Ikómena, que así no se puede dialogar con ellos. Sugeriría que vayas tú, pero como no te conocen en esta reencarnación, se te van a amotinar a ti también. ¿Te parece bien que Shion y Dohko vayan de emisarios?
―¿Emisarios? ―cuestionó Saori, desubicada.
―Sí. Te digo que están violentos. No son un problema para tu hermana. Los contiene igual que a todo lo que se le pone revoltoso: con su voluntad y sus... criaturas.
―¿Y exactamente qué pretendes que les digamos, Señor Inframundo? ―se tensó Dohko ante Hades.
―Pretendo que les expliquen ―Hades levantó una mano y empezó a contar― que se acabó su Guerra Santa, que se acabó la Guerra Santa posterior y que ya estamos en negociaciones de paz definitivas. Que no tienen motivos para detentar la fuerza. Que si se tranquilizan, veremos el mejor modo de ayudarlos en lo que sea que les haga falta. Y que, en efecto, han atacado a un guerrero en licencia.
Se detuvo meditabundo un momento y dirigió la mirada hacia Minos y Aiacos.
»¿Por qué siempre terminan ustedes tundidos? ―miró luego a su sobrina y le dijo, sin agresión en la voz― ¿Qué le das a tus soldados, que siempre acaban revolcando a los míos?
Athena se encogió de hombros, sin saber qué responder. Poseidón fue quien tomó la palabra:
―Debe ser la alimentación: comen balanceado ―dijo el Señor de los Mares con sorna.
Hades pareció pensárselo.
―Habrá que ver qué comen ―dijo sin inflexiones en la voz―. Y con qué lo condimentan ―añadió con su tono sosegado, mirando a Milo, quien enrojeció un poco.
Hades se permitió una sonrisa efímera y continuó girando instrucciones.
»Minos, Aiacos, lleven al viejo Aries y a Libra a Yomotsu, y procuren tranquilizar a los guerreros de antaño. Y no morir en el intento, de preferencia.
―Pero...
―Hay qué averiguar por qué están tan despiertos. Salta a la vista que desarrollaron el octavo sentido. De otro modo, estarían aletargados, como corresponde a su actual estado.
―¿A estas alturas, después de tanto tiempo? ―chilló Athena.
―¿Y por qué no? ¿Qué otra explicación hay? Tus guerreros están demasiado activos, Ikómena. Y no es lo regular. El alma de un fallecido llega a Yomotsu aturdida, con la necesidad imperiosa de entregarse a la Eternidad, de pasar al otro plano. Así llegaron a mi reino tus guerreros muertos en la guerra recién concluida. Así fueron depositados en Cocytos. Pero estos dos... no han perdido la fuerza ni la voluntad.
»En la guerra anterior, se reunieron con sus hermanos dorados para abrirte el paso al Inframundo. Se hicieron del octavo sentido. Eso les ha permitido sortear la necesidad de entregarse, de concluir su paso por este plano. Porque creen que aún los necesitas. Creen que la guerra no ha terminado. Creen que su sacrificio aún es indispensable. Hay que ayudarlos a salir de ese error y enviarlos a descansar.
Athena se mordió los labios, indecisa. Un leve quejido de indecisión se gestó en su garganta.
―Si están tan desubicados, atacarán a Shion y a Dohko. No quiero que les hagan daño...
Los dos nombrados le dirigieron una mirada indignada.
―¿Cómo dices, cariño? ¿Crees que no podemos poner en su lugar al bobo de Kardia? ¡Por favor! ¡Como si no metiéramos en cintura a Milo!
―¡Oye! ―gritó el escorpión, herido en su amor propio.
―No te ofendas como si fuera mentira, Milo ―remató Shion―; te concedo que sólo en tus momentos estelares te has acercado un poco a la necedad de Kardia, pero en lo básico, están cortados por la misma tijera.
―Igual me preocupa que les pase algo ―musitó Saori―. Si autorizo que vayan, ¿me aseguran que estarán bien?
―Ah, mi Damita. Sí, vamos a estar bien. Los conocemos perfecto a ambos: podremos encontrar el modo de que cedan.
―¡Sí, cariño! No te preocupes. ¡Son nuestros hermanos! ¿Qué puede pasar? Kardia nos quiso un montón.
Shion arrugó la frente ante aquella afirmación de Dohko. No parecía tan convencido de la verdad de esas palabras.
»Sin embargo, recomendaré que Minos y Aiacos conserven la distancia. Y estén prontos a retirarse...
Hades suspiró y sonrió afable a su sobrina.
―Tranquila, Ikómena. Tus padres adoptivos estarán bien. Todo está bien. Es un alivio que haya paz entre nosotros, que seamos familia de nuevo, porque en otros tiempos esto habría sido un acto de guerra.
Athena miró a su tío y asintió. La sonrisa que se le dibujó en los labios fue hermosa y melancólica. A Hades, esa melancolía le provocó un pinchazo de dolor en aquel corazón que siempre la había albergado como a una más de sus niñas.
Escuchó tras de sí, de parte del escorpión, algo que empezó como suspiro y que terminó como risita cínica. No pudo evitar fruncir el ceño, un tanto descolocado de que aquel dios recién nacido se atreviera a mostrar su sentir adverso con tanta confianza. Aunque en verdad no se sentía ofendido por ello. Había prometido su amistad a Monsieur Nord y al escorpión, y eso incluía asumir que podían llegar a ser incorrectos.
―¿Acto de guerra? ―pronunció el escorpión.
La voz llegó a los oídos de los circundantes como cualquier otra pregunta que Milo hubiera dirigido en el pasado inmediato. Sin embargo, algo en ella sonaba distinto.
Su voz, de costumbre clara y estentórea, agradablemente grave y melódica, se arrastró como roca en la arena. Un chirrido discordante en aquel acento que siempre se escuchaba directo y conciso, se le entremezcló de manera antinatural, haciendo que Milo no sonara como Milo.
Hades abrió los ojos desmesuradamente. Quiso moverse y no pudo. Quiso hablar y enmudeció. Quiso respirar y el aire se le atoró en la garganta.
Notó que aquel sonido hizo el mismo efecto en sus vecinos inmediatos, quienes lo miraron azorados.
Hades palideció.
»¿Cómo puede ser un acto de guerra un ajuste de cuentas natural, muchacho? ―cuestionó con un dejo de burla aquella voz inhumana, antinatural―. Acto de guerra fue que, hace 250 años, intervinieras a favor de quien debía caer. Que te negaras a aceptar lo que estaba escrito y alargaras la contienda.
El Señor del Inframundo se estremeció. Sintió al escorpión moverse detrás de él. Dar unos pasos alrededor. Vio a Monsieur Nord agitarse desesperado en su inmovilidad, siguiendo con la vista a su sýzygos, angustiado por un fenómeno que no comprendía.
Hades entendía lo que pasaba. Y entendía que si su existencia continuaba después de aquello, sería afortunado de maneras que nunca sería capaz de comprender.
Milo se posicionó frente a él. Lo miró con unos ojos oscurecidos que no eran los suyos. Lo vio fruncir el ceño, entrecerrar los párpados, alzar la barbilla de un modo que denotaba soberbia. Pero no una que perteneciera al esposo de Monsieur Nord.
Era la soberbia de un rey ultrajado, prometiendo dolor al siervo imprudente que lo había desafiado.
»Debió terminarse entonces, ¿sabes? Eso era lo que estaba escrito. Eso era lo que de mi puño había escrito. Por eso Athena y tú nacieron siendo hermanos: el amor mutuo y natural entre ustedes habría terminado con la disputa. Al final: cuando tus siervos más poderosos hubieran sucumbido, la alternativa obvia habría sido la paz.
»Pero en lugar de eso, en lugar del armisticio que Gaia y yo hemos estado esperando por milenios, te atreviste a darle tu sangre al guiverno, quien continuó en pie de guerra. El guiverno que debió morir honrosamente en manos de Kardia. De Kardia, que debió morir en la Atlántida al lado de Dégel. De Dégel, que debió morir conteniendo a Poseidón y revelando el secreto de su corazón al hombre que amaba. El hombre que habría muerto feliz y en paz, al saberse correspondido.
»Habría sobrevivido Regulus, quien a la larga habría sido Patriarca. Tu sobrina habría tenido un Santuario aún protegido. Shion y Dohko habrían terminado sus vidas como civiles, en la vejez y en la paz. Pero tú... decidiste no rendirte. No te quisiste rendir al llamado de tu propio corazón. Así que ahora, un muerto muy indignado ha tomado la justicia que ha creído que le correspondía al encontrarse con un hombre que debió sucumbir en sus manos, ¿y te atreves a llamarlo acto de guerra?
»Te atreves a mucho, Señor del Inframundo. A mucho. A meterte con mi Libro, ni más ni menos. Me costaste una guerra más. No lo olvidaré. Y más te vale no olvidarlo nunca, porque no toleraré que vuelvas a meter las manos donde no debes.
Hades sintió el aire retenido en la garganta hecho un nudo. Aquellos ojos que parecían pozos de brea lo miraron aún, desde una oscuridad que apenas había entrevisto en Tártaro, en Érebo. El escorpión dibujó una mueca torcida en los labios, ladeó la cabeza de un lado a otro para apreciar el rostro de su presa desde los ángulos disponibles. Cerró los ojos sin cambiar la mueca sarcástica que resultaba tan ajena en su cara.
Y al abrirlos, eran del turquesa límpido que Camus adoraba.
Hades por fin pudo parpadear, y aunque recuperó el movimiento y la respiración, conservó la inmovilidad un momento, tratando de evaluar la situación y al hombre que se encontraba ante él.
El hombre cuya expresión mostraba lo absolutamente perdido que se encontraba. El hombre cuyas rodillas amenazaron con doblarse y se tambaleó.
Las enormes manos de Monsieur Nord tomaron los hombros de Escorpio y lo obligaron a volverse, a mirarle. Lo sostuvieron.
―Milo ? ―preguntó con la voz comida por la ansiedad.
Milo le tomó las manos. Afirmó los pies calzados de oro en el suelo. Su cara pasó por una multitud de expresiones en cuestión de segundos: azoramiento, duda, incomprensión, espanto... Se volvió un momento a mirar a Hades, quien permanecía mudo e inmóvil. Un atisbo de entendimiento se asomó en la profundidad de los iris aturquesados. Un entendimiento matizado de horror.
―¿Camus? Chouchou ? ¿Qué pasa? ¿Qué hice? ―lanzó el escorpión, alarmado por la mirada consternada de su sýzygos.
La voz de Bóreas el Joven se atragantó en un gemido que no logró arrancarse de su pecho. Aferró a Milo contra su torso, como si tratara de guardarlo, ocultarlo de todo.
―Der'mo... ―musitó Khíone, quien se aproximó indecisa a su hermano, para colocar una mano leve sobre su hombro y la otra en el cabello rubio del octavo guardián―. Cálmate, Rebenok. Ya pasó... (5)
―¿Pasó? ¿Qué pasó? ―se atragantó Milo, desde el abrazo estrechísimo de Camus― ¡Camus, Camus! ¡Suelta! ¡Tengo la cabeza hecha un lío! ¿Qué pasó?
Athena y Poseidón, confundidos, se acercaron a un Hades que no podía terminar de tomar piso. El Señor del Inframundo fijó el verde primaveral de sus pupilas en el azul de las de su sobrina. Una desolación absoluta arrasaba a aquel dios que se mostraba siempre incólume, como roca. La muchacha se asustó de aquello que vio en su tío.
―¿Hermano? ―demandó Poseidón, vacilante― Hades... reacciona, que nos asustas...
Abrió la boca una y otra vez, intentando decir, expresar el sentir atascado en su pecho, sin lograrlo. Al final, se estrujó los cabellos de obsidiana contra la frente lívida y selló los labios. Athena se aferró a su brazo.
―Se terminó. Se terminó ―balbuceó la joven―. Se terminó y no volverá a suceder. No entre nosotros. No por nuestra intervención. No volverás a alterar el Libro. Ni tú ni nosotros. No con conocimiento de causa.
―Ese... ese es el asunto... No había conocimiento de causa ―farfulló por fin Hades―. Pero él tiene razón: estaba todo predispuesto para concluir. Y yo... no lo permití...
―Hades, basta ―solicitó Poseidón.
Milo consiguió al fin liberarse del agarre frenético que lo constreñía. La armadura tintineó cuando se volvió hacia Hades, que con sólo mirarlo se estremeció.
―Hades... ―musitó Milo―. Lo siento. No quise...
El Señor del Inframundo negó débilmente con la cabeza.
―No... por favor... No digas nada. Tú... no podías negarte. ¿Cómo podrías negarte a tu padre? No tú. No tú...
Milo se tomó la cabeza entre las manos, pálido. Volvió a tambalearse y Camus se apresuró a sostenerlo de nuevo.
―Me duele la cabeza ―deslizó Milo con la voz fluctuante―. Hades... Hades... Padre... está muy cabreado... Mucho...
Escorpio palideció, los ojos revelaron un brillo inusual, delirante.
»Kardia... Tenía que morir en la Atlántida, escuchando la confesión de Dégel... Tenía que morir así... Con sus asuntos resueltos... Cuando ayudaste a Rhadamanthys, iniciaste... una reacción en cadena... que Padre resolvió lo mejor que pudo... pero sigue... latente...
―Milo, guarda silencio, cálmate ―suplicó Camus―. No estás bien...
Hades se alarmó. Como pudo se tragó la angustia que aún sentía y se acercó al escorpión. Le tomó la cara entre las manos, observándolo con cuidado.
―Milo, ¿tu padre te dijo que está cabreado conmigo?
―No, no... pero lo sentí... El Libro... sigue borroneado... Está muy cabreado. Se cabrea cuando tiene cabos sueltos...
―¡¿Viste el Libro?! ―remarcó Hades, espantado ante la perspectiva.
―¿El Libro? El Libro... está lleno de enmendaduras... Kardia tenía qué morir en paz, con Dégel, sabiéndose correspondido... pero salvaste a Rhadamanthys...
Las rodillas de Milo finalmente se doblaron y el Señor del Inframundo detuvo la caída. Monsieur Nord tomó al Hellenoi en brazos sin ningún esfuerzo, trizado por la inquietud.
―¿Milo? ¿Qué te pasa?
―Está agotado ―pronunció Hades, trémulo―. Recibió a su padre y además vio su Libro... Necesita contención y cuidado. Puedes proporcionarle ambas cosas. Yo... tengo que ir a Yomotsu. Tengo que ver a esos dos...
―Se te van a alborotar ―soltó Poseidón en son de queja―. Vas a empeorar la situación.
―La voy a empeorar si no voy y pongo orden. Ustedes dos vienen conmigo ―se dirigió a Dohko y Shion, quienes afirmaron―, y ustedes también ―remató señalando a los Jueces, quienes adquirieron una actitud solemne.
»Tenemos que plantearles la nueva situación, que la guerra ha terminado y pueden descansar. Que recibirán un trato justo como parte de la amnistía. Que no tienen que temer por Athena ni ninguno otro de sus hermanos: todos serán tratados honorablemente.
―Voy contigo, tío.
―No. Esto lo tengo que arreglar yo. Moro está esperando de mi parte medidas conducentes para finiquitar este asunto, Ikómena, no de la tuya. Tú atenderás a Milo: está extenuado. Haz que se alimente.
―Yo me ocupo de eso ―decidió Khíone sin dudar―. Korítsi, cuida de mi hermanito y su amigo y yo cuido de la manzana. Váyanse ya.
―En mi Templo hay ambrosía y néctar.
―Lo sé. Me encargaré de buscar. Vete ya.
Milo se había entregado con reticencia a aquella insidiosa sensación de cansancio que parecía atarlo de manos y pies, que hacía que su conciencia fluctuara entre la realidad de las manos de Keltos despojándolo de la armadura y las mareas del sueño que lo tragaban sin piedad.
Una mano fresca que no era la de Camus le despejó el cabello de la frente para luego tomarlo delicadamente de la nuca: lo enderezaba un poco para acomodar en sus labios una copa cuyo contenido tenía el dulce gusto de la sangría de frutas de su sýzygos. La misma que preparaba en las ocasiones especiales, sólo para él.
Se sintió reconfortado cuando el líquido pasó por su garganta: una oleada de tibio bienestar le recorrió el cuerpo que, sin embargo, siguió ajeno a su control.
―¿Qué le pasa? ¿Por qué no despierta? ―escuchó a Camus con la voz rota de angustia―. Mon soleil... Ya no puede morir, ¿o sí?
―No lo creo, Rebenok. Pero ni tú ni yo tenemos idea de lo que es contener al padre de ton époux. A ti te costó la cordura hacerte del legado de nuestro padre, con todo y que estabas familiarizado con él. Tu manzana... jamás había tenido un contacto directo con su padre. No creo que sea fácil. Ni agradable.
Milo escuchaba con los ojos cerrados y lo que le parecía percibir como una respiración superficial. Quería decirle a Keltos que estaba bien. Que no se preocupara. Que en cuanto se librara de aquel... ¿hechizo?, le mostraría que se encontraba en perfectas condiciones. O algo como eso...
―Estoy... estoy bien ―musitó con la voz arrastrándose por su garganta.
―Te estás resistiendo, niño tonto ―le musitó la voz de la dama Lákhesis en el oído, al tiempo que sentía unos dedos muy fríos que le apartaban la cabellera de la cara―. Lo haces más difícil, ¿no lo entiendes?
―¿Qué...? ¿Qué hago difícil...?
―Nada, mon soleil... no haces difícil absolutamente nada. Lo único que me dificultas es la tranquilidad. Despierta, por favor. Debes comer.
―No... No tengo hambre...
―Haz lo que te pide tu esposo, niño caprichoso ―susurró la dama Átropos con un tono que le resultó inusitadamente dulce―. Has perdido las fuerzas. No así la voluntad. Entonces, abre la boca, y come lo que se te ofrece: lo necesitas para tu tránsito.
―¿Qué tránsito...? ¿Qué debo comer...?
―No estás transitando a ninguna parte, Milo. ¡Deja de decir sandeces, que me asustas! ―gruñó Camus, al tiempo que ponía bajo su nariz algo que olía a buñuelo de manzana―. Abre la boca, por favor. Tienes que comer.
Entreabrió apenas los labios y una dulce esfera blanda se le deslizó entre ellos. Quiso masticarla y no pudo. Tampoco fue necesario: se le derritió en la lengua y sintió cómo se escurría lentamente hacia sus vísceras.
Sus músculos se calentaron, se vigorizaron. Sus pulmones se hincharon listos para aspirar una profunda bocanada de aire.
En lugar de eso, continuó laxo.
―Lo estás asustando, niño irritante ―bisbiseó la dama Klothó, entre risitas amables―; lo estás asustando muchísimo. Está seguro de que te mueres. No lo angusties así: éste no puede existir sin ti, ¿entiendes? Ese es su miedo más atroz: perderte. Si te pierde... se pierde a sí mismo...
―No... no me pierdes, chouchou...
―¿Por qué habría de perderte? ¿Te me vas a ir? ¿A dónde? ―se desgarró en un sollozo la voz de Keltos―. ¡No te atrevas a morírteme...! ¡Tú ya no puedes morir! ¡No puedo encarar lo que soy ahora sin ti!
―Rebenok... cálmate...
―¡Se me muere, Khíone!
―No, no es así. Cálmate.
―Milo ne se réveille pas et ne dis que de bêtises ! ¡No puedo calmarme! (6)
―¿Lo ves, niño tonto? Lo tienes aterrorizado. Provocará una era glacial de pura angustia. Y aún no es el momento de que desate su poder. Tu Padre aún está encarrilando los acontecimientos.
―No... No, chouchou... Sin eras glaciales... por favor...
―Si no te calmas, caprichosito, no serás capaz de procesar el Libro. Deja de resistirte. Deja de aferrarte a lo que ya no eres. Deja de comportarte como si aún fueras humano.
―Aún soy... humano...
―Siempre serás un poco humano, mon soleil. Así como yo. Pero no en el sentido de la mortalidad. Ya no eres mortal. No te puedes morir. No puedes.
―No, niño irritante. Pareces humano, pero ya no lo eres. Viste el Libro. Y no por primera vez... No tengas miedo de tu naturaleza. Acéptala. Acéptala para que hagas el tránsito. Para que seas un destino. Eres un Destino. Puedes ver. Puedes decretar. Tal vez puedas escribir. Y si entiendes de una vez cómo y por qué, puedes hacerlo sin alterar el Libro y el Telar.
―Tu Padre necesita que hagas algo por él. Que facilites algo para él, dulce tontito.
―No eres el primero que despierta. Pero sí el primero que lo hace por entero, caprichosito. Como todo desde hace 250 años, no estaba escrito que lo hicieras. Aunque era una posibilidad.
―Y has sido una posibilidad que le conviene a tu Padre, pequeño irritante. Si haces tu trabajo bien, el Libro ya no tendrá enmendaduras. Lo que se ha deshecho, será reconstituido. La anomalía dejará de serlo. Entrará al Libro según sus reglas. Las de tu Padre.
―¿Anomalía...? ¿Qué...? ¿Qué anomalía...?
―¡Anomalía es lo que me estás haciendo, Milo! ¡Despierta de una vez!
―Relájate, tontito. Acepta lo que eres. Abre tu entendimiento. Tu Padre... está tratando de hacerse del momento para hablarte... Mientras tanto, te muestra... Relájate y mira... entiende...
―No... No... No quiero... No quiero ver... No quiero ver... No me gusta ver... Quiero... a Keltos...
―¿Ver qué, mon soleil? Aquí estoy. ¡Aquí estoy!
―No quiero... Camus... Diles que no quiero...
―No se trata de lo que quieras, niñito caprichoso. Se trata de lo que debes hacer. Tu Padre te necesita. Necesita proteger a tu Madre. Si no pones de tu parte y aprendes qué cosa es tu legado... tu Madre seguirá en riesgo...
―Ustedes son los hijos amados de tu Madre, niñito irritante. Saben de antemano que su destino es morir. Que no hay nada qué hacer al respecto. Tienen el destino revelado desde el principio. Y aún así... acuden al llamado generosamente. El llamado de Moro. Y se entregan sin pensarlo. Por su Madre.
―Madre... Madre me guarda...
―¿Tu... tu madre, Milo? ¿Tu madre te guarda? ¿Cómo?
―Me protege... Y la protejo... Así fue hecho... Así es... Así será... Los escorpiones... Protegemos a nuestra Madre...
―Quoi... ? Milo... Qu'est-ce que tu dis...? (7)
―Keltos... No me dejes... Tengo miedo...
―No tontito. No tengas miedo. No tengas miedo de tu naturaleza. Afróntala. Entiéndela... Y haz lo necesario...
Camus negaba con la cabeza, con la cordura a punto de escapársele como agua entre los dedos. Milo, con su respiración superficial, se debatía entre la inmovilidad cadavérica y una agitación convulsa que estremecía sus carnes.
―¿Por qué...? ¡¿Por qué no despierta?! ―gritó al tiempo que la habitación de Milo en el Templo de Escorpio bajaba abruptamente de temperatura.
Milo, con el torso desnudo, tiritó.
―Te vas a calmar en este momento, Rebenok. Terminarás haciéndole daño...
―¡Se está muriendo! ¡Está diciendo puras sandeces! ¡Se me va, Khíone, se me va! ―chilló desesperado.
Khíone cedió al arrebato de sus emociones: envolvió a su hermano en un abrazo constrictor y amoroso. Camus, contenido finalmente, rompió a llorar con amargura, aferrándose a la espalda de la Señora de la Nieve.
»¡Se me muere! ¡Se me muere! ¡La ambrosía y el néctar no lo han ayudado! ¡Se me va a morir!
―No. No es así. No sé qué le pasa... pero no se estará muriendo. Escucha... Necesitas tranquilizarte. Por él y por ti... Óyeme bien, Rebenok. Écoutes moi, s'il te plaît. Iré... Iré a buscar a tu amigo que viaja a Yomotsu... Y le preguntaré si sabe algo de Korítsi. ¿De acuerdo? (8)
―Pero...
―Pero nada. Necesitas concentrarte en él. Háblale. Háblale como sueles hacerlo. Y si me necesitas, sólo tienes que musitar mi nombre... ¿De acuerdo?
―¡Khíone...!
―Habla con tu manzana... ―dijo al tiempo que se dispersaba en una miríada de copos de nieve. Su voz reverberó, latente, entre las paredes―. Habla con él. Sé su guía. No dejes que se pierda...
Bóreas el Joven, esbelto, el rostro constelado de pecas y los rojos cabellos revoloteando un poco, se encontró solo en medio de la habitación, con un Milo inconsciente tendido en su cama
―Mon soleil... mon soleil... ―gimoteó con pesar―. ¿Qué te sucede? Por favor... despierta... Me asustas...
Milo frunció el ceño, dolorido. Pareció lamentarse un poco.
―No... No debía terminar así...
―Milo...
―No debía... No obtuvo paz al final...
"Mon soleil..."
Una vorágine de caos e imágenes distorsionadas fue lo que Camus recibió en lugar de la voz de su esposo. Abandonó su mente de inmediato, invadido por el vértigo.
―Milo... no me quieres... no me necesitas en tu mente ahora mismo... ―musitó con un atisbo de comprensión.
Acarició la mano grande y dulcemente atezada por el sol. El contacto pareció reconfortar al escorpión.
»C'est ça que veux-tu de moi ? Tu as besoin de sentir que je suis avec toi ? (9)
Deslizó gentilmente sus manos por el rostro del escorpión, quien emitió un tenue gorjeo, complacido.
Camus respiró profundo. Llenó sus pulmones de aire y se obligó a tranquilizarse. Se levantó y empezó a despojarse de la ropa, que una vez que tocaba el suelo, se desvanecía. Luego se metió en la cama, al lado de su sýzygos, y lo envolvió en un abrazo estrecho y posesivo.
»C'est moi, mon soleil. Est-ce que peux-tu sentir mon peau ? Peux-tu sentir mon corps, ma chaleur ? C'est moi. Je suis ici pour toi... (10)
Se acurrucó en el pecho del escorpión y cerró los ojos: el corazón de su amado latía fuerte. Hacía una melodía sencilla, pero poderosa. Le hacía evocar los patrones con que se regía la Tierra.
Se relajó de inmediato. Su propio corazón se acompasó al ritmo del de su compañero.
Se adormeció prendido del pecho de Milo, como si de una balsa en medio del mar se tratara.
No supo cuánto tiempo transcurrió, ni cómo había sido posible que se durmiera, cuando estaba del todo claro que él no necesitaba dormir. Lo cierto es que, al abrir los ojos, se encontró con los aturquesados de Milo fijos en el techo, con una expresión indescifrable.
No fue capaz de contener el suspiro de profunda satisfacción que se le escapó de los labios. Con lo que provocó que los ojos de Milo se reorientaran hacia él.
Algo en aquella mirada le puso los nervios de punta.
―Keltos...
―Hellenoi... Comment va tu ? (11)
―Keltos... Necesito... Necesito comer...
Camus se precipitó fuera de la cama y buscó la ambrosía en la mesa de noche. Incorporó un poco a Milo y le puso en la boca una esfera.
El escorpión cerró los ojos, concentrándose en masticar. Y cuando terminó, extendió la mano pidiendo otra, y otra, y otra.
Bóreas el Joven optó por dejar entre las manos de su sýzygos el pequeño cuenco con la ambrosía y buscó la copa con néctar. Cuando se la entregó, Milo se prendió de ella con desesperación, con una sed que Camus no le vio jamás.
Milo se quedó en silencio, sentado en su cama, con los recipientes vacíos. Parecía ausente. Azorado.
―Mon soleil... ? Est-ce que tu es bien ? Comment est-ce que je peux t'aider ? (12)
―No debió terminar así...
―¿Qué cosa, Milo? ¿Qué cosa no debió terminar así?
―Kardia... Tenía que morir en paz... Tu hermano... iba a decirle que lo amaba... Iban a morir juntos...
―Milo...
―Rhadamanthys tenía que morir. Pero Hades intervino. Alteró lo que Padre decretó. Las Hilanderas me lo dijeron: el Destino está escrito, pero también depende del albedrío... Y Hades decidió ayudar a su guerrero...
―Pero... ¿Eso en qué afectó a Kardia?
―La muerte del Wyvern era un evento clave: era el Juez más fuerte, y tras de él, los demás habrían caído paulatinamente. Kardia sería su ejecutor: ambos habrían caído malheridos, pero Kardia habría despertado un poco después, y al ver a su enemigo muerto, se habría retirado para buscar a Dégel.
»Sin embargo, Hades retiró a su soldado de la Atlántida y alargó su vida por medios artificiosos. Y Kardia, al darse cuenta de que su sacrificio fue en balde, se desmoralizó: sin victoria y sin fuerzas, se permitió desfallecer.
»No parece gran cosa. Pero ese hecho alteró todo lo que Padre había escrito. Dégel sintió que el cosmos de Kardia desaparecía: desesperó y precipitó sus acciones.
»Cuando Kardia recobró el sentido, ayudó a Unity a escapar de la Atlántida y acudió a donde sentía que Dégel moría. Cuando Kardia finalmente llegó, tu hermano ya había generado el Freezing Coffin. Ya estaba perdido. Kardia agonizaba. Cayó. También fue tragado por el hielo. Fue devorado por el frío sin saberse correspondido. Sin entregar su secreto. Atormentado, ¿entiendes?
―Milo...
―Los escorpiones... somos sus hijos...
―¿Qué?
―Los escorpiones somos sus hijos... de Padre... y de Madre...
Keltos tragó saliva. Balbuceó una pregunta.
―Él... ¿Es... es hijo de tu padre?
Milo hundió la barbilla en el pecho. Silenciosas lágrimas se le deslizaron por los pómulos. Un súbito pinchazo de dolor escoció en el corazón de Camus.
»Es... tu hermano...
Milo asintió en silencio.
»Y... amaba al mío...
―Y nunca se atrevió a decírselo. Su último aliento lo empleó en lamentar lo que no fue... Su sueño no fue... no será pacífico... nunca...
Camus sintió el peso de la tristeza de Milo con fuerza. Se dio cuenta que se debía a que la compartían.
Seguramente, Dégel tampoco había muerto en paz.
Acarició la cabellera de su sýzygos. Hundió los dedos entre los mechones dorados, intentando dar consuelo al hombre sentado sobre la cama. Milo levantó la cara surcada por el llanto y se aferró a la cintura de Camus. Apagó los sollozos en el torso desnudo y lo estrechó, afligido.
―Lo lamento, mon soleil... lo lamento muchísimo...
Milo lo jaló a la cama y lo recostó. Se le aferró como si fuera a escabullírsele. Le acarició el rostro con delicadeza, casi sin tocarlo.
―Me habría marchitado si no te lo hubiera dicho, mon coeur, me habría marchitado como planta desarraigada si no te hubiera confesado que te amaba...
―Pero lo hiciste, Milo... y me diste el valor para confesarlo también...
―Camus, te amo...
Lo besó profundo, con desesperación. Camus, tocado por la tristeza que aquejaba a su esposo, lo abrazó y correspondió el ósculo. Recorrió la espalda fibrosa con parsimonia y se permitió sentir las caricias arrebatadas, angustiosas del escorpión: las manos recorriendo la piel lechosa y los músculos magros, las uñas arañando las piernas. Los dedos enredándose en los vellos rojos de la entrepierna.
Suspiró sin poderlo evitar. Sintió a Milo despojarse del pantalón y abrirle las piernas, ofrendar toques tiernos en los muslos, restregar su sexo contra el suyo.
―Milo... yo también te amo...
Milo le robó el aliento a base de besos en el cuello y el esternón. De mordisquitos en los hombros. De besos profundos en los labios y toques expertos en su hombría.
Aunque no se atrevió a averiguarlo de la mente de su sýzygos, entendió que Milo lo necesitaba. Lo necesitaba así: frágil, suave, generoso. Se entregó al delirio de las caricias y se dejó hacer. Permitió que sus manos menudas fueran apresadas contra la cama. Permitió que los besos de Milo le arrancaran gemidos lánguidos. Permitió la invasión febril, angustiosa, de su carne por la carne amada.
Milo lo embestía enérgico, rítmico, con aquella destreza que le habían conferido los años de conocimiento mutuo. Sabían cómo tocarse, cómo moverse, cómo fundirse. Sabían cómo llevar al otro a la locura. Y aunque Camus estaba enajenado en su placer, no podía soslayar lo evidente: Milo lloraba desconsolado.
»Mon soleil... ―musitó, queriendo confortarlo.
Pero Milo quiso acotar su dolor y desaliento mordiendo el cuello pecoso, cebándose en la clavícula. Camus gimió complacido al tiempo que sentía los dedos del escorpión masturbándolo.
Sintió sus entrañas contrayéndose sin control.
»Milo... Milo... ―musitó en apenas un hilillo de voz.
―Mi amor... Amor de mi existencia... ―sollozó Milo―. Dámelo, mi amor. Dámelo. Lo necesito como nunca antes en mi vida. Dámelo. Dámelo...
Camus abrió la boca para jadear en el momento de su orgasmo. Arqueó la espalda cuando sintió la acometida del placer. La voz, sin embargo, le quedó atascada en la garganta. Sintió sus carnes agitarse, voraces, contra la hombría enhiesta que lo invadía. Sintió a Milo liberándose entre estremecimientos de satisfacción y sollozos desgarrados. Sintió cómo las fuerzas se le iban en la culminación de aquel encuentro.
Quedó aturdido y desmadejado en la cama, con Milo entre sus piernas y aferrado a su pecho, mientras lloraba desconsolado.
»Te amo, Camus. Te adoro... No puedo vivir sin ti. No puedo existir sin ti...
Bóreas el Joven, con la torpeza aún prendida de sus músculos, llevó una mano a su rostro para enjugarse las lágrimas que no pudo contener y la otra a los rizos dorados de su esposo.
―Milo... mon soleil... Yo también te amo. Te amo tanto que desespero. Que si me faltas, me desmorono... ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan desolado, mi amor?
Milo le acariciaba el rostro, repasaba las pecas, besaba los mechones de cabello rojo y plateado.
―Tenemos que ir al mausoleo... y sacarlos.
Camus parpadeó. Colocó la diestra sobre el pómulo izquierdo de Milo y lo obligó a fijar sus ojos en los suyos. Aquel brillo extraño que le había notado al despertar seguía allí: anidado, inoculado.
―¿Sacarlos? ¿Para qué?
Milo aspiró aire profundamente, como si no alcanzara suficiente oxígeno. Las lágrimas seguían brotando sin tregua.
―Para que Angelo traiga sus almas de nuevo y tengan un cuerpo al cual llegar.
Los cabellos de Camus se volvieron blancos de golpe y se sentó con violencia en la cama, obligando a Milo a aguantar el frío repentino y a afincarse sobre sus rodillas.
Las lágrimas se congelaron en los pómulos de Escorpio.
―¿Qué diable dices, Milo? ¡Están muertos! ¡No voy a profanar sus cuerpos!
Milo se quedó inerme en su posición, con los ojos arrasados de lágrimas que se cristalizaban y una espesa columna de vapor levantándose desde su boca.
―No, mi amor. No están muertos.
El rostro de Bóreas el Joven se desfiguró de rabia.
―Milo... ―graznó, con amenaza en la voz.
―No están muertos... pero no deberían estar vivos... ―tembló Milo al tiempo que se mesaba los cabellos―. No deberían estar vivos... Debían quedarse juntos en el glaciar, eternamente. Era una buena muerte para ellos. Pero las cosas no ocurrieron como debían.
»Wyvern sobrevivió y mantuvo la guerra en marcha: ni siquiera Regulus, que era el más poderoso de todos los santos dorados de esa generación, fue capaz de derrotarlo. Las acciones de Rhadamanthys habrían dado la victoria al Inframundo si no hubiera sido vencido por el recipiente de Hades. La paz no se concretó entre Hades y Athena. Y una nueva Guerra Santa, que no estaba prevista, tuvo que ser escrita...
―Pero...
―Los sacamos... y están vivos... Porque tu hermano, al no entregar su vida junto al mío, se quedó alerta sobre Poseidón. No murió víctima de su propio elemento, aunque sí pudo haber quedado atrapado por él para siempre... Y Kardia... ¡Kardia, sin entenderlo, despertó su legado en el último momento de su vida y deseó dormir el sueño de la Eternidad con Dégel! Y como Dégel ha sido liberado...
―Kardia ha despertado también... ―musitó Camus con un hilo de voz.
El cabello blanco, volátil, volvió a ser rojo, y la blanca piel de Camus fue cubierta por las prendas que al principio eran evidentemente de escarcha para luego tomar la apariencia de piel burda. Templó la temperatura en la habitación. Limpió las lágrimas de su esposo con la diestra.
―Está bien. Vayamos al mausoleo y liberémoslos. Démosles la oportunidad de que despierten a la vida.
El rostro de Milo se contrajo en un sollozo lastimero, mientras el de Camus pintaba una incomprensión completa.
»Mon soleil... ¿Por qué continúas llorando? Nuestros hermanos viven...
―Kardia despertará únicamente para morir.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Porque agonizaba cuando fue alcanzado por el glaciar. Su corazón está enfermo. Él nunca estuvo destinado a sobrevivir, mon coeur.
―Pero... pero... ¡Oh, Diosa! ¡Oh, Diosa! ¡Algo podrá hacerse!
―No. No hay nada qué hacer. Kardia morirá. Padre ya no tiene nada previsto para él ―dijo Milo ocultando su mirada dolorosa.
―Pero... ¡No! ¡No, Milo! ¡No es justo! ¡No lo es! ―se encolerizó Camus.
Milo hundió los hombros, bajo el peso de un dolor que Camus no terminaba de comprender.
―Lo sé. No es justo. Pero por lo que entiendo, no tiene por qué serlo. Padre escribió. Su escritura no fue respetada. Arregló lo que pudo. Pero Kardia es un cabo suelto. Su corazón estaba enfermo porque con ello obtenía la fuerza exacta para el enfrentamiento final con Rhadamanthys. Y Rhadamanthys no falleció.
»Al final de la guerra, Athena consiguió la victoria a pesar del escollo que representó el Wyvern, sin la ayuda de Kardia. Así las cosas, ya no hay función para mi hermano.
El rostro de Camus manifestó un cúmulo de emociones agobiantes. Miró a su esposo con ira.
―¿Sabes que no es justo y me sales con que no tiene que serlo? ¿Entonces por qué carajo vienes con las lágrimas? ¿Para qué? ¡Si ya has aceptado el fallo de tu... tu Padre!
Milo rompió en un sollozo violento que le estremeció el cuerpo. Se abrazó a sí mismo y negó enfáticamente con la cabeza. Camus se asustó con la vehemencia de aquel estallido.
―¡Porque vi el Libro! ¡El Libro de mi Padre! ¡Y la historia tachada de nuestros hermanos no ha sido lo único que he visto! ¡No ha sido lo único!
Bóreas el Joven aspiró aire, en un intento de deshacer el nudo en su estómago. Se cubrió la boca con una mano, tratando de controlar la arcada que sintió subir por su garganta.
No quería preguntar. No se atrevía.
Pero conocía a su sýzygos. Igual se lo diría.
Lo vio levantar la cara y fijar sus ojos desbordados de dolor en los suyos. Lo vio levantar la diestra con una devoción infinita y acariciarle la cabellera de rubí. Lo sintió pasar los dedos sobre sus cejas bifurcadas, como si fueran vetas de un metal precioso.
―No eras para mí.
Una lágrima descendió por una mejilla de Camus y se congeló antes de llegar al mentón.
»No eras para mí... Y Skade no estaba en tu camino...
Aclaraciones
Bienvenid@s a la actualización en honor a don Camusito, que cumple años hoy. ¡Yey! ¡Feliz cumpleaños a Camus bonito, sí que sí!
Y pues les confieso que después de este capi, pasará un rato antes de que vuelva a actualizar. Aunque haré un esfuerzo serio para que el lapso no sea demasiado extenso y se vaya cuando mucho al próximo mes :D
Espero que la historia, hasta este momento, esté resultando interesante y satisfactoria. Y aunque no dudo que en este momento sus cabezas estén elucubrando pa dónde va este asunto, es posible que no le terminen de atinar. Ruego porque, cuando lo descubran, no me maten de decepción :P
Por lo pronto, saber para quién sería Camus en lugar de Milo será uno de los asuntos en los que incidiremos en este fic. Uno de ellos.
A continuación, les dejo las aclaraciones de extranjerismos.
Como los términos extranjeros breves son bastante conocidos en mis fics, me voy directo a los complejos:
1. Fratellino, vieni qui subito! (italiano): ¡Hermanito, ven para acá de inmediato!
2. No, no. Sto bene. È lui che ha bisogno di aiuto (italiano): Que no, que no. Estoy bien. Es él quien necesita ayuda.
3. Il veleno! Il veleno di puttana! Neutralizzalo adesso! (italiano): ¡El veneno! ¡El puto veneno! ¡Neutralízalo ahora!
4. Signore dell'Inferno (italiano): Señor Averno.
5. Der'mo (Дерьмо; ruso): Mierda.
6. Milo ne se réveille pas et ne dis que de bêtises ! (francés): ¡Milo no despierta y no dice más que sandeces!
7. Quoi... ? Milo... Qu'est-ce que tu dis...? (francés): ¿Qué estás diciendo...?
8. Écoutes moi, s'il te plaît. (francés): Escúchame, por favor.
9. C'est ça que veux-tu de moi ? Tu as besoin de sentir que je suis avec toi ? (francés): ¿Es esto lo que necesitas de mí? ¿Necesitas sentir que estoy contigo?
10. C'est moi, mon soleil. Est-ce que peux-tu sentir mon peau ? Peux-tu sentir mon corps, ma chaleur ? C'est moi. Je suis ici pour toi... (francés): Soy yo, sol mío. ¿Puedes sentir mi piel? ¿Puedes sentir mi cuerpo, mi calor? Soy yo. Estoy aquí, para ti.
11. Hellenoi... Comment va tu ? (francés): Hellenoi... ¿Cómo estás?
12. Mon soleil... ? Est-ce que tu es bien ? Comment est-ce que je peux t'aider ? (francés): ¿Mi sol? ¿Estás bien? ¿Cómo puedo ayudarte?
* Kallikantzaros: duende invernal malvado propio del folclore griego y balcánico.
Y ya está.
Gracias a mi coma, que hace un tiempo le dio su mirada generosa a este texto y me hizo notar algunos detalles que, espero, hayan quedado resueltos satisfactoriamente.
El crédito para la super imagen de portada es para su espectacular artista: Milito bellísimo está todavía más chulo que de costumbre. Lo mismo en el caso del fanart de Camus empleado para la celebración de su cumpleaños. Ambas obras son geniales, como sus creadores.
A tod@s, agradezco el amor que le dedican a la lectura de este cuento. Todo es bienvenido: tiempo, votos, comentarios, sugerencias, observaciones. Y todo el amor tiene vuelta, porque es imposible que sea de otro modo.
Abrazos a tod@s, y que la vida sea suave y generosa con ustedes y los suyos. Hasta pronto.
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