3. Antes del funeral
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
("Ítaca", Konstantino Kavafis)
Dejando el Puerto de Rotterdam, al caer la noche
Encomienda: Recuperación del Oricalco.
Polemarkhos: K de Escorpio y D de Acuario.
Estado de la encomienda: En camino a Blue Graad por la ruta del Norte. Embarque en Rotterdam hace tres horas. Previsto el desembarco en el Volga.
Tiempo estimado de arribo: Tres días. He pagado al capitán para no hacer altos hasta llegar a nuestro destino. Desde el Volga a Blue Graad: Seis horas a paso medio, anticipando la posible indisposición de K.
Procedimiento: Al llegar a Blue Graad, solicitaremos entrevistarnos con García, Unity y Seraphina. Expondremos la situación. Pediremos que se nos permita el paso a la Atlántida. Extraeremos el Oricalco y nos retiraremos al Santuario, sin emplear transporte marítimo. En total, retirar el Oricalco de su lugar de origen y entregarlo a su destino debe tomar menos de 24 horas.
Expectativas: Culminación de la encomienda exitosa.
Comentarios: Travesía pacífica. K con buena salud. Animado. Con apetito.
Luego de cenar, lo regalé con una insignificancia. Sin mediar palabra, sonriente, guardó mi presente en el bolsillo.
Hace no mucho pidió salir a ver las estrellas.
Se lo concedí.
Es como alguna vez lo dijo: Nada se le niega a K.
Yo no lo haré, nunca. Nunca le negaré a moye serdtse algo que lo haga sonreír.
Angelo caminaba en automático. A cada paso que daba, le parecía que pisaba algodones. La enormidad del bostezo casi le contracturó las quijadas y le arrancó lagrimitas que se apresuró a restañar.
―En serio, Angelo ―siseó Afro, disgustado―, ¿no podías pedirle a pappa la noche libre?
―Como si fuera a dármela ―masculló Angelo mientras se tallaba los ojos a media asta―. Sólo me perdonó la guardia cuando estuve envenenado. Y me doy por bien servido que no me está exigiendo que vaya a tomar Anatomía.
Iban por el pasillo de las dependencias de los internos. Shura llevaba a Angelo apresado de la cintura y Afro iba tomado de la mano albina. El cabello blanco descansaba en el hombro izquierdo de Shura, y la cabeza cerúlea de Afro, a su vez, en el de Angelo.
―Puedes estudiar Anatomía conmigo si quieres ―murmuró Afro con una voz tan sugerente que le arrancó una sonrisa oblicua a Angelo―. Me gustaría un chequeo... profundo. Estoy a tu disposición. En cuanto vuelvas de la misión, claro está.
Angelo soltó la mano de Afro y la enlazó en su cintura: dejó que la siniestra vagara displicente hacia los montes rotundos que se hallaban más allá de la espalda baja y aplicó un pellizco en una deliciosa nalga ajena. La travesura le afloró en los labios delgados, y se convirtió en franca risa alegre cuando sus acciones provocaron las risitas bobas y un manotazo del sueco.
―Si tan difícil es que papá te dé el permiso, bien podías haber sugerido que habláramos con él ―rezongó el español intensificando el agarre en la cintura del italiano―. Y si no resultaba, podía pedírselo la Dama.
―¡Noooo, por favor! No voy a pedirle a Donna que venga y me arregle los asuntos con papà. Él sabe perfecto que me voy de misión. Si no me da la licencia por su voluntad... Cos'altro dovrei fare? (1)
Al dar la vuelta al pasillo, rumbo a la salida, se toparon ni más ni menos que... con la Hidra.
Los tres se detuvieron en seco. Y en seco tragaron saliva. O lo intentaron.
―Buenos días, pappa ―susurró Afro despegándose de Angelo y abrazando a Katsaros, quien permaneció impertérrito, hasta que al fin abrazó efímeramente la cintura del sueco―. Decidimos venir por Angelo, para asegurarnos de que desayune antes de irse a la misión.
La vieja Hidra... ejem... el viejo Katsaros arrugó el entrecejo.
―Sí, papá. Si lo dejamos a su criterio, se va a dormir un par de horas y ya. Se larga sin probar bocado ―hizo notar Shura, mientras depositaba un rápido beso en la mejilla del viejo médico, quien le correspondió con un breve pellizco en la barbilla.
Katsaros aspiró hondo y fijó los ojos profundos en el albino.
―¿Por qué no pediste la noche libre, ilíthie? ¿Acaso no tienes un interno a tu cargo? Hubieras dormido y descansado bien, que tus maridos no iban a cansarte antes de una misión. ¿Cierto?
Ambos, Afro y Shura, negaron rapidito con la cabeza. El viejo médico continuó con la mirada trabada en la de Angelo, quien se sintió diminuto ante aquella muestra de indignación paternal.
»En verdad, ¿no merezco de mi hijo la confianza para pedir algo, lo que sea? ¿Qué tienes en la cabeza? ¡No, no me respondas, que bien que me lo imagino!
Angelo hizo un puchero sentidísimo.
―No papà. Non arrabbiarti... (2)
Damianos Katsaros, médico en jefe de La Fuente, hizo con la diestra el gesto marcial para que Angelo se acercara.
Angelo de Santis Katsaros, Santo de Cáncer e interno de La Fuente, se acercó despacito, contrito, y se dejó envolver por los brazos del anciano al que le sacaba una cabeza de altura.
Rodeó al viejo en un abrazo estrecho, casi con timidez.
―Fuerza, coraje y valor, muchacho. Vas y vienes de tu viaje, directo y sin escalas. Y de una pieza, que los que te amamos te esperamos aquí. Acuérdate de Homero: sin clan, sin ley y sin hogar, nada se es.
Angelo asintió con un nudo en la garganta, mientras sentía los labios del viejo en la mejilla y él estampaba los suyos en la frente arrugada.
»Última vez que no me tienes confianza para hablar. Ahora vete a desayunar y a dormir un poco. No le quedes mal a Mikrí Kyría, que te pongo bajo las órdenes del mocosito de las cadenas. Capisci?
―Capisco, papà. No vuelvo a callarme nada.
―Perfecto. Ahora lárguense de mi vista los tres, que me quitan el tiempo. Y los quiero aquí a las 20:00, para cenar. Quiero tortilla española y los panecitos de canela que haces, niño.
―Y café, ¿cierto, pappa? ―confirmó Afro, enternecido.
―Sí, sí. Café también.
―¿Te preparo cannoli, papà?
―Nos dará diabetes. Pero está bien. Piensen en el mocosito, por favor. No me lo dejen sin comer, que si sopla el gigantón ése que se folla al rubio, se lo lleva como hoja seca.
―Hasta la noche, papà.
―Mente racional y alma generosa, gie mou. Hasta la noche, niños. Hasta la noche. (3)
Kanon bebía café con cara de pocos amigos.
Kyría había obligado a Angelo, los Generales y los Jueces a tomar asiento en una gran mesa dispuesta en su saloncito privado para desayunar. Se había ocupado en persona de servir las tostadas, el café y el té, para consternación de todos. Luego se había retirado con un par de doncellas para asegurarse de que los huevos fritos estuviesen a punto para servirse.
―Ya quiten esas caras y coman, que le agrían la alegría a la Damita ―gruñó Shion, con los ojos fijos en el gemelo menor―. Es su modo de expresar preocupación por todos ustedes.
―Yo sé servirme solo ―respondió Kanon indignado―, y este montón de zoquetes también.
―Confieso que no tengo hígados para negarle algo a la Damita, Kanon ―se disculpó Krishna, con la mirada baja y avergonzada―. No estoy acostumbrado a tanta amabilidad y no sé cómo rechazarla sin parecer un desconsiderado.
―No la rechaces y come, Chrysaor. Ya tendrás la oportunidad de devolver la amabilidad que recibes ―aconsejó Shion.
―Ese es el problema. Los muchos obsequios que recibe del Santuario. ¿Verdad, Krishna? ―reviró, malicioso, Sorrento.
―Cállate, Sirenita. No hables de lo que no sabes ―refunfuñó Chrysaor, de mal talante.
―Hablo de lo que veo. Y en el Theseus los vi bien juntitos a Misty y a ti ―respondió Sorrento, todo circunspección.
Lo cual, por supuesto, desvió toda la atención sobre aquellos dos.
―¿Es que no se puede dialogar con un colega? ―cuestionó Krishna, con tono profesional.
―Colega... ¿en qué? ―quiso precisar Sorrento, con un tono aún más profesional que el de Chrysaor―. ¿En el ejército, en los estudios, en las aficiones, en...?
Kanon resopló, fastidiado.
―¿Te acostaste con él, sí o no?
Rhadamanthys se aplicó una palmada de desesperación tan fuerte en la frente, que sus hermanos fijaron la vista en él, para comprobar que estaba bien.
―Eso no te importa, Kanon ―respondió Krishna, en guardia.
―Estoy de acuerdo con Chrysaor: no es asunto tuyo, Dragón ―rezongó Rhadamanthys―. Pero por su tono, ya tienes tu respuesta. Ahora, desayuna.
Krishna observó a ambos dragones con una suerte de beligerancia contenida, meditativa, y bebió con parsimonia su té levantando el meñique.
―Son todos unos malpensados ―afirmó Chrysaor rebosante de dignidad―. Misty y yo acordábamos una visita... arqueológica.
―Patrañas ―reviró Kanon―. De Misty no puedes decir que está en ruinas...
―A veces eres bien zoquete, Kanon ―masculló Krishna apretando los párpados y dejando una rendija por la que asomaban sus pupilas desdeñosas―. Misty me propuso una excursión a Esparta. Cuando concluyan los funerales.
Los asistentes a la reunión fijaron la vista en la silueta del General del Océano Índico, con distintos matices de curiosidad y codicia.
―¿Te llevará en su moto? ―cuestionó Sorrento en un tono que quiso ser neutro, pero resultó anhelante.
Chrysaor dio otro sorbo mesurado a su taza.
―En su preciosa moto ―puntualizó el ceilanés―. En efecto: me llevará en ese perfecto corcel. Muérete de la envidia.
―Muramos todos, pues ―pronunció Kanon, solemne―. Eres un suertudo. Lo que me gustaría tener una máquina tan hermosa como esa...
―Yo tengo una ―soltó sin más Rhadamanthys, ocupado en untar un biscuit con mantequilla y mermelada.
―Me lo imagino, Wyvern. Pero quiero decir que me gustaría tener una Harley.
―Tengo una Harley ―reafirmó el Juez con sencillez.
Kanon (y todos los demás, dicho sea de paso) lo miraron estupefactos.
―¿Tú, Wyvern? ¿Tú tienes una Harley? ¿Con lo remilgado que eres?
El aludido levantó el rostro hacia el Dragón. Mordió con lentitud su biscuit. Masticó sin prisa. Bebió un poco de café.
―¿Qué problema tienes con que sea un remilgado y use una Harley?
―¡Nunca te he visto usarla!
―¿Por qué deberías verme usándola? ¿Te recuerdo cuánto hace que nos revolcamos juntos? Obvio que no has tenido la ocasión de verme montándola.
Kanon volvió la vista acusadora hacia Minos y Aiacos.
―¡Y ustedes! ¿Por qué no me habían contado?
―Yo me voy enterando ―asentó Aiacos, fulminante―. No nos metas en tu conflicto imaginario. Empieza a hacer méritos para que te la muestre y listo.
―Sí. Ve poniéndote creativo. Y así tal vez te enseñe mi moto. Y tal vez te deje montarla.
Kanon redujo sus ojos al nivel de una luna menguante, para luego sonreír torcido.
―Hombre, si de montar se trata... estoy más que conforme con mi actual cabalgadura.
Rhadamanthys se quedó con la mandíbula trabada por un momento, y luego continuó con la masticación, como si nada.
―Qué cretino eres ―concluyó con la voz matizada de resignación.
Athena volvió al cabo de unos minutos, llevando entre las manos una fuente con tyropitas mientras sus doncellas llevaban otras con huevos revueltos y milopita. *
―¡Mira nada más! ¡Nos devoraremos a Milo! ―sentenció Kanon, festivo.
―No digas eso en voz alta, que se te aparece Camus furioso ―intervino Athena entre risas―. Me esperaba ese chiste de Angelo, no de ti.
―Angelo no dirá esta boca es mía ―replicó Kanon señalando a un Deathmask que cabeceaba delante de su café―. Así que aquí estoy, defendiendo el honor de la orden.
Angelo se desequilibró y soltó un ronquido ahogado. Se talló los ojos.
―Io cosa...? ―murmuró soltando tamaño bostezo― Ah, mia Donna, (mi Dama) gracias por todo. Pero... me han hecho desayunar antes de venir aquí. Estoy que ruedo. (4)
―No hagas esas declaraciones con Kanon presente, Deathmask ―replicó Rhadamanthys―. Trae la lengua afilada.
―¡Hey! ¡No me boicotees la diversión! ¿Tú qué sabes qué le voy a decir a Angelo?
―¿Qué te dieron de desayunar, Deathmask? ―soltó Krishna, artificialmente serio y como no queriendo la cosa.
Angelo chistó, con fastidio.
―Ni cabra, ni pez, si es lo que estás esperando escuchar, Mohawk. Aunque estoy seguro que tú sí que tuviste crepas en tu menú en el pasado inmediato. A ti y a Misty los vi beber ouzo del mismo vaso. **
Todos enmudecieron y observaron a Angelo dar un par de sorbos al café.
Krishna abrió los ojos enormes y se quedó azorado por un momento, como cavilando si responder a golpes o a carcajadas. Optó por sonreír: su oponente tenía lengua viperina al natural.
»No te preguntaré si las crepas estuvieron buenas... esa felicidad no tienes por qué compartirla. Pero sí te digo algo: al ragazzo nos lo cuidas. De unos años a la fecha se volvió huraño, y si bien era muy suyo, no era un gato boca arriba.
―No tengo malas intenciones con él... ―afirmó Krishna con absoluta formalidad.
―Se nota. Tranquilo. Nada más... pórtate bien, capisci? Trata bien al hermanito Lagarto.
Chrysaor se rascó la nuca. ¿Qué pasaba con esos sujetos? Entendía el honor de la orden como concepto: él también defendía a sus compañeros. Pero, ¿esto?
―¿También él es tu hermanito?
―Aquí todos son mis hermanitos, incluso si no les llega el memorándum. Pero tú y los turistas de la Atlántida mejor se van enterando.
―Angelo... ―dijo Saori, con una sonrisa en los labios y una mirada de ligera advertencia.
―Ya, ya, mia Donna. Ya sé que ya no son turistas. En cuanto tú y tu prometido se casen, también los adoptaré a ellos de fratellini. Pero ahora, ya me callo. Por amor a ti, nada más.
―Te hizo falta dormir, querido Angelo; por eso estás de un humor tan volátil. ¿Por qué no le pediste la noche libre a tu padre? ―censuró dulcemente la Damita.
―Por tonto, ¿qué más? Pero no te preocupes: estoy funcional para la misión, aunque no lo creas. Encontraré i nostri fratelli perduti, para que Rhadamanthys pueda devolverlos con tu hermanita y tu tío. (5)
»No es que la idea de estar en Cocytos me agrade, pero en definitiva, un alma atrapada en un lugar que no le corresponde o atormentada por no poder continuar el camino es peor.
―Ya todo está listo, ¿verdad, Kyría? ―inquirió Kanon con una voz matizada de cariño y respeto.
―Sí, Kanon. En cuanto regresen con los cuerpos, el sepelio tendrá lugar. Ya está previsto que todos los santos y las santas disponibles estén presentes.
―Bien. Esperamos no tardar.
―Yo también espero eso. Anda, Angelo, come un poco, ¿quieres?
―Sì, Donna. Ya mismo ―dijo Cáncer al tiempo que tomaba una tyropita y la mordisqueaba―. Y no te preocupes. Volveremos pronto, tengo que cocinar cannoli para mi papà. También prepararé algunos para ti y tu hermanita.
―¡Ah, gracias! Los comeremos con mucho gusto.
Poseidón entró en el saloncito. Saludó con una cabezada y se fue directo a servirse una taza de café.
―Buenos días a todos. ¿Ya están listos? Se acerca la hora que acordamos con Monsieur Nord y la dama Khíone. Caça está al pendiente por si llegan antes, pero me gustaría que ya estuviesen ustedes en el punto de reunión cuando ellos se presenten.
―Ya estamos listos, Emperador Poseidón ―dijo Isaac poniéndose de pie―. En cuanto Kanon dé la orden, nos vamos.
Kanon tomó la vertical, y con él, Sorrento y Krishna.
―Si Cáncer y Wyvern están listos, podemos partir ya. ¿Contamos con la venia de Kyría y la del Emperador?
―Sí, Kanon. Pueden irse ya, si están preparados.
―Pues sea.
Se volvió a ver a Rhadamanthys, vestido de su túnica protocolar.
»¿No te armas, Wyvern?
―No. Voy en calidad de funcionario. Aquí la artillería son ustedes. Aunque sigo sin entender por qué. No es como que vaya a haber un derrumbe, ¿sabes? Tu hermanito demente no permitirá que se nos congele el trasero, quiero pensar.
Kanon frunció el entrecejo, momentáneamente preocupado, cosa que no le pasó inadvertida ni a Saori, ni a Julián.
―¿Estás bien, Kanon? ―preguntó Poseidón con suavidad―. ¿Te sientes mal? ¿Prefieres quedarte?
Kanon no se esperaba aquella pregunta, que lo aturdió. Y ese azoramiento fue lo único que sus ojos fueron capaces de expresar.
El Wyvern se lanzó al vacío.
―Sería bueno que Kanon se quedara, Señor Poseidón ―dijo Rhadamanthys tomando la palabra y provocando la ofuscación en el gesto del gemelo―, mi Dragón no pasó buena noche.
Un chirrido de dientes dominó por un instante el ambiente en la habitación.
―¿Cómo te atreves, Wyvern? ¡Eso lo decido yo! ―rugió encolerizado el Dragón―. Yo no le chismeo a tu Señor qué te sucede o deja de suceder.
―Claro que no, porque ni loco le ocultaría algo ―admitió el Juez―, pero tú eres terco como mula.
El gesto de Kanon se ensombreció y observó con dureza a su pareja, que no apartó la mirada ni por un momento.
―Estoy perfectamente bien, Emperador. Si da la venia...
―La doy. Pueden irse. Y aunque la misión sea protocolar, cabeza fría y pies de plomo, por favor. Esperamos su feliz regreso.
Kanon afirmó de una cabezada y pasó por un lado del Wyvern, asestándole un doloroso empellón con la hombrera de sus escamas. Rhadamanthys ni se inmutó.
El gemelo menor invocó la Another Dimension y penetró en ella, seguido de los otros tres Generales. Saori detuvo un momento a Rhadamanthys y Angelo.
―¿Podrían estar al pendiente de él, por favor? Si sucede algo, lo que sea, ¿me lo harán saber?
―Por supuesto, Dama. Cuenta con ello ―resolvió el Juez, simple y pragmático.
―Por favor, Rhadamanthys, no te enojes con Kanon. Él entiende que te preocupas por su bienestar.
―No te inquietes, Dama. Yo sé que sabe. Ya resolveremos el incordio a nuestro modo. No sucederá nada malo entre nosotros.
Athena asintió levemente y los dejó partir. En cuanto entraron al vórtice, éste se cerró.
Minos y Aiacos saludaron a ambos jóvenes.
―Dama Athena, Señor Poseidón, nos retiraremos ahora a buscar las órdenes de nuestro Señor.
―Por supuesto, queridos. Nos veremos en un rato.
Saori los vio salir y luego se quedó viendo un momento el punto donde cerró el túnel. Julián le pasó el brazo izquierdo por los hombros y tomó con su diestra la manecita de la joven, para llevársela a los labios.
―Está bien, Athena. No te preocupes. La misión no ofrece dificultades. Estarán aquí en unas horas.
―Kanon está asustado desde ayer.
―Lo sé.
―¿Lo sabes? ―cuestionó la muchacha con un dejo de reproche―. ¿Y por qué no lo mantuviste aquí?
―Porque se habría ofendido muchísimo ―aclaró el joven con voz medida―. Y quizá no lo parece, pero siento un enorme respeto por ese hombre que consiguió engañarme. No quiero darme aires de grandeza, sólo intento resaltar que no cualquiera puede lograr eso.
»Si no lo he liberado enteramente de mi servicio es porque no lo ha pedido. Sé que lo consideras parte de tu ejército. Yo también, con toda sinceridad.
»Pero las escamas del Dragón Marino son suyas: lo consideran su legítimo señor. ¿Sabes por qué? Porque en su corazón, Kanon se sabe el General del Atlántico Norte. ¿Cómo puedo liberarlo si él no lo hace primero? ¿Cómo puedo concederle algo que no me pide?
Athena suspiró y asintió, brevemente.
―Espero que este disgusto entre ellos no sea serio. La verdad, Kanon se ve feliz con Rhadamanthys.
―Ya te lo dijo Rhadamanthys. Lo resolverán entre ellos. Vamos ahora con mis suegros, que deben estar nerviosos esperando la llegada de sus hermanos.
―Sí. Para Shion y Dohko, ésta ha sido una espera muy larga. Con esto, resuelven un asunto que los ha lastimado toda su vida. Tendrán a sus hermanos para rendirles honor.
Poseidón sonrió con simpatía y acarició la mejilla de su novia.
―Me alegro por ellos. Y por ti, claro está. ¿Qué más te preocupa?
La joven se encogió de hombros, cabizbaja.
―Me parece que con esto, se acerca un poco más la hora de que se vayan.
El joven la abrazó con ternura y le aplicó los labios en la frente.
―No se irán lejos, mi amor. ¿Crees que se resignarán a no ser los abuelos de tus hijos? Ya los estoy viendo aquí, haciéndome sentir idiota por no saber cambiar pañales.
La muchacha se rió, divertida. Poseidón le levantó el rostro y le limpió la lágrima furtiva que se le escapó por el rabillo del ojo.
»Vamos. Los viejos se sentirán felices de verte, de compartir contigo esta carga emocional.
Y tomándola de la mano, la condujo afuera, a donde estaba el resto de su orden, esperando el retorno de sus dos hermanos perdidos.
Milo, investido de Escorpio, descansaba al pie de un árbol cercano al cementerio, mientras leía las notas de su pequeña libreta y hacía algunas correcciones con un bolígrafo.
Se pasaba entre las falanges de la mano izquierda una pulida piedrecita plana, de un gris clarísimo, como el de los ojos de Angelo. Distraído, la hacía rodar entre sus dedos como si fuera una moneda.
Dohko, cubierto de las armas de Libra, se sentó junto a él y le ofreció una botella de agua fría, que Milo declinó con un gesto amable.
Libra sonrió con desfachatez.
―¿En serio, no quieres un poco de agua? No puede ser lo más frío que te has llevado a la boca en las últimas 24 horas...
Milo enrojeció un momento, le dirigió a Dohko una mirada de reproche y luego soltó una ronca carcajada, coreada a los segundos por el chino.
»¡Noooo! ¿Te dejó afónico el maldito muñeco de nieve?
Las risas de Milo subieron de volumen. Al cabo de unos momentos, la hilaridad le bajó de intensidad.
―¿Sabes qué es lo mejor? ―planteó Milo con su voz un tanto lacerada―. Que lo dejé con un palmo de narices: no se me pegó la lengua al hielo...
Dohko negó con la cabeza, entre risas y miradas de incredulidad cuyo blanco era la persona del joven rubio.
―Estás loco rematado. Los dos: son un par de pervertidos. De ti no me es difícil creerlo. Pero, ¿él? Con lo melindroso que es...
―Camus perdió lo melindroso hace... mucho ―carraspeó el rubio―. Y me complace decir que la culpa es enteramente mía. Ahora dime, ¿quién ganó la apuesta?
―¿Qué apuesta?
―No te hagas el tonto. Aunque Shion y tú se fueron con los pesos pesados y los chicos se largaron al Theseus, tienen que haber apostado que me comería a Camus. Entonces: ¿quién ganó?
Dohko le aplicó un largo trago a la botella de agua que Milo rechazó, con los ojos brillantes de alegría. Milo soltó una risotada instantánea.
»Me alegra haberte hecho ganar. Pero te lo advierto: vas a compartir las ganancias conmigo.
―Va. Te invito a beber retsina en el Theseus esta tarde.
―De acuerdo. Cuando el sepelio de tus hermanos haya concluido.
―También son tus hermanos, ¿sabes? Sólo que no tuvieron el gusto de conocerlos.
Milo asintió con la vista baja y una línea ambigua en los labios, que denotaba añoranza y simpatía por su compañero.
―Estuve leyendo sus diarios, para tratar de conocerlos. Quería... decir unas palabras en su honor. A nombre mío y de mis hermanos. Pero he decidido que no. No los conozco lo suficiente para eso. Sé que Shion y tú harán un panegírico perfecto para ellos.
Dohko detuvo la vista en la piedrecita con la que Milo aún jugaba y una sonrisa, inocente y nostálgica, se asomó a su boca.
―¿De dónde sacaste eso?
―La encontré en el suelo ―respondió encogiéndose de hombros―. La vi y me pareció bonita. Y... No te rías, ¿de acuerdo? Pensé en Kardia. En que le gustaría.
―¿Por qué pensaste en él?
―No lo sé. Sólo me pareció bonita. Y quisiera dejársela a Kardia en su sepulcro.
Libra asintió un poco y le dio una palmadita afectuosa a Escorpio en la mejilla.
―Puedes decir de Kardia y Dégel que eran leales y valientes. Y será cierto. Y que se parecían a ustedes: que esperaban hacer del mundo un lugar mejor. Que tenían sueños y esperanzas. Como todos nosotros.
―Sí. Pero ellos no las vieron cumplidas.
―No. Pero murieron con la esperanza de que se cumplieran. Y así fue. De muchas maneras, ustedes... nosotros... fuimos su esperanza y su sueño: que la Guerra terminara y no volviera. Puedes hablar de eso, si quieres: que su deseo más profundo, por el que ofrendaron la vida, se vio realizado en ustedes, sus hermanitos menores.
Milo sonrió y se restregó la humedad que no alcanzó a escapar de sus ojos. Dohko sonrió.
»Y en esto, particularmente, tú te pareces a Kardia: haces todo lo que puedes por esconder el corazón, pero no puedes. Anda, ven conmigo y acordemos quién hablará y qué dirá en honor de los repatriados.
Rhadamanthys permanecía mudo, apartado del resto de la comitiva que esperaba paciente la llegada de Monsieur Nord y dama Khíone. Sentado sobre una roca y con sus lentes de lectura calzados en el puente de la nariz, leía su pequeño volumen de Shakespeare, ajeno a todo. ***
Sintió a la perfección la presencia de Kanon acercándose y sus pasos amortiguados en la arena, pero igual calló. Decidió esperar las palabras de su Dragón y afrontar las consecuencias de entrometerse en sus asuntos.
―No estuvo bien, Wyvern. No lo estuvo. Me humillaste delante de mis camaradas. De Kyría y mi Señor.
Rhadamanthys lo miró con calma y mantuvo el silencio. Se quitó los lentes. Cerró el librito y metió ambas cosas en un bolsillo de su túnica. Fijó los ojos ambarinos en su par. Esperó.
»Si yo quisiera pedir algo para mí, lo haría. ¡Para eso tengo boca! ¿No lo entiendes? ¡Ya no soy el renegado que fui! ¡Tengo obligaciones, las abrazo y las cumplo a cabalidad! ¡Soy un hombre cabal!
Rhadamanthys asintió. Miró a lo lejos, hacia el Pilar del Ártico: el territorio del Kraken. El territorio que había removido y sacado a la superficie los recuerdos tortuosos de su pareja. Que no le había permitido dormir en paz las últimas dos noches. Suspiró.
―Yo también soy un hombre cabal, Kanon de Géminis, Dragón Marino: amor mío. También tengo responsabilidades y obligaciones que abrazo y que cumplo. Estoy atado a un Señor al que debo fidelidad eterna. ¿Y sabes qué he aprendido? Que no es una falta de lealtad protegerte el corazón.
Kanon apretó los puños con tanta fuerza, que las uñas le palidecieron. Tragó más que aspiró aire. Dejó sus ojos verdes fijos sobre el hombre que se había convertido en el centro de su vida en tan poco tiempo.
»Tu señor te hizo una pregunta directa que no fuiste capaz de responder. La respondí en tu lugar. No me arrepiento de ello. Y tampoco me avergüenza reconocer que actué con egoísmo. Eres mi corazón: por lo tanto, te protejo. Al proteger tu vida, protejo la mía.
La respiración de Kanon zozobró. Los ojos se le humedecieron, pero hizo un esfuerzo y pestañeó lo bastante para controlar las lágrimas traicioneras.
»Te conozco. Poco, es cierto, pero con solidez. No por nada morimos juntos, uno en las garras del otro, y no por nada nos enfrentamos cada noche, buscando no un ganador, sino un par digno de nuestro amor. Sé que entiendes mis razones. Sé que, de estar en mi lugar, te las habrías arreglado para hacer lo mismo, aunque a tu modo. Sé que en este momento desearías abrazarme y besarme. Pero también sé que no lo harás porque estás cabreado.
»Y lo acepto. Acepto tu rechazo el tiempo que tu espíritu requiera para apacentarse. Cuando eso suceda, estaré ahí para ti; para contener tus pesadillas y guardar tu alma. Pero recuerda una cosa: entre más demores... más marcas visibles te dejaré.
»Ojalá ―dijo el Juez al tiempo que tomaba la vertical― que mientras te lames el orgullo herido, te ocupes de restañar la herida correcta, y no la imaginaria.
Wyvern se alejó lentamente del Dragón. Caminó hacia el grupo conformado por los Generales y Cáncer, quien se miraba las uñas con aburrimiento. Se apostó junto a éste último, le dedicó un breve saludo, se cruzó de brazos, y se dispuso a esperar.
Kanon respiró con la mayor tranquilidad que pudo. Trató de ralentizar el ritmo de su corazón, que se disparó al escuchar la declaración del amor desnudo que su Rhys sentía por él. Se juzgó estúpido e insensible. Recordó los brazos de su amante rodeándolo las dos noches anteriores, luego de las últimas pesadillas, y los besos en sus hombros, ofrendados en el inútil afán de apaciguar su ánimo lo suficiente para devolverle el sueño.
Se volvió y caminó hacia el contingente a su cargo. Miró al Wyvern, quien lo ignoró por completo.
Rhadamanthys tenía razón en todo: entendía sus razones. Si su amado hubiera estado en su lugar, habría pedido a Hades que lo liberara de la misión. Deseaba tomarlo de la mano, llevarlo a un sitio apartado y comérselo a besos.
Pero eso sería luego. Cuando se le bajara la ira que le picoteaba las entrañas.
La breve ventisca que marcó la llegada de Camus y Khíone lo obligó a centrarse.
El lecho marino se llenó de briznas blancas y el aliento se les condensó en vaho. Ante ellos, las enormes figuras de los hijos de Bóreas se materializaron.
―Salut mes amies. Tal como lo acordamos, hemos llegado. (6)
―Llegan tarde ―gruñó Kanon denotando un humor peor del que realmente sentía. Dedicó a la Señora de la Nieve una mirada dura que de inmediato brincó, con reproche, a Camus.
―Llegan en tiempo y forma, como ofrecieron ―precisó el Juez, mientras consultaba su reloj de pulsera y tratando de leer en la bronca del gemelo menor―. Ya que estamos todos, podemos movilizarnos a la zona de nuestro interés. ¿Nos guías, Dragón Marino?
Kanon se puso a la cabeza del contingente y enfiló hacia el Pilar del Ártico, todo hosquedad. Le siguieron Sorrento y Krishna, y tras ellos, Angelo. Isaac no dudó en tomar la mano de Khíone e iniciar con ella una conversación en ruso. La marcha la cerraban Rhadamanthys y Camus.
―¿Por qué se pelearon? ―cuestionó Camus, directo y sin disfraces.
―Porque es un imbécil, naturalmente ―respondió Rhys, sin ira ni resentimiento, como si enunciara una característica del clima―. ¿Tan evidente resulta?
―Sí. Milo y yo nos hemos trenzado tantas veces, que sólo con verlos a ustedes dos es suficiente para saber. Si es un imbécil, tú no lo seas y presenta la ocasión para que hagan las paces.
―Ya le di mis condiciones.
―Muy bien. Pero no hablé de condiciones. Hablé de ocasión. Y cuando la tome... haz valer tus puntos.
Rhys se sonrió con ironía.
―Aconsejado por un vendaval loco. Dichoso de mí.
―No sabes cuánto. Págame el favor hablándome de ti, que te conozco poco y estás con mi hermano. ¿Cómo se las gasta él y cómo te las gastas tú? ¿Y cómo se las gastan el uno al otro?
Wyvern meditó las preguntas y se dispuso a contestar. Para cuando se dio cuenta, ya tenía un buen rato conversando con aquel gigantón de cabellera nívea y voz cordial. Se descubrió gratamente sosegado: Bóreas el Joven se las había arreglado para hacerle olvidar el disgusto. En su ánimo sólo pervivían las razones por las que se había unido al Dragón zoquete.
El frío había ido aumentando de vez en vez, conforme sus pasos devoraban la distancia que los separaba del Pilar del Ártico. Y si bien allí no había hielo en absoluto, era posible ver en la distancia una gran masa glaciar.
―Es allí ―señaló Isaac―. A partir de este momento, me siguen a mí. Gracias, Kanon, por traernos hasta aquí.
Kanon asintió y disminuyó el paso para quedar en la retaguardia. Se encontró observando cómo Camus y Khíone tomaban la delantera junto al Kraken. Inadvertidamente ―o eso se dijo a sí mismo― se descubrió caminando en silencio al lado del Wyvern.
El gemelo entonces estuvo en una incómoda posición: la necesidad absoluta de derribar la distancia emocional entre ellos y los rescoldos de su indignación pasada.
―¿Estás bien? ―preguntó el Juez con voz más amable que neutra.
Kanon soltó, lentamente para que no se notara, el aire que llevaba contenido en los pulmones. Es el momento de tender puentes, se dijo a sí mismo.
―Sí. No te he perdonado aún.
Aunque la acción no ocurrió en el mundo físico, Kanon sintió con toda claridad el golpe furioso que su yo interior le propinó en el hombro derecho. Y le dolió.
―No he preguntado eso. Pero me alegra que estés bien.
El Dragón rumió por lo bajo. Maldijo la situación estúpida. Maldijo su idiotez. Maldijo el momento en que había abierto las hostilidades. Y descubrió que no tenía ningún deseo de continuar con ellas.
Era... cansado.
Deslizó una mirada oblicua por la figura de su amante. Se detuvo en la piel apenas descubierta del cuello. Le pareció el mejor lugar del mundo para descansar.
El recuerdo del aroma del cabello del Wyvern le removió las entrañas. Y la evocación de los párpados tendidos sobre las pupilas de ámbar, mientras dormía, le conmovió el corazón.
Sólo deseaba que llegara la noche para tenderse junto a él en la cama y apresarlo entre sus brazos.
Sólo eso.
―Hay un paraje boscoso cerca del Santuario, a donde los chicos se escapaban cuando eran pequeños. El cabrón de Milo siempre se ocultaba allí y se las arreglaba para pasar desapercibido. No tengo idea de cómo carajo lo hacía: era como si el pequeño rufián se escondiera debajo de las piedras. Lo buscábamos como imbéciles y de pronto, ¡el cabroncito salía de quién sabe dónde!
Rhadamanthys dibujó una sonrisa amplia y genuina al imaginar la situación: los gemelos y el arquero, adolescentes, intentando dar con el pequeño escorpión hijo de puta.
Debió sacarles canas verdes. A los tres.
Miró de reojo la gallarda figura de su amante. De su amor. El corazón le rebosó de ternura por los torpes esfuerzos de Kanon para poner paz entre ellos sin comprometer demasiado su orgullo.
»Tal vez... tal vez quieras conocerlo. Ir conmigo. Cuando concluyan las exequias. Es un lugar... bonito...
El Wyvern quiso tomar la mano del Dragón. Los dedos le hormiguearon de añoranza por la piel tibia.
―Llegamos ―pronunció el acento francés de Camus en un volumen bastante alto.
La comitiva se detuvo ante un enorme glaciar.
El frío se volvió intenso de golpe. Rhadamanthys no tuvo más remedio que notarlo cuando se descubrió con las manos ateridas y con el aliento convertido en vapor.
―Por esto debías venir armado ―murmuró Kanon sin agresividad, con la preocupación reptándole por el ánimo.
Sin mediar palabra, Angelo colocó su capa sobre los hombros del Wyvern que, sorprendido, ni siquiera atinó a agradecer el gesto.
Cáncer se acercó a Camus y Khíone. Cerró los ojos y oteó con su cosmoenergía los alrededores. Frunció las cejas.
―Mmhm... sí... sí están encerradas en el glaciar... ―musitó Cáncer― ¿Así de poderoso es un Freezing Coffin, Camus?
―Éste tenía que serlo. Debía contener el poder de Poseidón ―respondió, turbulento, el Viento del Norte―. ¿Lo sientes, Khíone? Aunque nuestro hermano murió hace 250 años, su fuerza aún resuena en el hielo.
―Sí ―dijo Khíone con una sencillez que revelaba su tristeza―. Siempre se preocupó de enorgullecer a Padre ―acarició el hielo y frunció las cejas bifurcadas―. Dejó el espíritu aquí, literalmente. Disperso en el hielo... ¿Podrás restablecer el alma de nuestro hermano, Cáncer?
―Ovviamente ―respondió Angelo con llaneza.
―Busquémoslo, Rebenok. No merece esta soledad...
Camus estudió la masa de hielo, intentando comprenderla. Cuando lo hizo, extendió la diestra y aquel farallón se contrajo sobre sí mismo, dejando primero una oquedad del tamaño de la mano y luego agrandándose rápidamente para formar un túnel.
―¿Qué estás haciendo, Maestro? ―preguntó Isaac, sorprendido.
―Le he ordenado que nos abra paso. Y eso hace.
―Pero... ¿y el agua?
―Le ordené dejarnos entrar, no que se derritiera. El hielo se está redistribuyendo, tomando otra posición. Rhadamanthys, ¿quieres esperarnos aquí? Adentro hará un frío infernal.
―No te preocupes, soportaré. Lo que entiendo es que debo atestiguar la extracción de los restos.
―De acuerdo. Vamos entonces.
Conforme caminaban, el pasadizo se hacía más profundo y más alto. Sin embargo, por la luminosidad mortecina del sitio, la visibilidad era casi nula.
Angelo levantó la mano derecha y de la punta de su índice se desprendió una viva luz azul. El camino se volvió más transitable.
―Camus ―la voz de Krishna reverberó en la galería―, ¿estamos caminando al azar? ¿No puedes simplemente quebrar el glaciar para que busquemos a los muertos entre los escombros?
―Creemos que los cuerpos están congelados a nivel molecular: se destrozarían también, al igual que el hielo. Tranquilízate: le he pedido al glaciar que nos conduzca a su fuente. Pero no es sencillo: la masa se desplaza para hacernos sitio. Tomará su tiempo.
―¿El hielo te obedece de ese modo? ¿En serio? ―cuestionó Sorrento francamente admirado
―Sí. Es conversador si sabes escucharlo.
―Ya. Pues pregúntale por el otro tipo ―añadió Rhadamanthys arrebujado en la capa de Angelo y tratando de esconder el temblor de su voz.
Kanon lo miró preocupado.
―Ya lo hice. Nos lleva a su punto de origen. No me ha dado razón de Kardia. Tan sólo nos lleva a donde Dégel se encuentra.
El camino se extendió aún media hora más. Aunque se formó una hermosa y extensa galería, no parecía lo bastante atractiva para nadie
Al cabo de aquellos treinta minutos, se detuvieron de pronto. El túnel dejó de avanzar.
»¿Angelo? ―solicitó Camus.
La luz emitida por el dedo de Cáncer se volvió más intensa. Y pudieron ver.
Había tres personas atrapadas en el glaciar.
Una mujer que había sido bella, pero que ni el frío generado por Dégel había podido abstraer del efecto de la muerte: la blancura transparente de su rostro la hacía parecer un fantasma.
A unos metros de distancia de ella, un hombre de largo cabello taheño, más cercano al cobrizo que al otrora carmesí de Camus, extendía los brazos hacia la mujer. La cabellera, desordenada por una intensa ráfaga de viento que luego se había cristalizado, ocultaba a medias sus rasgos. Aunque el rictus de los labios delgadísimos y azulados denotaba un intenso dolor.
Casi en el límite del túnel, apenas protegido por el hielo, la figura de otro hombre, caído en el piso, de pelo intensamente negro, extendía la diestra hacia la silueta bastante lejana del pelirrojo. Era imposible ver su rostro, apenas alzado del lugar donde había desfallecido, pero la mano cruelmente lastimada y crispada daba fe del sufrimiento postrero que había padecido.
―¿Kardia...? ―preguntó Angelo, con un nudo en la garganta.
―Eso me parece. Milo me contó que tenía el cabello negro.
―¿Y las armaduras? ―soltó Krishna, con curiosidad legítima.
―Shion dice que aparecieron en el Santuario luego de que los Santos Dorados se reunieron para abrirle paso a Athena y sus aliados, en la batalla final del siglo XVIII. Supongo que las armaduras acudieron llevando un resabio de Dégel y Kardia consigo. Pero no lo suficiente para liberar sus almas.
―Pero... ¿qué acaso este tipo no había muerto lejos de aquí, en el paso a Blue Graad? ―murmuró Sorrento, impresionado.
―Unity lo vio vivo. Muy mal herido, al borde de la muerte, pero de pie ―contó Camus a media voz―. Sabemos que Unity logró llegar al Santuario porque Kardia le transfundió el calor de su Aguja Escarlata: se la arrancó para entregársela y que consiguiera salir. Ése fue el testimonio que dio a Athena, mismo que quedó consignado en los Anales.
»Imagina... imaginen la fuerza de voluntad de este hombre. Dégel era el encargado de ayudarlo a sobrellevar su enfermedad. Detuvo a sus enemigos para que Dégel llegara al Oricalco. Lo sintió desfallecer a la distancia. Y en el momento final de su vida, cuando supo que su corazón no soportaría más... buscó la compañía del que consideraba su único amigo.
―Era un tipo de temer ―dijo Rhadamanthys sin inflexiones en la voz, pero con un tono de respeto reverencial―. Tengo reminiscencias de él en la memoria. Yo lo enfrenté en mi encarnación del pasado. Casi me costó la vida ese encuentro.
―Y aquí estás ahora, para recuperarlo ―respondió Kanon con las emociones revueltas.
―Ya no es mi enemigo. Ciertamente, no le deseo mal. Fue bravo y honorable, no tengo nada qué reprocharle. Es hora de que descanse.
El silencio se hizo escuchar en las entrañas del glaciar. Khíone suspiró, dolorida, e Isaac se apresuró a tomarle la mano para acariciarla.
―Ya es suficiente, Rebenok. Sácalos.
Camus abrió los brazos y levantó el rostro: mantenía los ojos cerrados. Pero daba la impresión de ver bastante mejor que el resto de los presentes. Cuando habló, fue evidente que se dirigía al glaciar.
―Entrega lo que retienes ―ordenó con voz majestuosa―. Libera lo que has aprisionado: el momento de la reunión ha llegado para ellos.
El hielo se retiró con lentitud, hasta dejar al descubierto el cuerpo caído, rígido, de Kardia de Escorpio. Camus se acuclilló junto a él.
―¿Cómo está? ―cuestionó Khíone con voz voluble, mientras imitaba las acciones de su hermano.
―¿Cómo quieres que esté? ―replicó Camus con una tormenta en ciernes en el alma―. Bien muerto. El cadáver luce, sin embargo, bastante íntegro. Creo que podemos tratar de alcanzar a Dégel sin temer que lo perdamos.
Con un movimiento de su mano, Khíone hizo que una fina capa de escarcha cubriera aquellos despojos. Camus colocó su palma encima y un ligerísimo hálito helado los envolvió.
»Esto evitará que se deteriore. Tal vez incluso nos permita manipularlo un poco. Acomodarlo en posición supina.
―¿Tú crees? Es... es como un muñeco de cera. Ahora mismo está entero, pero si lo manipulamos aunque sea un poco, lo trizaremos.
―Ya veremos. Algo podremos hacer. Su cuerpo es ahora un trozo de hielo más: debe ser posible para mí manejarlo.
Los pómulos de Khíone se poblaron de cristales. Camus tardó un instante en comprender que su hermana lloraba. Le alegró saber que no era todo lo dura que pretendía ser, pero se sintió compungido por el modo en que se enteraba.
»No sufras, Sestra, te lo ruego. Terminemos nuestro deber aquí.
La Dama de la Nieve insinuó un asentimiento. Acercó su enorme mano a la lacerada de Kardia e hizo el gesto de acariciarla, aunque sin llegar a hacerlo.
―Vse koncheno, dorogoy mal'chik. Ahora todo está bien. Te vas de aquí. Ty idesh' s tem, kto tebya lyubit. Los visitaré a ambos con frecuencia. Zimnimi nochami ya budu pet' dlya nas oboikh. (7)
Las palabras de Khíone reverberaron en el corazón de Camus, cuyos ojos se humedecieron. Se levantó y habló una vez más al glaciar.
―Entrega lo que retienes ―insistió Monsieur Nord―. Entrégalo, para que lo lleve a descansar. ¡Entrégalo ahora mismo!
El hielo, reluctante, continuó contrayéndose, dando la impresión de ser una vorágine de agua girando incesante, tragándose a sí misma, revolviéndose. Camus se separó del cadáver de Kardia y adelantó los pasos que iban quedando al descubierto. Centímetro a centímetro, fue acercándose a su hermano.
»Isaac, prepárate. El hielo liberará también a la mujer: se llamó Seraphina. Fue amiga de la infancia de Dégel. A ella no la llevaremos al Santuario: pertenece a Blue Graad y es en donde debe reposar.
―¿Qué necesitas que haga, Maestro?
―Que la recibas y la encierres en un nuevo Freezing Coffin, esta vez a su medida. La llevarás a las ruinas de Blue Graad y la dejarás ahí, con sus ancestros. Prepárale un mausoleo: ella también debe recibir honores. Fue cara al corazón de nuestro hermano.
―Sí, Maestro. Me encargaré de ello.
―Sestra, quédate conmigo. Si al quedar liberado del hielo el cuerpo de Dégel cae al suelo, se hará pedazos y lo lamentaremos.
―Aquí estoy, Rebenok. Aquí estoy ―contestó la voz fluctuante de Khíone, cuyo cuerpo de pronto estuvo cubierto de una sutil bata de escarcha.
―¿Y eso?
―A Dégel no le gustaba verme desnuda ―musitó su voz quebrada―. No se atrevía a mirarme así...
―Oh, Sestra... ―murmuró Camus con el corazón pesaroso.
―Ya sé que no puede verme, pero no me atrevo a presentarme desnuda ante él...
―¿Quieres que yo me encargue?
―No, no. No entiendes... Lo vi crecer... Yo lo vigilaba en Blue Graad... Cuando Padre no estaba, era yo quien lo entrenaba... Convivimos... Nos conocimos... Ésto... Lo necesito... Necesito a moy malen'kiy brat conmigo... Necesito saber que está bien... (8)
Camus trasladó las palabras de Khíone a su propia vivencia: se recordó llorando la amarga pérdida de Isaac, así como su desconsuelo al encerrar a Hyoga en un Freezing Coffin.
Su hermana estaba lamentando a un hijo.
―Sestra... ―dijo Camus con la voz estrangulada―. No te hagas esto...
―Necesito cerrarlo... Necesito poder visitar su tumba... ¿entiendes? Necesito saber que está bien... Muerto, pero bien...
El hielo llegó al punto exacto donde Dégel se encontraba.
El proceso de liberación tenía la apariencia de un retroceso acelerado. La masa glaciar, devorándose a sí misma, dejó al descubierto un mechón de cabello cobrizo, que se quedó rígido en el aire. Y después quedó al descubierto otro. Y otro. Y otro, hasta que la cabellera alborotada por una ráfaga que había dejado de ser 250 años atrás quedó enteramente a la vista.
De un momento a otro, la cabeza quedó liberada. Luego la espalda, la parte trasera de las piernas.
El hielo parecía lamer la superficie del cadáver al retraerse. Cuando por fin lo liberó, el cuerpo, rígido en extremo, se tambaleó. Tanto Camus como Khíone lo tomaron con cuidado y lo mantuvieron de pie.
―Me parece ―musitó Camus a Khíone― que puedo acomodarle el cabello sin romperlo. Así, lo podemos recostar en el piso.
Onduló la mano por encima de los cabellos y éstos adquirieron suficiente docilidad para posarse, inocentes, en la espalda del difunto.
Khíone pasó con amoroso cuidado el brazo derecho por la espalda de su hermano y sostuvo con su mano la cabeza, como si estuviese a punto de arrullar a un niño pequeño. Camus se ocupó de sostener las piernas, y entre ambos, lo depositaron con suavidad en el suelo.
Entonces Camus pudo conocer a su hermano.
En apariencia, habían compartido la misma complexión y una estatura al menos similar. En la atmósfera difusa y mortecina, mal iluminada, descubrió los rasgos muy parecidos, aunque no idénticos, a los suyos. Las cejas bifurcadas, que constituían la marca de su estirpe. Los largos cabellos color cobre, luminosos y lacios. La piel tersa y pálida, salpicada de pecas. La nariz delicada, afilada. Los párpados crispados, ocultando unos ojos cuyo color no conocería nunca. Los labios amoratados, tensos en un dolor que recordaba difusamente de su enfrentamiento con Hyoga.
Pero el dolor de este hombre tuvo que ser infinitamente mayor e intenso, lo suficiente para servir de fundamento a aquel colosal témpano que nadie había sido capaz de explicar a lo largo de los siglos en la Atlántida.
Khíone, arrodillada, se deshizo en lágrimas mientras se contenía para no acariciar el rostro del caído.
―Ya está, moy malen'kiy brat, ya está malen'kiy mal'chik. Se terminó. Ya vas a casa. Ya vas a casa... Vy budete v yego kompanii. Se terminó, se terminó... (9)
Camus suspiró, compungido. Se arrodilló frente a su hermana, de modo que ambos flanqueaban a Dégel. Confortó a Khíone acariciándole el cabello diamantino.
Vio cómo Isaac, pendiente de Seraphina, empezaba a formar un Freezing Coffin para contenerla al tiempo que el glaciar la liberaba. Una mueca que pretendió ser sonrisa se le coló en los labios, al darse cuenta cabal del tristísimo deber que estaban cumpliendo.
Khíone tenía razón: encontrar los despojos y llevarlos a su lecho final era el cierre de un ciclo inconcluso. Incluso para la dama muerta que había sido un recipiente tan poco a propósito para Poseidón, aquello significaba un descanso que le había sido negado largamente.
Se obligó a concentrarse, pensando en lo importante que era este duelo para su hermana. Se concentró en que Dégel estuviera dispuesto para la sepultura digna que el espíritu de Khíone, herido por diversas pérdidas, necesitaba para sanar.
Sin tocar el cuerpo, movió las manos trazando la posición en que debía yacer. Los brazos, que habían quedado señalando hacia arriba, bajaron lentamente hasta posarse en el suelo, igual que las piernas.
Se planteó reunir en ese mismo instante a los viejos camaradas. A los amantes frustrados. Pero decidió que Khíone necesitaba tiempo a solas con su hermano.
―Te ayudaré con Seraphina, Isaac ―dijo al tiempo que se ponía de pie y se aproximaba a su hijo―. En unos momentos volveremos para llevarnos a Dégel, Sestra.
Vio con satisfacción que Isaac resolvía el problema de mover a Seraphina: formó rodillos móviles debajo del gran bloque de hielo y congeló el suelo debajo de él. Antes de que Camus pudiera ocuparse de ello, Isaac hizo que los rodillos avanzaran, se desvanecieran y volvieran a formar continuamente para mantener la marcha.
Cayó en la cuenta de que Isaac también estaba ordenando al hielo seguir sus instrucciones.
»¿Cómo estás haciendo eso?
Isaac se encogió de hombros.
―El abuelo... Tu padre nos trató de enseñar, ¿recuerdas? Y te acabo de ver haciéndolo. No tengo tu nivel de dominio. Pero esto es... un trabajo modesto en comparación. Puedo hacerlo.
Lo acompañó a donde se encontraba el resto de la comitiva. Isaac pasó de largo junto a todos ellos y condujo el cuerpo de Seraphina al exterior del glaciar. Camus entonces se detuvo a contemplar a sus acompañantes.
Sorrento y Krishna estaban impresionados con la experiencia. No se imaginaron nunca contemplar el interior del glaciar ni el proceso que lo permitiría.
Angelo permanecía silencioso, con los sentidos en alerta: trataba de rastrear las almas de los dos difuntos. Aunque las sentía, pero no era capaz de ubicarlas con exactitud. Camus desesperaba intentando imaginar cómo haría Cáncer para concentrarlas de tal modo que fuera posible entregarlas íntegras a Rhadamanthys.
Rhadamanthys, por su parte, aterido de frío y permitiéndose la emanación de su propia cosmoenergía para mantener el calor corporal, mantenía la vista fija en un evidentemente turbado Kanon, que no obstante sus esfuerzos por parecer desinteresado, se notaba asustado.
―Estamos por terminar, Kanon. Relájate ya ―dijo Camus con su acento francés bien marcado, como le sucedía siempre que su ánimo se volvía turbulento―. En este momento sólo me ocuparé de Kardia y luego traeré a Dégel. Los protegeremos con una leve pátina de hielo y nos los llevaremos al Santuario. Eso deberá bastar para que Korítsi los pueda resguardar en los sarcófagos.
―¿Has oído, Dragón? ―balbuceó Rhadamanthys en medio de un violento castañeteo de sus dientes―. Ya te puedes calmar.
Kanon resopló, alarmado, y abrazó sin ningún rastro de vergüenza a su pareja para protegerlo del frío.
―Eres bien estúpido. ¡Te dije que te armaras! ―reclamó al tiempo que envolvía al Juez en una cálida aura de energía―. Te me vas a morir de neumonía, guiverno idiota.
―Idiota y todo... así me quieres...
Las cosmoenergías de los dragones se combinaron e irradiaron en el ámbito inmediato, aminorando al instante los violentos temblores del Wyvern.
Camus sonrió, un poco menos agobiado, al darse cuenta de que no tenía qué preocuparse por la salud del Juez. Se volvió hacia Kardia, que permanecía en aquella posición crispada y dolorosa, y se dispuso a trabajar en dejarlo listo para transportarlo.
Sorrento y Krishna se le acercaron.
―¿Cómo te ayudamos?
―Voy a volverlo boca arriba y procuraré posicionarlo para que quede recto.
―¿Listo para el féretro? ―cuestionó Chrysaor con su modo directo de siempre.
―Sí. Listo para el féretro. Yo lo voltearé. Por favor, sujétenlo con suavidad e impidan un golpe que le haga daño al cadáver.
Como lo dijo, lo hizo. Con la mayor delicadeza, pensando en que, si se tratara de Milo, desearía que fuera tratado con todo el respeto y consideración posibles.
Cuando contempló su rostro, se impresionó. Al igual que sus acompañantes.
Kardia había sufrido una agonía que iba más allá del dolor físico: la expresión desolada en sus rasgos lo dejaba bien en claro.
―Carajo. Murió con los ojos abiertos.
―Muchos morimos con los ojos abiertos ―murmuró Camus, recordando el relato que Saga le hizo de su propio rescate del alud―, deseando ver aquello que fue caro a nuestro corazón. No es raro en absoluto.
―Tú los tenías abiertos cuando te encontramos ―barboteó Kanon con voz trémula―. Tú...
Y, finalmente, se soltó a llorar entre los brazos del Wyvern, que lo consoló en silencio.
Camus lo miró comprendiendo aquello que Mu, en días que ahora parecían lejanísimos, le había expresado: que aquel alud se había convertido para todos en una suerte de pesadilla colectiva. Kanon se lo estaba demostrando con hechos precisos.
Se mesó los cabellos de la frente con desesperación.
―Está bien, Kanon. Ya pasó. Ya pasó. Estamos por terminar. Y cuando sea así, te vas a tomar unos días de vacaciones. Y si no te los tomas, yo mismo se los pediré a Poseidón para ti.
El Wyvern sonrió torcido.
―¿Ves? Hasta tu hermanito demente es capaz de hablar por ti ante tu Señor.
Camus volvió su atención a Kardia. A los ojos cristalizados, de un color tan similar a los de Milo. La piel, sin duda palidecida con la muerte, con toda probabilidad había sido bastante más clara que la de su escorpión, debido a la salud precaria que siempre lo aquejó. Los labios, más negruzcos que azules, permanecían entreabiertos en una mueca angustiada. Deseó poder calmar la tribulación que aquella alma había padecido en su último instante de vida.
―Ya llegamos, Kardia. Ahora te llevaremos a casa. Con Dégel. Descansarán uno al lado del otro. Para siempre.
Y mientras lo decía, pasaba las manos por encima del cuerpo, ordenando al hielo que lo formaba y revestía que se reposicionara sin deteriorar el cuerpo.
Lentamente, la cabeza de Kardia se posó en el piso, al mismo tiempo que el cuello se le relajaba. La diestra crispada por encima de su cabeza viajó con extrema lentitud la trayectoria necesaria para reposar también. Las piernas se destensaron. El tronco quedó recto.
―Ojalá pudieras cerrarle los ojos ―lamentó Sorrento―. Esa mirada dolorosa es terrible de contemplar.
Sin decir palabra, Krishna sacó de quién sabe donde dos monedas de plata y las colocó sobre los ojos del guerrero caído.
―Tengo otras dos para tu hermano ―le dijo a Camus―. Si me lo permites, quisiera ofrendárselas.
―Por supuesto. Sestra y yo te lo agradecemos ―musitó al ceilanés con una cabezada de reconocimiento.
Se levantaron juntos y se encaminaron hacia donde Khíone lloraba junto a su hermano fallecido. Angelo los siguió.
―Me parece que este es el momento de recolectarlos, Camus ―dijo Angelo con neutralidad―. Si tu hermana está lista, procederé.
―Permítenos poner los óbolos en los ojos de Dégel, por favor.
―Ovviamente. Inoltrare. (10)
Escuchó que atrás de ellos, Rhadamanthys estornudaba violentamente. Sintió la cosmoenergía de Kanon envolviéndolo, protegiéndolo, y la del mismo Juez incrementándose en un intento de mantener el calor y evitarse la neumonía de la que su pareja le había hablado. Se prometió a sí mismo que en cuanto estuviesen en el Santuario, le haría beber vodka caliente y especiado.
Krishna se arrodilló con respeto reverente y colocó las monedas en los ojos del difunto.
―Que el descanso sea reparador, guerrero.
Angelo levantó su mano derecha. Su rostro mostró una resolución inquebrantable.
―Seki Shiki Meikai Ha ―pronunció con voz solemne.
Las ondas espirituales de Angelo se extendieron en el ambiente y atravesaron el glaciar, buscando las dos almas perdidas. Y al cabo de unos momentos, las encontró. Dos luces azules brillaron con intensidad inusitada para desaparecer luego.
»Está hecho, Gelato. Ya están en Yomotsu.
―Gracias, Angelo ―suspiró Camus, con dolor en la voz―. Sestra y yo agradecemos tu inestimable ayuda.
―Ya está. No ha sido nada. Me alegra haber ayudado a traer paz a una familia.
Rhadamanthys, con Kanon aún apresado entre sus brazos, se acercó apenas lo suficiente para hacerse oír con claridad.
―Si ya los has enviado a Yomotsu, Cáncer, entonces es momento de que me vaya. Debo entregar a mi Señora aquello que ha permanecido ajeno a su reino.
Soltó a Kanon lo suficiente para mirarlo. Le sonrió con sobriedad.
»Debo irme. ¿Puedo confiar en que estarás bien? ¿Que no harás ninguna locura?
Kanon asintió.
―Vete ya. Entre más pronto termines con tu labor, más pronto regresarás conmigo. Te espero en el funeral. Luego... recuerda que te mostraré algo.
Rhys saludó con la cabeza una sola vez. Luego desapareció.
Camus miró alternadamente los cuerpos de Dégel y Kardia. Suspiró pesaroso y abrazó los hombros de su hermana. Un gesto que procuraría repetir, siempre que no le costara una desavenencia con ella.
La voz le brotó ríspida, por el esfuerzo de no romperse.
―Ya terminamos aquí. Preparemos los cuerpos y llevémoslos con Korítsi. Su hogar eterno los espera.
Aclaraciones
Antes de que otra cosa sea dicha, ¡felices fiestas para tod@s!
Y ahora: bienvenid@s al tercer capítulo de Nada sucede dos veces. Espero que la experiencia de lectura esté resultando bonita y que no sólo les cause tristeza.
Les confieso que esta actualización ha estado casi lista desde la primera semana de diciembre, pero mi ritmo de trabajo ha sido tan horrorosamente absorbente, que no había podido preparar las aclaraciones. Este es mi primer fin de semana de vacaciones de invierno y lo he aprovechado para poner a punto el capítulo. Y pues, voilá ! Henos aquí... tristeando.
Finalmente ha sucedido: Camus, Khíone y las delegaciones del Santuario, la Atlántida y el Inframundo han ido a recuperar los cuerpos de Kardia y Dégel para, con eso, cerrar la Guerra Santa del siglo XVIII. Así, Khíone puede llorar a su hermanito; Camus, entender mejor a su hermana; Sasha, a través de Saori, puede hacer homenaje a sus guerreros perdidos; Poseidón queda en paz con Athena y Hades puede convencer a Kore de que tiene en orden su sistema de calidad.
Pero, por encima de todo, Kardia y Dégel terminan su travesía y pueden reposar uno al lado del otro en paz, como no pudieron hacerlo mientras vivieron. Y aunque exigua, es una recompensa que les habría gustado gozar.
Ahora, como de costumbre, vienen las aclaraciones idiomáticas, de lo sencillo a lo complejo, como ha venido sucediendo desde Al romper la aurora.
En italiano:
Capisci, capisco: Entiendes, entiendo.
Ragazzo: muchacho
Fratellini: hermanitos
Ovviamente: obviamente
Gelato: Helado, Heladito.
Y en lenguas varias:
1. Cos'altro dovrei fare? (italiano): ¿Qué más debería hacer?
2. No papà. Non arrabbiarti (italiano): No, papá. No te enfades.
3. Gie mou. (γιε μου, griego contemporáneo): Hijo mío.
4. Io cosa...? (italiano): ¿Yo, qué?
5. I nostri fratelli perduti (italiano): A nuestros hermanos perdidos.
6. Salut mes amis (francés): Hola, amigos míos.
7. Vse koncheno, dorogoy mal'chik (Все кончено, дорогой мальчик; ruso, en todos los casos): Ya pasó, querido muchacho. / Ty idesh' s tem, kto tebya lyubit (Ты идешь с тем, кто тебя любит): Vas con quien te ama. / Zimnimi nochami ya budu pet' dlya nas oboikh (Зимними ночами я буду петь для нас обоих): En las noches de invierno cantaré para los dos.
8. Moy malen'kiy brat (Мой маленький брат; ruso): Mi pequeño hermanito.
9. Moy malen'kiy brat (Мой маленький брат; ruso, en todos los casos): Mi pequeño hermanito. / Malen'kiy mal'chik (Маленький мальчик) Niñito. / Vy budete v yego kompanii (Вы будете в его компании): Estarás en su compañía.
10. Inoltrare (italiano): Adelante.
Por otro lado, les dejo estos datos periféricos, que no sirven para nada, pero son bonitos de conocer:
*La milopita es un pastel de manzana bastante célebre en la gastronomía griega.
** Y a su vez, las crepas son un platillo clásico en la gastronomía francesa.
*** Recordemos que Rhys Wybert (es decir, Rhadamanthys de Wyvern) es amante de Shakespeare y especialmente de Much Ado About Nothing (oTanto para nada, en español). El pequeño volumen que está leyendo en este capítulo es el mismo que Minos y Aiacos le obsequian cuando lo reencuentran, al principio de No habrá paz.
Y ya está.
Una de las dificultades de este capítulo fue encontrar una imagen bonita que representara a Dégel de Acuario. La que ilustra este capítulo es un detalle de una ilustración mayor. No sé quién es el o la fanartista, pero hay que reconocer que es súper hábil y le ha quedado maravilloso. Quien quiera que sea, el crédito por esta preciosa imagen es todo suyo.
Por otro lado, agradezco a Chantry-Sama por su mirada de beta con TOC al capítulo y espero que su ratita no se jale las greñas (o no desgreñe a mi hámster, que también se carga su TOC) por algún cambio de último minuto que se coló por ahí XD
Espero que las fiestas navideñas y de año nuevo sean venturosas para tod@s ustedes. Que sus esperanzas se hayan visto cumplidas este año que termina y que el próximo traiga no sólo lo que deseamos, sino lo que necesitamos. Deseo que aquello que siembran, fructifique y que sus vidas sean prósperas.
Gracias por la bondad de su acompañamiento: las lecturas, comentarios, votos, sugerencias, observacionesy buenas vibras se agradecen. El amor, como siempre, tiene vuelta. Abrazos y besos para tod@s. Nos vemos en 2024.
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