2. Un día antes del funeral
Advertencia: Neh, ninguna. Sería prometer demasiado XD
Un poco aún
veremos los almendros florecer
brillar al sol los mármoles
el mar romperse en olas
un poco aún,
alcémonos un poco más arriba.
("XXIII", Yorgos Seferis)
―Y fíjate bien, niño. Fíjate bien, que no tengo problema en repetir las cosas. Pero tú sí que podrías tener problema en escucharlas. Revisé tu historial académico y es impresionante. Casi comparable al de Angelo. Por eso y sólo por eso, serás su esclavo exclusivo. ¿Estamos?
Shun frunció las delgadas cejas castañas y observó fijamente al viejo médico delante de él.
¿Esclavo? ¿De Angelo?
Si era una broma... era una muy jodida.
Angelo al menos tenía la decencia de lucir abochornado.
―Ma ehi, papà. Non scopare con il ragazzo in quel modo ―pronunció Angelo con un dejo entre suplicante y fastidiado―. Todos los internos te sacan la vuelta. ¿Pretendes que sea así conmigo también? (1)
El viejo Katsaros fijó su mirada de plomo sobre Angelo, quien tragó saliva ruidosamente. Shun sintió verdadera compasión por el otrora desalmado Santo de Cáncer.
―¡Pues claro que eso pretendo, ilíthie! ¿Cómo serás jefe de piso si no te haces respetar, alcornoque? ¡No hagas preguntas tontas, que no quiero ni sospechar que estoy educando a un bobo redomado!
―No, papà, non arrabbiarti ―exclamó Angelo con verdadera preocupación―. Un día de éstos te dará una embolia. ¿Y qué haré yo? Mira que encontrar un padre a esta altura de mi vida para de inmediato perderlo... (2)
El anciano médico volvió dramáticamente los ojos al cielo, como pidiendo paciencia. Luego los fijó en Angelo.
―Pues no pretenderás que te aguante veinte años más, ¿verdad? ¡Estoy que me caigo de viejo! ¡Si tú mismo me llevarás al dichoso Yomotsu! ¡Mejor hazte a la idea! Y mientras tanto, ¡aplícate, que no tolero que mis alumnos sean poco aventajados! ¡Y menos lo toleraré de mi hijo!
»Y en cuanto a ti ―gruñó el viejo de mal humor―, mejor te me vas preparando. Te estoy aceptando en la clínica, a pesar de tu juventud, por tu historial. ¡No me decepciones! ¡Te quiero pegado al zoquete de mi hijo y obedeciéndolo sin rechistar! ¡Lo que tiene de bobo en su vida ordinaria, lo tiene de eficiente cuando lleva la bata blanca!
»Así que te me pones listo, muchacho. Esto es también la escuela, ¿está claro?
Shun afirmó una y otra vez con la cabeza. La expresión solemne de su rostro no hacía sino aumentar la juventud de sus rasgos.
―Está clarísimo, doctor Katsaros. Ya me ha advertido Saori que es usted el mejor médico que conoce. Estoy comprometido con aprender todo lo que pueda.
―¡Y lo que no puedas, también! ¡Y ya! ¡Largo de aquí los dos! Que Angelo te lleve a conocer las instalaciones completas. Y acuérdate: eres esclavo. ¿Ya está?
―Sí, señor; ya está.
Y el viejo les dio la espalda para penetrar en su pequeña oficina.
Ambos, Cáncer y Andrómeda, soltaron el aire de los pulmones con alivio.
»¿Siempre es así de odioso?
―Ma che ne dici, marmocchio? Si se ha portado todo sonrisas... (3)
―No te burles de mí, Deathmask...
―¿Quién se burla? ¡Si te estoy hablando en serio! ¡Pregúntale a quien quieras! Le has caído bien a mi viejo...
―No te creo. Si es un ogro...
―E ovviamente lo é. Pero en atención a ti, lo ha sido sin saña. Me parece que no quiere asustarte. (4)
―Vaya, pues qué suerte la mía.
―Aunque no lo creas, sí: eres un suertudo. No acepta internos sino hasta iniciado el sexto año. Yo apenas estoy en cuarto. Y tú en tercero. Ni se te ocurra quejarte.
―Entonces, ¿debo sentirme agradecido de ser tu esclavo? ¡Ni de chiste pienso serlo, que te quede claro!
―Pues que te quede claro que no necesito esclavos, mocoso insolente. Te acepto nada más porque eres el yerno de Camus y Milo. Y aunque no te quiero de esclavo, mejor pórtate como si lo fueras delante del mio signore padre, que si se da cuenta de que no nos parece su condición, nos carga la Hidra. (5)
―¿La Hidra? ―preguntó Shun, descolocado.
―Que sí. Así le dicen por aquí al mio papà.
―¿Cómo acabaste de hijo de ese lunático?
Angelo se detuvo en seco y le dedicó a Shun una mirada tan llena de bronca, que éste selló los labios y tragó saliva silenciosamente.
―Senti, moccioso, non sono affari tuoi. Y que sea la última vez que llamas lunático a mi papá, que ese privilegio es solamente mío. Capisci? A mi papá me lo respetas, o te vas sin escalas a Cocytos, stronzo... (6)
―Ya, ya. Me queda claro, lo siento.
―Perfecto, porque no quiero volver a hablar de esto jamás. Si vuelves a salir con una gracia, le pediré a Donna que te saque de aquí a patadas. Y lo hará sin titubear aunque seas su hermanito, porque quiere un montón al viejo lunático, como te has atrevido a llamarlo.
―Lo entiendo, Angelo. Lo siento.
―Angelo le mie calzoni. Deathmask para ti. Te avisaré cuando puedas llamarme por mi nombre, stupido marmocchio... (7)
Angelo se internó en un pasillo de La Fuente, farfullando improperios en italiano. Shun, descolocado, se rascó la cabeza, sorprendido por el arranque del Santo de Cáncer.
¡Si se estaba comportando igualito que el lunático!
¿Y si de casualidad resultaba que sí era su padre?
―¡Pero qué susceptible me salió este cabrón! ¿Cómo se atreverá a negarme que el viejo es un lunático redomado?
―Sbrigati, moccioso! Che ti rimando in Giappone! (8)
―Ash. Yo mismo le pediré a Saori que me saque de aquí...
Shura recorría las callejuelas del barrio de los mercaderes, en Rodorio. Una bolsa de lona colgaba de su siniestra, llena con vegetales, entre los que se destacaban las papas.
Papá se había aficionado mucho a la tortilla española, y se la pedía para cenar una noche sí y la otra también.
Aunque justo esa noche había aceptado de mala gana unos sándwiches de bologna casera preparada por Angelo.
Con todo, había decidido de improviso ir y comprar los vegetales luego de acompañar a Angelo a La Fuente, para que cumpliera con su guardia nocturna. Al fin que solían cenar hacia las 8:00 y apenas daban las 7:00.
Y así se aseguraba de tener lo necesario en casa para cumplirle el capricho al anciano la próxima noche.
Al dar la vuelta a la esquina, vio a lo lejos una silueta conocida.
De pie ante el local que, en sus años de infancia y adolescencia, más curiosidad causó en cada chico de la Orden de Athena, Misty de Lagarto conversaba con un hombretón macizo y malencarado. El tipo, ataviado con ropas de trabajo astrosas por la grasa de motor, parecía explicar algo a su grácil interlocutor. Mostraba una paciencia de santo, lo cual contrastaba con sus gruesos brazos, cuyas manos iban protegidas con guantes desprovistos de las punteras en los dedos.
Shura sonrió al ver entre ambos hombres la hermosa Harley de Misty, quien se enorgullecía de ella como muchacho que presume a la chica más bonita del pueblo prendida de su brazo.
Vio a Misty despedirse del hombretón, montarse en la moto y darle la patada al pedal de arranque. Sin proponérselo, el Santo de Lagarto se dirigió hacia el español, quien se quedó en su sitio y apreció cómo el mecánico lo saludaba a la distancia.
Shura le devolvió el buen gesto, aunque con un repentino azoramiento pintado en su expresión, y lo vio entrar al taller para de inmediato cerrarlo.
El joven rubio se detuvo junto a él, con la moto ronroneando entre las piernas.
―¿Vas al Santuario, Shura?
―Sí, ya voy de regreso.
―¿Quieres que te lleve?
Shura soltó una risita divertida.
―Afro y Angelo se morirán de celos.
―¿Por qué? ―soltó sorprendido el joven rubio―. Ambos saben que no estoy interesado en ti.
El Santo de Capricornio dejó escapar una carcajada que reverberó entre las paredes de la callejuela.
―Perdóname por no expresarme con claridad. Se morirán de celos porque les encantaría montarse en tu precioso corcel.
―¿En serio? ―preguntó Misty con la malicia destilando en su voz―. Entonces, procuramos que ambos te vean.
―Oye ―deslizó Shura al tiempo que montaba detrás de Lagarto―, ¿ése era Chopper?
―Sí ―respondió Misty un tanto descolocado―. El mismo que le enseñó a Mu a usar soplete y soldadura poco antes de que huyera al Tíbet. ¿Por qué?
―No, no. Por nada. Es que... pasa el tiempo y su gusto por los accesorios estrafalarios empeora.
Misty se dobló de risa.
―¡Ah, ya viste su pendiente!
―Miedo me da ese cabrón por traer esa cosa colgada.
―¿Colgada? La trae cosida...
Shura puso cara de espanto y Misty, medio volteado, la contempló para luego reírsele en las barbas.
»No sé por qué te asustas de él todavía. Es un buenazo.
―Buenazo o no, preferiría no topármelo en un callejón oscuro.
Misty puso los ojos en blanco.
―Exagerado.
―Creí que ya habías afinado la moto.
―Sí, claro. Pero tengo planes que involucran a otro pasajero y quise que la revisara de nuevo.
Shura sonrió de oreja a oreja.
―¿Te llevarás a cierto marino a lo oscurito para darle rienda a tus bajos instintos?
―No, cabra boba ―dijo el rubio, dándole a su voz un matiz pícaro y enfilándose al Santuario―. A pleno sol. ¿Quién quiere esconderse con semejante pedazo de dios por un lado?
Camus se encontraba sentado en posición de loto sobre una roca nevada en lo alto del Monte Gunnbjörn.*
Aunque mantenía los ojos cerrados, "veía" todo lo que estaba a su alrededor: las blancas rocas de la montaña, el cielo encapotado, la vasta extensión de la costa que daba al Océano Atlántico.
Éste era su segundo día en Groenlandia. Lo había hablado con Khíone, y habían decidido no aventurarse en las ruinas de Blue Graad por no dañarlas aún más. Tratarían de llegar a Dégel (y quizás a Kardia) por el Océano Ártico, el dominio de Isaac. Y Groenlandia les parecía un punto de partida tan bueno como cualquier otro.
Mientras permanecía con los ojos velados, fingía no escuchar a su hermana cantar, con su voz melodiosa y dulce, canciones de amor en un ruso tan arcaico que casi resultaba otro idioma. No se permitió sonreír con simpatía, pues sabía que en cuanto lo hiciera, su hermana detendría aquella muestra de la alegría en su corazón.
Una fina nube de escarcha revoloteaba a su alrededor, testimoniando el ánimo amable de la Señora de la Nieve. Y había resultado tan constante, que lo había camuflado con el manto blanco de los alrededores.
A los ojos de un observador inesperado, Camus pasaría por un inusual contorno humanizado en la roca viva.
Su mente despierta captaba sensaciones diversas recogidas de la inmediatez y de regiones más bien lejanas: en los últimos días, había entendido que los vientos invernales lo obedecían como si fueran extensiones de sí mismo, que podían proveerlo de información sin fin.
Y que él podía actuar ilimitadamente a través de ellos.
"¿Qué buscas, Rebenok?" ―escuchó la pregunta en su cabeza, como la evocación de una voz entrañable―. "¿Estás conversando con tu manzana boba?"
Una vez más, Camus se guardó la sonrisa.
"Hoy todavía no he conversado con él. Aunque llevo algunas horas escuchando su música. Y tú, ¿has hablado con Isaac?"
"No es asunto tuyo, Rebenok."
"Eso dices tú. Pero sí lo es: Isaac es mi hijo mayor. Y aunque he aceptado que se pertenecen uno al otro, me importa lo que suceda con él. ¿Le has hablado? Esa es una deferencia que él apreciaría."
"No. No he hablado con mi Isaac, con tu hijo. ¿Crees que si lo hago, lo soportará? ¿No le haré daño?"
"Espero que no. Supongo que puedes intentarlo. Si lo deseas, le pediré a Milo que lo monitoree, y si nota algo extraño en Isaac, detienes la comunicación. ¿Eso te viene bien?"
"No quiero deberle nada a tu manzana. Cuando lo veamos mañana, haré el intento."
"Está bien. Pero sólo hasta que la misión haya terminado. Como es tu... destinado, dudo mucho que le hagas daño si intentas hablarle directo a su mente, pero si por casualidad sucediera así, que sea cuando tengamos más facilidad de movimiento. Incluso solicitaré que Katsaros se mantenga atento, por si fuese necesaria su asistencia."
La nieve se arremolinó a un lado de Camus, quien no varió su postura ni su expresión. Unos segundos después, la bellísima Khíone, vestida de su piel inmaculada, se encontró sentada a su lado, con las piernas colgando hacia el vacío.
Las balanceaba de adelante hacia atrás, como una niña juguetona.
Camus jamás se lo diría, pero sabía que en esos escasos días, su hermana había ablandado su trato y su carácter hasta casi ser amorosa con él.
Y eso, por supuesto, le derretía el corazón.
―Ese tipo del que hablas, Katsaros, ¿quién es?
―El médico en jefe de La Fuente, el hospital del Santuario.
―Dégel lo mencionó un par de ocasiones. Decía que el tipo no podía hacer nada por su amigo barbaján, el tal Kardia.
―Ya. Seguro era un antepasado de este Katsaros. Al parecer, tienen tradición en el Santuario.
―¿Y es buen médico?
―No hace ni un mes que les salvó el pellejo a Angelo y a Aiolos. À mon soleil, bien sûr. Y además, fue él quien me atendió hace cinco años, cuando Milo y mis hermanos me sacaron del alud. El viejo me recibió muerto. Y ahora aquí estoy. (9)
Khíone guardó silencio, sin apartar los ojos azul cristalino de su hermano. Sin que Camus se lo esperara, la Dama de la Nieve lo tomó de la barbilla y le ofrendó una leve caricia en la mejilla.
―Cuando llegue su hora, iré a guardar su camino para volverlo amable; cantaré para él hasta que haya hecho el tránsito. Y le pediré a Hades que sea generoso con él.
―Sestra...
―C'est comme ça que je le remercierai d'avoir gardé mon frère pour moi. (10)
Aunque el momento pasó, Khíone conservó la actitud cordial con su hermano. Dirigió la mirada hacia el horizonte, que permitía la vista lejana del Atlántico.
―¿Lo conociste? ―preguntó Camus.
―¿A quién?
―A nuestro hermano.
Khíone asintió levemente.
―Siempre conozco a mis hermanos. Aunque con frecuencia ellos no llegan a conocerme. Tú lo hiciste sólo cuando la dama Lákhesis te envió conmigo. **
―Y a Dégel, ¿lo conociste bien?
La dama asintió de nuevo.
―Sí. Lo vi con frecuencia. Después de todo, él era originario de mis tierras. Lo conocí desde pequeño. Era muy agradable. Y tierno.
Guardó silencio unos momentos.
»Y temible cuando estaba enojado. Tú me parecías muy inestable cuando te enfadabas. Aún me lo pareces. Él... se desataba. Era como una ventisca: perdía la sensatez y la elegancia... que, a decir verdad, le importaban bastante.
Se acomodó el cabello detrás de la oreja. Miró a Camus y se encogió de hombros.
»Bueno... la verdad es que tú te pones en modo vendaval cuando te enojas. Aún estoy sorprendida de que me hayas vencido. Pero te lo agradezco. Extrañaba mucho que me guiaran, y aunque no eres padre... ir a tu vera es un consuelo inmenso.
―Creí que ya no lo acompañabas.
―No. No lo hacía. Mi potestad lo seguía.
―Y eso, ¿no era lo mismo que ir con él?
La dama Khíone extendió las palmas de las manos e hizo que una miríada de briznas de hielo se animaran: simulaban al viejo Bóreas manipulando una nevasca.
―Hace apenas unos días que te has adueñado verdaderamente de tu poder, y ya sabes que la potestad y tú son casi lo mismo. Pero no del todo. ¿Ya intentaste gobernar los vientos a la distancia?
―Lo estoy intentando, sí. Cada vez es más fácil.
―Sí. Llegará un momento en que no necesites ir con los vientos para gobernarlos, porque serán como una extensión de ti mismo. Pero tu espíritu anhelará acompañarlos, porque tú mismo eres viento.
»Fíjate bien: eres el Viento del Norte, pero no significa que cada soplo frío seas tú. Y sin embargo, todas las corrientes invernales se supeditarán a ti y a tu comanda, porque ansiarán ser uno contigo, buscarán tu guía.
Camus observó sus manos mientras meditaba una respuesta.
―Creo que ya es así. Justo hace unas horas me ha parecido que los vientos son una extensión de mí mismo. ¿Entonces no lo son?
―No. No lo son. Pero tu voluntad puede domeñarlos.
―¿En serio? ¿Y qué puedo ordenarles?
―Lo que tú quieras ―respondió la Dama de la Nieve con voz neutra―. Pero te recomiendo que "lo que tú quieras" sea algo sensato. Tienes que dominarte a ti mismo en primer lugar antes que hacerlo con ellos, ¿entiendes? O podrías provocar una catástrofe.
»Padre se andaba con pies de plomo cuando debía someter a otros espíritus invernales más modestos que él. El invierno es crudo por naturaleza. Si además de eso, Bóreas se desequilibra, pues... es muy mal negocio.
Camus asintió levemente, sin mostrar un ápice de emoción. Khíone, sin embargo, había observado con cuidado a su hermano desde que Hélène lo había llevado a Rusia siendo apenas un niño que se tenía sobre los pies. También durante sus años de entrenamiento. Y todavía más cuando había llegado a sus manos, unos días atrás. No necesitaba que el pequeño Rebenok hablara para ver los engranajes de su mente trabajando.
―Me gustaría hacer una prueba de mi control sobre ellos.
―Bien. ¿Cuándo quieres hacerlo?
Camus extendió la diestra y un torbellino se formó frente a él y su hermana. Sin que ésta se diera cuenta, miles de copos de nieve se le incorporaron.
Bóreas el Joven realizó un par de elegantes ademanes que atemperaron la fuerza del viento y modelaron la nieve: ésta tomó la apariencia de un joven esbelto y gallardo, de piernas largas y fuertes. El embate del viento hacía que el cabello simulado ondeara como si fuera real.
Khíone contempló en silencio aquella imagen blanca de su hermano. Y procuró no mostrar asombro porque la figura imitara los escasos movimientos que Rebenok hacía en aquel momento.
―Ahora mismo me parece una ocasión oportuna. ¿No tenemos que hablar con Korísti de los pormenores de nuestra misión de mañana?
La nevada ha amainado.
Pero algunas briznas heladas caen aquí y allá, más con aspecto de ceniza volátil que de copos.
El paisaje, que debería ser hermoso, evoca una película de desastres.
Y ellos son los protagonistas.
Los perros que ladran y las voces de sus hermanos que discuten son los sonidos dominantes. Él permanece de pie, estático, fingiendo entereza en medio de aquella nada que a pesar de la oscuridad, es blanca.
Está angustiado: Milo se ha dado por vencido y se mantiene echado, lloroso, sobre la nieve revuelta. Sin posibilidad de reparar las grietas de su corazón en ruinas. ¡Ah, Diosa! ¿Qué pasará si no lo encuentran? ¿Qué pasará si esta vez Milo no tiene una tumba sobre la cual llorar, sobre la cual maldecir su suerte?
No se recuperará.
El pequeño patán rubio que le perdonó en nombre de la Orden entera se marchitará ante la ausencia del maldito pelirrojo. Del pelirrojo que esta vez no murió en batalla, sino escapando del repudio de la única persona que había amado.
Porque Camus no había amado a nadie más que a Milo, ¿cierto?
―¡Cállense! ―escuchó gritar al escorpión.
Lo vio agazaparse en la nieve, buscar a gatas en la oscuridad cada vez más difusa. Lo vio casi pegar la nariz al suelo. Lo vio rascar en la nieve hasta encontrar el audífono con los cabellos rojos enredados.
Lo oyó musitar "Te encontré".
Y luego la locura desatada: Milo arañando la nieve. Deathmask y Surt paleando. Saga, Aiolos y Aiolia encendiendo las linternas. Aiolia arrodillado, peleándose con el pequeño fanal, tratando de retirar los desperdicios que tiene a mano.
Saga arrojándose impaciente para retirar ramas, al igual que Milo.
Él, haciéndose cargo de la linterna arrojada por su hermano. Él, alumbrando las maniobras apresuradas de su gemelo. Las maniobras desesperadas de Milo.
Milo gritando "¡Aquí está! ¡Aquí está!"
Y luego su propia voz, cuando consiguió echar la luz antes que ninguno al interior de aquella fosa.
Su propia voz, quebrada, cuando sus ojos dieron con la pierna destrozada, doblada, retorcida, como si tuviera múltiples articulaciones; el brillo blanco del cráneo apenas visible a través de la piel, la sangre y los cabellos apelmazados en la sien; la mano oculta, quizá cercenada, por las ramas del árbol.
Diosa...
La nieve se lo había llevado.
La nieve que lo arrastró y aquella ramita inocente, que lo había ensartado. Lo había ensartado porque se había puesto fortuitamente en su camino.
Fortuitamente.
Por azar.
¿Por qué?
¿Por qué justo él?
¿Por qué se moría congelado? Él, entre todos.
¡Él entre todos!
―No se levantará nunca, Milo ―se oyó decir, sintiendo cristales rotos en la garganta.
Y mientras lo decía, y mientras trataba de imaginar el dolor en el amante que jamás podría pedir perdón, no podía apartar la vista de las lágrimas de sangre en aquellos ojos sin luz.
De la pátina de escarcha sobre los labios azules y las pestañas inmóviles.
De la piel pálida, que se había vuelto una con la nieve.
Permanecía hipnotizado por los huesos rotos que habían convertido aquel cuerpo que fue hermoso en una muñeca trizada, reventada.
Mutilada.
Supo que no volvería a dormir tranquilo jamás...
―No se levantará... ―musitó.
―Kanon...
―No se levantará...
―¡Kanon! ¡Ya está, despierta!
Kanon despertó y se incorporó de golpe, con el corazón desbocado y las lágrimas corriéndole por las mejillas.
Rhys le estrujaba los hombros, vestido con un exiguo bóxer negro. Lo miraba angustiado.
»Ya está, Kanon. Ya está. Fue una pesadilla. Todo marcha bien.
Kanon se quedó estático, enfundado en su camiseta de Queen deliberadamente deslavada, y sus calzoncillos vencidos a base de aventarlos a la lavadora en el ciclo de prendas voluminosas.
Pestañeó, desubicado, con la respiración superficial.
―Está muerto, en la nieve...
―No, Kanon. Camus está bien. Perfectamente bien. Ya nadie puede hacerle daño de nuevo.
―Está muerto en la nieve. Y Milo se ha enloquecido...
―No, Kanon. No es así. Todo está bien. Ellos están bien, de maravilla. Todo eso ya pasó. Hace mucho.
Kanon agitó la cabeza negativamente. Un sollozo se le agazapó en la garganta, listo para saltar como gato que acecha.
Rhys, con aquella ternura que resultaba áspera y que guardaba sólo para el gemelo rebelde, le acarició una mejilla.
Y eso desbordó el llanto de Kanon, que pegó la barbilla al pecho y se abrazó a sí mismo.
Un gemido de dolor rompió, desolado, sus cuerdas vocales, y luego el pecho se le agitó, en silencio.
Los ojos ambarinos del Wyvern se ensombrecieron con el dolor ajeno. Sintió la ira revolviéndose en sus entrañas y se obligó a tragársela, para contener a aquel hombre que había podido manipular a un dios, pero no podía escapar de un mal sueño.
¿Qué había en el maldito sueño?, se preguntó saboreando el regusto amargo de la bilis.
¿Qué dolores le hacía aflorar? Ojalá pudiera extirpar el mal recuerdo. Aquella impresión que se había estampado y mellaba la mente, por lo regular lúcida y llena de artimañas, de su Dragón.
Vio la puerta de la habitación entornarse lo suficiente para que Aiacos, con el cabello revuelto y una camiseta puesta al revés, se asomara con expresión preocupada.
―¿Kanon está bien? ―preguntó el nepalés.
"No", contestó el Wyvern, apenas contenido, a la mente de su hermano.
―Sí. Tuvo un mal sueño ―respondió Rhys con voz obligadamente tranquila―. Pero ahora está mejor.
"¿Otra vez?", preguntó Aiacos, preocupado.
"¿Quieres que le pida a Hypnos que intervenga, Rhadamanthys?", sugirió a su vez Minos, probablemente desde su habitación.
"No, no. Kanon se lo tomará a mal. Dejémoslo lidiar con esta situación un poco más..."
―Ya veo. Nos levantamos cuando lo escuchamos. Minos fue a la cocina a prepararle té. Le traeré una taza en seguida.
―Gracias, Aiacos ―musitó Rhys con auténtica gratitud―. Gracias.
La puerta se cerró y Rhys se quedó a solas con su amante en brazos. Lo acunó. Lo arrulló. Dispensó un beso solitario y sentido en la cabellera enmarañada.
Aunque dejó de llorar pronto, la tristeza seguía allí, aferrada al ánimo de Kanon como una intrusa ineludible.
»Ya nadie puede dañar a Camus, Kanon. Ni a Milo. Tampoco a Saga y Aiolos. Suéltala. Suelta tu angustia. Ellos están a salvo. Y tú también. Estoy contigo. Lo que sea que se yerga como tu enemigo, lo enfrentaré a tu lado.
Kanon ocultó el rostro en el cuello de Rhys: restregó su nariz contra la piel ajena, sin intenciones eróticas; ofrendó un beso leve y suspiró, desalentado.
―Ya lo sé. Ya lo sé. Pero no puedo evitarlo. Es por... por la misión.
Rhys guardó silencio un momento, procesando la información.
―¿Qué tiene que ver el Santo atrapado en el glaciar con lo que padeció Camus?
―Nada. Excepto que es otro guerrero del hielo muerto por el elemento que lo protegía. Otro guerrero del hielo destruído por su propia naturaleza. ¿Cómo...? ―se atragantó con las palabras―. ¿Cómo pudieron su padre y su hermana permitir su muerte? ¿Cómo pudieron... asesinarlo...?
Rhys asintió ante la explicación. Respiró profundo antes de dar su parecer.
―Las circunstancias son distintas, Kanon. No hay paralelismo posible entre el atentado que sufrió tu hermanito demente y lo que le sucedió a Dégel de Acuario hace doscientos cincuenta años.
Kanon soltó una risa leve, sardónica, dolorosa, mientras negaba con la cabeza.
―¿Ah, no? ¿Acaso no murieron congelados los dos?
—No, Kanon. No es lo mismo. Porque en el caso de tu hermanito, una diosa decidió deliberadamente matarlo para apropiarse de él. A Camus lo atacó un poder que, si bien le resulta afín, es ajeno a él. Dégel de Acuario, en cambio, empleó su poder por voluntad propia para sellar a Poseidón. Él lo decidió, en entera libertad, entendiendo los riesgos.
Rhys escuchó un gruñido difuso de aceptación forzada. Kanon ocupaba sus dedos en repasar los vellos rubios de sus pectorales. Se guardó el respingo cuando los jaló, quizás por accidente.
—Sí. Algo como eso nos comentaron Shion y Dohko al resto de la Orden Dorada, después de que Skade invadiera el Santuario para llevarse a Camus de nuevo. Y lo confirmaron cuando Bóreas le cedió su Potestad.
Rhys tomó la mano torturadora y la llevó a sus labios: dispensó un beso tierno en los dedos y luego un mordisco, moderadamente doloroso.
―Pues ya está. Si lo tienes claro, ¿qué es lo que te atormenta entonces?
―Tú no lo viste ―murmuró Kanon―. Yo... Milo lo encontró, claro. Y fue él quien lo vislumbró en la oscuridad... Pero yo... yo tenía la linterna de Saga. Yo lo alumbré antes que nadie. Yo lo vi... antes que nadie... Él...
La voz le zozobró. Se detuvo un momento y tragó saliva. Rhys permaneció en silencio, sin dejar de observarlo.
»¿Alguna vez has estrujado un alambre entre tus dedos? Así... así se veía su pierna... retorcida... doblada sobre sí misma...
Rhys pestañeó: se hizo la imagen mental. Soltó un suspiro sentido, apesadumbrado.
»Juro que vi una astilla de hueso sobresaliendo en la herida de la cabeza... quiero decir... Camus... Camus tenía el cráneo reventado...
―No, Kanon, no. Él... sí, sí tuvo una lesión muy seria... lo leí en su expediente... Pero no tenía el cráneo reventado. De ser así, su cerebro habría resultado dañado de modo irreversible. No habría podido sobrevivir. Tus recuerdos... están distorsionados...
―¿En serio? ―gruñó el gemelo menor―. A mí no me lo parece. Lo reconstruyeron, Rhys... Katsaros lo tomó y lo rearmó... Lo volvió a unir... Lo remendó, lo pegó con alambres...
―Kanon...
―Era una muñeca desastrada. Estaba desgarrado... Le quitaron el cabello... Lo que quedó de él, ya no era Camus...
―¡Oh, Kanon...!
―Los días posteriores a las cirugías, me preguntaba si se iba a desmoronar si me atrevía a tocarlo...
―Kanon...
―Si Milo trataría de unir las piezas otra vez...
―¡Kanon!
Kanon apretó los párpados, negó con la cabeza. Se resistió a derramar más lágrimas, pero tenía la voz rota.
―¡Se congeló, se congeló! ¡La nieve lo mató! ¡Justo a él! ¡Y quedó despedazado, como hielo roto a punta de cuchilladas!
Rhys cerró los ojos, sin poderse quitar de la cabeza las imágenes que Kanon había descrito. Y lo estrechó todavía más entre sus brazos.
Suspiró contra la piel tibia. Restregó su nariz contra la nuca. Besó la oreja.
―Deslíndate. Di a Poseidón que no deseas ir. Que no estás preparado para ir. Que te hace daño. Él entenderá. Y la Dama Athena apoyará tu decisión: no soporta que ninguno de ustedes sufra.
Kanon posó las manos, lánguidas, en los hombros de Rhys. Habló en un volumen apenas audible.
―Ya lo sé. Pero soy el Dragón Marino. El mayor de los Generales ―exhaló, cansado―. Me corresponde guiar la expedición por la Atlántida, hasta que Isaac llegue a sus dominios y lidere la recuperación de los cadáveres... Ya no soy el que fui, ¿entiendes? No le daré la espalda a mi responsabilidad.
Rhys suspiró. Escuchó la puerta abrirse y vio a sus hermanos entrar. Minos sostuvo la puerta y dio el paso a Aiacos. El nepalés se sentó en la orilla de la cama y ofreció con cuidado un platito con una taza humeante en equilibrio.
Kanon la tomó con una sonrisa sin alegría en los labios.
Minos lo observó, inexpresivo, y Aiacos le devolvió una discreta sonrisa amable.
"Kanon necesita atención especializada, Rhadamanthys", hizo notar Minos, que se mantuvo en absoluto silencio sin apartar los ojos como ópalos del amante de su hermano. "En verdad lo está pasando mal. Deberíamos hablar con Hypnos ya mismo".
"No le ocurre con frecuencia", intervino el Wyvern.
"No, pero cuando llega, la crisis es muy aguda", afirmó Aiacos. "Podría colapsar..."
"No es justo que sufra así, Rhadamanthys", insistió Minos.
Rhys acariciaba el cabello rubio cenizo de Kanon al tiempo que le sonreía, cariñoso. Kanon le devolvió una mueca trizada que pretendió simular tranquilidad.
El Wyvern se agitó, encolerizado, por debajo de la piel de Rhys. El joven rubio luchó contra su propia rabia en el afán de restañar aquella vieja herida mal cicatrizada de su amante.
"Intentaré convencerlo de que vea a un especialista. Si no funciona, hablaré con Hypnos yo mismo".
"Por la mañana veremos al Señor Hades. Si me lo permites..."
"Por favor, no, Minos. Espera un poco... Permíteme darle espacio para que lo resuelva a su modo... por última vez..."
―¿Estás mejor, Kanon? ―preguntó Aiacos, solícito―. ¿Qué necesitas? ¿Cómo podemos ayudarte?
―Ya estoy mejor. Y ya me ayudaron bastante. Deberían ir a dormir. Rhys se quedará conmigo.
Una sonrisa incrédula afloró en los labios de Rhys, quien negó con la cabeza ante la sola idea de dejar solo a Kanon.
―Por supuesto que me quedaré contigo, imbécil. No me despegarás de tu lado por ningún motivo.
Kanon bebió un largo sorbo de té y depositó la taza con su plato en la mesa de noche. Levantó la diestra y acarició la mejilla de su pareja, quien retuvo los dedos ajenos con fervor disfrazado de rudeza.
―Ya sé que no, y te lo agradezco. También a ustedes dos ―inclinó la cabeza con deferencia al noruego y al nepalés―. Pero no está bien que se preocupen. Veré cómo solucionarlo. No tienen por qué sostener conciliábulos silenciosos para tratar de arreglarme la vida.
Los tres se quedaron de piedra, sin apartar la vista del gemelo.
»No alucinen: no puedo escucharlos. Pero voy conociendo cada vez un poco más a Rhys. Y a ustedes dos. Las pupilas se les dilatan cuando "conversan".
Tres muecas incómodas fueron la respuesta a aquellas palabras.
―Atrapados, sin salida ―dijo Minos como si tal cosa.
―No te lo tomes a mal. Nos preocupas ―explicó Aiacos con voz calma.
―Eres la pareja de nuestro hermano. Sin ti, está... desarraigado. Perdido. Tu seguridad nos importa tanto como la suya...
―Y podemos pedir la ayuda específica para contener tu situación ―remató el nepalés.
Kanon asintió, en apariencia tranquilo. Alzó la vista y los tres jueces observaron el rastro de las lágrimas, casi secas.
―Lo arreglaré. Lo de mañana es terapia de choque. ¿Me explico?
Rhys suspiró, con una expresión que no ocultaba su desacuerdo. Se pasó la diestra por los cabellos, estrujándolos. Terapia de choque. Claro, claro. ¿Cómo terminaría Kanon después de la sesión...?
―Te explicas ―musitó con ánimo convulso.
La mano de Minos se apoyó, leve, en el hombro de Aiacos, quien se levantó.
―Hablaremos de ello por la mañana, si lo permites. Antes de que llegue la querida Marguerite, para no preocuparla. Entiendo tu punto y tu motivación, pero... un poco de ayuda te vendría bien ―expresó con llaneza el nepalés―. Por ahora, trata de descansar. Traten, los dos.
La puerta se cerró y dejó tras de sí a los dragones en soledad.
Rhys lo recostó y le besó el rostro despacio, parsimonioso. Le retiró la camiseta para acariciar las tetillas y le deslizó una pierna entre los muslos.
Kanon sonrió.
―¿Vas a follarme?
Rhys tomó la diestra de Kanon: besó los dedos con lentitud y luego apresó la muñeca contra la cama. Los labios ingleses esbozaron una mueca oblicua que le calentó la sangre al otro.
―Voy a relajarte del único modo efectivo que conozco, Dragón.
Kanon pasó su mano libre por la espalda fibrosa de su amante. Le acarició el cuello y la nuca. Guió sus labios por la línea del mentón de Rhys. Lo mordisqueó y obtuvo en respuesta un gruñido, mitad de dolor, mitad de regocijo.
―Anda ―dijo Kanon restregando su mejilla áspera contra la del otro―. Mi Wyvern me receta una cogida terapéutica.
La mano áspera de Rhys se deslizó por debajo de la ropa interior y recorrió, con posesividad absoluta, la virilidad ajena.
Kanon gimió mientras sentía los dientes de su amante en la tierna piel del cuello.
»Espera... Margie se dará cuenta. Sin marcas...
Casi lamentó cuando Rhys despegó sus labios de la garganta.
Y de inmediato se alborozó cuando los dedos de su amante lo despojaron de su deslucido bóxer.
―De acuerdo. Como mi Dragón pide, se hace. Sin marcas visibles.
Se mordió el dorso de la diestra para no gemir y permitir que los otros dos jueces escucharan su sinfonía. Los dedos de la siniestra se enredaron en los cabellos cortos y rubios del amante afanado en darle placer. Los estrujaron con saña.
―Aaaah... así... ―musitó cuando sintió la succión potente y sin misericordia en su sexo―. Así, Wyvern... ―se arqueó al sentir unos dedos deslizándose en su intimidad―. Y luego... luego te daré la revolcada de tu vida...
Wyvern, con la verga enhiesta hundida casi hasta su garganta, lo miró, desafiante. Aun en esa situación, sonrió torcido.
El Dragón olvidó sus tribulaciones de inmediato.
»La revolcada de tu vida, Wyvern, mi amor. Y después de eso, dormiremos como piedras...
Saori revolvía pacientemente su taza de té verde con jazmines. Hacía dos días que Shaka había llegado con la preparación, elaborada por él mismo, asegurando que resultaría relajante además de deliciosa.
Una vez que Virgo se hubo retirado, Julián le preguntó con toda seriedad si se sentía más estresada que de costumbre, para que el santo de la Sexta Casa se decidiera a tener esa deferencia con ella.
―Según yo, no. Según yo, me comporto como siempre...
Sin embargo, mientras daba vuelta una y otra vez a la cucharita, comprometida en la labor de disolver la ínfima ración de miel que había usado para endulzar su bebida, se decía a sí misma que sí. Estaba nerviosa.
Eso no le impedía escuchar con interés lo que Shion le explicaba.
―En conclusión, Dama, el planteamiento que hoy te presento es el que, a mi juicio, tiene más posibilidades de éxito. Es un hecho que los Santos Dorados no están pensando ni por un momento en ejercer la función de Strategos.
»Está claro que si les ordenas, obedecerán, pero...
―No voy a ordenar a mis santos que asuman una tarea que no desean afrontar, ni por accidente. Tanto tú como ellos han sacrificado ya lo suficiente por la misión.
»Y por eso es que nos empeñamos, tú y yo, en abrirles los caminos que los lleven a una vida feliz.
―Lo sé, Dama. Por eso te pido que pienses en mi propuesta. Me parece una solución sensata.
―E inusual. Estaríamos rompiendo la tradición a varios niveles.
―Bueno. Me parece que quien no evoluciona, muere. Y eso aplica también a las instituciones y las causas sagradas.
Saori sonrió con complicidad. Dejó la cucharita a un lado de su platito y paladeó con deleite algunos sorbos de té.
―A Julián le encantará esta infusión. Y a Dohko. Y a ti también.
―Compártela con tu elegido, mi Dama. Shaka la preparó especialmente para ti.
―Lo sé. Y como es mía, yo decido con quién compartirla. Sírvete una taza y no me discutas.
Shion extendió una sonrisa pletórica de orgullo en sus labios y, en el acto, obedeció.
»No importa cómo lo prepares, será delicioso. Pero me parece que apenas una nada de miel le favorece bastante.
―Por supuesto, Dama. Lo prepararé como recomiendas.
Saori notó la sonrisa y entrecerró los ojos, hasta adquirir un aire socarrón.
―¿Por qué estás tan contento, señor Patriarca? Ya sabes que no tienes por qué decirme que sí a todo. Y menos si se trata de una tontería.
―Nada de lo que haces me parece una tontería. Ha sido interesante asistir a tu proceso de maduración, Damita. Eras una bebé cuando me apartaron de ti, y una nena inexperta cuando finalmente pude ponerme a tu servicio.
»Ahora, eres una mujer que sabe quién es y lo que debe hacer. Sin temor de hacerse valer.
»Te pareces mucho a mi Sasha. Y al mismo tiempo, eres muy distinta a ella.
―Y pese a la diferencia, ¿cumplo con tus expectativas, querido Shion?
El viejo Aries tomó una mano juvenil. La besó con más amor que reverencia y fijó los ojos verdes en los azules de su interlocutora.
―No tienes que cumplir las expectativas de nadie, nena de mi vida. Devoraré el hígado de quien pretenda eso de ti, ¿entiendes? Dohko le arrancará los atributos. Eso sin contar las represalias de los otros doce Santos Dorados, tus hermanitos de Bronce y cada integrante de la Orden de Plata que se encuentre en las cercanías...
Saori meneó la cabeza de un lado a otro, con una pícara sonrisa reflejada en sus labios y sus ojos.
―Me alegra que la única expectativa de Julián sea pasar la eternidad conmigo, porque sé que justo ese tratamiento es el que todos ustedes quieren darle. ¡Pobrecillo!
―Pobrecillo y un cuerno. En cuanto tenga un pensamiento beligerante hacia ti...
―...Lidiaré con ello. La beligerancia forma parte de mi Potestad. Tranquilo, que yo me hago cargo. Ya no quiero que estés en guardia: eres un Strategos fenomenal y un papá de lujo. Ya está, todos y cada uno de tus hijos en este Santuario hemos crecido: puedes respirar con soltura, querido.
―En cuanto te vea segura, mi niña. En cuanto los vea encarrilados a todos. Entonces me verás tomar la mano de Dohko. Y te prometo que, contra todos nuestros impulsos, nos iremos sin mirar atrás.
―¿Es una promesa formal?
―Es una promesa muy formal, mi nena. Mi niña. Tus dos vejetes se irán en cuanto te vean segura, feliz y dueña absoluta de tu vida.
―Sea entonces. Aprovecharé cada momento que me queda contigo y mi otro vejete, antes de que se me vayan a quién sabe dónde.
La puerta se abrió y dio el paso a Poseidón, seguido de sus Generales habituales: Kanon, Sorrento, Isaac y Krishna. Los cuatro cubiertos de sus escamas.
Shion frunció los labios al ver la gallarda figura del gemelo menor refulgente con las escamas del Dragón Marino.
Deseaba verlo libre del servicio del Señor de los Mares lo más pronto posible.
―Mi Amada Señora ―dijo Poseidón depositando un ósculo sentido en los nudillos de Athena―. Aquí estamos, listos para la reunión preliminar.
Athena sonrió y le ofreció asiento a su lado. Luego miró a los Generales.
―Queridos, ahora mismo los atiendo. ¿Desean desayunar?
Tres de los cuatro Generales se mostraron sorprendidos primero y cohibidos después por la propuesta. Kanon, en cambio, frunció las cejas con desagrado.
―Ni de chiste permitiría que me atiendas, Kyría. Ya hemos desayunado. Y si se trata de hacerte compañía con un café, nosotros mismos podemos servirnos ―soltó Kanon con un tono agrio.
Athena sonrió, pícara.
―Anda, Kanon. ¿No me darás el gusto de servirte el té?
El Dragón Marino puso los ojos en blanco y se acercó a la mesita de servicio, llenó una taza con café y se acercó a Saori.
―Si Kyría me hace el honor de pasarme un terrón de azúcar... me consideraré noblemente servido.
―¿Bebes el café con azúcar? ―preguntó Saori, divertida, al tiempo que depositaba un terroncito en la taza de Kanon.
―No. Fíjate cuánto te amo, Damita, que me echo a perder el café por ti.
Dohko se deslizó al interior de la habitación y, a pesar de ir investido de la armadura de Libra, sonrió con ternura al ver a Saori.
―Damita mía, tus Santos ya estamos listos para el Sínodo. ¿Nos recibes aquí o en tu salón principal?
―¿Te has puesto la armadura? ―cuestionó Saori entre risitas divertidas―. ¿Y eso?
―Ni creas que vamos a tolerar armas ajenas paseándose por el Santuario sin que portemos las nuestras. ¡Faltaba más!
―¡Vamos, Señor Cinco Picos! No es para que te lo tomes tan en serio. Mis Generales muestran su respeto al venir armados.
―Sí, sí, Señor Prometido. Nosotros igual. El respeto es recíproco. ¿Entiendes?
―Sugiero que vayamos al salón principal, Dama ―se levantó Shion ofreciendo la mano a Saori―, antes de que tengamos que presenciar la pelea de gallos más ridícula de la historia.
Al llegar al salón, se encontraron con los diez Santos Dorados restantes armados, además de algunos representantes de la Orden de Plata.
Hades, con su acostumbrado terno negro, esperaba en respetuoso silencio, acompañado de los tres Jueces, ataviados con su túnica protocolar, y una sonriente Pandora, que mostraba orgullosa su breve pancita de preñez.
Hyoga y Shun, ambos sin armar, permanecían un tanto apartados del resto del ejército de Athena. Ikki, junto a ellos, guardaba silencio y se mantenía pendiente de los gestos de Pandora.
―Ay, pero ¿cómo que todos han decidido portarse formales? ―se quejó Athena, que iba de jeans y blusa rústica―. Pues ya qué. Ofrezco disculpas por no honrar sus buenas maneras, queridos y queridas. ¿Quién nos falta, para que empecemos?
―Faltan Monsieur Nord y dama Khíone, querida sobrina ―dijo Hades, al tiempo que su terno se mudaba por su atuendo de jeans, camisa y botas que le daban apariencia de metalero―. Pero me atreveré a decir que llegarán a tiempo.
―¡Qué tío más complaciente eres! ―se quejó Poseidón, que conservó su traje sastre―. Ahora yo soy el que conserva la formalidad.
―Haz méritos con tus suegros, hermano querido. Y con los hermanos y hermanas de adopción de tu prometida. El único mérito que debo hacer, es el de ser el tío favorito de mi sobrina favorita.
―Nos falta Acuario ―pronunció la voz estentórea de Milo de Escorpio.
El silencio se extendió unos instantes y todos miraron al sitio que, hacía no más de un mes, Camus de Acuario habría ocupado en las filas de la Élite.
En ese momento, su armadura descansaba, en aparente mansedumbre.
Sin embargo, irradiaba una leve, pero constante carga de energía.
―Lo sé, Milo ―asintió Athena―. Estoy esperando a Camus para proceder. Por eso he llamado también a Hyoga.
Hyoga suspiró, con angustia mal disimulada. Shun le sonrió y apretó su mano, para insuflarle un poco de ánimo.
»¿Seiya y Shiryu no han podido acompañarnos, Hyoga?
Cisne negó con la cabeza.
―No. Ambos están ocupados con asuntos estudiantiles o personales. Seiya se ha estado haciendo cargo del orfanato junto a Miho en su tiempo libre. Y Shiryu, además de la escuela... ya sabes. Está planeando cómo proponérsele a Shunrei.
―¡No me vengas con que todavía no le ha hecho una propuesta en forma! ―se indignó Dohko―. ¿Cómo se atreve a hacerla esperar? ¿De cuándo a acá es tan tímido?
―Desde que se da cuenta de que Shunrei es el amor de su vida y que él ya no es un mocoso que juega al héroe ―dejó caer, categórico, Shion―. No lo critiques. Sólo porque tú no tienes inhibiciones, no significa que Shiryu se las gaste como tú.
―La verdad ―intervino Shun luego de revestir sus rasgos gentiles de circunspección―, es que tanto Seiya como Shiryu estaban más que dispuestos a presenciar cómo Hyoga es investido con el ropaje de Acuario. Pero Hyoga les suplicó que no lo hicieran. Ya saben, todavía tiene conflicto con la realidad.
―¡Shun!
―Y bien quisiera haberme convencido a mí también de no venir. Pero como vivo con él, pues se aguanta. Y en cuanto a Ikki...
―Yo no vine a ver a tu pato tonto. Me da igual si tiene armadura nueva o no. Y ambos lo saben. Es más, lo sabe la Orden entera.
―El mundo entero sabe que te doy igual, Ikki. No tienes que preocuparte de que tus intenciones sean poco claras ―rezongó Hyoga con tono mordaz.
―¡Qué va a ser que Ikki deje en duda que todos le damos igual! ―remató Athena encogiéndose de hombros y restándole importancia al asunto―. De cualquier forma, cuando lo necesitamos, acude. Su corazón dice lo que de viva voz se calla.
―Sí, sí. Dice que me dan ganas de arrancarme los cabellos luego de pasar cinco minutos con ustedes. Por favor, dale curso a este asunto, que me agotan la batería social.
El piso adquirió de un momento a otro una levísima pátina de escarcha y un viento frío se desplazó, suave y sin violencia, por la sala.
Se cernió un momento sobre Milo y, para alegría de Escorpio, le hizo revolotear la capa y el cabello. Luego se dirigió hacia Isaac, que se permitió perfilar una sonrisa resignada al sentirse despeinado, y finalmente, a Hyoga, que se vio envuelto en un gentil remolino de viento, que le dejó la cabellera enmarañada y brillante de leves cristales de hielo.
Justo antes de dirigirse hacia Athena, el viento se arremolinó en los pies de Ikki y se los dejó pegados al piso. Fénix resopló, puso los ojos en blanco e hizo arder su cosmoenergía lo suficiente para anular la acción del frío.
El viento formó un vórtice próximo a la posición de Athena. Una miríada de briznas heladas se condensó y, luego de unos momentos, formó la silueta espigada del que fuera Camus de Acuario, con su estatura y complexión. Incluso emulaba con toda fidelidad las posturas y aires del que fuera el Santo de la Onceava Casa.
Sin embargo, era blanca. De hielo. De nieve. Sostenida por una leve vorágine que soplaba sin cesar y que por momentos la dispersaba, sólo para volverla a compactar después.
Tan sólo los ojos se teñían de un color: azulísimos, como zafiros.
―Mon coeur ? ―preguntó Milo, azorado.
La figura se volvió hacia Escorpio. El rostro de escarcha dibujó la sonrisa bellísima que el Santo de la Octava Casa conocía tan bien.
―Bonjour, mon soleil bien-aimé ―pronunció la figura con una voz acariciante, que, sin embargo, sonaba lejana. Evocada. (11)
Luego fijó la atención en Athena y ejecutó una breve y elegante reverencia.
»Bonjour, Mademoiselle. Bonjour, Messieurs. Mes chers frères et chères soeurs. Lamento haber tardado. Quería asegurarme de dominar ciertas habilidades básicas antes de presentarme. (12)
La Damita sonrió. Extendió la mano, que la figura se apresuró a tomar y llevar a los labios helados, para depositar un ósculo amoroso.
Por un momento, apenas perceptible para Saga, Rhadamanthys y los otros dos Jueces, Kanon se mostró turbado.
―¿Y esto? ¿Un Avatar? ¿Estamos estrenando habilidades, querido Camus?
―Hoy me he dado cuenta de que puedo llamar a mi vera a todos los vientos fríos y que puedo convertirlos en una extensión de mí mismo. Hace apenas un rato probé, en compañía de Sestra, qué tan capaz soy de dominarlos. Y decidí extender la prueba un poco más.
»He enviado mi Potestad con los vientos y la nieve, que Khíone ha tenido a bien prestarme, para presentarme ante ti, el pleno de la Orden y nuestros aliados. Aquí estoy, Mademoiselle, Korítsi, para dar curso a lo que ha de ser.
Camus, Bóreas el Joven, pareció reflexionar un instante y dirigió la vista hacia la que fuera su armadura.
»¿No escuchas, Korítsi, el ruego de mi Amada Amiga, que desea unirse a su nuevo portador?
La Korítsi, apoyada en Nike, afirmó con la cabeza.
―Sí. Desde que dejaste de ser simplemente Camus, siento su nostalgia con toda claridad. Pero me ha parecido importante que estuvieras presente, para que se despidan y ambos puedan seguir el camino que les corresponde.
La figura de nieve se dispersó y voló hacia la armadura, que se fragmentó y, por unos momentos, pareció vestir a la vorágine cambiante de hielo y viento. Luego, la armadura se redirigió a Hyoga, que quedó cubierto de aquel ropaje hecho de sol y frío.
Camus, reconstituido en su piel helada, se inclinó, a modo de saludo, ante el nuevo Santo de Acuario con los ojos refulgentes de alegría.
―Yo soy Camus, hijo de Bóreas. Y como depositario de la Potestad de mi Padre, saludo al nuevo portador de la bella Acuario: mi protegido.
»Escucha ahora, Niño del Invierno, la bendición de quien también es llamado Bóreas el Joven, Monsieur Nord, Viento del Norte, Soplo Terrífico y Norðri.
»Que tu vigilia en la Casa de Ganimedes sea venturosa. Que tu guardia sea bendecida con la paz. Que Athena te proteja y se apoye, a su vez, en tu fuerza. Que seas recordado como un Santo digno de tu estrella. Que cuando tu momento pase, tu nombre sea pronunciado con feliz añoranza. Que cuando llegue tu hora, escuches mi voz guiándote en tu paso a la Eternidad.
»Yo soy el Genio de los Vientos Fríos, y con benigno soplo guardaré tu camino y el de los tuyos. Ese es mi voto solemne. Esa es mi palabra amorosa para ti.
El silencio se hizo tangible cuando la voz de Monsieur Nord se extinguió. El leve susurro del viento, sin embargo, aún dominó la sala como dueño y señor.
Hyoga se atrevió entonces a levantar el rostro: un par de finos hilos de lágrimas corrían hacia su barbilla. La sonrisa que perfiló en sus labios fue tímida y triste.
―No puedo llenar tus botas, Maestro.
Camus extendió los dedos gélidos y trazó una caricia leve en el pómulo, ahora vestido con la diadema dorada.
―¿Por qué querrías hacer eso? Basta con que llenes las tuyas. Isaac y tú son mi orgullo ―señaló mientras fijaba las gemas azules de su mirada en el Kraken―. Y no necesitan emularme para ello.
»Ahora, ve y únete a tus hermanos.
Hyoga encaminó sus pasos hacia el espacio que, unos minutos antes, había ocupado la armadura de Acuario. Se incorporó a las filas entre palmadas y sonrisas de bienvenida. Y esperó a que su Mentor y su Diosa continuaran con la reunión.
―¿Cómo hemos de proceder mañana, Camus?
―Querida Korítsi: Khíone y yo hemos decidido bajar a Atlántida desde Groenlandia. Aunque sería sencillo desde Asgard, no deseamos pisar una tierra que en estos momentos puede depararnos cualquier cosa. Así mismo, en honor a nuestro hermano Dégel, no deseamos perturbar las ruinas de Blue Graad.
»Desde Groenlandia estaremos cerca de nuestro objetivo. Allí nos reuniremos con la comitiva que Monsieur Tsunami tenga a bien asignarnos y tomaremos su guía, hasta que alcancemos el glaciar cuya naturaleza y origen nadie reconoce.
»Esperamos encontrar rastros del cuerpo del antiguo Santo de Escorpio en las inmediaciones, en el rango de acción de nuestro hermano. Una vez que localicemos los restos, los liberaremos de la tumba que el azar les deparó y los traeremos con el mayor cuidado y solicitud a su nuevo lecho, que ha de ampararlos hasta el fin de los tiempos.
»Con eso, se restituye lo que debió ser desde el principio para tus Santos perdidos, y mi hermana y yo, al recuperar a quien llevó nuestra sangre, quedamos en paz con tu Prometido.
Athena esbozó una sonrisa discreta y un tanto melancólica. Tomó la mano de Poseidón, quien permanecía cabizbajo.
»No te apenes, Monsieur Tsunami: dejé de culparte de este infortunio en cuanto llegaron las explicaciones. Y mi hermana, aunque no lo reconozca, también. De verdad, estamos en paz contigo, y así seguiremos mientras permanezcas unido a Korítsi. Ambos te consideramos un aliado digno. Nada más no nos pidas que te tratemos con seriedad. A mi vez, no me molestaré si actúas conmigo en consecuencia.
Poseidón sonrió torcido.
―Correcto, Monsieur Tempête de Neige. (Señor Tormenta de Nieve) Agradezco la posibilidad de igualar el trato y te tomo la palabra. No te bajaré de Ventisca. (13)
―Ventisca es lo que soy ―dijo Camus encogiéndose de hombros―. No hay ofensa posible en lo que se es.
―Y así ―concedió Poseidón en medio de una sonrisita sardónica― me arrebatas la diversión. Muy propio de ti.
»Mañana, cuando bajes a la Atlántida, te encontrarás con que el resto de mi Armada permanece de guardia en sus pilares. Ni Khíone ni tú serán molestados, pues he girado la orden de facilitarles todo lo necesario para que lleven a cabo su misión. Por esa razón llevan como escolta a la mitad de mis Generales: Dragón Marino, Sirena, Chrysaor y Kraken.
»Considero innecesario hacer más grande la comitiva, y sin embargo, en honor a la transparencia, yo solicito que sean acompañados por delegados del Santuario y del Inframundo. Que mi Dama amadísima y mi querido hermano asignen a sus embajadores.
La figura fluctuante de Camus asintió y dirigió el rostro hacia la Korítsi, pidiéndole que hablara.
―Te considero un representante del Santuario, Camus. Pero coincido en que alguno de tus hermanos ha de acompañarte. ¿A quién te llevarás? ¿A Milo y a Hyoga? Ésta puede ser una buena misión para tu sucesor.
―Sé que mon soleil permanece ocupado en investigar a los Santos perdidos. No lo distraeré de ello. Y en cuanto a Hyoga, considero que el Kraken y dos Potestades del Invierno son suficientes para manejar una eventualidad con el glaciar. Me atreveré a pedirte la compañía de uno solo de mis hermanos.
Saori afirmó una sola ocasión.
―Angelo de Santis Katsaros, Santo de Cáncer. Acompañarás a tu hermano.
―IO? ―cuestionó Cáncer sorprendido―. Está bien. ¿Pero cuál es la idea? ¿Que le practique la autopsia a los cadáveres?
―Non, non, Maître du Yomotsu. Tus habilidades de médico son apreciadas, claro está. Pero en esta ocasión requerimos algo específico de ti: hay dos almas perdidas. ¿No son las almas tu especialidad? Necesitamos que las encuentres y las entregues al Señor del Inframundo.
―¡Ah, vamos! De eso se trata. Creí que los Jueces se encargarían justo de eso. No quisiera usurpar funciones.
―Rhadamanthys acompañará a la comitiva, si es que está de acuerdo ―pronunció Hades con voz pausada―. Aunque será en el papel exclusivo de observador.
»No me parece mal que Katsaros el Menor se haga cargo de encontrar a los perdidos. En caso de que tenga dificultad, entonces Rhadamanthys podrá apoyarlo.
El Wyvern caviló un momento.
―Si Mi Señor lo solicita, acudiré, por supuesto. Pero...
―¿Pero qué, Rhadamanthys? ¿Por qué dudas?
Los ojos ambarinos se fijaron en la figura de cabellos cenizos, apostada cerca de Poseidón.
―Dragón, ¿me aceptas en tu misión? No deseo invadir tu espacio cuando estás en el cumplimiento de tus obligaciones.
Kanon inclinó la cabeza, en un gesto que fue pura marcialidad.
―Puesto que tu Señor lo sugiere, has de tomarlo como comanda. Ahora es tu misión también. Mi opinión no tiene por qué influir en tu desempeño.
―Y es, además, una comanda doble...
Una voz armoniosa y suave, pero con entonación solemne, resonó entre las paredes del gran salón, provocando reacciones variopintas.
Athena dibujó una sonrisa enorme en su rostro, mientras Poseidón fruncía las cejas, con extrañamiento.
A su vez Hades, tan poco dado a la expresividad, volvió el rostro matizado de sorpresa hacia el sitio del que le pareció que provenía aquel acento.
Pandora palideció un poco. Y los Jueces dejaron cruzar por apenas un segundo un atisbo de pánico en sus miradas.
Del suelo de mármol surgió, inocente, el sarmiento de una enredadera. Y luego le siguió otro y otro, y al final una multitud de ellos, que se retorcían salvajes, como serpientes, y bellos, como brotes primaverales.
La planta se llenó de flores y frutos, y de entre sus entrañas efervescentes de vida, se formó un portal, del que surgió la figura de una joven alta, espigada y hermosa. Los cabellos del color de la miel y el trigo caían en una cascada de rizos en movimiento anárquico que, sin embargo, evocaban una armonía sin par.
La vestía una túnica ceremonial, negrísima. Y las flores que se mezclaban con los rizos se remataban con el casco marcial, signo indiscutible de la dignidad de la recién llegada.
La Consorte Adorada. La Dama Inefable. Aquella Cuyo Nombre no se Pronuncia.
―Kore ―musitó Hades, con adoración.
Los tres Jueces y Pandora cayeron al instante de rodillas y, ante el gesto ansioso de Ikki, que quiso moverse hacia su mujer, recibió de ésta un ademán que lo conminaba a permanecer inmóvil.
El Señor del Inframundo extendió con exquisita galanura la diestra hacia su par amada y la reverenció. Los labios delgados se posaron un instante en los dedos sonrosados.
»¿A qué debo la bondad inmerecida de que Mi Doncella me regale la vista de su belleza incomparable?
―¡Mi hermana amadísima ha venido a mi casa! ―gritó Athena y descendió los breves pasos que la separaban de la recién llegada.
Kore, con una sonrisa transparente en los labios abrió el brazo siniestro para estrechar a su hermana, sin separar la diestra de entre los dedos amorosos de su esposo.
―¡Ikómena bella! ¡He deseado tanto tiempo este encuentro y este abrazo!
Hades se separó respetuoso de su mujer, sin mudar su gesto reverente, para dar espacio a las hermanas.
Kore se fundió con Athena en un abrazo tierno: le acarició los cabellos, de un color tan similar al de los suyos, y le besó la sien.
»¿Y dónde está esa grandísima sinvergüenza de Khíone? ¿Cómo osa enviar solo a su hermoso hermanito? ¡Debería ir guardándolo de miradas indiscretas!
El rostro de hielo de Camus, por un lado, y el de Milo, por otro, reflejaron perplejidad por aquellas palabras.
―¡Ay, no, querida! ―exclamó Athena como si nada― ¡Que nuestro Bóreas el Joven tiene guardián las 24 horas! Milo no dejará que se le acerquen ni las moscas, y me supongo que si puede, también le espantará a Khíone.
La sonrisa de Kore fue franca y generosa. Y un tanto pícara.
―¿Es así, señor Bóreas? ¿Tienes tu propio Cancerbero?
Aquella figura tan parecida al Camus de antaño frunció el ceño; le causaba extrañeza ser interpelado con tanta familiaridad por aquella mujer desconocida, así como la idea de que Milo fuera su guardián...
¿Él, necesitar guardián?
―Mais bon, Madame. Ha elegido usted una fauna que choca con la naturaleza de Milo... (14)
―¡Qué va a chocar! ―dijo Aioria en voz alta―. Milo se la pasó gruñendo a quien te miró mientras anduviste por aquí sin ropa.
―O sea que a todo el mundo ―continuó Shura―, porque resultaba difícil no mirarte, ¿sabes? Es complicado no ver a un mastodonte que se pasea a sus anchas por doquier.
―¡No le llames mastodonte a Keltos! ¡Es el de siempre! ¡Todos necesitan lentes o una Aguja Escarlata por donde no les da el sol! ―reclamó Milo, beligerante.
La figura blanca de Camus se encogió de hombros con una naturalidad espeluznante, tomando en cuenta que aquello que parecía su cuerpo era en realidad una pila de nieve.
―Eso no importa. Lo que importa en este momento es la doble comanda que pesa sobre Rhadamanthys. ¿Por qué quieres del Wyvern algo que tu esposo apenas sugiere, Madame?
Kore cambió el gesto bonachón por uno muy serio. Su vestidura protocolar se mudó entonces por un perfecto traje sastre azul marino y sus pies se calzaron de zapatos de tacón formales. El casco se trocó en un sobrio sombrero y un par de lentes de gruesa montura oscura descansó sobre el puente de su bonita nariz afilada.
Tan sólo el cabello, recogido en una cola de caballo y dotado de vida independiente, siguió arremolinándose y llenándose de flores fragantes.
Hades suspiró, enamorado.
―Ya sé que nadie me invitó ―carraspeó molesta y dirigió una mirada de plomo sobre su marido, cuyo gesto pareció entristecerse un poco―, pero eso no quita que sea parte interesada en este asunto.
Extendió la diestra y apareció un block de notas con un bolígrafo. Perséfone colocó la libreta al alcance de su vista y empezó a leer algo que... al parecer sólo ella comprendía.
»Mi Señor Hades: eres mi Amado Esposo y me dejaría destazar por ti. Pero también soy la Auditora Líder del Inframundo. ¡Y tengo dos No Conformidades Mayores que afectan tu gestión en Cocytos! No querrás meterte en problemas conmigo, ¿verdad? ¡Mira que pierdes la acreditación, mi amor!
―¡Mi Señora...! ―se quejó Hades, con un acento más lastimero que enfadado.
―¡Nada, nada! ¿Dónde están esas dos almas? ¡Las quiero en Cocytos! ¡Y las quiero para hace 250 años! ¡Mira que no son espíritus chocarreros ni fantasmitas de feria! ¡Necesito a todas esas almas juntitas para cuando las mudemos de sitio, que no tienen por qué seguir allí!
Perséfone enarcó una ceja y empezó a zapatear, impaciente, con el pie izquierdo.
»Y como Rhadamanthys es MI mejor administrador... ¡pues él me va a solucionar esas No Conformidades! ¿Verdad, Rhadamanthys, que te harás cargo, y con celeridad?
Rhadamanthys afirmó una y otra vez en silencio, con expresión de pánico en el rostro.
Kore sonrió complacida y su indumentaria mudó de nuevo, esta vez por un capri color arena y una bonita blusa cereza. Los pies se le calzaron con sandalias de verano. El sombrero formal se convirtió en una pamela de palma.
La cabellera florida se le desperdigó por la espalda, bellísima y profusa como planta primaveral.
»Gracias, querido. Además, así puedes acompañar a tu consorte, que es una monada. No te ofendes porque te alabe el buen gusto, ¿verdad? Y tú, señor consorte, me cuidas a MI administrador estrella, ¿estamos?
Kanon, interpelado por sorpresa, no tuvo otra respuesta más que un asentimiento automático.
Kore, complacida, fijó la vista de sus bonitos ojos verdes, tan similares en color a los de Hades, sobre los siervos que permanecían de rodillas.
»Bueno, ya se van levantando, por favor. ¿Qué va a pensar mi hermana? ¡Que los tengo aterrorizados! Sobre todo tú, Pandora; levántate ya.
Observó un momento a la joven de los cabellos negros y le dedicó una brevísima sonrisa torcida.
»No acepto que una mujer, cuyo vientre ha sido bendecido con la fecundidad, permanezca de rodillas ante mí. Además, entre tú y yo ya se hicieron todas las aclaraciones posibles. Celebro que tengas tu propio marido... Así te mantienes lejos del mío...
―Mi Señora... ―balbuceó Pandora, asustada.
―¡Nada, nada, mi cielo! ¡De pie! ¡Y ve con tu marido, que se lo está cargando el Cancerbero de puro estrés! No deberías preocuparlo así, ¿eh? ¡Le provocarás una embolia! Y entonces... ¿dónde está Khíone?
―Mi hermana no ha acudido, Madame. Sólo he venido yo ―respondió Camus, sin inflexiones en la voz.
―¡Ay, no! ¡Y yo que tenía tantos deseos de verla! ¡Sin ella, el chisme no será lo mismo! ¿Con quién beberé vino dulce?
―Conmigo, Kore bellísima ―pronunció el Señor del Inframundo con voz aterciopelada.
―¡Sí, Amor Mío, sí, por supuesto! Pero, comprende... Hace milenios que no paso una tarde de chicas con mi hermana y mi amiga la de la lengua viperina. ¡Ay, Ikómena! ¿Qué hacemos?
―Beber el té, por supuesto. A menos que prefieras café. ¡Y tengo muchos dulces!
―¿También de ese bizcocho de naranja que me mandaste hace unos días? ¡Qué bueno estaba! ¡Casi tanto como tus chicos dorados!
―¡Kore! ―gritaron al mismo tiempo Hades, Poseidón y Athena.
―¿Qué? La verdad no debería ofender a nadie. ¡Anda, Ikómena! ¡Termina tus asuntos para que te dediques a conversar conmigo! Hades, Amorcito, te voy a suplicar que tú y tu señor hermano nos dejen tranquilas a mi hermana y a mí, ¿estamos?
―¿Señor hermano? ―cuestionó Poseidón, ofendidísimo―. ¡Que soy tu tío, niña consentida!
La expresión de Kore cambió de la placidez a la molestia en una fracción de segundo.
―¡Tío y un cuerno! ¡Y no me alces la voz, Señor Hermano de mi Amorcito, que no estoy contenta contigo! ¡Todavía no doy el visto bueno para que te cases con mi hermanita! ¡Ya hablaremos después! ¡Si tienes suerte...!
―¿Qué, qué? ¿Tu visto bueno? ―bramó Poseidón, indignado.
―Sí, mi visto bueno ―remató Kore con saña―. Eres muy conflictivo. Y muy mecha corta. Y muy viejo. ¡Y no me gustas para mi hermanita! ¡Y mejor no me provoques!
Athena carraspeó. Tomó la mano de su furibundo prometido y le depositó un beso en la mejilla. Dirigió su atención a Camus.
―¿Te parecen bien los arreglos, querido Camus?
―Si a ti, a Monsieur Tsunami y a Monsieur Obscurité les complacen, a mí también, Mademoiselle.
―Monsieur Tsunami ? ¡Pero qué buen mote le ha elegido! ―gritó Kore, eufórica.
―Merci, Madame Printemps ―dijo Camus al tiempo que hacía una reverencia ante la encantada Kore―. Estoy feliz de complacerte ―añadió provocando una mueca de desagrado en Poseidón―. Y si me permites el atrevimiento, Sestra, que ha estado escuchando nuestra conversación, sugiere que beban vermouth.
―¿Vermouth? ¿Y es sabroso? ―cuestionó la Dama del Inframundo, emocionada.
―Sí, sí. Pero yo, en lo personal, prefiero la retsina. Me he aficionado bastante a lo griego...
―Es un modo bonito de decirlo ―deslizó Milo en voz bastante baja.
―Vermouth y retsina entonces. ¿Tienes cómo conseguirlos, Ikómena?
―Aaamh, pues Shion y Dohko no son muy dados a que haya licores en las cercanías.
―Minos queridísimo ―canturreó Kore con una sonrisa luminosa en los labios―. ¿Nos consigues los aperitivos?
Minos tragó saliva ruidosamente.
―¿Y- yo, mi Señora? ―preguntó con la voz trémula de incomprensión.
¿En serio su Señora lo estaba mandando a la tienda de la esquina por las cervezas?
―Sí, sí, Minos ―carraspeó Hades―. Nuestra Dama te honra con su confianza. ¿A quién, sino a un avezado Alto Juez del Inframundo, se le confiarán las bebidas de las Señoras?
Minos enarcó una ceja. Aiacos tomó la palabra.
―Cierto. Nosotros nos encargamos de... la encomienda... Mi Señor.
Y tomando a Minos de la mano, lo jaló rapidito al exterior, con expresión de que les había tocado lo menos penoso de entre muchas posibilidades.
―¡Muéstrame tu casa, Ikómena! Al fin que Rhadamanthys se encargará de las dos No Conformidades. ¡No hay nada de qué preocuparse, él recuperará a tus Santos y mis almas! Es tan eficiente, que me maravilla.
Se detuvo un momento, a medio camino de la entrada a los aposentos privados, y miró al Señor del Inframundo con languidez, las mejillas suavemente coloreadas de carmín.
»Hades, Amorcito Mío, tú y tu Señor Hermano estarán bien sin nosotras, ¿verdad?
―Sí, Kore Amada ―pronunció el Señor del Inframundo con acento dulcísimo―. Despreocúpense de nosotros. Aquí estaremos, anhelando su pronto retorno.
―¡Anhelar su retorno mis arpones! ―gruñó Poseidón―. Querida Mía, disculpa pero me opongo a que...
―Tres horas, Señor Besugo ―masculló Kore de mal humor, con la voz transfigurada a un tono lúgubre y gutural―, bien puedes liberar a mi hermanita tres horas para que las pasemos juntas... no son nada comparadas con los milenios que estuvimos separadas por tus... necedades...
El Señor del Inframundo miró de reojo al Señor de los Mares.
De hecho, una multitud de ojos se posó sobre él, sin contener la curiosidad.
Si Kore se enojaba, ¿podría el Señor Besugo hacerle frente?
Poseidón resopló, aguantándose el berrinche en ciernes.
―Va. Tres horas, contando desde ya.
―Ya estamos. No hagan nada divertido sin nosotras ―se alborozó Kore con la voz como cascabel―. ¡Qué gusto me ha dado conocerte, Camus! ¡Eres un bombón! ¡Por eso Khíone y tu Cancerbero te celan como demonios furiosos! Mañana, cuando concluya la misión de rescate, beberás vermouth y retsina con mi hermanita, mi amorcito y conmigo, ¿de acuerdo? Y por supuesto, traerás a tus dos guardianes.
―D'accord, Madame Printemps. Pero te aclaro que ni tengo guardianes, ni mi hermana me cela en absoluto.
La risa de Kore llenó la sala. Las flores en su cabello se multiplicaron y, por un momento, las columnas que los rodeaban se llenaron de verdes hojas de acanto.
―¡Ay, inocente! ¡Todavía no la conoce! ¿No es una monada, Ikómena? Ya está, vamos por ese bizcocho de naranja tan rico como tu Guardia Dorada...
―¡Kore! ―exclamó Athena entre risas divertidas― ¡Que mis hermanitos se sentirán acosados!
Las dos damas se retiraron hacia los aposentos de Athena dejando atrás a los integrantes de los tres ejércitos, azorados.
No había modo de borrar la miel de la felicidad de los labios de Hades ni la contrariedad de los rasgos de Poseidón.
La figura de nieve de Monsieur Nord fluctuó, por efecto de la leve vorágine que la mantenía unida.
―Tu Amada es tan bella como intensa, Monsieur Obscurité. Me maravillo y me alegro de tu felicidad.
Los labios de Hades se distendieron en una sonrisa que confirió a su rostro una expresión plácida.
―Gracias, Monsieur Nord. Te reconozco la templanza al hacerle frente. Casi todos se apabullan con ella.
Poseidón bufó.
―¡No es intensa! ¡Es caprichosa! ¡Ahora resulta que puede censurarme la boda!
―Qué dicha ―dijo Dohko en voz alta― saber que las Moiras nos ponen aliados en el camino cuando menos nos lo esperamos...
―¿Cómo dices, Señor Cinco Picos? ―bramó histérico el Señor de los Mares.
―No, no, Señor Prometido. Sin exabruptos, que me dejas sin antiácidos. Ven, que Shion y yo les invitamos un vermouth a ti y tu ilustre hermano.
―¿De dónde? La Damita seguramente ya dio con mi botella en el despacho ―razonó Shion mientras acompañaba a Dohko y los dos dioses en dirección a los departamentos privados del Patriarca.
―Bueno, pero está el bourbon en mi templo. No se ha perdido nada ―tintineó Dohko como castañuela.
Ikki rodeó los hombros de Pandora con el brazo derecho y la sacó de allí, sin mediar palabra y sin mirar atrás.
―Bueno, y aquí nos quedamos todos como idiotas ―se quejó Aioria.
―¿Te sientes idiota, hermanito? ―respondió Aiolos a su hermano, con retintín.
―Nadie es idiota aquí ―intervino Afrodita―. Si los de rango se fueron a beber, obvio que nosotros también. Además, tenemos un hermanito nuevo qué festejar. ¿Eh, Hyoga?
―Ah, no. No me usen de pretexto para emborracharse ―se enfurruñó el nuevo Santo de Acuario.
―Ay, ¿no es un encanto? ¡Hasta parece que jamás bebió vodka con Camus! ―celebró Afro al tiempo que le pellizcaba al rusito una mejilla.
―¡Sólo vodka caliente y especiado al término de los entrenamientos, para no morir de congelación!
―Sí, sí, pequeño, sin angustias, por favor. Somos tus hermanos mayores y con gusto te iniciaremos en el verdadero camino del guerrero. ¿Quién toma las fotos del Patito en su primera borrachera?
―¿Qué, qué? ―se enfurismó Hyoga.
―Yo se las tomo ―intervino Shun entusiasta, mostrando el celular.
―¡Shun! ¡No me vendas!
―Ni por todo el oro del mundo, querido ―respondió Andrómeda, divertido y propinando un beso suave en la mejilla del nuevo Santo Dorado―. Pero si vas... vamos a emborracharnos, tiene que quedar rastro de ello. Luego Seiya y Shiryu no nos creerán que dejaste tu corrección por una vez.
―Listo, ya tenemos al documentalista ―Afro palmeó feliz la espalda del novato―. ¿Estás bien provisto, Angelo?
―Cosa, cosa? Ed io perché? Tú también estás bien abastecido, mascalzone! (15)
―Claro, pero detesto que mi casa se atiborre de visitantes.
―¡Pues yo también lo detesto!
―Qué va a ser ―masculló Shura, pragmático―, si tu casa es parada de quién sabe cuántos espíritus antes de ir a dar al Yomotsu. Bien puede recibirnos a todos nosotros.
―NO. Mi rifiuto. Anche se casa mia sembra una taverna, non lo è. (16)
―Yo quiero ir al dichoso Theseus ―interrumpió Krishna, posando una mano en el hombro de Misty, quien sonrió con aprobación―. Lo he escuchado mentar tanto entre ustedes, que ahora considero una falta de hospitalidad que aún no nos lleven a conocerlo.***
―¡Qué buena idea! ―dijo Kanon tomando la mano de Rhadamanthys― Anda, Wyvern, cámbiate de ropa y vamos, que allí sirven la mejor retsina de Atenas. Avísale a tus hermanos neuróticos que nos alcancen allá, para que se bajen el susto.
―¡Vámonos, Milo! ―gritó Aioria, encaminándose con los demás a la salida.
―Olvídate de Milo ―continuó Aiolos―. ¿No ves que está ocupado en imaginar el modo en que comerá helado cuando se quede solo con Camus?
―¡Qué gracioso eres, Aiolos! ¿Por qué no vas y buscas un acantilado? ―refunfuñó Milo, al tiempo que recibía una señal obscena de Saga y la risotada alegre del arquero.
Se quedaron solos, Milo vestido de la reluciente Escorpio y Camus envuelto en su hálito helado.
»Y entonces... ¿no te gustaría ir al Theseus, mon coeur?
―Milo ―gruñó Monsieur Nord―. ¿En serio tengo que decirte qué va a pasar si bebo una copa de retsina estando de esta forma?
Milo sonrió, displicente.
―No, mon coeur, no tienes que decirme. Yo también llevé física en bachillerato. Y tengo ideas sobre qué hacer con un sorbete de retsina...
El avatar de Camus se disgregó un poco. Tal vez de la impresión. O del enojo. O de... ¿de qué?
―Aquí no, mon soleil.
―Ah, entonces, ¿lo considerarás? ¿En tu casa, que está más cerca?
Una sonrisa torcida se dibujó en los labios de hielo.
―En la tuya, que Acuario es ahora la casa de Hyoga y Shun.
Y aún añadió:
»Ya te quiero ver con la lengua adherida al hielo. Esto no me lo pierdo...
Aclaraciones
Hola a tod@s.
Bienvenid@s a la nueva actualización de Nada sucede dos veces. Espero que el capítulo les haya resultado bonito e interesante.
Y pues bueno, en este capítulo hemos tenido retazos de cómo va la vida para nuestros personajes, cada uno en su ámbito. Es, como de seguro lo han notado, una especie de jornada de contextualización y también el momento de traer a doña Kore, que ya extrañaba pasar las tardes con su hermana. Claro que, a excepción de Hades, la gente del Inframundo no la extraña demasiado.
En lo que los acontecimientos se encarrilan (ya estamos en eso), revisemos las aclaraciones de vocabulario y de contexto. Con el vocabulario, empezamos con lo más sencillo y nos vamos luego a lo más complicado, y así.
Del italiano:
Al mio papà: A mi papá
Capisci?: ¿Entiendes?
Stronzo: Cabrón
Stupido marmocchio: Estúpido mocoso
Io: Yo
Mascalzone: Sinvergüenza
Del francés:
Mon coeur: Corazón mío
Maître du Yomotsu: Amo del Yomotsu
Madame Printemps: Señora/Dama Primavera
D'accord: De acuerdo
Del ruso:
Sestra: Hermana
Además:
1. Ma ehi, papà. Non scopare con il ragazzo in quel modo (italiano): Pero bueno, papá. No jodas así con el muchacho.
2. No, papà, non arrabbiarti (italiano): No, papá, no te enojes.
3. Ma che ne dici, marmocchio? (italiano): ¿Pero qué dices, mocoso?
4. E ovviamente lo é (italiano): Y claro que lo es.
5. Del mio signore padre (italiano): De mi señor padre.
6. Senti, moccioso, non sono affari tuoi (italiano): Mira, mocosito, que no es asunto tuyo.
7. Angelo le mie calzoni (italiano): Angelo mis calzones.
8. Sbrigati, moccioso! Che ti rimando in Giappone! (italiano): ¡Muévete, mocoso! ¡Que te mando de vuelta a Japón!
9. À mon soleil, bien sûr (francés): A mi sol, por supuesto.
10. C'est comme ça que je le remercierai d'avoir gardé mon frère pour moi (francés): Así le agradeceré por haberme guardado a mi hermano.
11. Bonjour, mon soleil bien-aimé (francés): Buenos días, mi amado sol.
12. Bonjour, Mademoiselle. Bonjour, Messieurs. Mes chers frères et chères soeurs (francés): Buenos días, Damita. Buenos días, Señores. Mis queridos hermanos y queridas hermanas.
13. Monsieur Tempête de Neige (francés): Señor Tormenta de Nieve.
14. Mais bon, Madame (francés): Pero bueno, Señora.
15. Cosa, cosa? Ed io perché? (italiano): ¿Qué, qué? ¿Y yo por qué?
16. NO. Mi rifiuto. Anche se casa mia sembra una taverna, non lo è (italiano): Que no. Me niego. Aunque mi casa parezca taberna, no lo es.
En aclaraciones que quizás no son necesarias, pero que mi TOC me obliga a tocar, les platico lo siguiente:
Vermouth, retsina y bourbon: son, por supuesto, bebidas alcohólicas. Respectivamente, el vermouth es una bebida con base de vino fortificado y enriquecida con una mezcla de hierbas, entre las que destaca el ajenjo; la retsina es un vino blanco o rosado de origen griego que tradicionalmente se guarda en recipientes sellados con resina de pino, con lo cual adquiere un sabor particular; y el bourbon es un tipo de whisky que se elabora exclusivamente en Estados Unidos a base de maíz.
Besugo: o querido tío Poseidón, según Kore... Es un pez de agua salada, cuyo consumo es tradicional en algunas zonas europeas sobre todo en Navidad. O así lo investigué, igual pueden corregirme.
Sorbete: postre helado que no contiene elementos grasos ni huevo. Para elaborarlo se emplea hielo, jugo de frutas, vino e infusiones. En México es como la nieve de agua, o la nieve estilo Jalisco; incluso los yukis o raspas se le parecen un poco.
*El Monte Gunnbjörn es la montaña más alta de Groenlandia.
** En el Epílogo de No habrá paz.
***El Theseus es el bar en donde departen Milo, Camus, Aiolia, Aldebarán y Mu en Las mañanas frías.
Por otro lado, no puedo cerrar este capítulo sin celebrar a Milo de Escorpio. ¡Yey!
Sé que había prometido publicar ayer, 8 de noviembre, pero mi beta y yo descubrimos en la Taizen que don Milo en realidad cumple años el 9. Y pues ya está.
Feliz cumpleaños a Milito, el escorpión más bello del mundo mundial, que este año, en este fic, tiene expectativas mucho más bonitas para su día que el año pasado, cuando le tocó andar en compañía de Skade en No habrá paz. Espero que se divierta mucho jugando con la nieve. Y así.
El crédito de la imagen de portada es para su artista, que nos presenta a un Camus que, me parece, se asemeja al que se anda paseando por este capítulo. Felicito a su autor o autora por esta hermosa muestra de arte.
Gracias a mi súper beta, Chantry-Sama, que le echó su mirada amorosa al capi. Espero que los ajustes de último momento lo hayan favorecido y no lo hayan mandado al caño.
Y a tod@s ustedes, que persisten en la lectura, les agradezco su acompañamiento y generosidad. Comentarios, retroalimentaciones, observaciones, votos, e impresiones son bienvenidos. El amor con amor se paga: les envío besos y abrazos.
Nos estamos leyendo nuevamente en unas semanas.
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