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1. Dos días antes del funeral



Dime por qué, mala hora,

con miedo inútil te mezclas.

Eres y por eso pasas.

Pasas, por eso eres bella.

("Nada sucede dos veces", Wislawa Szymborska)




Mar del Norte, camino a Blue Graad


La travesía ha sido todo lo rápida que hemos podido conseguir.

No obstante, ha sido lenta, para mi gusto.

Pudimos simplemente haber corrido. Vaya, incluso caminando.

Pero a Dégel le gusta hacer las cosas con calma. Tranquilamente. Al amparo de sus reflexiones.

La prisa no va con él.

Cuando me pidió que lo acompañara a Blue Graad, me negué por mera costumbre. Le dije que sería aburrido. Que no tenía nada que hacer sirviéndole de guardia en una misión que prometía pura palabrería con el gobernante del país de los guardianes del hielo.

Se lo dije con indiferencia.

Esa misma que me sirve de escudo cada vez que me siento desarmado ante él.

Insuficiente.

Como me siento así casi todo el tiempo, como me siento una pobre compañía a su lado, me protejo a mí mismo con indiferencia. Luego, lo ataco con desfachatez. La desfachatez es casi siempre el arma que esgrimo en mi trato hacia él.

La verdad es que no quería acompañarlo.

Sé que me invitó porque le asusta la idea de que me ponga mal en su ausencia.

Si me lleva consigo, se asegura de atenderme en caso de que sufra una crisis intempestiva.

No sé por qué se afana tanto en mantenerme vivo. Si yo le falto, cualquiera de nuestros cofrades es más digno camarada que yo. Incluso el daimon ése al que estuvo ilustrando. (1)

Cualquiera de ellos puede seguirle el ingenio.

E igual, si sobreviviera a mi corazón, moriremos en la guerra.

Ayer, justo antes de abordar en Rotterdam el pequeño barco que nos acercará a nuestro destino, me hizo una de esas observaciones tan suyas, que nunca sé muy bien cómo interpretar.

―Hoy, tu cabello está iluminado por zafiros.

No quise mirarlo, porque cuando dice cosas tan extrañas, tan inusualmente bellas, me parece que mis ojos le revelarán lo que siente mi corazón.

No la fiebre y el dolor.

Lo que siente en verdad, cuando no está traicionándome.

Al final, sin embargo, lo miré. Y para que no intuyera lo que mis palabras se niegan a comunicarle, le dije lo primero que me vino a la lengua.

―¿De qué coños hablas, Dégel?

Por supuesto, su educación no le permite ponerme los ojos en blanco. Así que simplemente los cerró mientras se retiraba los quevedos para limpiarlos, con parsimonia. (2)

Luego me dejó ver las ventanas de su espíritu.

Tan azules, que llegan a violeta, a lavanda.

―Ganapán...

Y se colocó de nuevo su artilugio en el puente de la nariz, con sus movimientos delicados, medidos.

»Cuando el sol pega sobre tus cabellos, hace que cambien de color. De negro intenso a azul ala de cuervo. ¿Has notado que los cuervos llevan las plumas tan profundamente negras que se vuelven azules por efecto de la luz?

Guardé silencio mientras apresaba un mechón de mi propio pelo para observar el fenómeno del que Dégel hablaba.

Tenía razón, por supuesto.

Es raro que no la tenga.

Quise responderle otra majadería. Pero no pude.

―Te lo agradezco. Es una observación muy amable. Como todo lo que viene de ti...

Hizo una ligera inclinación de cabeza, a modo de cierre de la conversación.

Llevaba la caja de la armadura en su espalda y la talega con su exiguo equipaje en la diestra.

Iba cargado como mula. Así íbamos los dos.

Sin embargo, ni así perdía Dégel el porte principesco.

¿Qué se va a hacer? La cuna no puede ocultarse.

Y la de Dégel... es linajuda de muchos modos.

―El sol también juega con tu cabellera, Dégel. La hace parecer...

Dégel me miró con una curiosidad velada. Hace eso cuando mide a las personas y no desea ofenderlas.

A mí no me engañará jamás. Puede fingir que no sabe qué esperar de mi boca. Pero está perfectamente consciente de que siempre que pueda le diré una impertinencia.

Y siempre puedo.

Ayer, sin embargo...

»...un incendio. Un incendio moribundo.

Habría querido que mis labios se sellaran.

Me siento ridículo cuando las palabras llegan a mi boca sin que las invite.

Cuando digo leperadas, puedo lidiar con el fastidio, con la indignación de mi amigo.

Pero cuando mi corazón se manifiesta, no sé qué hacer.

Hubiera querido morderme la lengua. Perder la voz.

Pero en lugar de eso, dejé que mi alma hablara.

»Le arranca el fuego agonizante del ocaso.

A veces creo que Dégel mira a través de mí. Que puede ver cosas que ni yo veo de mí mismo.

Que este hombre hijo de príncipes puede contemplar mis sentires sin la falaz envoltura con que los resguardo.

Es imposible, claro.

Porque aunque Dégel sea un erudito, un tragalibros, su mente brillantísima no es aún capaz de penetrar en mis pensamientos.

―Moye serdtse... Si te lo permitieras...

Suspiró con ligereza y volvió la vista allende el mar.

Aunque el invierno está lejos, el Mar del Norte es frío. Ambos lo sentimos y lo procesamos de diferente manera.

Para Dégel, siempre será un llamado al hogar.

Para mí, es desagradable. El único frío que me gusta, es el que se desprende de las manos amables y eficaces de mi hermano de armas.

Mi hermano de armas...

»... podrías ser elocuente. No tienes mala cabeza. Sólo mala lengua.

No me cuesta nada, en absoluto, abandonar las buenas maneras.

―Si es elocuencia lo que buscas, ve y conversa con Shion. No es que hable mucho el pequeño adefesio, pero es incluso más solemne que tú.

―No hables así de nuestro hermano...

―Es un... pequeño carnero bobo...

―Más bobo eres tú, que no dejas de farfullar.

―Ya. Y entonces, ¿para qué me traes? Sabes que no dejaré de rebuznar. Debiste traer al daimon. A Regulus. A Dohko. Por mi fe, que cualquiera es mejor compañía que yo, ¿no lo crees?

Revestí mi expresión de la acostumbrada socarronería que empleo con todos, pero que con él se exacerba. Sé que un día lo ofenderé a tal punto que no habrá retorno, y que en ese caso, me seguirá proveyendo su cuidado solo por honrar al viejo Krest y por acatar la orden de Sage.

Ése será también el día más infortunado de mi vida, porque nada quisiera más que guardarlo como la persona más valiosa con la que he cruzado camino.

Mi mejor amigo. Mi único amigo.

―No. No lo creo así. Me gusta tu compañía. Aunque tengas lengua viperina, sé que puedo confiar ciegamente en ti.

Guardé silencio, sopesando lo que mi amigo decía.

Que puede confiar ciegamente en mí.

Es cierto. Me dejaría matar por él.

Sin dudarlo.

Y mientras me dejo desollar, no dejaría de cantarle impertinencias.

―Qué opinión tan generosa ―digo, pretendiendo sonar sarcástico.

Pero el sarcasmo es apenas superficial. Dégel lo atraviesa, con todo y sus quevedos.

―Generosa no sé. Pero cierta, sí que lo es.

El filibote en el que Dégel nos encontró sitio dio un toque de abordaje. Nos acercamos para cruzar la endeble planchada. Mientras la tripulación subía, yo aún me di el lujo de burlarme del mal talante de algunos de los marineros. (3)

―Calla, Kardia. Esta gente muy apenas tuvo una licencia de unas horas. Así, cansados, vuelven a la travesía.

―Harán que nos hundamos si tan pocas fuerzas llevan consigo. ¿Por qué no nos fuimos por nuestros medios, Dégel? Llegaríamos más rápido y seguros.

―Lo sé. Pero necesito un poco de tiempo, para pensar cómo plantear nuestra misión a nuestros aliados de Blue Graad. No es poca cosa lo que pediremos.

―Tu misión, querrás decir.

―Tuya también, desde el momento que aceptaste venir conmigo. Ya es tarde si pretendías recusarte de cualquier responsabilidad. Ahora te jodes.

Una vez en cubierta, Dégel se informó de la ubicación de nuestro camarote.

Lo seguí en cuanto lo vi moverse. Hacía frío al aire libre y hay soledades que no me apetecen: estar rodeado de desconocidos no me hacía gracia entonces y no me la hace en este momento, mientras escribo.

Con todo y que esta pequeña cabina me ahoga, no pienso separarme de él. Hace un rato, al terminar nuestra cena, me entregó un obsequio diminuto y encantador. Pretendí no darle importancia, pero lo atesoraré mientras viva. Luego, condescendió a salir conmigo a cubierta para contemplar las estrellas. A ambos nos gustan. Pero mientras él las estudia, yo las admiro preguntándome qué se sentirá tocarlas, contemplarlas de cerca.

Es una tontería, por supuesto. Porque el anhelo de tener una estrella al alcance de la mano es imposible de satisfacer, y es, por lo tanto, una exteriorización de mi simplicidad. De mi estupidez.

Sé que la llama que da fuerza a mi vida se extinguirá pronto y eso me hace pensar en la enormidad de cosas que jamás conoceré. Que jamás experimentaré.

Ahora, encerrado en nuestro camarote, a la luz de la vela y con Dégel durmiendo en su camastro, pienso que si mi amigo estuviera despierto podría ver las estrellas en sus ojos. Esos ojos que no terminan de ajustarse a la luz desde aquel enfrentamiento final con el viejo Krest.

Dégel jamás lo aceptará en voz alta, pero le jode lo inimaginable esto que considera una seria deficiencia en su persona y su capacidad como guerrero.

Tampoco yo le haré eco a lo que mi pensamiento dilucida a la perfección: que la gracia de Dégel se potenció con los quevedos. El maldito armatoste lo embellece de un modo absurdo.

No se lo diré nunca, por supuesto. ¿Qué pensará de mí si le digo que es lo más hermoso que he contemplado en mi vida? ¿Qué clase de juicio se hará de mí? Uno desfavorable, sin duda.

¿Por qué torcer el rumbo de una amistad que ha sido tan significativa en mi existencia? Quiero pensar que para él también ha sido importante. Que más allá de la molestia que debe ser cargar conmigo y mi enfermedad, he llegado a convertirme en un camarada apreciado para él.

Pero no lo sé porque nunca se lo he preguntado. Y nunca se lo preguntaré. Y menos ahora, que vamos a las tierras de su infancia, que nos reuniremos con aquellos amigos que tienen sitio en su corazón. ¿Resistiré que contemple con verdadero cariño a esos que lo vieron crecer? ¿Soportaré conocer a Seraphina y a Unity, quienes están sanos y pueden ofrecerle una conversación verdaderamente inteligente?

Me consuela que será una misión corta. Entraremos a Blue Graad. Solicitaremos la ayuda de Unity y Seraphina ante García. Obtendremos el Oricalco y volveremos al Santuario.

Y una vez allí, sólo tendremos que esperar nuestro turno para morir. Una vez allí, cazaré mi batalla final, mi trofeo definitivo, para que la luz de mi vida se extinga gloriosamente.

Lo único que ruego a mi pequeña Diosa es que tenga la bondad de dejarme morir primero.

Si tengo que ser testigo de cómo mi amigo, mi Dégel, se extingue, enloqueceré de pena.



Milo bebió un sorbo de su taza de café.

Cerró el volumen encuadernado en piel y compuesto de hojas de papel de cáñamo, amarillento por el tiempo.

La tinta, un tanto desleída, lucía el color ocre del hierro oxidado.

La escritura, sin embargo, era legible a la perfección e inusualmente prolija.

El breve retrato que Shion y Dohko le habían trazado del dichoso Kardia no le resultaba favorecedor: tosco, petulante, cruel.

Sádico. Prepotente.

Frágil. Vulnerable.

Aquellas características no le iban a esa caligrafía dibujada con soltura y elegancia. Ni al modo en que el tipo plasmaba sus impresiones del día a día.

Para él estaba clarísimo. El tal Kardia estaba... enamorado del tal Dégel.

Del hermano muerto y perdido de Keltos.

―¿Necesitas algo, Milo?

La voz de Shion se hizo notar a sus espaldas.

Milo giró un poco sin abandonar su asiento, en la biblioteca del Templo de Athena. Miró al Patriarca, que le sonreía, solícito.

Sonrió a su vez y negó con la cabeza.

―No, gracias, Shion. En este momento tengo todo lo que necesito. Si se me termina el café iré a buscar más.

―También puedes levantarte e ir a comer una baklava conmigo y con Dohko.

Milo meneó la cabeza de un lado a otro.

―Ya cálmate. No dañaré el diario. Mira, soy cuidadoso y mantengo la taza lejos del documento, ¿ves?

Shion suspiró y se acercó a la mesa de trabajo. Tomó un momento el volumen y acarició el lomo, reforzado con las nervaduras de toro. Lo dejó nuevamente frente al muchacho rubio.

―Sé que no lo dañarás con intención. Pero tienes qué entender: no sólo es un documento oficial del Santuario, una fuente valiosa para las crónicas y los anales. Esto... es Kardia. ¿Entiendes? Mi amigo. Mi hermano. Lo que queda de él. Te sentirías igual que yo si vieras a Kiki hurgando en el diario de Aiolia o Angelo.

―Lo entiendo. Te agradezco que me permitieras leerlo. Con la recuperación de los cuerpos en ciernes, me ha dado la inquietud de saber quiénes fueron estos dos.

Guardó silencio un momento, pensando en cómo plantear la pregunta.

»Dime una cosa... ¿estos dos...? Ellos... ¿eran cercanos?

El antiguo Santo de Aries lo observó mientras una sonrisa franca se extendía, radiante, en sus labios.

―Sé concreto y suelta lo que claramente quieres preguntar.

―Ash. ¿Estos dos eran pareja? ¿Acaso es tradición que Escorpio y Acuario terminen enredados en una cama?

La carcajada de Shion rebotó en las paredes, de ordinario silenciosas, de la biblioteca. Hicieron un eco que a Milo le pareció tremendamente inquietante.

―Es a todas luces evidente que Kardia estaba... tonto por Dégel. Y hasta donde sé, los únicos Escorpio y Acuario que se enredan en la cama y en cualquier rincón medianamente privado y disponible son Camus y tú.

―¡Shion!

―Ahora me resultas escrupuloso. ¡Por favor! Afrodita, Angelo y Shura aseguran que ustedes dos nunca se han distinguido por ser discretos. Y yo puedo decir otro tanto de lo poco que he podido observarlos desde nuestro regreso al mundo.

El escorpión, un tanto enfurruñado, se bebió lo que le quedaba del café y dejó la taza a una distancia prudencial del área donde examinaba el documento. Soltó el aire de sus pulmones en algo similar a un suspiro.

―Entonces, el tal Dégel no le correspondía. ¿Es así?

―Yo no diría eso. Si bien Dégel hace pocas apreciaciones personales en su diario...

―¿Cómo que pocas? ¿Entonces para qué lo llevaba?

―Para Dégel, el diario de operaciones era justo eso: un registro de misión. Anotaba lo exclusivamente necesario para dar fe de los hechos. Casi no se permitía digresiones, ni subjetividades. Era conciso hasta la desesperación. Mira.

Dejó el volumen de Kardia sobre la mesa y se acercó a un estante, de donde tomó otro volumen, muy similar. Sin embargo, el nuevo ejemplar lucía bastante más cuidado.

Shion abrió las últimas páginas, las que correspondían en el tiempo a la misma misión que Milo había estado leyendo en el diario de Kardia.

»Mira. ¿Te fijas? Dégel era muy, muy preciso.

Milo fijó la vista en el nuevo documento que se le ofrecía.

En efecto, la entrada era brevísima y la información estaba categorizada. La fecha y la hora aproximada del registro encabezaban la escritura, de una prolijidad y elegancia que lo marearon.

No le parecía primorosa en el mismo sentido que la de Keltos, pero aquella caligrafía, de otra época y otra mano, se le acercaba en belleza.

La única mención que había de Kardia en aquel texto, informaba que era acompañante en la misión, que no había presentado problemas de salud y proporcionaba una brevísima acotación personal.

―Ya veo. Los sentimientos de Kardia no eran correspondidos. No como él hubiera querido.

La frente de Shion adquirió una expresión escéptica.

―Ya te lo dije: yo no diría eso ―dijo el viejo Aries.

Y tomando de nuevo el volumen, regresó unas cuantas páginas para volver a ponerlo frente a Milo.

Éste observó, admirado, lo que Shion le puso a tiro.

La página presentaba un dibujo a carboncillo de un hombre joven. Detallado hasta la locura.

El muchacho, que apenas debía rebasar los veinte años, vestía un traje muy parecido al que ellos usaban en entrenamiento, aunque más suelto y cómodo. Calzaba sandalias cuyas correas se cruzaban en las pantorrillas. El cabello se mostraba alborotadísimo, y los rasgos, finos y armoniosos, adquirían una expresión peligrosa debido a la sonrisa torcida que se perfilaba en los labios.

La mirada era tan vívida que Milo pensó que no era improbable que la imagen parpadeara.

Ése, ¿era...?

»Sí. Éste era Kardia. Exactamente como fue. La información que Dégel no plasmaba en palabras, la entregaba en imágenes. Era increíblemente hábil dibujando. Y más si su modelo era Kardia. Mira los demás dibujos y dime: ¿notas diferencia?

Milo siguió la indicación del Patriarca y empezó a hojear el documento.

En efecto, estaba lleno de dibujos y bocetos.

Y Kardia era con frecuencia el motivo de ellos.

Se detuvo en uno que lo mostraba postrado en un lecho, con expresión agitada y dolorosa. La fragilidad del joven le abrumó el espíritu.

―¿De qué estaba enfermo?

―No lo sabemos. Sólo que su corazón le jugaba rudo. En su infancia lo desahuciaron. Pero ante la perspectiva de morir en un hospital miserable, huyó para concluir su vida en libertad. Así lo encontró el viejo Krest: un pequeño desvalido y moribundo, pero con un valor inconmensurable. Y así lo trajo al Santuario. Aquí le otorgó el medio, no de sanar, sino de usar su enfermedad a su favor.

»Aun así, sufría crisis terribles. Su dolencia le provocaba fiebres espantosas, y como su corazón era la fuente de ellas, literalmente ardía.

»Krest, el viejo Santo de Acuario, era quien le procuraba alivio con su viento helado. Pero cuando se fue, esa responsabilidad recayó en Dégel, quien fue el sucesor de Acuario.

―Ese tal Krest, ¿era también hijo del viejo Bóreas?

―Tengo entendido que sí. Fue el antecesor de Dégel. Fungió como su maestro. También protegió el Tholos de Acuario durante casi quinientos años...

―¿Qué? ¿Por qué tanto tiempo?

―No lo sé. Al igual que Dohko, Krest fue bendecido con el Misophetamenos. Sin embargo, ignoro por qué su periodo como protector se extendió tanto. Dohko y yo tuvimos que presenciar dos Guerras Santas. Pero Krest, por poco y fue testigo de tres de ellas.

»En todo caso, te das cuenta del cuidado que Dégel ponía al retratar a Kardia, ¿no es así? Pues bien, los bocetos de Dégel dicen lo que sus palabras callan. Te lo puedo asegurar: los muy imbéciles se amaban con locura, pero nunca fueron capaces de decirlo abiertamente.

―No puedo imaginármelo ―musitó Milo, meditabundo―. En cuanto se me presentó la oportunidad de confesar a Camus mi sentir, la tomé. Y él... si bien tardó una enormidad en declarar con todas sus letras que me amaba, una vez que se sintió listo para ello, lo soltó sin más.

Shion se había sentado frente a Milo. Dejó que su mentón descansara en el hueco de su diestra. Sus labios perfilaron una sonrisa discreta.

―¿Qué puedo decirte? Las situaciones son muy distintas. Kardia era un marrullero insoportable. Pero así y todo, siempre se sintió en desventaja respecto a Dégel. Desde su punto de vista, no era inteligente. No era elegante. No era lo que se dice educado. Y su enfermedad lo volvía débil. Se sentía disminuído. Poco digno. Le parecía que... ¿cómo decirlo?

―Que no tenía nada qué ofrecer.

Milo observó con tristeza el dibujo que presentaba a Kardia desde el punto de vista de Dégel. Y luego, con idéntica expresión, el texto que expresaba con tanta exactitud los sentimientos de Kardia por su amigo.

No podía concebirse en una situación así.

Habría reventado de desesperación, de desdicha, si no hubiera podido confesársele a Camus y esperar que su corazón fuera recibido bondadosamente.

»Me da una pena inmensa que no se hayan hablado con sinceridad.

―También a mí. Pero piénsalo como deben haberlo evaluado ellos. Iban a morir. No tenían esperanza de forjar una vida juntos. ¿Cómo te sentiste cuando Camus cayó ante Hyoga? Yo no estaba entre ustedes y no atestigüé tu pena. Pero sé cómo se sintió Dohko en mi ausencia. Aún hay reminiscencias de ese dolor entre nosotros. Y no dudo que entre ustedes queden rescoldos de la separación que sufrieron.

Escorpio frunció el ceño, compungido.

Claro que entendía perfectamente el silencio que guardaron esos dos. Pero en retrospectiva, el dolor que sufrió ante la muerte de Keltos, ¿habría sido menor si hubiera callado?

»Nuestra juventud transcurrió en una época que condenaba la clase de amor que sentimos, Milo, y aunque el Santuario ha sido siempre un sitio "seguro" en ese sentido, los prejuicios pesaban. Creo que esa realidad también los condicionó.

»Me habría gustado que Kardia encontrara el valor de mostrar sus sentimientos a Dégel. Ahora, con la perspectiva que nos otorgan los años, Dohko y yo creemos que Dégel trató de declararse a Kardia. Más de una vez. Y muy, muy tímidamente. Pero como Kardia siempre se mostraba como un cabrón petulante... y no era muy agudo al apreciar las intenciones de los demás, pues... no se dio por enterado.

―Entonces... ¿tienes motivos suficientes para creer que Dégel sí se declaró?

Shion entornó los ojos en un gesto meditativo.

―Sí. Diríase.

El antiguo Santo de Aries tomó el diario de Degel.

»Si deseas leerlo también, te lo dejaré aquí, en la mesa. En caso de que lo consideres necesario, puedes tomar notas. Y si no terminas de estudiarlos el día de hoy, puedes dejarlos apartados en esta estación de consulta.

»Sé que está de más decirlo, pero te ruego que no hagas anotaciones en ellos, y que tengas cuidado con ambos volúmenes. Todos mis hermanos fueron carísimos a mi corazón: cada uno de ellos se las arregló para recibirnos y cobijarnos a Dohko y a mí cuando fuimos promovidos a la Élite Dorada. Pero los recuerdos que tengo de estos dos, son de los más entrañables que puedo evocar.

―No te preocupes. Los cuidaré como si fueran los de mis propios hermanos. ¿Cómo van los preparativos de las exequias?

―Bien. Los ataúdes están dispuestos y su lugar de reposo preparado. Ahora mismo están remozando los memoriales. Quiero pensar que Camus y Khíone se ocuparán de congelar los cuerpos de tal modo que no se deterioren en cuanto tengan contacto con el medio ambiente. Que llegarán íntegros al féretro.

»Una vez que los traigan, tendremos que proceder con la mayor celeridad y sepultarlos. Los homenajes se llevarán a cabo una vez que la Tierra los haya recibido.

»En cuanto a sus almas, Hades le ha explicado a la pequeñita que entre sus opciones está enviar a Thánatos en persona a buscarlas. Su misión sería recolectarlas y llevarlas a reposar a Cocytos. Nos ha dado su palabra de que no serán torturados ni sufrirán castigo alguno. Ya todos nuestros hermanos gozan de amnistía, hasta que los tratados de paz sean formalizados y honrados.

―¿Tienes idea de qué castigo nos prepara a los Santos de Athena?

―Ha asegurado que ya no piensa castigar a ninguno de nosotros, más que en función de nuestras faltas particulares. No deja de ser preocupante... pero reconozco que es justo.

Milo soltó una risita que no era precisamente alegre. Shion esperó a que el joven recobrara la calma.

»¿Qué te sucede, muchacho? ¿Qué te resulta gracioso?

―Que en serio tengamos una relación tan pacífica con el Señor del Inframundo. Hace un lustro nos matamos unos a otros. Y ahora...

―Ahora las cosas están bien. La Dama está contenta y yo igual. Te aconsejo que le encuentres felicidad a esta situación y no se te ocurra ver oscuridad donde ahora hay luz. Será lo mejor para todos.

»Cuando hayas terminado tu investigación y de hablar con tu marido quisquilloso... acompáñanos a merendar.

―¡Eh! ¿Cómo sabes que hablo con mon coeur?

―¿Acaso haces otra cosa ahora que puedes y sabes cómo hacerlo? ―reviró Shion con una sonrisa oblicua en los labios.

Y con esa misma sonrisa se retiró, dejando al escorpión a solas con las bitácoras de aquellos Santos caídos hacía 250 años.

Milo se zambutió en los oídos los audífonos tanto como él mismo en la lectura del diario de su predecesor.

La playlist de Camus, ahora clonada en su celular, se reproducía aleatoriamente.

"Asfalt Tango" atronaba en los auriculares.

Empezó a mover la cabeza y los hombros alegre, con cadencia, al ritmo de la melodía gitana.

"Mon soleil..."

"Ajá..."

"Quiero escuchar 'Thunderstruck'."

"Ah, carajo. ¡Hoy amaneciste bromista! Búscate una radio y sintonízala, porque yo no pienso volverla a poner mientras respire, ¿te va?"

"Anda, mon soleil... Me gusta mucho. Y es de tus favoritas."

"No. Ni en sueños. Pide otra cosa."

"¡Milo...!"

"¿Qué tienen de malo los gitanos? ¡Tú me enseñaste a apreciarlos!"

"Y tú me enseñaste a apreciar 'Thunderstruck'. Anda, pónmela."

Milo bufó, impaciente.

Tomó el celular y empezó a explorar en la playlist.

Al final, pinchó una canción.

"Oooh, take a piece of my heart

Oooh, take a piece of my soul

Let me live, oh yeah"

"Oh, vaya... Pues gracias, también me gusta Queen. Pero no es lo que estaba esperando."

"No obtendrás 'Thunderstruck'. No de mí. Y sabes por qué."

"Milo, mon soleil... Necesitas terapia."

"Sí, sí. Como sea. Tú también."

"¿Aún estás investigando sobre los caídos?"

"¡Ah! ¡Sabes cambiar el tema! ¡Felicidades! Y ya que preguntas, pues sí. Aún investigo sobre esos dos. ¿Sabes qué he averiguado? El tal Kardia estaba estúpido por tu hermano..."

"..."

"¡Hey! ¿Sigues ahí? ¿A quién le estás congelando el trasero?"

"A nadie, Milo. Sestra y yo estamos tratando de enfriar un poco más Groenlandia. El permafrost está debilitado..." (4)

"No se ha debilitado por ti, ¿cierto? Te has tomado muy a pecho a Albiore."

"¿Quién te dijo de Albiore?"

"Shun, por supuesto. Con eso de que se está mudando para acá, para seguir a Cisnito. Consiguió una inscripción extemporánea en Atenas. Será estudiante de Katsaros. Aunque va en un grado anterior al de Angelo."

"Angelo se morirá de celos si tiene que compartir al bâtard de su padre..."

"Oye... que ese bâtard te salvó el pellejo hace cinco años. Y a Aiolos y a Angelo no hace ni un mes."

"Y a ti... No te me desvíes. Quiero burlarme de Angelo, no del bâtard, a quien en efecto le debo un montón de agradecimiento. ¿Qué más has averiguado de esos dos?"

"Eran amigos muy íntimos. Aunque no a ése nivel de intimidad. Kardia estaba enfermo de muerte y tu hermano era quien podía paliar su estado de salud gracias a su aire frío. Con el tiempo, Kardia desarrolló sentimientos por Dégel. Nunca se lo dijo. Murió enamorado de tu hermano. Me siento mal por él."

"¿Y Dégel?"

"Según Shion, le correspondía. E incluso se lo llegó a insinuar. Pero Kardia no se dio por enterado. Tenía serios problemas de autopercepción, de... autoestima."

"Eso es raro. Un Escorpio con baja autoestima no me entra en la cabeza, nada más no puedo imaginarlo."

"¿Y qué te digo? Lo que no me entra en la cabeza, es que haya muerto sin revelarlo. Yo... me habría muerto si no te lo hubiera podido decir."

"¿No exageras, mon soleil?"

Milo se quedó mirando las páginas llenas de aquella caligrafía exuberante. Se imaginó a sí mismo negándose a expresar lo que su corazón gritaba.

Habría... ardido. Se habría consumido.

Incluso si su cuerpo hubiera conservado la vida, su alma habría fallecido.

"No, chouchou. No exagero. Habría sido un cuerpo sin alma... Habría muerto en vida si no te hubiera entregado el corazón."







Aclaraciones


Y henos aquí, reincidiendo XD

Bienvenid@s a la nueva fase del proyecto. Espero que Nada sucede dos veces les resulte una experiencia bonita e interesante.

Recientemente he decidido que esta ocasión, los homenajes de cumpleaños se llevarán a cabo en tiempo y forma, así que feliz cumpleaños a Kardia de Escorpio, ¡sí! 

Y entonces llegamos a la cuestión que seguramente les intriga, aunque sea un poquito: ¿por qué traer a Kardia y Dégel si no tienen nada que ver con el asunto principal de esta historia? Pues primero porque está difícil no caer en la tentación (ups), pero sobre todo... porque es difícil resistir la tentación, ¿va? XD

Más adelante descubriremos qué necesitan encontrar Milo y Camus en la historia de la muerte de sus antecesores, y cuando ese momento llegue, espero que justifique el montón de lágrimas que vamos a llorar junt@s. En lo que llega ese plazo, veamos las aclaraciones, idiomáticas y generales.

1. Daimon /Δαίμων (griego): demonio; es decir, deidad menor entre los antiguos griegos, que es un sentido muy distinto al que nosotros damos al término. Daimon es como Kardia se refiere a Defteros, el Géminis menor de su época.

2. Los quevedos son un tipo de lentes que se empleó entre los miembros de las clases sociales pudientes entre los siglos XV y XVII. Se les llama así porque Francisco de Quevedo, el poeta del Siglo de Oro español, los usaba y los hizo célebres. En Wikipedia hay un artículo breve, pero suficiente sobre el tema.

3. El filibote fue un barco muy común entre los siglos XVI a XVIII, que funcionaba como buque mercantil. Era ligero y muy estrecho, parte para evadir impuestos y parte para ganar velocidad. Ocasionalmente se le armaba como barco de guerra y no he encontrado ningún texto que diga que no podía llevar pasajeros, así que ya está :D 

4. Permafrost es la capa de suelo permanentemente congelado (aunque no cubierto de hielo ni de nieve) de la tundra. Creo que a estas alturas del cambio climático ya tod@s sabemos lo que el permafrost es, pero por si las dudas, he aquí el punto.

En lugar de "Thunderstruck" (canción a la que mon soleil se ha vuelto mortalmente alérgico, no obstante que le gusta un montón) Milo reproduce para Camus "Let me Live", del álbum Made in Heaven, el cual  fue producido por Queen a manera de homenaje póstumo para Freddie Mercury. Si no conocen la canción o el álbum, les recomiendo ambos. 

Ya se habrán dado cuenta de que hay una que otra palabreja rara. Son algunos arcaísmos que vienen a cuento por aquello de que Kardia y Dégel vivieron en el siglo XVIII. Me parece que todos ellos tienen su entrada en el diccionario de dudas de la RAE. Y si no es así, pueden preguntar con confianza por el terminajo en cuestión.

¿Recuerdan que tengo manía con el color del cabello de los personajes? Pues no puedo abandonarla. Debe ser parte de mi TOC. En esta historia Kardia tiene el cabello de un negro tan profundo, que le da el azulado del ala del cuervo. Y Dégel es pelirrojo, aunque más bien tirándole a borgoña, no al rojo de Camus, que es más vivo. 

El fanart de la portada, que es precioso, lo debemos al arte de su talentos@ autor o autora. No me queda sino felicitarl@ por la hermosa mirada que nos da de Kardia, y que pretende emular los talentos gráficos de Dégel en la evocación que se hace de él en este fic.

A mi beta queridísima, @Chantry-Sama, gracias por ser cómplice y por estar siempre. Gracias, gracias, coma :)

La próxima actualización será en noviembre y en honor a Milo, por su cumpleaños. Y como ya mencioné en la bienvenida, este fic está aún en construcción, por lo que su publicación será regular, pero espaciada. 

Así entonces, nos vemos en algo más de dos semanas. Mientras tanto, agradezco su bondad al leer, votar, comentar, sugerir, observar y en general, por la atención y amor que puedan otorgar a esta historia. El amor tiene vuelta y se multiplica. Cuídense y hasta más ver.

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