Ana debía luchar por su vida. Arrancada del mundo real por Xue Yang, el villano de su libro preferido, Mo Dao Zu Shi, había terminado en el mundo de la cultivación. Ahora pertenecía a la secta Gusu Lan.

Vestida con el hanfu blanco y la cinta con el patrón de nubes en la frente, levantó la espada espiritual que se había ganado gracias al esfuerzo de meses de entrenamiento, y se dispuso a pelear. Lan Zhan y Wei Ying, los personajes principales de la historia, le habían enseñado cómo usar la espada y también unos poderosos talismanes de energía oscura. Pero el brazo le temblaba; decenas de cadáveres furiosos la observaban con los ojos sangrantes y vacíos de conciencia, y se le acercaban, arrastrando los pies. Sus amigas del mundo real, Paola, Jessica y Carla, estaban entre ellos, con las manos deformadas en garras listas para aferrarse a su cuello y quebrarlo como si fuese una rama seca. 

Por encima del grito animal que salía de sus gargantas, Ana pudo escuchar la carcajada que la había perseguido por meses: luego de que lo conjuró por error, Xue Yang había logrado saltar de las páginas del libro a su mundo, y transformó su vida en un caos de muerte y venganza. Si quería salvar a sus amigas, debía asesinar al villano con sus propias manos. Pero si no lo lograba, moriría por la espada de Lan Zhan, al que le había hecho prometer que jamás dejaría que Xue Yang la sumara a su monstruoso ejército. Wei Ying le había prometido otra cosa: si ella fallaba, él acabaría con el sufrimiento de sus amigas.

Ana aferró con fuerza la espada, para que temblara menos, y se lanzó a correr hacia los cadáveres furiosos, que se abalanzaron sobre ella.