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La esquizofrénica

—¡Asesina!

—¡Ojalá te pudras en la cárcel!

—¡Dinos, maldita, qué hiciste con nuestras hijas!

Con las manos esposadas hacia adelante y apretadas en puños, Ana fue llevada, escoltada por dos policías y bajo el insulto y los gritos de los padres de las chicas del fandom, hasta el lugar que debía ocupar en la corte.

—¡Orden! ¡Orden en la sala! —El juez golpeó su martillo una y otra vez sobre la mesa, pero no logró hacer callar a los desesperados familiares, y finalmente los hizo desalojar de la corte.

 Tratando de que el miedo y la emoción no se reflejaran en sus gestos, y sin más opciones, Ana confesó todo: su obsesión por Mo Dao Zu Shi y el personaje de Lan Zhan, que la había llevado a conocer a Victoria, Paola, Jessica y Carla, en el fanmeeting; la noche de Halloween en la que habían conjurado al espíritu de Xue Yang, que, según ella, era el que había asesinado a Victoria y hecho desaparecer a las otras tres chicas, y en cualquier momento también se la llevaría a ella, y cómo habían intentado, inútilmente, protegerse: ese espíritu aparecía de la nada, y seguramente se había llevado a las chicas al mundo de la cultivación, ya que, al contrario de Victoria, sus cuerpos nunca habían aparecido: 

—... tal vez las transformó en cadáveres furiosos, unos seres bastante parecidos a los zombies. Xue Yang buscó refinar el método de Wei Wuxian, el protagonista de la novela. Él logró transformar a su amigo Wen Ning en el General Fantasma, un cadáver furioso con consciencia y un poder inimaginable, aunque el villano quería el método para revivir a Xiao XingChen, un cultivador que…

Después de que le dijo toda la historia al atónito juez, Ana ni volvió a la cárcel; desde los tribunales la llevaron directamente a un hospital psiquiátrico, en donde un médico, sin muchos más datos que su loca confesión y un par de interrogatorios de una hora, que le hizo en los días que siguieron, y en los que la chica volvió a describir, una y otra vez y con lujo de detalles, su experiencia con el villano de Mo Dao Zu Shi, la diagnosticó como un caso de esquizofrenia aguda.

                          ***

Ana pensó que, después de todo, el hospital psiquiátrico no estaba tan mal: era mucho mejor que la cárcel, y luego del par de semanas de confinamiento solitario obligado, creyó que la iban a dejar quedarse en las áreas comunes. Pero no tuvo en cuenta algo que se transformó en un serio problema: cuando vio la cantidad de pastillas que una enfermera le llevó en un pequeño vasito de plástico, se arrepintió de su decisión de hacerse la loca: un rato después de que se las tomó, sintió que ya no era ella. Drogada, medio dormida y con la mente no demasiado clara, le iba a ser imposible defenderse del villano psicópata y lleno de poderes sobrenaturales al que debía enfrentarse. Trató de levantar los brazos para hacer alguno de los movimientos que había aprendido en las clases de defensa personal, pero no pudo: parecía como si en cada una de sus manos tuviera una pesa de 50 kg que se los empujaba hacia abajo; los músculos le temblaron, y sus brazos volvieron a caer, sin fuerzas.

«Pero, ¿qué me hicieron?», pensó. El miedo cerró su garganta, y comenzó a jadear: no tenía forma de esconder esas pastillas para evitar tomarlas, porque la enfermera se había quedado con ella hasta que las tragó, y luego le hizo abrir la boca para mirar que no las hubiera escondido debajo de la lengua.

Después del par de semanas de aislamiento en los que durmió y después durmió más, a pesar de su deseo de estar alerta, la sacaron para los espacios comunes del hospital, y le dieron una habitación que iba a compartir con otra interna, una mujer alta y algo encorvada, con el cabello gris cortado casi al ras y ropas masculinas, que caminaba con las piernas algo dobladas y arrastrando los pies, atascada de pastillas.

Ana entró a la habitación con su bolsa de ropa, y notó el aire saturado de olor a sudor y cigarrillos. Su compañera se sentó al borde de su cama, la miró con el rostro abotagado y sin expresión, y luego se acostó, mirando hacia la pared. Antes de taparse hizo un par de maniobras con sus pies, para quitarse los zapatos, y dejó a la vista un par de calcetines que en otra vida habían sido blancos. El aire volvió a cambiar de olor, a uno mucho más fuerte que provenía de los zapatos, los calcetines y los pies de su dueña. 

«¡Por dios!». Ana se apuró a abrir la ventana, que por suerte daba al patio, y sin esperar a que la brisa cambiara el aire de la habitación, huyó de allí. Cada vez más arrepentida de su decisión, se puso a caminar: debía mantenerse fuerte y pensar en la forma de no tomar las pastillas. A su alrededor, decenas de criaturas adormecidas caminaban, como ella; iban a la enfermería a pedir el único encendedor que se podía usar en el hospital, y llenaban el patio del nauseabundo olor a tabaco.

Después de la cena, cuando la enfermera la buscó para darle sus pastillas, Ana las tomó, muy obediente, y luego abrió la boca para mostrar que las había tragado; dijo buenas noches, y se acostó a dormir. Pero luego de que la enfermera cerró la puerta del dormitorio, se levantó con sigilo, para no despertar a su compañera, que roncaba como un auto con el carburador mal afinado, fue al baño y allí se metió los dedos en la garganta hasta que vació su estómago.

En los días siguientes se preparó lo mejor que pudo: en el hospital no había gimnasio, porque nadie tenía la fuerza como para hacer ejercicio, pero le daba varias vueltas al patio, todos los días, y después, cuando calculaba que nadie la buscaba en su habitación, y su compañera se iba afuera a contribuir con la humareda general, hacía ejercicio para mantener fuerte la musculatura de sus piernas y brazos. Estaba empezando a sentirse débil: vomitar a diario se llevaba, además de las pastillas, su cena. Se sentía hambrienta toda la noche, y en la mañana devoraba un desayuno escaso de café con leche, un pan y un poco de mermelada, y desfallecía hasta el mediodía. En diez días adelgazó bastante, pero no se permitió bajar la guardia. Una idea se estaba gestando en su cabeza: ya no podía hacer nada por Victoria, pero si le permitía a Xue Yang que se la llevara con él sin ofrecer resistencia, tal vez el villano de Mo Dao Zu Shi la reuniría con sus amigas, y las cuatro juntas podrían idear un plan para derrotarlo, siempre y cuando Jessica, Carla y Paola aún estuvieran vivas. Si el cultivador ya las había asesinado, Ana no tenía idea de qué iba a hacer.

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