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Desunión

Ana había tirado la tabla ouija a la basura:  no quería ceder al impulso de volver a usarla para averiguar si Xue Yang se había ido o no, y si había cumplido con su intención original de hacerle daño a Victoria.

La policía la había interrogado, al igual que a todo el entorno familiar y de conocidos de la desaparecida integrante de fandom, incluídas Carla, Jessica y Paola, pero no había encontrado alguna pista que le sirviera de algo. Por supuesto que las cuatro chicas no pudieron confesar lo que había ocurrido en la noche de Halloween: no querían terminar en la cárcel o encerradas en un manicomio.

—Pero… ¿Y si Victoria no aparece nunca más? —Habían vuelto a reunirse en el apartamento de Ana, pero esta vez no había pastel de queso ni risas; solo lágrimas y nerviosismo, y la incógnita de no saber qué era lo que estaba ocurriendo—. ¿Si Xue Yang se la llevó al mundo de la cultivación? —preguntó Jessica, abrazada a Carla, que lloraba a lágrima viva.

—¡Por Dios! ¡Déjate de decir estupideces! —Paola observó a Ana, que se mantenía algo separada del grupo, con los codos sobre la mesa y la cabeza apoyada en las manos hechas puños. Tenía la mirada perdida—. ¿Tú qué opinas, Ana?

Ella no quería pensar: Xue Yang era asesino y violento, y si se había llevado a Victoria, tal vez estaba descargando su ira contra ella. Se estremeció de solo imaginar todas las cosas que ese tipo había hecho en Mo Dao Zu Shi: había asesinado y mutilado a mucha gente, y también había experimentado con un trozo del amuleto Tigre Estigio, un artefacto hecho de energía oscura, fabricado por Wei Ying, y que no solo controlaba a los espíritus sino que también era capaz de transformar a la gente en cadáveres furiosos, unos entes sin voluntad propia, y que él podría manejar a su antojo. Ana sacudió la cabeza, tratando de quitarse la imagen de Victoria convertida en uno de esos seres, con el cuello lleno de venas negras y la boca escupiendo sangre, como la autora de Mo Dao Zu Shi habían descrito a los cadáveres furiosos en su libro.

—¡Ana! —El grito de Paola la devolvió a la realidad; miró a su amiga, pero sus ojos volvieron a perderse en la nada, con una expresión de pánico que espantó aún más al resto de las chicas del fandom:

—No sabemos qué pasó con Victoria… —musitó, como para tratar de convencerse de algo que sabía que no era cierto—. Tal vez Xue Yang desapareció ese día…

Jessica y Carla se miraron, haciendo enérgicos gestos afirmativos con la cabeza, aliviadas por las palabras de Ana: tal vez era así, y no había nada de sobrenatural en la desaparición de su amiga:

—¿Y si se enamoró, y se escapó con un tipo? —dijo Carla, tratando de sonreír.

—¡Tienes razón! —exclamó Jessica—. ¿Recuerdas que andaba detrás de aquel reponedor del supermercado que no le gustaba a su padre, porque decía que era pobre y no tenía estudios? ¿Y si se escapó con él?

Paola las miró, y su boca se torció en un gesto de fastidio:

—¡Ustedes son más idiotas de lo que pensé! Lo de Victoria con ese empleado del supermercado fue solo un juego. ¿Acaso creen que ella va a renunciar a la fortuna de su padre para irse con un hombre sin dinero? —la chica resopló y luego forzó una sonrisa irónica—. ¡Eso quisiera verlo!

—Tal vez sea cierto… —dijo Ana, como si hablara para sí misma—. Victoria es una cabeza hueca. Si se dejó llevar por sus hormonas desbocadas, se puede haber ido tras ese hombre…

Paola miró a su amiga y casi se le escapó una carcajada: en cuatro simples palabras había resumido la personalidad de Victoria: cabeza hueca, hormonas desbocadas. Pero Jessica se ofendió: se levantó despacio, con el rostro tenso y los labios apretados:

—¿Qué dijiste? —le preguntó a Ana, con tono brusco. Carla también la miró con la boca abierta, aunque no se atrevió a decir palabra alguna.

Ana pareció volver en sí, y observó el tenso rostro de Jessica. Ya no valía la pena pedir disculpas: por primera vez desde que se habían conocido, se atrevió a  mostrar lo que pensaba:

—Dije la verdad.

—¡Victoria es nuestra amiga! ¡¿Cómo eres capaz de decir una cosa así?! —Jessica tomó la mano de Carla y levantó a la chica de un tirón, para salir con ella del apartamento. 

—¡Espera, Jessi! Pero… —Arrastrada por su amiga, Carla no pudo ni despedirse. Ana miraba hacia otro lado, indiferente, mientras Paola observaba la escena sin sorprenderse: a pesar de tener en común su gusto por Mo Dao Zu Shi, las cuatro eran muy diferentes, y el quiebre entre ellas se iba a dar en cualquier momento, aunque nunca pensó que sería tan rápido y menos en esas circunstancias tan peligrosas, en las que tendrían que haber estado más unidas que nunca.

                          ***

Una semana después, en un descampado a unos kilómetros de la ciudad, apareció el cadáver de Victoria, mutilado hasta el punto en que solo pudieron reconocerla por sus registros dentales. Después de que se hizo el estudio forense sobre el cuerpo, y se lo entregaron a su familia, las cuatro amigas se volvieron a encontrar en el funeral.

La sala velatoria estaba escasamente iluminada por cuatro lámparas que imitaban sendos velones, dispuestas alrededor del ataúd de madera clara que, por razones lógicas, estaba cerrado. Había muchas flores: coronas que habían enviado familiares y socios comerciales del padre de Victoria, y ramos de todo tipo. El olor que emanaban, después de horas de estar en ese ambiente cerrado producía una extraña sensación de sopor.

—Chicas… —Ana, que había encontrado un vestido negro y cerrado,  que casi nunca usaba, y se había recogido el cabello, tenía un aspecto solemne que no se condecía con su rostro, en el que una ojeras negras y profundas mostraban lo poco que había dormido.

Paola no le dijo nada, y solo se acercó a ella para abrazarla. Jessica se mantuvo al margen, aunque en su cara se dibujaron el miedo y la tristeza, y Carla se derrumbó:

—¿Qué vamos a hacer? —dijo, y comenzó a llorar como una histérica, hasta el punto en el que Jessica tuvo que tomarla de un brazo y sacarla de la sala velatoria. Ana y Paola se sentaron muy juntas, con las manos entrelazadas, susurrando, aunque era difícil que alguien pudiera escucharlas: los desesperados gritos de la madre de Victoria, y el llanto de su padre, ocupaban la atención de todos.

—Ese maldito de Xue Yang… —musitó Ana—. ¿Cómo fue capaz de asesinarla? 

—Ese tipo mata por diversión. No le importa nada… —Paola apretó sus manos con furia, hasta el punto de que su amiga se quejó:

—¡Ay! ¡Suéltame! —Le habían quedado marcas rojas en los dedos, pero pronto se olvidó de ellos—. ¿Y ahora qué vamos a hacer? Tenemos que mantenernos juntas.

—No creo que podamos. Jessica está enojada contigo, y Carla hace todo lo que ella le dice.

—De todas formas tenemos que estar por lo menos de a dos, en todo momento. Habla con ellas y diles que no se separen. Y tú, si quieres, puedes venirte a vivir conmigo.

No era la mejor solución, y en otras circunstancias Ana ni loca habría llevado a otra persona a su apartamento. Pero estaba aterrorizada, y a esa altura ni siquiera tener las luces constantemente prendidas la ayudaba a calmarse.

                         ***

Pasó el tiempo, y la investigación del asesinato de Victoria no avanzó: según los datos forenses, que se filtraron al público y se transformaron en la comidilla de la prensa amarillista, había muerto por múltiples golpes de un arma blanca. 

Las chicas recordaron la Maldición de los mil cortes, una forma común de muerte en Mo Dao Zu Shi que dejaba a la víctima convertida en un picadillo difícil de reconocer, y el terror las hizo volver a juntarse. Su amistad floreció de a poco, aunque nunca más se atrevieron a ver The Untamed ni a leer la novela, por miedo a las escenas en donde aparecía Xue Yang. 

Su paz se acabó el día en que desapareció Carla.

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