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Admiración

—Maestro Wei… —Ana recordó la tendencia juguetona que tenía Wei Ying en Mo Dao Zu Shi, y también se acordó de un par de episodios relatados en el libro: uno, en el que se había encontrado con una joven cultivadora que le daba de comer a los conejos de Lan Zhan, y un párrafo que daba cuenta de las veces que había intentado pasar al sector de las mujeres, sin éxito: siempre lo atrapaban. Ella iba a usar la innata curiosidad del personaje, para lograr que la ayudara. No podía cultivarse, porque no tenía núcleo dorado como esos personajes de fantasía, pero Wei Ying podía enseñarle a manejar una espada. Debía lograr que él aceptara ayudarla antes de que alguien le diera la alerta a Lan Zhan—, ¡necesito tu ayuda!

Fiel a su estilo, el cultivador demoníaco se sintió encantado por el tono suplicante de la chica. Ante todo era un caballero, y por supuesto que iba a ayudar a una damisela en apuros:

—Mei Mei… —le dijo, con el tono que se podría usar con una niña pequeña. Ana trató de no reírse de su inocencia—, aquí no tienes que preocuparte por Xue Yang. Él nunca podrá entrar a Descanso en las Nubes.

—¡Tú no lo entiendes, Maestro! —insistió la chica—. Si no lo detengo, jamás podré salvar a mis amigas…

Wei Ying se la quedó mirando con aire preocupado. Ana se imaginó que pensaba que era una presa fácil para el villano. Si era así, no estaba tan errado.

—Esa mujer que estaba contigo, la que Xue Yang asesinó y transformó en un cadáver furioso, ¿era una de tus amigas? —le preguntó.

—No, Maestro. No lo era. Pero esa mujer también pertenecía a mi mundo. —Ana recordó a su compañera de cuarto del hospital psiquiátrico, y pensó que ya no había nada que hacer por ella—. De todos modos, está muerta. 

Wei Wuxian le recordó algo que ella había leído en el libro y también visto en la serie, pero que, en todo ese tiempo en el que había hecho cualquier cosa menos pensar en ello, había olvidado:

—Los cadáveres furiosos se pueden hacer tanto con personas vivas, como muertas. ¿Sabes si tus amigas estaban vivas cuando Xue Yang las trajo aquí? 

En realidad Ana no tenía idea de nada: sabía que la intención de Xue Yang en la historia era formar un ejército de seres lo más parecidos posible al General Fantasma: prácticamente indestructibles y sin conciencia propia; unos entes capaces de hacer todo lo que a él se le antojara. Pero cuando cayó en la cuenta de que sus amigas no tenían que estar necesariamente vivas para convertirse en esos cadáveres furiosos, se dio cuenta de un detalle espantoso: debía rescatarlas si estaban con vida, pero si estaban muertas, tal vez tendría que destruirlas: 

—Maestro… —preguntó, temiendo escuchar la respuesta—, ¿hay alguna forma de diferenciar a los cadáveres furiosos vivos o muertos?

—Los que están muertos comienzan a descomponerse con el tiempo: sus ojos se secan y se caen de las órbitas, y la sangre que sale de su boca primero es negra y después verde. Los que están vivos se mantienen siempre igual —dijo, satisfecho de haber podido, como siempre, encontrar una respuesta ingeniosa.

Ana sintió, desde el fondo de su estómago, una cosa que se retorció, pero trató de contener las náuseas:

—Y si ellas ya estuvieran muertas, ¿yo qué tendría que hacer para liberar sus cuerpos del control de Xue Yang…?

—Sencillo. —Wei Wuxian parecía un profesor dictando clases: caminando delante de la chica, con aires de autosuficiencia y las manos entrelazadas a la espalda, le explicó—: puedes asesinarlo, aunque, por supuesto, primero tendrás que pasar a través de los cadáveres furiosos, que él usará para defenderse. Lo mejor será que aprendas lo que puedas de la técnica de espadas, porque tendrás que luchar contra ellos y cortarle la cabeza a tus amigas, si compruebas que ya están muertas. Esa es la única forma de detener a un…

Su expresión satisfecha se esfumó cuando vio que Ana se tapaba la boca con una mano mientras hacía arcadas, y luego se levantaba a toda prisa de la cama para salir corriendo, en ropas interiores, para vomitar en el patio, justo a los pies de Lan WangJi, que había llegado buscando a Wei Wuxian.

—¡Lan Zhan! —Wuxian había salido corriendo detrás de Ana, y se detuvo en seco cuando vio al Segundo Jade. Había transgredido un montón de reglas de la secta, y aunque sabía que nunca iba a ser castigado por más reglas que rompiera, le había prometido que no iba a perjudicarlo con acciones imprudentes—. Yo… yo…

—Ven conmigo. —Lan WangJi miró a Ana y a su contenido estomacal, regado en las piedras del patio, y dio unos pasos hacia atrás para alejarse de ese asqueroso cuadro antes de fijar los ojos en Wei Ying. La suya no era una mirada de perdón ni de comprensión, y menos de afecto: las cejas apretadas debajo de la cinta blanca con el patrón de nubes, la arruga que se había formado entre ellas y que Wei Ying nunca había visto, y la expresión furiosa y sombría al mismo tiempo, hundieron el corazón del cultivador demoníaco: había cometido un gran error y Lan Zhan, el hombre más paciente del mundo, se había enojado con él.

Un par de mujeres salieron con prisa de la casa y ayudaron a Ana, que había caído de rodillas, a levantarse. Una de ellas le puso algo de ropa por encima, a las apuradas, y cuando ya se la estaban llevando para adentro, ella se dio vuelta y miró al Segundo Jade:

—¡Tienes que ayudarme, Hangwang Jun! —exclamó, con la poca fuerza que le quedaba—. ¡Necesito que me entrenes para matar a Xue Yang! ¡Si no lo hago, él pasará a mi mundo cuando quiera, y ustedes jamás podrán atraparlo! —Las mujeres, escandalizadas, la empujaron de los brazos para hacerla entrar, pero Ana se resistió como pudo—. ¡¿Acaso no lo entiendes?! ¡Yo soy la única que puede acabar con él, porque yo lo llevé a mi mundo! 

Todo se detuvo a su alrededor: las mujeres se la quedaron mirando sin entender, Wei Ying abrió la boca y después volvió a cerrarla, y Lan Zhan le lanzó una mirada feroz, la misma que había recibido el Cultivador Demoníaco:

—¿Tú? ¿Cómo llevaste a Xue Yang a tu mundo?

Ana ya estaba jugada: tenía que decir toda la verdad:

—Hice un ritual con mis amigas. Era una broma, y nunca pensamos que ésto iba a pasar; pero pasó.

A escondidas de WangJi, Wuxian sonrió mientras le mostraba sus pulgares hacia arriba. Ana sintió que había logrado la admiración de ese extraño chico.

—Wei Ying, —Lan Zhan sacudió con un golpe seco las mangas de su hanfu, y se dirigió a la salida—, vamos.

Ese cultivador era demasiado recto, y Ana supuso que después de enterarse de su mal proceder, no iba a ayudarla. Wei Ying corrió tras él, en silencio y con expresión compungida. A punto de alzarse en vuelo para pasar sobre el muro, sin embargo, WangJi se dio vuelta hacia ella:

—Mañana, a las 5 en punto, en el patio principal. Entrenarás con los Juniors.

Ana se congeló, pero la expresión de Wei Ying cambió al instante: con una gran sonrisa, preguntó:

—¿Puedo enseñarle a usar mis amuletos? Va a necesitarlos…

El rostro de Lan Zhan se relajó un poco:

—Que el tío no se entere. Y… —recalcó—. Tampoco te quedes a solas con ella.

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