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Capítulo 61: salida de compras

Penúltima semana de noviembre. Fer parecía estar mejor.

Juro que le insistimos a Matt en que debía venir con nosotras a comprarse ropa o algo lindo, lo que le diera la gana, fuera o no para la tan comentada fiesta de fin de año. Pero ni al caso, ya no supimos qué decirle y nos rendimos. Realmente odié que se distanciara así de nosotras, que queríamos lo mejor para él, y que se vuelva tan introvertido en esas ocasiones, como si fuera su forma de expresar el enojo.

Así que fue una salida de chicas, solo Fer, Lari y yo.

Tomamos el colectivo que nos llevaba al centro y en algunos minutos llegamos a la cada vez más poblada ciudad. Se acercaba el verano y pronto habría turistas y gente pasando sus vacaciones.

Caminamos por una vereda y luego por la otra, entramos a una variedad de locales donde Fer vio carteras de cuero y chucherías de las que le gustan a ella. Lari miraba todo en silencio y yo solo buscaba un vestido y un calzado decente.

—¡Mirá ese bolso! —Exclamó de pronto Fer, interrumpiendo la conversación—. ¡No te vas a creer lo que acabo de ver allá, enfrente! ¡Rebajas!

Esas eran sus frases a la hora de recorrer un centro comercial de punta a punta y más si había una razón en especial por la cual lo estábamos haciendo.

El día iba estupendo, realmente genial. Nuestras risas inundaban las calles de Brístol.

Finalmente nos decidimos por entrar primero en una zapatería y luego veríamos que haríamos con los vestidos, ya era hora de dejar de perder el tiempo. Fer se demoró porque en un principio quería borcegos, a lo que yo me opuse justificándome con que sería una locura usar eso a finales de noviembre, el calor sería insoportable. El capricho y el deseo de tener en sus manos los zapatos que tanto ansiaba desde el invierno anterior la estaba torturando. Comencé a cansarme y, al tiempo que discutía con ella por la decisión absurda que iba a tomar, elegí el calzado que yo llevaría en esa ocasión. Me decidí por sandalias con plataformas, un clásico. Lara ya tenía un calzado planeado en su casa, así que se dedicó a convencer a Fer. Después de eso, Fernanda entró en razón —gracias al cielo— y la ayudé a elegir unos zapatos con taco aguja color beige; pero aquí surgió otro problema: al probárselos el tipo de zapato era puntiagudo en la terminación de los dedos y le apretaban de una manera incómoda, la lastimarían. Así que buscamos unos mucho más simples que, si bien seguían teniendo el taco en forma de aguja, la parte delantera no era tan difícil de usar. Y así terminamos con el calzado.

Ya era hora de encontrar el vestido con el que iríamos, ya que la tarjeta decía explícitamente que se debía vestir de elegante sport y así sería. Felicidad sentí en el momento en que decidimos entrar en un local que nos pareció que había buena ropa de ese tipo. Al entrar ya no sabíamos si llevarnos un vestido cada una o un conjunto de pollera y top.

Nos probamos diversos conjuntos y estoy segura de que la empleada nos iba a echar del lugar si no nos decidíamos pronto, en menos de una hora los locales comenzarían a cerrar ya que el tiempo había pasado rápido y la tarde se estaba yendo. Fer sonreía y se emocionaba al elegir las prendas. En otras oportunidades, una que había amado a primera vista, terminaba por defraudarla al probarla y verse en el espejo. La verdad era que a mí me gustaban todas y cada una. Le quedaban espectaculares. La animé a elegir, aunque costó mucho porque siempre tenía alguna crítica hacia la prenda y hacia su cuerpo, críticas que Lari y yo nos encargábamos de desarmar al instante.

Finalmente, logramos dar con un bonito vestido verde agua que a ella le encantó y a mí también, ajustado hasta la cintura y desde allí suelto unos centímetros por arriba de las rodillas. Yo también me tomé mi tiempo para elegir y por fin di con uno sin breteles, color magenta, totalmente ceñido y fruncido. Lari fue a lo clásico: eligió un vestido negro liso de lycra, ajustado al cuerpo. Salimos emocionadas y listas para estrenar nuestra nueva adquisición.

De camino a nuestros hogares hablamos de todo un poco, el tema de la celebración no pudo faltar, y concordamos cómo iríamos ese día. Sería en grupo: Dylan, Matt, Lari, Fer y yo.

Al bajar del transporte acompañé a mis amigas hasta sus casas y me estaba dirigiendo hacia la mía cuando recordé que quería ver a Matt ese día. Por lo tanto, caminé algunas cuadras más y toqué su puerta.

—¡Luci! ¿Cómo estás? —Saludó Carol a abrir la puerta. Matt nunca lo hacía, como si tuviera miedo al exterior o quién sabe por qué—. Vamos, linda, adelante.

Acto seguido, se hizo a un lado para que entre y se fue caminando por el largo pasillo hasta el cuarto de Matt. Tocó tres veces y abrió la puerta.

—Hijo, Lucía vino a verte. Salí de esa habitación de una vez por todas —anunció y ordenó a la vez.

No escuché nada que proviniera de allí, supuse que apenas había pronunciado una respuesta o estaba durmiendo y lo acababa de despertar.

—¿Está descansando? —Pegunté, preocupada por haber interrumpido su sueño.

—Para nada —respondió su madre acompañada de un ademán con su mano en gesto de no darle importancia—. Sólo estaba tirado ahí, como siempre.

Dicho esto, se encaminó hacia la sala y prendió la tele.

—Hora de mi novela favorita. —La escuché decir al tiempo que se reclinaba en el sillón.

Entonces, la puerta de la habitación de Matthew se abrió y apareció mi amigo. Caminando hacia mí con una leve sonrisa y los ojos para nada adormilados, todo lo contrario, estaba bien despierto.

—Fueron de compras —comentó, mirando las bolsas en mi mano derecha.

—Sí, como te dijimos que haríamos. ¿Qué hiciste hoy? —Pregunté después de saludarlo con un beso en la mejilla.

—Nada. —Fue todo lo que respondió, bajando la mirada y encogiéndose de hombros.

—No seas así, dale —lo animé. Se estaba comportando fuera de lo normal otra vez.

—¿Así cómo?

—Cerrado.

—No estoy siendo cerrado —objetó.

—Sí, lo estás siendo. ¿Qué hiciste en todo el día? Debiste pasar el tiempo con algo.

—Leer más sobre Alfonsina, Horacio y otros autores... —dijo, desganado. A pesar de esa actitud, noté que me encantaba la manera en que se refería a los escritores, como si fueran sus amigos.

—¿Y qué más?

—Eso es todo. Yo no salgo de compras como ustedes.

—Porque no querés. —Me estaba enojando—. ¿De verdad no hiciste nada más? ¿Al menos saliste a tomar aire? No me digas que estuviste todo el día encerrado en esas cuatro paredes. —Señalé hacia la puerta que daba a su habitación.

—¿Revisar el correo electrónico y Facebook cuenta? —Se atrevió a decir.

Recordé que la computadora estaba en su cuarto y no pude reaccionar de otra manera: bufé y lo tomé de la mano; tirando de él, comencé a arrastrarlo por el mismo pasillo de vuelta hacia afuera.

—¿A dónde me llevás?

—Al mundo exterior, vamos. Existen muchas razones más que ir al instituto para salir y, si es posible, disfrutar.

Y mucho más dado que era noviembre, el clima se encontraba en todo su esplendor esperando la llegada del verano.

Al fin salimos y le rogué a Matt que respirara el aire. Olía a hierba, sal marina y viento suave, se sentía como si te refrescara los pulmones... el alma. Y con esas mismas palabras se lo describí a mi amigo.

—Que lindos detalles hacen tus palabras en un mundo como este —comentó él con una sonrisa torcida. Esa frase me pareció algo rara. ¿Un mundo como este?, pensé.

—Gracias —dije extrañada al tiempo que lo observaba y llevaba al lugar donde solíamos sentarnos siempre.

—Y es verdad, tenés toda la razón, Luci. Es precioso contemplar el día a esta hora.

—La caída del sol, casi son las siete.

—Exactamente, el crepúsculo es lo mejor de la Tierra. Sentir el viento en la piel o en el cabello, las gotas saladas del mar cuando sube y salpica en las rocas e incluso llega hasta la hierba seca de los bordes del acantilado. Los cinco sentidos están presentes a la hora de disfrutar de un paisaje como este. Me alegro de vivir acá.

—La vida es muy bella, ¿no te parece? —Al decir esto volteé a mirarlo y allí estaba él con sus ojos entornados. Es que tenían esa forma tan preciosa, aquella que tienen los ojos caídos, estaban fijos en un punto lejano. Intenté ver el lugar donde los había posado, pero no lo logré, no estaba segura de diferenciar entre la belleza del crepúsculo y la de Matthew.

Me había enamorado, ya no había dudas de eso. A pesar de sus actitudes extrañas al principio del año así como en aquel momento, yo había querido cada día un poquito más a Matt hasta amarlo. Fue todo tan paulatino y el año escolar había pasado tan rápido que no lo terminaba de entender. Pero no me importó que lo amara, porque estaba segura de que, como Fer, nunca lo perdería de mi lado como amigo. Me había enamorado de él, ¿y qué? No era nada que no pudiera soportar ya, había pasado por suficiente. Con eso en la mente, seguí observando su rostro dibujado en las crecientes sombras del anochecer que crecía a nuestro alrededor.

—Matt —dije, suavemente, ya que lo veía muy ensimismado en sus propios pensamientos y tenía miedo de asustarlo. Coloqué una mano en su hombro y él pestañeó para luego volverse hacia mí—. Debemos entrar, ya es casi de noche y quizás Dylan me esté esperando en casa.

—Está bien —respondió. Luego nos levantamos los dos a la vez y caminamos de regreso a su casa.

Al abrir la puerta, un tentador aroma a masa de pan inundaba el ambiente. Pronto sería la hora de la comida.

—Más te vale que tengas algo que ponerte para la fiesta de este sábado —le advertí.

—De eso no hay que preocuparse. —Se escuchó la voz de Carol desde la cocina—. Yo me encargo.

—Claro que no —respondió su hijo—, tengo ropa de sobra.

—Si todavía es de tu talle... —insinuó ella.

Al decir esto, una sonrisa se formó en mis labios y Matt negó, como si pretendiera decir que su madre estaba loca y que él no había crecido nada. Al verme, su rostro cambió y también me devolvió el gesto.

¡Holis! ¡Gracias por leer!

Espero que les haya gustado este capítulo, es uno súper ameno. Pero no se relajen, que los siguientes son los definitorios y los más sorprendentes. Yo avisé. Estamos cerca del final así que agárrense bien.

¡Saludos!


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