
Capítulo 44: reconciliación
Conduje la vuelta a casa pensando en lo que debería hacer a continuación, si era mejor volver o quedarme con mi familia. Y si, cuando lo decidiera, iba a poder convencerlos de que me permitieran hacerlo. Intentaba con todas mis fuerzas pensar en otra cosa en lugar de en la muerte de mi amiga. Eso era demasiado doloroso para soportarlo, debía concentrarme en mis amigos que aún me necesitaban y en quienes podía darme el lujo de preocuparme. Fue un trayecto difícil, pero lo logré, aunque a medias.
Estacioné el Volksvagen y me apeé con un gran ceño fruncido y el pensamiento en cualquier parte porque no sentí su presencia, ni siquiera lo vi, hasta que escuché su voz a mi espalda.
—No huyas de mí, por favor.
Levanté la mirada, sorprendida, y lo vi. Me esperaba en el portal del edificio, las manos en los bolsillos del jean y un abrigo de cuero enmarcaban su figura. Tan guapo, como siempre. Pero yo estaba enojada con él.
—No estoy huyendo —respondí, acercándome al portal para entrar—. ¿Y vos qué estás haciendo acá?
—Esperando —dijo con su típica media sonrisa.
No, eso no me debilitará.
—¿A mí?
—A alguien con una llave que me permita entrar por la puerta principal del edificio, he olvidado las mías o las he perdido. La verdad es que no sé, sólo tengo las de mi apartamento. Pero ya que tú tienes llaves, pues sí, a ti es a quien he estado esperando. —De nuevo terminó la frase con la maldita sonrisa y la acompañó de un guiño.
Pero, además de que no podía dejar de mirarlo porque siempre conseguía hipnotizarme, estaba muy confundida.
—Tu cara lo dice todo. Déjame decirte, guapa, que ahora vivo en este edificio.
Recordé lo que me había dicho hacía algún tiempo sobre cambiar de departamento. Asentí, bajando la mirada y dejando ver que comprendía. Saqué las llaves de mi bolso y las puse en la cerradura, pero Dylan me detuvo con su mano sobre la mía. Lo observé, sus ojos oscuros absorbiéndome. Pero me controlé y conseguí arquear las cejas.
—Quiero arreglar esto —murmuró.
No tuvo que decir nada más, yo tampoco quería seguir distanciada de él. En cuarenta y ocho horas había pasado un tsunami por mi vida y ya estaba deseando arreglar por lo menos algo, tener esa posibilidad.
—¿Cómo?
Su mirada cambió y, por un instante, pude ver cómo pensaba y buscaba en su mente hasta dar con las palabras adecuadas. No quería cagarla otra vez. Me alegró ver eso en su lenguaje corporal y valoré saberlo.
—Lo siento. —Como estaba sobrio, pude ver que su disculpa iba en serio, pude ver un verdadero arrepentimiento en sus ojos. O al menos lo sentí más sincero.
Pero estoy segura de que mi mirada se endureció, puesto que él me observaba expectante.
—Eso no es suficiente, una simple disculpa no justifica que te hayas metido en un tremendo lío. ¿Es que no entendés la cantidad de personas que comenzaron haciéndolo y nunca lograron salir? —Mi voz se tornó histérica, al borde del llanto, y lo noté. Pero no podía dejar de reprocharle—. ¿Al menos tenés alguna noción de lo que significás para tu familia?
Eso pareció desconcertarlo.
—¿Para mi familia? ¿Qué familia?
Y a mí me desconcertó aún más, lo cual se reflejó en el crecimiento de mi enojo.
—¡Tu padre, tu prima, tus tíos, y el resto de los que están cruzando el charco, en España! ¡Tu familia!
—Ah, sí —simplemente respondió, restándole importancia.
Entonces, ya casi al borde del llanto y la frustración por su desinterés para con su familia, pregunté:
—¿Tenés alguna idea de cuánto significás para mí? —Se empañaron mis ojos y los sentí escocer.
Su mirada se transformó en ese preciso instante en una mirada de angustia, me tomó las dos manos y las besó.
—Por favor, Luci, perdóname. No pienses en eso, yo siempre estaré contigo y bien. No existirán problemas entre nosotros nunca más —decía esto mientras mantenía mis manos cerca de su boca y las besaba en cada pausa.
—¿Cómo podés estar seguro de eso? —Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Aunque ya estaba harta de llorar ese día y el anterior, no lo podía evitar.
Entonces se arrodilló frente a mí, todavía mis manos entre las suyas y me suplicó.
—Te amo, ¿no es eso suficiente para confiar en el futuro?
—¡Necesito que lo prometas! —Por un instante permaneció mirando mis ojos—. ¡Qué nunca más te vas a hacer daño de esa manera!
—Está bien. —Les dio un leve apretón a mis manos—. Te prometo que nunca me volverás a encontrar fumando, ya sea droga o no.
Me observó un instante en el que yo asentí, besó mis manos una vez más y se levantó. Sus ojos seguían puestos en los míos y se acercaba cada vez más a mi cuerpo. Decidí abrazarlo porque lo necesitaba, necesitaba sentir algo más que sus manos en los guantes de lana que lo protegían del frío, necesitaba que sepa por lo que pasé el día de hoy. Era todo lo que tenía en esa ciudad. Él y mi familia.
Sus brazos y su cuerpo me envolvieron en un cálido abrazo y la electricidad corrió por todas mis extremidades. Por eso, cuando nos separamos, lentamente, sus ojos y sus labios buscaron los míos. Se acercó muy despacio, sus brazos alrededor de mi cintura, mis manos en su pelo oscuro. Mientras nuestras bocas danzaban en el poco espacio que nos separaba, pude imaginar sus ojos profundos, llenos de viveza y deseo cada vez que me miraban. Entonces la intensidad del beso aumentó y nuestras bocas se fundieron en la pasión. Ya no quedaba espacio entre nosotros y ni el frío viento del sur en la noche logró arrancar un atisbo del calor de nuestros cuerpos abrazados en el portal.
********
Luego de ese día, mi relación con Dylan volvió a la normalidad. O tan normal como podía estar. Yo lo vigilaba, atenta a cualquier señal de que rompiera su promesa. Y veía que no la rompía, lo cual me hacía muy feliz.
Pero había algo más que rompía cada instante de felicidad que había en mi vida, por más breve que esos momentos fueran, y era que no podía dejar de necesitar a mis amigos conmigo. Clari se había ido para no volver nunca más, y saber que no podía estar cerca de los chicos en Los Acantilados me caía como un trapo mojado. Pronto comencé a pensar que podía perderlos a ellos también en cualquier momento, y lo mismo con Anahí que estaba del otro lado del Atlántico. Nunca había sentido ese tipo de miedo antes.
Precisamente mi novio fue quien, al entrar ese día en el edificio, no me dejó llegar hasta mi departamento y en su lugar me ofreció el suyo, además de su hombro. Realmente debía tener una cara horrible. Sí, luego de nuestro beso me derrumbé y comencé a llorar. Doy gracias a Dios y a él que no me dejó entrar a mi casa, no quería ver a mi familia, no podría soportar sus condolencias todavía. Así que cené en su departamento recién instalado y le conté todo.
Sentía como me observaba y escuchaba atento mis palabras mientras yo hablaba e intentaba sentir la melodía de su corazón palpitando en su pecho.
—Guapa mía, ¿ya has considerado la sugerencia que propuse el día del cine? —Preguntó en tono cariñoso y melancólico.
Asentí, cuidando de no separarme de su corazón. No quería dejar de escucharlo porque parecía que, en medio de todo el caos, ese órgano seguía funcionando, latiendo para asegurar la estabilidad del cuerpo cuando fuera de él, en la vida misma, no la había.
—Pero no me convence.
—Te amo, y lo hago lo suficiente como para aconsejarte sobre ir a vivir lejos de mí a un lugar donde debería viajar un tramo para verte.
Sus palabras, tan simples pero potentes a la vez, terminaron por convencerme. Cuando regresara a casa les hablaría de todo a mi familia e intentaría convencerlos. Quizás fuera más fácil de lo esperado al conocer la situación, pero cuando se trata de ellos nunca se sabe nada con certeza.
Holiis!!! Gracias por leer hasta acá!!! <3
¿Creen que los padres van a dejar a Luci volver a Los Acantilados por su cuenta? Los leo en los comentarios, saben que me encanta responderles :D
Besos y buena semana!!!
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