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Capítulo 28: el chico de la moto

Luego de ver que arrancó y se fue como un rayo, bajé las escaleras de la entrada y me dirigí, finalmente, a mi casa. De verdad esperaba que no se pase por mí al día siguiente, me puso los nervios al límite y ni siquiera fui capaz de rechazarlo.

Rogué que eso no signifique que me estaba enamorando de él. ¡No, no, y no! Ese chico tenía aires de Cody y no quería caer por alguien así otra vez. Ya fui lo suficientemente estúpida como para saber lo ciego que es enamorarse, y más si se trata de alguien como Dylan: siempre parecen buenos chicos al principio, pero luego terminan siendo unos buenos para nada y te decepcionan como si no pudieras sentirlo.

Llegué a casa y mis padres ya estaban allí. Inmediatamente fui a mi dormitorio, tomé café cortado con leche para merendar y comencé a ponerme al día con el programa escolar. Una vez terminado, encendí mi móvil, que empezó a sonar desesperadamente con el timbre de notificaciones de mensajes.

¿Qué tal tu primer día? —decía el de Clari.

Espero que estés disfrutando la poesía como te indiqué —ponía Matt.

Llegué a Madrid y está todo normal, ¿y tú? —esa era Anahí.

Fer no me envió ningún mensaje. Tampoco Lara.

Luego de hablar con mis amigos, me tomé un tiempo para ir a la cocina a convencer a mis padres sobre mi permiso de conducir. Volvía de la larga charla cuando un nuevo mensaje hizo aparición en la pantalla. Era de un número desconocido.

Prepárate para la velocidad ;)

Me quedé con el ceño fruncido frente a la pantalla, sin saber qué responder. Cuando me dispuse a escribir que se equivocó de número, llegó un segundo mensaje de la misma persona.

Soy Dylan. Mi prima me ha pasado tu número.

Entonces lo agendé como es debido, anotando su nombre entre mis contactos.

Tonto, estaba por decirte que te habías equivocado.

Me respondió con unas risas y seguimos hablando el resto de lo que quedaba de la tarde hasta la hora de la cena.

********

Al día siguiente salí del instituto y ahí estaba, frente al edificio, la moto estacionada y a su lado Dylan de brazos cruzados con una sonrisa que me pareció algo siniestra de lo sexy. Estuve tan ocupada con tarea la noche anterior que me había olvidado de que pasaría por mí. Y me sorprendió, primero por haberlo cumplido y segundo por ser puntual.

Me dirigí hacia el chico de tez morena y ojos cafés, y lo saludé con un beso en la mejilla. Advirtió que no estaba muy abrigada, por lo que se quitó su campera de cuero y me la prestó. Pensé en que fue muy atento de su parte y agradecí el gesto. El hecho de que me quedara inmensa hacía que me abrigara mucho más.

—¿Lista?

¿Para subir a eso? ¡Por Diós, no! Pero sólo me limité a responder:

—No me gustan mucho las motos.

—Tú intenta relajarte. Déjame todo el trabajo —dijo, entregándome el casco. Me lo coloqué y él se sentó al volante.

Lo imité. Pero no estaba segura de querer rodearlo por la cintura y tocar su vientre, por lo que decidí colocar mis manos al final del asiento y sostenerme de allí.

Dylan comenzó a probar el vehículo y a equilibrarse. Pero cuando estaba a punto de apretar el acelerador, pareció notar mi falta de contacto y se volteó, mirando por sobre su hombro. Vio mis manos y sonrió.

—Una sugerencia antes. Supongo que nunca habías estado en una moto. —Hizo una pausa en la que asentí—. Vale, el truco está en sentarse flojo y dejarse llevar por la inercia, así al conductor le cuesta menos equilibrar el peso doble.

Quité mis manos del soporte trasero para acomodarme mejor en el asiento y así poder seguir sus indicaciones, momento en el que Dylan aprovechó para tomar mis antebrazos y atraerme hacia él, colocándolos alrededor de su vientre, seguro y cálido a pesar del viento frío que soplaba en Mar del Plata.

—Así está mejor —dijo él.

¡Maldito estratega! Estaba a punto de protestar y de soltarme, pero aceleró bruscamente y no llegué a hacerlo. El viento comenzó a soplar fuerte en mis oídos y la ropa ondeaba frenéticamente. Sentí más frío en mi cuerpo a la vez que más miedo, por eso me alegré de no haberme soltado de su cuerpo. Dejé que mi cabello se despeine con el viento, disfrutando del paseo y de la extraña seguridad que me estaba empezando a generar su proximidad. Entonces noté ese cosquilleo en el estómago, esas mariposas que no paraban de revolotear. Podía ser la adrenalina o podía ser su cuerpo contra el mío.

Estacionó frente al edificio que hacía de mi casa. Curiosamente sabía el camino y no me percaté de ello hasta demasiado tarde.

—¿Cómo es que sabés dónde vivo?

—Tus padres y el mío se llevan muy bien.

—¿Ah sí? —Arqueé las cejas.

Su sonrisa se amplió y se volvió astuta. Observó mis labios. Eso me puso nerviosa y los mordí como por impulso, pero rápidamente dejé de hacerlo.

—Claro. Nos han dado vuestra dirección.

—¿Y te la aprendiste de memoria? —Lo observé con los ojos entrecerrados.

—No es necesario. Paso por aquí de camino al trabajo.

Entonces comprendí.

—Vivís cerca.

—De hecho, mi departamento está a una cuadra. —Extendió el brazo y señaló la siguiente manzana a su derecha.

Luego de decir eso, me contempló con profundidad y yo hice lo mismo. Un calor repentino me subió por el cuello hasta mi rostro. Odiaba sonrojarme, pero él me hacía sentir avergonzada y mucho más si me observaba de esa manera. El problema es que yo tampoco podía dejar de observar sus pequeños ojos oscuros como la noche.

Rompió el hielo, el mismo hielo que él había instalado hacía unos segundos, aunque parecieran una eternidad, esa que llamamos silencio incómodo.

—Te he traído hasta aquí. Pero, si no tienes nada que hacer, me gustaría recorrer la ciudad y que hicieras de mi guía.

Eso me tomó por sorpresa.

—Ya sabes, conoces tu país.

—Pero no esta ciudad —me excusé.

—Eso no es problema, la recorreremos juntos. —Me regaló otra de sus sonrisas pícaras una vez más, de esas que descubren sus dientes perfectos.

—Uhm... —Pensé, sin saber muy bien que decir—. Voy a estar ocupada.

—¿Estás segura? —preguntó, no muy convencido.

—Sí, debo aprender a conducir.

Y era cierto. No lo decía para escapar de él —aunque tampoco quería estar cerca porque lo consideraba otro más como Cody—, de verdad había convencido a mis padres para que me dejaran hacerlo de una vez por todas, ya que finalmente tenía dieciséis años y ya podía tener mi permiso de conducir.

Aquello pareció divertirle y la sonrisa volvió a asomar por su rostro.

—Eso puedo enseñártelo yo mismo.

—Hablo en serio.

—Yo también. —Seguía sonriendo.

Me crucé de brazos, mostrando mi enfado por que no me tomaba en serio y era muy irritante cuando se lo proponía —aunque increíblemente atrayente cada vez que sonreía—.

—Vale. En otra ocasión será, lo entiendo. —Asintió y se acercó a mí, me tomó de los hombros y así, de la nada, besó mi frente.

¿Qué chico que apenas conozco me ha besado en la frente alguna vez? Aquel gesto me dejó petrificada y algo sorprendida por ese tipo de contacto. Los únicos que lo hicieron son mis padres y mis amigas, que son lo suficientemente cercanos para animarse a hacerlo.

Pero el contacto disparó una ola de electricidad desde mi estómago hacia el resto de mi cuerpo, no es nada molesto sentir eso. Creo que me estoy enamorando, pensé. Y de verdad que no quería hacerlo. No quería caer tan bajo como antes porque no debía suceder otra vez. Tenía miedo de que se repitiera mi situación anterior sin siquiera darme cuenta de ello.

—Hasta la próxima, guapa. —Me guiñó un ojo y se subió a la moto. Salió como un rayo hacia la siguiente manzana.

Sólo atiné a hacer un gesto con la mano, no pude decir nada, me dejó muda con ese beso suyo en la frente.

Debía prepararme para mi clase de conducir, era en una hora exactamente y yo estaba perdida en mis pensamientos. Me dirigí hacia el ascensor para subir a mi departamento.

***

—¿Qué te pareció tu primera clase? —Preguntó papá en la vuelta a casa. Me había acompañado a la agencia.

—¿A eso le llaman conducir? —Suspiré—. Juro que ver a la gente o a vos es mucho más fácil que hacerlo yo misma.

—Ya te vas a acostumbrar —respondió sonriendo.

—Eso dicen...

—Mirame a mí. Tenés un padre que conduce, y muy bien. Con eso es suficiente para saber que podés hacerlo.

Levanté una ceja por la sorpresa.

—¿Quién te dijo que lo hacés muy bien?

Él, como respuesta, simplemente se encogió de hombros.

En ese momento llegó un mensaje a mi móvil. Era de Fer.

¿Cómo va todo en la ciudad mágica?

No es ninguna ciudad mágica, todavía no me acostumbro a ella. Pero hoy fui a mi primera clase de conducir.

¿Y eso?

Sí, pude convencer a mis padres con la excusa de que la escuela está demasiado lejos para caminar bajo el clima horrible en el que le gusta expresarse al invierno.

—¡Che! Se supone que tenés que ver como conduce tu padre, no jugar con tu teléfono —protestó él.

—No quiero ser cómplice de tu arrogancia —respondí a manera de última palabra, cerrando la conversación con mi progenitor.

Él rio a modo de respuesta y yo volví mi atención a Fer.

¿Y tus papás? ¿Cómo están ellos? —pregunté.

Van a divorciarse en cualquier momento. Y seguro tendré que ir a vivir con mi madre.

Pero estarán más tranquilas, eso es lo positivo. No habrá peleas, ¿cierto?

En realidad no me llevo de lo mejor con mi madre, ni con ninguno de los dos. Nunca fui capaz de decírtelo, Luci, ni tampoco a ninguno de ustedes. Pero es la verdad; no importa con quien de los dos conviva, no nos llevaremos bien.

Es impresionante darnos cuenta de que conocemos a las personas desde hace tanto tiempo, pero de pronto notamos que no sabemos todo de ellas. Algo siempre falta por conocer y yo realmente no tenía idea de que se llevaba tan mal con ambos.

Lo malo es que, si voy a vivir con ella, se quiere mudar a Chapadmalal.

Esa es la ciudad vecina a Los Acantilados, pero algo lejos y otro partido. Ya no sería parte de Mar del Plata, estaría en General Pueyrredón y más lejos del centro, donde me encontraba yo. Si quería visitar a mis amigos, sería mucho más difícil porque debería dividirme en dos localidades. A menos que estableciéramos un punto de encuentro, claro.

¡Lucía, respondé algo!

Sí, perdón. Me quedé pensando. O sea, ¿te vas?

¡SI! NO QUERÍA DECIRLO DE ESA MANERA, PERO SÍ, ME VOY. Me duele mucho tener que separarnos más de lo que ya estamos, ojalá no fuera así. Lo siento tanto, Luci.

No lo sientas, no está en tus manos. —Yo lo entendía mejor que nadie en ese momento.

Pero no me preocupaban tanto Clari y Matt. El problema es: ¿cómo estar al tanto de Fer si ella se va a otro barrio? Está pasando por un divorcio, es la hija en el medio de una disputa que no depende de ella, sino de los mayores. Necesita amigos cerca para sostenerla cuando cae, no un cambio a otro lugar, otro colegio, donde sus mejores amigos no están presentes.

Ella NOS necesita. 

Holis! Acá Sofi, la autora :D Gracias por leer!

¿Qué les está pareciendo Dylan? En los próximos capítulos lo seguiremos conociendo.

¿Qué creen que pasará con Fer?

Estaré leyendo y respondiendo sus comentarios. <3


Besoos!!!

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